Golpe al epicentro de las instituciones europeas
El atentado deja aturdidos a los ciudadanos de Bruselas: no saben qué ha pasado exactamente ni por qué. "Esto va a ser un lío durante mucho tiempo"
Claudi Pérez
Bruselas, El País
Una ciudad aturdida, tomada por las fuerzas de seguridad, prácticamente sitiada en el distrito europeo, plagado de grúas que llevan años levantando edificios sólidos, funcionales y, hoy, llenos de miedo. Al menos una treintena de muertos y decenas de heridos aparecen ya en la contabilidad oficial del atentado suicida en el aeropuerto y la explosión en la estación de metro de Maelbeek, a escasos 400 metros de las sedes Comisión Europea y el Consejo Europeo, los cuarteles generales de la Unión Europea.
Un zumbido de aturdimiento: nadie sabe qué ha pasado exactamente, ni mucho menos por qué. Pero el golpe es brutal: las instituciones europeas llevan meses rodeadas de policías y militares, con unas medidas de seguridad formidables, que aun así no han impedido una violenta sacudida de terror en el barrio europeo de la capital belga. Gavin, guarda de seguridad de un hotel que está a apenas 25 metros del metro siniestrado, camina nervioso, pálido, mirando aquí y allá. Afirma haber escuchado la explosión pero está mucho más pendiente de su radio que de las preguntas de la prensa. "Esto va a ser un lío durante mucho tiempo", alcanza a decir ante el enjambre de reporteros que se acercan, cámara en mano, móvil en mano la mayoría, contando en vivo un nuevo atentado múltiple en una de las grandes ciudades europeas.
Manuela Puia, rumana de 35 años, pasaba por delante de la estación en torno a las 9.20 de la mañana, apenas 10 minutos después del atentado. "Salía gente, había humo y mal olor, ya habían sacado a los primeros heridos y había cadáveres cubiertos junto a la boca de metro", explica. "Sabía del atentado en Zaventem, en el aeropuerto, por eso en ese momento era difícil entender lo ocurrido", añade.
"Salen heridos, hay muertos, no es seguro cuántos", abunda un policía que impide el paso a unos metros de allí al filo de las nueve y media. Un poco más tarde, las fuerzas de seguridad ya han hecho a conciencia su trabajo: el tráfico está cortado a un kilómetro de la estación, en una de las arterias principales de Bruselas, copada por ambulancias, coches de policía, camiones militares y demás. Unos minutos después de la explosión, ni los reporteros ni los curiosos podrán acercarse a menos de 400 metros.
La estación se ha evacuado inmediatamente después de la detonación. La zona está acordonada. Al personal de las instituciones europeas se le ha invitado a quedarse en sus despachos, incluso se les aconseja no hablar por teléfono. "Abajo era el caos", dice una de las personas que estaba en el interior del metro, pero en la zona del vestíbulo, unos 20 metros más arriba de los andenes. "Tiene que haber heridos y muertos, pero es imposible saber cuántos", añade. La policía tiene los datos, aunque siguen siendo provisionales. 15 muertos. 10 heridos graves. 45 leves. Y eso solo en Maelbeek. Suena otra explosión: fuentes policiales informan de que es una detonación controlada por parte de las propias fuerzas de seguridad. Pero el susto es formidable.
Cuesta encontrar la tranquilidad para analizar la situación con un helicóptero sobrevolando la zona, varias sirenas sonando a toda pastilla y esa sensación de que la guerra dispersa y furtiva del terrorismo acaba de dejar en el centro de Bruselas, en medio de máximas medidas de seguridad durante meses, una muestra más de su poderío difícilmente controlable. Bélgica acaba de volver al nivel de máxima alerta: transportes, universidades, escuelas, centros comerciales y hospitales permanecerán cerrados en los próximos días. Ya lo estuvieron durante varias semanas en Navidad, ante el temor a un atentado masivo, a una réplica tras los ataques de París.
Bruselas amaneció el viernes con la captura del terrorista más buscado de Europa: Salah Abdeslam. Apenas cuatro días más tarde, el terrorismo golpea con máxima violencia la capital europea. Y los primeros análisis no son en absoluto halagüeños: "Las explosiones tendrán consecuencias en Europa. En primer lugar, con la percepción por parte de la ciudadanía de que los Gobiernos son incapaces de contener el terrorismo, apenas cuatro meses después de los atentados de París. Tras este ataque, es previsible un incremento de las actitudes xenófobas y anti-inmigración, que se dejará notar en la respuesta europea a la crisis de refugiados", explica Mujtaba Rahman, de Eurasia Group.
Es muy posible que ese sentimiento que emerge sea capturado por partidos de extrema derecha en Francia, en Alemania, en la propia Bélgica y en Europa Central y del Este. Schengen está aún bajo más presión, por esa combinación de crisis de refugiados y terrorismo, que se entrelazan y muchas veces se confunden interesadamente. Bélgica acaba de anunciar que cierra su frontera con Francia. Tras la oleada de solidaridad, lo más probable es que este atentado saque a la superficie un buen puñado de datos preocupantes sobre el país. Los atentados de París ya pusieron en evidencia que desde hace años Bélgica es el centro neurálgico del terrorismo yihadista en Europa. Con casi medio millar de los llamados combatientes extranjeros, es el país de la UE con más yihadistas per cápita (43 por cada millón de habitantes). Es el cuarto país con más detenciones relacionadas con casos de terrorismo, según los datos de Europol. Si se cuentan solo los casos de inspiración islamista, es el segundo solo después de Francia. Bélgica alberga a unos 600.000 musulmanes, el 6% de la población, un porcentaje que, de nuevo, solo supera Francia. En algunas ciudades belgas –y en algunos barrios de Bruselas—esa proporción supera el 20%.
Todo eso está a punto de entrar en la batidora de análisis precipitados, sentimientos encontrados y perplejidad que dejan los grandes atentados. Pero en Maelbeek, a unos metros del atentado, solo se ve una extraña mezcla de miedo y aturdimiento. Los ataques del 11-S hicieron añicos la fantasía de que Estados Unidos estaba protegido y sus ciudadanos eran inmunes a ataques dentro de su país. Los atentados de Madrid, Londres y París, y ahora el ataque a dos pasos de los cuarteles generales de la UE, son la demostración de que lo mismo sucede en Europa.
Claudi Pérez
Bruselas, El País
Una ciudad aturdida, tomada por las fuerzas de seguridad, prácticamente sitiada en el distrito europeo, plagado de grúas que llevan años levantando edificios sólidos, funcionales y, hoy, llenos de miedo. Al menos una treintena de muertos y decenas de heridos aparecen ya en la contabilidad oficial del atentado suicida en el aeropuerto y la explosión en la estación de metro de Maelbeek, a escasos 400 metros de las sedes Comisión Europea y el Consejo Europeo, los cuarteles generales de la Unión Europea.
Un zumbido de aturdimiento: nadie sabe qué ha pasado exactamente, ni mucho menos por qué. Pero el golpe es brutal: las instituciones europeas llevan meses rodeadas de policías y militares, con unas medidas de seguridad formidables, que aun así no han impedido una violenta sacudida de terror en el barrio europeo de la capital belga. Gavin, guarda de seguridad de un hotel que está a apenas 25 metros del metro siniestrado, camina nervioso, pálido, mirando aquí y allá. Afirma haber escuchado la explosión pero está mucho más pendiente de su radio que de las preguntas de la prensa. "Esto va a ser un lío durante mucho tiempo", alcanza a decir ante el enjambre de reporteros que se acercan, cámara en mano, móvil en mano la mayoría, contando en vivo un nuevo atentado múltiple en una de las grandes ciudades europeas.
Manuela Puia, rumana de 35 años, pasaba por delante de la estación en torno a las 9.20 de la mañana, apenas 10 minutos después del atentado. "Salía gente, había humo y mal olor, ya habían sacado a los primeros heridos y había cadáveres cubiertos junto a la boca de metro", explica. "Sabía del atentado en Zaventem, en el aeropuerto, por eso en ese momento era difícil entender lo ocurrido", añade.
"Salen heridos, hay muertos, no es seguro cuántos", abunda un policía que impide el paso a unos metros de allí al filo de las nueve y media. Un poco más tarde, las fuerzas de seguridad ya han hecho a conciencia su trabajo: el tráfico está cortado a un kilómetro de la estación, en una de las arterias principales de Bruselas, copada por ambulancias, coches de policía, camiones militares y demás. Unos minutos después de la explosión, ni los reporteros ni los curiosos podrán acercarse a menos de 400 metros.
La estación se ha evacuado inmediatamente después de la detonación. La zona está acordonada. Al personal de las instituciones europeas se le ha invitado a quedarse en sus despachos, incluso se les aconseja no hablar por teléfono. "Abajo era el caos", dice una de las personas que estaba en el interior del metro, pero en la zona del vestíbulo, unos 20 metros más arriba de los andenes. "Tiene que haber heridos y muertos, pero es imposible saber cuántos", añade. La policía tiene los datos, aunque siguen siendo provisionales. 15 muertos. 10 heridos graves. 45 leves. Y eso solo en Maelbeek. Suena otra explosión: fuentes policiales informan de que es una detonación controlada por parte de las propias fuerzas de seguridad. Pero el susto es formidable.
Cuesta encontrar la tranquilidad para analizar la situación con un helicóptero sobrevolando la zona, varias sirenas sonando a toda pastilla y esa sensación de que la guerra dispersa y furtiva del terrorismo acaba de dejar en el centro de Bruselas, en medio de máximas medidas de seguridad durante meses, una muestra más de su poderío difícilmente controlable. Bélgica acaba de volver al nivel de máxima alerta: transportes, universidades, escuelas, centros comerciales y hospitales permanecerán cerrados en los próximos días. Ya lo estuvieron durante varias semanas en Navidad, ante el temor a un atentado masivo, a una réplica tras los ataques de París.
Bruselas amaneció el viernes con la captura del terrorista más buscado de Europa: Salah Abdeslam. Apenas cuatro días más tarde, el terrorismo golpea con máxima violencia la capital europea. Y los primeros análisis no son en absoluto halagüeños: "Las explosiones tendrán consecuencias en Europa. En primer lugar, con la percepción por parte de la ciudadanía de que los Gobiernos son incapaces de contener el terrorismo, apenas cuatro meses después de los atentados de París. Tras este ataque, es previsible un incremento de las actitudes xenófobas y anti-inmigración, que se dejará notar en la respuesta europea a la crisis de refugiados", explica Mujtaba Rahman, de Eurasia Group.
Es muy posible que ese sentimiento que emerge sea capturado por partidos de extrema derecha en Francia, en Alemania, en la propia Bélgica y en Europa Central y del Este. Schengen está aún bajo más presión, por esa combinación de crisis de refugiados y terrorismo, que se entrelazan y muchas veces se confunden interesadamente. Bélgica acaba de anunciar que cierra su frontera con Francia. Tras la oleada de solidaridad, lo más probable es que este atentado saque a la superficie un buen puñado de datos preocupantes sobre el país. Los atentados de París ya pusieron en evidencia que desde hace años Bélgica es el centro neurálgico del terrorismo yihadista en Europa. Con casi medio millar de los llamados combatientes extranjeros, es el país de la UE con más yihadistas per cápita (43 por cada millón de habitantes). Es el cuarto país con más detenciones relacionadas con casos de terrorismo, según los datos de Europol. Si se cuentan solo los casos de inspiración islamista, es el segundo solo después de Francia. Bélgica alberga a unos 600.000 musulmanes, el 6% de la población, un porcentaje que, de nuevo, solo supera Francia. En algunas ciudades belgas –y en algunos barrios de Bruselas—esa proporción supera el 20%.
Todo eso está a punto de entrar en la batidora de análisis precipitados, sentimientos encontrados y perplejidad que dejan los grandes atentados. Pero en Maelbeek, a unos metros del atentado, solo se ve una extraña mezcla de miedo y aturdimiento. Los ataques del 11-S hicieron añicos la fantasía de que Estados Unidos estaba protegido y sus ciudadanos eran inmunes a ataques dentro de su país. Los atentados de Madrid, Londres y París, y ahora el ataque a dos pasos de los cuarteles generales de la UE, son la demostración de que lo mismo sucede en Europa.