El motor franco-alemán ya no tira del carro europeo
La relación entre Merkel y Hollande se ve lastrada por las divergencias sobre migración, crisis del euro y comercio
Luis Doncel
Berlín, El País
La escena se produjo en Múnich el pasado febrero. El primer ministro francés, Manuel Valls, aprovechó su presencia en la Conferencia de Seguridad que cada año celebra la capital bávara para dar una sonora patada a la canciller Angela Merkel. No solo se negó a acoger a ni un refugiado más de los 30.000 pactados. También se lanzó a ironizar sobre la política migratoria alemana. “Los medios se preguntaban hace meses dónde estaba la Merkel francesa, a la que incluso querían dar el Nobel de la paz. Hoy se puede constatar los resultados…”, dijo. Las palabras de Valls sentaron como un tiro en Berlín. Fuentes diplomáticas decían esos días ser conscientes de las dificultades que atraviesa Francia, con un Frente Nacional disparado en las encuestas, pero consideraban intolerable que un dirigente francés se expresara así en suelo alemán.
El episodio se rebajó más tarde gracias a la intervención del presidente François Hollande, pero mostró las distintas sensibilidades a los dos lados del Rin. Las desavenencias no afectan solo a los refugiados. Hace años que Berlín se desespera por lo que considera una excesiva lentitud de París en un plan consistente de reformas económicas. Y la gestión alemana de la crisis griega exasperó a buena parte de los socios europeos, incluidos los franceses.
“El problema de base es que los dos atraviesan situaciones muy distintas. Mientras Alemania busca soluciones para los refugiados, Francia se enfrenta a una doble crisis socio-económica y de seguridad interna. Logran cerrar acuerdos, pero de mínimos, en lugar de soluciones ambiciosas a largo plazo”, sostiene Claire Demesmay, jefa del programa de relaciones franco-alemán del think-tank DGAP. Un representante del Gobierno alemán constataba hace unas semanas estas divergencias, y apuntaba con preocupación cómo hace tiempo que la visión mayoritaria en Alemania sobre las diversas crisis que afectan a Europa se aleja progresivamente de la de muchos de sus socios europeos.
El último desacuerdo gira en torno al tratado comercial que negocian la UE y EE UU. Merkel insiste en acelerar las negociaciones pese a las resistencias que encuentra en el Gobierno francés, y también en casa. Los socialdemócratas con los que gobierna se muestran cada vez más reticentes. Y un 70% de los alemanes ve más inconvenientes que ventajas en el pacto, según una encuesta de la televisión ARD.
Y sin embargo, las relaciones entre Merkel y Hollande han mejorado considerablemente desde un inicio de mandato del francés bastante frío. Las horas de interminables negociaciones sobre la crisis de Ucrania, en las que París y Berlín han ido de la mano, cimentaron la confianza entre ambos. Los atentados yihadistas en París, primero en enero de 2015 y después en noviembre, ayudaron también a estrechar lazos. La Puerta de Brandeburgo iluminada con el azul, blanco y rojo de la bandera francesa simbolizó esa solidaridad.
La canciller y el presidente tienen, además, un enemigo común en los populismos a los que se enfrentarán en las elecciones que los dos países celebrarán en 2017. Merkel, que en muy raras ocasiones se mete en batallas políticas ajenas, dijo el 3 de mayo que quería contribuir al fracaso del Frente Nacional. “Es un partido al que debemos enfrentarnos, igual que a otros con un discurso muy negativo sobre Europa”, declaró en una visita a un liceo francés de Berlín. “Los dos países ven su relación bilateral como una gran conquista que no puede ser dañada. Más aún ahora, cuando las diferencias con el nuevo Gobierno polaco y el debate sobre la salida del Reino Unido de la UE dificultan la búsqueda de alianzas duraderas en la UE”, añade Demesmay.
Pese a todo, los intereses comunes no ocultan el hecho de que el motor franco-alemán ya no funciona como en los tiempos de los tándem Giscard-Schmidt o Mitterrand-Kohl, cuando la voz de los dos grandes países se escuchaba con igual atención. La reunificación, el éxito económico alemán y la parálisis francesa han roto este equilibrio.
Luis Doncel
Berlín, El País
La escena se produjo en Múnich el pasado febrero. El primer ministro francés, Manuel Valls, aprovechó su presencia en la Conferencia de Seguridad que cada año celebra la capital bávara para dar una sonora patada a la canciller Angela Merkel. No solo se negó a acoger a ni un refugiado más de los 30.000 pactados. También se lanzó a ironizar sobre la política migratoria alemana. “Los medios se preguntaban hace meses dónde estaba la Merkel francesa, a la que incluso querían dar el Nobel de la paz. Hoy se puede constatar los resultados…”, dijo. Las palabras de Valls sentaron como un tiro en Berlín. Fuentes diplomáticas decían esos días ser conscientes de las dificultades que atraviesa Francia, con un Frente Nacional disparado en las encuestas, pero consideraban intolerable que un dirigente francés se expresara así en suelo alemán.
El episodio se rebajó más tarde gracias a la intervención del presidente François Hollande, pero mostró las distintas sensibilidades a los dos lados del Rin. Las desavenencias no afectan solo a los refugiados. Hace años que Berlín se desespera por lo que considera una excesiva lentitud de París en un plan consistente de reformas económicas. Y la gestión alemana de la crisis griega exasperó a buena parte de los socios europeos, incluidos los franceses.
“El problema de base es que los dos atraviesan situaciones muy distintas. Mientras Alemania busca soluciones para los refugiados, Francia se enfrenta a una doble crisis socio-económica y de seguridad interna. Logran cerrar acuerdos, pero de mínimos, en lugar de soluciones ambiciosas a largo plazo”, sostiene Claire Demesmay, jefa del programa de relaciones franco-alemán del think-tank DGAP. Un representante del Gobierno alemán constataba hace unas semanas estas divergencias, y apuntaba con preocupación cómo hace tiempo que la visión mayoritaria en Alemania sobre las diversas crisis que afectan a Europa se aleja progresivamente de la de muchos de sus socios europeos.
El último desacuerdo gira en torno al tratado comercial que negocian la UE y EE UU. Merkel insiste en acelerar las negociaciones pese a las resistencias que encuentra en el Gobierno francés, y también en casa. Los socialdemócratas con los que gobierna se muestran cada vez más reticentes. Y un 70% de los alemanes ve más inconvenientes que ventajas en el pacto, según una encuesta de la televisión ARD.
Y sin embargo, las relaciones entre Merkel y Hollande han mejorado considerablemente desde un inicio de mandato del francés bastante frío. Las horas de interminables negociaciones sobre la crisis de Ucrania, en las que París y Berlín han ido de la mano, cimentaron la confianza entre ambos. Los atentados yihadistas en París, primero en enero de 2015 y después en noviembre, ayudaron también a estrechar lazos. La Puerta de Brandeburgo iluminada con el azul, blanco y rojo de la bandera francesa simbolizó esa solidaridad.
La canciller y el presidente tienen, además, un enemigo común en los populismos a los que se enfrentarán en las elecciones que los dos países celebrarán en 2017. Merkel, que en muy raras ocasiones se mete en batallas políticas ajenas, dijo el 3 de mayo que quería contribuir al fracaso del Frente Nacional. “Es un partido al que debemos enfrentarnos, igual que a otros con un discurso muy negativo sobre Europa”, declaró en una visita a un liceo francés de Berlín. “Los dos países ven su relación bilateral como una gran conquista que no puede ser dañada. Más aún ahora, cuando las diferencias con el nuevo Gobierno polaco y el debate sobre la salida del Reino Unido de la UE dificultan la búsqueda de alianzas duraderas en la UE”, añade Demesmay.
Pese a todo, los intereses comunes no ocultan el hecho de que el motor franco-alemán ya no funciona como en los tiempos de los tándem Giscard-Schmidt o Mitterrand-Kohl, cuando la voz de los dos grandes países se escuchaba con igual atención. La reunificación, el éxito económico alemán y la parálisis francesa han roto este equilibrio.