ANÁLISIS / Islandia: Tormenta de piratas
Parece que el gran beneficiado político en este país será una especie de versión liliputiense de Podemos
John Carlin
El País
Todo indica que la filtración masiva de documentos conocida ya en todo el mundo como los Panamaleaks cobrará su primera víctima política en Islandia. Traición, ultraje, bochorno eran las palabras en las bocas del pueblo islandés ante la revelación de que su primer ministro, Sigmundur David Gunnlaugsson, había creado una compañía offshore, aparentemente con el fin de minimizar el pago de impuestos, mientras la ciudadanía luchaba para superar la espectacular crisis bancaria que hundió a su país en 2008.
En el probable caso de que se celebren elecciones generales anticipadas el gran beneficiado político parece que será el Partido Pirata, una especie de versión liliputiense de Podemos, líder en las encuestas entre los partidos de oposición incluso antes de que se desatara el escándalo.
La intempestiva e indigna huida de Gunnlaugsson en el medio de una entrevista televisiva el domingo en la que se le pidió explicaciones ha agudizado la sensación general en Islandia de que su Gobierno, dos de cuyos ministros también aparecen en la lista de Panamaleaks, debe caer. A mediodía de ayer el primer ministro, jefe de un Gobierno de coalición de centroderecha, declaró en una segunda entrevista que no tenía intención de dimitir. Pero lo mismo dijo Geir Haarde, el que ocupó su cargo en 2008, cuando los tres bancos principales islandeses colapsaron, y él no solo acabó cayendo sino que fue procesado por la ley.
Contactados este lunes por teléfono varios conocidos islandeses, incluso algunos que habían simpatizado con el actual Gobierno, la sensación que transmitieron fue de un profundo desconcierto, sumado a un rabioso ánimo de venganza. Profundamente decepcionados, habían querido creer que la avaricia y el abuso del poder que hace ocho años desató la catástrofe en su país era algo que pertenecía al pasado. Los islandeses fueron los primeros en sucumbir a la crisis y los primeros en salir. La economía islandesa, basada en la pesca y el turismo, es hoy más potente que nunca. El desempleo en este país de 320.000 habitantes superó el 9% en 2008; hoy está por debajo del 3%. La moneda sufrió de la noche a la mañana una devaluación brutal, pero hoy Islandia es un país caro para los visitantes europeos.
Estuve en Reikiavik hace apenas dos semanas y lo que se respiraba en el ambiente era orgullo por el temple, pragmatismo y valentía que habían demostrado los islandeses para recuperarse de la crisis. Hablé este lunes con una de las personas que vi en aquella visita, Halla Tomasdottir, una exitosa empresaria que aspira a ser elegida presidente de su país, un papel más honorífico que ejecutivo, en la segunda mitad de este año. Tomasdottir compartía la indignación general.
“Los islandeses no quieren que se asocie a su primer ministro en el resto del mundo con líderes mundiales conocidos por su hipocresía”, me dijo, refiriéndose claramente a figuras como Vladímir Putin y ciertos líderes árabes mencionados en los Panamaleaks. “Aunque puede que no esté claro si leyes han sido violadas o si impuestos no han sido pagados, quedan preguntas válidas sobre la naturaleza del liderazgo y el comportamiento ético que esperamos de aquellos que nos sirven en el Gobierno. Los islandeses no nos vemos reflejados en este tipo de liderazgo. Los valores que sentimos que nos representan son la honradez, la igualdad, el respeto y la justicia”.
Tomasdottir ve difícil que el primer ministro Gunnlaugsson siga siendo capaz de reflejar estos valores ante una opinión pública manifiestamente asqueada una vez más con sus gobernantes. El Partido Pirata, erigiéndose como representante de los valores auténticos islandeses, no ha dudado en sacar provecho del estado de ánimo general.
Su principal dirigente, Birgitta Jonsdottir, ha liderado el coro de voces que pide la dimisión de Gunnlaugsson. Le acusó el domingo de ser un “mentiroso y un fraude”. No habrá muchos de sus compatriotas que discrepen hoy de ella, la posible primera ministra pirata en Islandia desde tiempos de los vikingos.
John Carlin
El País
Todo indica que la filtración masiva de documentos conocida ya en todo el mundo como los Panamaleaks cobrará su primera víctima política en Islandia. Traición, ultraje, bochorno eran las palabras en las bocas del pueblo islandés ante la revelación de que su primer ministro, Sigmundur David Gunnlaugsson, había creado una compañía offshore, aparentemente con el fin de minimizar el pago de impuestos, mientras la ciudadanía luchaba para superar la espectacular crisis bancaria que hundió a su país en 2008.
En el probable caso de que se celebren elecciones generales anticipadas el gran beneficiado político parece que será el Partido Pirata, una especie de versión liliputiense de Podemos, líder en las encuestas entre los partidos de oposición incluso antes de que se desatara el escándalo.
La intempestiva e indigna huida de Gunnlaugsson en el medio de una entrevista televisiva el domingo en la que se le pidió explicaciones ha agudizado la sensación general en Islandia de que su Gobierno, dos de cuyos ministros también aparecen en la lista de Panamaleaks, debe caer. A mediodía de ayer el primer ministro, jefe de un Gobierno de coalición de centroderecha, declaró en una segunda entrevista que no tenía intención de dimitir. Pero lo mismo dijo Geir Haarde, el que ocupó su cargo en 2008, cuando los tres bancos principales islandeses colapsaron, y él no solo acabó cayendo sino que fue procesado por la ley.
Contactados este lunes por teléfono varios conocidos islandeses, incluso algunos que habían simpatizado con el actual Gobierno, la sensación que transmitieron fue de un profundo desconcierto, sumado a un rabioso ánimo de venganza. Profundamente decepcionados, habían querido creer que la avaricia y el abuso del poder que hace ocho años desató la catástrofe en su país era algo que pertenecía al pasado. Los islandeses fueron los primeros en sucumbir a la crisis y los primeros en salir. La economía islandesa, basada en la pesca y el turismo, es hoy más potente que nunca. El desempleo en este país de 320.000 habitantes superó el 9% en 2008; hoy está por debajo del 3%. La moneda sufrió de la noche a la mañana una devaluación brutal, pero hoy Islandia es un país caro para los visitantes europeos.
Estuve en Reikiavik hace apenas dos semanas y lo que se respiraba en el ambiente era orgullo por el temple, pragmatismo y valentía que habían demostrado los islandeses para recuperarse de la crisis. Hablé este lunes con una de las personas que vi en aquella visita, Halla Tomasdottir, una exitosa empresaria que aspira a ser elegida presidente de su país, un papel más honorífico que ejecutivo, en la segunda mitad de este año. Tomasdottir compartía la indignación general.
“Los islandeses no quieren que se asocie a su primer ministro en el resto del mundo con líderes mundiales conocidos por su hipocresía”, me dijo, refiriéndose claramente a figuras como Vladímir Putin y ciertos líderes árabes mencionados en los Panamaleaks. “Aunque puede que no esté claro si leyes han sido violadas o si impuestos no han sido pagados, quedan preguntas válidas sobre la naturaleza del liderazgo y el comportamiento ético que esperamos de aquellos que nos sirven en el Gobierno. Los islandeses no nos vemos reflejados en este tipo de liderazgo. Los valores que sentimos que nos representan son la honradez, la igualdad, el respeto y la justicia”.
Tomasdottir ve difícil que el primer ministro Gunnlaugsson siga siendo capaz de reflejar estos valores ante una opinión pública manifiestamente asqueada una vez más con sus gobernantes. El Partido Pirata, erigiéndose como representante de los valores auténticos islandeses, no ha dudado en sacar provecho del estado de ánimo general.
Su principal dirigente, Birgitta Jonsdottir, ha liderado el coro de voces que pide la dimisión de Gunnlaugsson. Le acusó el domingo de ser un “mentiroso y un fraude”. No habrá muchos de sus compatriotas que discrepen hoy de ella, la posible primera ministra pirata en Islandia desde tiempos de los vikingos.