La troika vuelve a Grecia en pleno pulso entre Alemania y el FMI
Alemania reacciona con desagrado a las filtraciones sobre las negociaciones del Fondo sobre el programa de rescate a Grecia
Claudi Pérez
Luis Doncel
Bruselas / Berlín, El País
La crisis de Grecia es una especie de thriller oscuro y claustrofóbico, con dos historias entrecruzadas. Los refugiados se llevan hoy todos los focos, pero el agujero económico sigue ahí, siempre al filo del próximo susto. La antigua troika ha vuelto hoy lunes a Atenas, tras un turbulento fin de semana en el que han aflorado graves diferencias entre los acreedores. El FMI quiere una quita de la deuda y objetivos fiscales más asumibles. Europa, más o menos lo contrario: Berlín dice que no habrá quita y Bruselas añade que Atenas debe cumplir el plan de rescate a rajatabla.
El FMI amaga con una suspensión de pagos de cara al próximo verano como siniestra fórmula de negociación para imponer sus puntos de vista, según una filtración de Wikileaks. El Fondo —acusado de “responsabilidad criminal” en el pasado por su papel en la antigua troika— quiere duras reformas, pero a cambio propone relajar los objetivos fiscales para aplicar una quita de la deuda. Los socios del euro apuestan por mantener las metas fiscales —un peliagudo superávit del 3,5% del PIB en 2018— para no tener que rascarse el bolsillo aplicando el jubileo a la deuda griega. En medio de ese pim-pam-pum, Atenas cargó el domingo contra el FMI. Su jefa, Christine Lagarde, jugó al contraataque: Grecia está aún “muy lejos de tener un programa coherente”. Berlín ha entrado hoy lunes en esa refriega para subrayar que ahora mismo “una quita para Grecia está fuera de la discusión”.
La antigua troika —incluido el FMI, que no termina de sumarse con dinero contante y sonante al tercer rescate—, vuelve a Grecia en medio de ese guirigay. Tanto el Fondo como los acreedores europeos consideran insuficientes los esfuerzos que han hecho los griegos desde el verano. Piden más ambición en la reforma de pensiones y en los recortes: en torno a tres puntos de PIB adicionales. Dos tercios de ese esfuerzo deberían llegar con recortes de pensiones y con un aumento de impuestos, y el resto con recortes en defensa y en otras áreas.
El primer examen del tercer rescate debería estar listo para sentencia en el Eurogrupo de abril —el próximo día 22—, pero ante las disensiones que han aparecido es posible que ese plazo se amplíe. Los próximos pasos son cruciales. El Gobierno de Alexis Tsipras, que pierde apoyo en las encuestas, tiene que lograr luz verde parlamentaria a las reformas en las próximas semanas. Entonces empezarán las discusiones sobre la reestructuración de deuda en la reunión de ministros de Economía y Finanzas de la eurozona. En medio de todo ese lío, Grecia tiene un papel fundamental para lograr que funcione el último acuerdo de los jefes de Estado y de Gobierno en materia de inmigración y refugiados.
Grecia es el escenario de un doble o un triple pulso. Entre Atenas y la troika, para que el Gobierno griego active los ajustes acordados. Entre el FMI y Berlín, acerca de las metas fiscales y la solución para rebajar la carga de la deuda. E incluso con la Comisión, el BCE y el conjunto del Eurogrupo, que tienen sus propias ideas al respecto. “Si Atenas hace lo que debe, lo más probable es el típico acuerdo que no deja satisfecho a nadie: más reestructuración de la que quieren la Comisión y el BCE, pero menos de la que persigue el FMI”, apuntan fuentes europeas.
La canciller Angela Merkel podrá abordar hoy ese asunto con Lagarde, que visitará Berlín en un viaje pactado antes de que surgieran nuevas desavenencias en las negociaciones. Alemania ha reaccionado con desagrado a las filtraciones sobre las negociaciones del FMI sobre el programa de créditos a Grecia. El Ministerio de Finanzas que dirige Wolfgang Schäuble sigue liderando la posición de máxima dureza ante Atenas, y descarta por ahora cualquier tipo de ayuda que suponga aligerar la carga de la deuda. Berlín se enfrenta así a un doble juego en el que, por una parte, trata de asegurar la presencia del FMI en el programa de ayudas, un asunto considerado crucial por muchos diputados democristianos que tendrían que votar a favor de nuevos desembolsos.
Claudi Pérez
Luis Doncel
Bruselas / Berlín, El País
La crisis de Grecia es una especie de thriller oscuro y claustrofóbico, con dos historias entrecruzadas. Los refugiados se llevan hoy todos los focos, pero el agujero económico sigue ahí, siempre al filo del próximo susto. La antigua troika ha vuelto hoy lunes a Atenas, tras un turbulento fin de semana en el que han aflorado graves diferencias entre los acreedores. El FMI quiere una quita de la deuda y objetivos fiscales más asumibles. Europa, más o menos lo contrario: Berlín dice que no habrá quita y Bruselas añade que Atenas debe cumplir el plan de rescate a rajatabla.
El FMI amaga con una suspensión de pagos de cara al próximo verano como siniestra fórmula de negociación para imponer sus puntos de vista, según una filtración de Wikileaks. El Fondo —acusado de “responsabilidad criminal” en el pasado por su papel en la antigua troika— quiere duras reformas, pero a cambio propone relajar los objetivos fiscales para aplicar una quita de la deuda. Los socios del euro apuestan por mantener las metas fiscales —un peliagudo superávit del 3,5% del PIB en 2018— para no tener que rascarse el bolsillo aplicando el jubileo a la deuda griega. En medio de ese pim-pam-pum, Atenas cargó el domingo contra el FMI. Su jefa, Christine Lagarde, jugó al contraataque: Grecia está aún “muy lejos de tener un programa coherente”. Berlín ha entrado hoy lunes en esa refriega para subrayar que ahora mismo “una quita para Grecia está fuera de la discusión”.
La antigua troika —incluido el FMI, que no termina de sumarse con dinero contante y sonante al tercer rescate—, vuelve a Grecia en medio de ese guirigay. Tanto el Fondo como los acreedores europeos consideran insuficientes los esfuerzos que han hecho los griegos desde el verano. Piden más ambición en la reforma de pensiones y en los recortes: en torno a tres puntos de PIB adicionales. Dos tercios de ese esfuerzo deberían llegar con recortes de pensiones y con un aumento de impuestos, y el resto con recortes en defensa y en otras áreas.
El primer examen del tercer rescate debería estar listo para sentencia en el Eurogrupo de abril —el próximo día 22—, pero ante las disensiones que han aparecido es posible que ese plazo se amplíe. Los próximos pasos son cruciales. El Gobierno de Alexis Tsipras, que pierde apoyo en las encuestas, tiene que lograr luz verde parlamentaria a las reformas en las próximas semanas. Entonces empezarán las discusiones sobre la reestructuración de deuda en la reunión de ministros de Economía y Finanzas de la eurozona. En medio de todo ese lío, Grecia tiene un papel fundamental para lograr que funcione el último acuerdo de los jefes de Estado y de Gobierno en materia de inmigración y refugiados.
Grecia es el escenario de un doble o un triple pulso. Entre Atenas y la troika, para que el Gobierno griego active los ajustes acordados. Entre el FMI y Berlín, acerca de las metas fiscales y la solución para rebajar la carga de la deuda. E incluso con la Comisión, el BCE y el conjunto del Eurogrupo, que tienen sus propias ideas al respecto. “Si Atenas hace lo que debe, lo más probable es el típico acuerdo que no deja satisfecho a nadie: más reestructuración de la que quieren la Comisión y el BCE, pero menos de la que persigue el FMI”, apuntan fuentes europeas.
La canciller Angela Merkel podrá abordar hoy ese asunto con Lagarde, que visitará Berlín en un viaje pactado antes de que surgieran nuevas desavenencias en las negociaciones. Alemania ha reaccionado con desagrado a las filtraciones sobre las negociaciones del FMI sobre el programa de créditos a Grecia. El Ministerio de Finanzas que dirige Wolfgang Schäuble sigue liderando la posición de máxima dureza ante Atenas, y descarta por ahora cualquier tipo de ayuda que suponga aligerar la carga de la deuda. Berlín se enfrenta así a un doble juego en el que, por una parte, trata de asegurar la presencia del FMI en el programa de ayudas, un asunto considerado crucial por muchos diputados democristianos que tendrían que votar a favor de nuevos desembolsos.