El referéndum británico forzará a la UE a hacer cambios al margen del resultado
Bruselas cree que la Unión cambiará tanto en caso de Brexit como si triunfa un 'sí' a Europa
Claudi Pérez
Bruselas, El País
La ironía no consiste en decir "ni esto ni aquello", sino "esto y aquello" a la vez, según decía un europeo ilustre, Thomas Mann. El referéndum sobre Reino Unido y la UE es tremendamente irónico: si los británicos se decantan por el Brexit provocarán un shock en los mercados, pero sobre todo sacudirán los cimientos políticos de la Unión Europea. Incluso si optan por quedarse, en Europa ya nada será igual. Esto y aquello a la vez: "Europa no está en buena forma", ha dicho esta semana el ministro alemán Wofgang Schäuble, que sugiere que la Unión debe cambiar voten lo que voten los británicos. "El Brexit es una amenaza adicional en un contexto nada sencillo, con los populismos al alza, varias crisis en liza y liderazgos cuestionados en los grandes países", asegura a este diario una alta fuente europea. "Hay que gestionar el divorcio, si llega, y esperemos que en ese caso sea todo por las buenas, no por las malas; pero incluso si no lo hay, el cambio en Europa es inevitable", añade la misma fuente.
Ese cambio, eso sí, dependerá de la intensidad del seísmo. Si hay Brexit, los bancos centrales están preparados para inyectar liquidez a espuertas, pero será difícil apaciguar la marea de referéndums en los países en los que más ha calado el euroescepticismo más populista. Si no lo hay, los analistas creen que un voto ajustado puede ser interpretado como una especie de Brexit suave que obligaría a dar una respuesta firme Bruselas. El problema es que el contexto no favorece en absoluto ese tipo de respuestas. Las grandes cancillerías están en modo esperar y ver. Francia, Alemania y Holanda tienen elecciones en 2017, con la extrema derecha pegando fuerte, sin incentivos para empujar hacia una mayor unión política. En Italia hay un referéndum en otoño que puede dejar muy tocado al primer ministro Matteo Renzi. España lleva seis meses sin Gobierno. Y los países del Este se han vuelto también más hostiles a Bruselas, en particular Polonia, Hungría y Eslovaquia.
No hay apetito por un salto adelante similar al de la crisis del euro. El jefe del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, aseguró la semana pasada en Luxemburgo que los ministros de Finanzas tienen preparada una respuesta, pero descartó "medidas espectaculares": todo pasa por completar la unión bancaria e ir dando pequeños pasos hacia una federalización en lo económico, a la vista de que no hay consenso para acompasar esos avances con lazos más estrechos en lo político, incluso por el flanco fiscal. El jefe de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, perfilará la respuesta a más largo plazo en otoño, en el discurso sobre el Estado de la Unión. El informe de los cinco presidentes --Juncker, Dijsselbloem, el polaco Donald Tusk (Consejo), el alemán Martin Schulz (Eurocámara) y el italiano Mario Draghi (BCE)-- apunta varios pasos adelantes pero en el largo plazo: un Tesoro europeo, eurobonos, una presupuesto de la eurozona, esas cosas. Pero sobre todo esboza una nueva UE que contemplaría una estructura de dos velocidades claramente diferenciadas: un núcleo más integrado con los países que quieren una Unión más federal, y una periferia cada vez menos integrada con los países que ponen palos en las ruedas cada vez que la UE quiere avanzar. El FMI apuntó la semana pasada que la eurozona necesita como el agua un presupuesto y eurobonos para protegerse contra crisis venideras. Draghi ha apuntado lo mismo esta semana ante la Eurocámara. "El pecado original de la eurozona es que requiere un nivel mayor de integración política que la que los Estados miembros pueden vender a sus respectivos electorados", critica Simon Tilford, del Centro Europeo para la Reforma, un think tank de Londres.
Eso salto adelante, en el contexto actual marcado por las necesidades de la canciller Angela Merkel y el presidente francés François Hollande de cara a sus elecciones legislativas, es prácticamente política-ficción: "Si el Brexit ocurriera, incluso en caso de un voto a favor muy ajustado, la respuesta inicial de la UE será más simbólica que otra cosa. Las iniciativas de integración irían más en asuntos de seguridad y defensa como los que ha sugerido Francia más que por política económica o fiscal", apunta Mujtaba Rahman, del laboratorio de ideas Eurasia Group. La gran mayoría de las casas de análisis --Euroasia, pero también Eurointelligence, por ejemplo-- creen que es más probable un sí a Europa. Los expertos apuntan, además, que en caso de Brexit Europa penalizará a Reino Unido para evitar un efecto contagio de referéndums, y con el objetivo de que Berlín y París dejen claro con rapidez cómo funcionaría una UE sin los británicos. Pase lo que pase, viene una segunda mitad de año peligrosa, con la amenaza de recesión en Estados Unidos, los coletazos de la crisis de refugiados y el legado de la Gran Crisis, que ha dejado brechas enormes entre Norte y Sur, Este y Oeste, y ahora puede ahondar en la fractura entre los dos lados del Canal de la Mancha.
Reino Unido ha hecho de la excepción su seña de identidad en la UE. No quiere formar parte del euro, participa en las políticas de interior y justicia a la carta, se ha blindado contra los rescates financieros… Pero en la carrera hacia el referéndum, Londres ha tocado la fibra sensible del proyecto europeo. Al lograr abrir un paréntesis a la igualdad de derechos para trabajadores europeos en suelo británico, el socio londinense ha astillado un pilar del proyecto comunitario: la libertad de sus ciudadanos para afincarse en cualquier país comunitario. Bruselas deberá lidiar en los próximos meses con las aspiraciones de otros países, que quieren privilegios parecidos. Incluso con algún que otro referéndum parecido: Beppe Grillo en Italia y Geert Wilders en Holanda han amenazado ya con seguir el ejemplo británico, y Marine Le Pen podría hacer algo parecido.
Si hay Brexit la sacudida será formidable. Pero Bruselas tendrá trabajo incluso si Reino Unido decide quedarse, para aquilatar el acuerdo de febrero, especialmente por el flanco de la inmigración. La Comisión presentará con celeridad dos normas para limitar el derecho de residencia por dos vías. La primera privará a los nuevos europeos que lleguen a suelo británico de algunas prestaciones que perciben allí los trabajadores (solo cuando el país sufra una “fuerte presión en sus sistemas públicos”, una situación que habrá que definir en la ley). La segunda adaptará las ayudas por hijo al país donde reside el menor (por ejemplo, que el empleado rumano cuyo descendiente viva en Rumanía cobre una prestación más baja).
Las normas se perciben como un mal menor, acordado por el resto de socios europeos en febrero para evitar la salida británica. Pero si la victoria de esa permanencia resulta muy ajustada, no es descartable que el primer ministro británico, David Cameron, llame a la puerta de Bruselas pidiendo nuevas limitaciones a la libertad de movimientos, el verdadero campo de batalla donde se ha hecho fuerte la campaña del Brexit. La UE no parece dispuesta a aceptarlo. “No veo voluntad de ir más allá [de lo que se pactó en febrero]. Lo que hemos dado ya es mucho”, reflexiona Ivan Korcok, secretario de Estado eslovaco en el Ministerio de Asuntos Europeos, en un encuentro con un grupo de periodistas europeos. Eslovaquia asumirá la presidencia rotatoria europea el próximo 1 de julio y le tocará gestionar el post-referéndum británico.
Claudi Pérez
Bruselas, El País
La ironía no consiste en decir "ni esto ni aquello", sino "esto y aquello" a la vez, según decía un europeo ilustre, Thomas Mann. El referéndum sobre Reino Unido y la UE es tremendamente irónico: si los británicos se decantan por el Brexit provocarán un shock en los mercados, pero sobre todo sacudirán los cimientos políticos de la Unión Europea. Incluso si optan por quedarse, en Europa ya nada será igual. Esto y aquello a la vez: "Europa no está en buena forma", ha dicho esta semana el ministro alemán Wofgang Schäuble, que sugiere que la Unión debe cambiar voten lo que voten los británicos. "El Brexit es una amenaza adicional en un contexto nada sencillo, con los populismos al alza, varias crisis en liza y liderazgos cuestionados en los grandes países", asegura a este diario una alta fuente europea. "Hay que gestionar el divorcio, si llega, y esperemos que en ese caso sea todo por las buenas, no por las malas; pero incluso si no lo hay, el cambio en Europa es inevitable", añade la misma fuente.
Ese cambio, eso sí, dependerá de la intensidad del seísmo. Si hay Brexit, los bancos centrales están preparados para inyectar liquidez a espuertas, pero será difícil apaciguar la marea de referéndums en los países en los que más ha calado el euroescepticismo más populista. Si no lo hay, los analistas creen que un voto ajustado puede ser interpretado como una especie de Brexit suave que obligaría a dar una respuesta firme Bruselas. El problema es que el contexto no favorece en absoluto ese tipo de respuestas. Las grandes cancillerías están en modo esperar y ver. Francia, Alemania y Holanda tienen elecciones en 2017, con la extrema derecha pegando fuerte, sin incentivos para empujar hacia una mayor unión política. En Italia hay un referéndum en otoño que puede dejar muy tocado al primer ministro Matteo Renzi. España lleva seis meses sin Gobierno. Y los países del Este se han vuelto también más hostiles a Bruselas, en particular Polonia, Hungría y Eslovaquia.
No hay apetito por un salto adelante similar al de la crisis del euro. El jefe del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, aseguró la semana pasada en Luxemburgo que los ministros de Finanzas tienen preparada una respuesta, pero descartó "medidas espectaculares": todo pasa por completar la unión bancaria e ir dando pequeños pasos hacia una federalización en lo económico, a la vista de que no hay consenso para acompasar esos avances con lazos más estrechos en lo político, incluso por el flanco fiscal. El jefe de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, perfilará la respuesta a más largo plazo en otoño, en el discurso sobre el Estado de la Unión. El informe de los cinco presidentes --Juncker, Dijsselbloem, el polaco Donald Tusk (Consejo), el alemán Martin Schulz (Eurocámara) y el italiano Mario Draghi (BCE)-- apunta varios pasos adelantes pero en el largo plazo: un Tesoro europeo, eurobonos, una presupuesto de la eurozona, esas cosas. Pero sobre todo esboza una nueva UE que contemplaría una estructura de dos velocidades claramente diferenciadas: un núcleo más integrado con los países que quieren una Unión más federal, y una periferia cada vez menos integrada con los países que ponen palos en las ruedas cada vez que la UE quiere avanzar. El FMI apuntó la semana pasada que la eurozona necesita como el agua un presupuesto y eurobonos para protegerse contra crisis venideras. Draghi ha apuntado lo mismo esta semana ante la Eurocámara. "El pecado original de la eurozona es que requiere un nivel mayor de integración política que la que los Estados miembros pueden vender a sus respectivos electorados", critica Simon Tilford, del Centro Europeo para la Reforma, un think tank de Londres.
Eso salto adelante, en el contexto actual marcado por las necesidades de la canciller Angela Merkel y el presidente francés François Hollande de cara a sus elecciones legislativas, es prácticamente política-ficción: "Si el Brexit ocurriera, incluso en caso de un voto a favor muy ajustado, la respuesta inicial de la UE será más simbólica que otra cosa. Las iniciativas de integración irían más en asuntos de seguridad y defensa como los que ha sugerido Francia más que por política económica o fiscal", apunta Mujtaba Rahman, del laboratorio de ideas Eurasia Group. La gran mayoría de las casas de análisis --Euroasia, pero también Eurointelligence, por ejemplo-- creen que es más probable un sí a Europa. Los expertos apuntan, además, que en caso de Brexit Europa penalizará a Reino Unido para evitar un efecto contagio de referéndums, y con el objetivo de que Berlín y París dejen claro con rapidez cómo funcionaría una UE sin los británicos. Pase lo que pase, viene una segunda mitad de año peligrosa, con la amenaza de recesión en Estados Unidos, los coletazos de la crisis de refugiados y el legado de la Gran Crisis, que ha dejado brechas enormes entre Norte y Sur, Este y Oeste, y ahora puede ahondar en la fractura entre los dos lados del Canal de la Mancha.
Reino Unido ha hecho de la excepción su seña de identidad en la UE. No quiere formar parte del euro, participa en las políticas de interior y justicia a la carta, se ha blindado contra los rescates financieros… Pero en la carrera hacia el referéndum, Londres ha tocado la fibra sensible del proyecto europeo. Al lograr abrir un paréntesis a la igualdad de derechos para trabajadores europeos en suelo británico, el socio londinense ha astillado un pilar del proyecto comunitario: la libertad de sus ciudadanos para afincarse en cualquier país comunitario. Bruselas deberá lidiar en los próximos meses con las aspiraciones de otros países, que quieren privilegios parecidos. Incluso con algún que otro referéndum parecido: Beppe Grillo en Italia y Geert Wilders en Holanda han amenazado ya con seguir el ejemplo británico, y Marine Le Pen podría hacer algo parecido.
Si hay Brexit la sacudida será formidable. Pero Bruselas tendrá trabajo incluso si Reino Unido decide quedarse, para aquilatar el acuerdo de febrero, especialmente por el flanco de la inmigración. La Comisión presentará con celeridad dos normas para limitar el derecho de residencia por dos vías. La primera privará a los nuevos europeos que lleguen a suelo británico de algunas prestaciones que perciben allí los trabajadores (solo cuando el país sufra una “fuerte presión en sus sistemas públicos”, una situación que habrá que definir en la ley). La segunda adaptará las ayudas por hijo al país donde reside el menor (por ejemplo, que el empleado rumano cuyo descendiente viva en Rumanía cobre una prestación más baja).
Las normas se perciben como un mal menor, acordado por el resto de socios europeos en febrero para evitar la salida británica. Pero si la victoria de esa permanencia resulta muy ajustada, no es descartable que el primer ministro británico, David Cameron, llame a la puerta de Bruselas pidiendo nuevas limitaciones a la libertad de movimientos, el verdadero campo de batalla donde se ha hecho fuerte la campaña del Brexit. La UE no parece dispuesta a aceptarlo. “No veo voluntad de ir más allá [de lo que se pactó en febrero]. Lo que hemos dado ya es mucho”, reflexiona Ivan Korcok, secretario de Estado eslovaco en el Ministerio de Asuntos Europeos, en un encuentro con un grupo de periodistas europeos. Eslovaquia asumirá la presidencia rotatoria europea el próximo 1 de julio y le tocará gestionar el post-referéndum británico.