Historia: Se estrella el avión en el que viaja el Manchester United (1958)
Manchester, As
A la primera edición de la Copa de Europa no acudieron los ingleses. El Chelsea, campeón inglés, desdeñó la oferta. Cuestiones del orgullo británico. Para la segunda edición, visto el éxito de la primera, y contra el criterio del presidente de la liga, el célebre y polémico míster Hardaker, sí se apuntó el Manchester United, con el que nos habríamos de topar dos veces. Primero jugó con el Athletic de Bilbao dos partidos magníficos: 5-3 en Bilbao (como se ha visto el día 16 de enero), bajo la nieve, y 3-0 a la vuelta, en Main Road (Old Trafford estaba en obras). Luego, en semifinales, contra el Madrid: 3-1 para los blancos en Chamartín y 2-2 en Old Trafford. Pero aquel equipo había dejado un gran sello. Volvió a ganar la liga inglesa y se inscribió para la tercera edición, en la que contaba entre los favoritos. Eran los Busby’s babes, los chicos de Matt Busby, un gran mánager que estaba formando un equipo joven y magnífico. Un equipo con pinta de tener un gran recorrido de mejora.
Eliminó sucesivamente al Shamrock Rovers, Dukla de Praga y Estrella Roja: 2-1 en Manchester y 3-3 la vuelta, en Belgrado. De regreso, el avión hizo escala en Múnich. A la hora de despegar, las alas del Elizabethan Class G-ALZU AS-57, bimotor de la BEA, habían cargado demasiado hielo. El avión aborta dos intentos de despegue. En el tercero se levanta, pero no supera la altura de los árboles del bosque que cierra la pista.
De los cuarenta y tres pasajeros mueren veintitrés, entre ellos siete jugadores del Manchester: Geoff Bent, Roger Byrne, Eddie Colman, Mark Jones, David Pegg, Tommy Taylor y Liam Whelan. Duncan Edwards, de veintiun años, con dieciocho partidos internacionales ya (había debutado con dieciocho años), lucha durante dos semanas entre la vida y la muerte. Iba para ser uno de los jugadores más grandes de todos los tiempos. Un jovencísimo Bobby Charlton se cuenta entre los supervivientes, como Matt Busby, el gran mánager, que poco a poco rehará el equipo y lo hará, por fin, campeón de Europa diez años más tarde, en una inolvidable noche en Wembley, ante el Benfica. Fue la final más emotiva en la larga historia de esta competición.
Bobby Charlton, uno de los supervivientes de la catástrofe, recogió aquella copa con una emoción inimaginable. En su recuerdo estaban todos sus compañeros perdidos diez años atrás, particularmente Duncan Edwards, del que una vez le escuché comentar: «Tenía físico, velocidad, desplazaba perfectamente el balón en largo con cualquiera de las dos piernas, veía la jugada a la perfección. Nunca me he sentido tan inferior a alguien en un campo de fútbol como junto a él». Duncan Edwards todavía tenía edad de juvenil cuando se estrelló el avión. Era de la misma quinta que el gran Charlton. Solo que había debutado ya con la selección inglesa a los dieciséis años, el más joven de la historia. Charlton siempre pensó que quien debería haber recogido esa copa era Duncan Edwards, y que con él hubieran ganado otras antes de esa.
A la primera edición de la Copa de Europa no acudieron los ingleses. El Chelsea, campeón inglés, desdeñó la oferta. Cuestiones del orgullo británico. Para la segunda edición, visto el éxito de la primera, y contra el criterio del presidente de la liga, el célebre y polémico míster Hardaker, sí se apuntó el Manchester United, con el que nos habríamos de topar dos veces. Primero jugó con el Athletic de Bilbao dos partidos magníficos: 5-3 en Bilbao (como se ha visto el día 16 de enero), bajo la nieve, y 3-0 a la vuelta, en Main Road (Old Trafford estaba en obras). Luego, en semifinales, contra el Madrid: 3-1 para los blancos en Chamartín y 2-2 en Old Trafford. Pero aquel equipo había dejado un gran sello. Volvió a ganar la liga inglesa y se inscribió para la tercera edición, en la que contaba entre los favoritos. Eran los Busby’s babes, los chicos de Matt Busby, un gran mánager que estaba formando un equipo joven y magnífico. Un equipo con pinta de tener un gran recorrido de mejora.
Eliminó sucesivamente al Shamrock Rovers, Dukla de Praga y Estrella Roja: 2-1 en Manchester y 3-3 la vuelta, en Belgrado. De regreso, el avión hizo escala en Múnich. A la hora de despegar, las alas del Elizabethan Class G-ALZU AS-57, bimotor de la BEA, habían cargado demasiado hielo. El avión aborta dos intentos de despegue. En el tercero se levanta, pero no supera la altura de los árboles del bosque que cierra la pista.
De los cuarenta y tres pasajeros mueren veintitrés, entre ellos siete jugadores del Manchester: Geoff Bent, Roger Byrne, Eddie Colman, Mark Jones, David Pegg, Tommy Taylor y Liam Whelan. Duncan Edwards, de veintiun años, con dieciocho partidos internacionales ya (había debutado con dieciocho años), lucha durante dos semanas entre la vida y la muerte. Iba para ser uno de los jugadores más grandes de todos los tiempos. Un jovencísimo Bobby Charlton se cuenta entre los supervivientes, como Matt Busby, el gran mánager, que poco a poco rehará el equipo y lo hará, por fin, campeón de Europa diez años más tarde, en una inolvidable noche en Wembley, ante el Benfica. Fue la final más emotiva en la larga historia de esta competición.
Bobby Charlton, uno de los supervivientes de la catástrofe, recogió aquella copa con una emoción inimaginable. En su recuerdo estaban todos sus compañeros perdidos diez años atrás, particularmente Duncan Edwards, del que una vez le escuché comentar: «Tenía físico, velocidad, desplazaba perfectamente el balón en largo con cualquiera de las dos piernas, veía la jugada a la perfección. Nunca me he sentido tan inferior a alguien en un campo de fútbol como junto a él». Duncan Edwards todavía tenía edad de juvenil cuando se estrelló el avión. Era de la misma quinta que el gran Charlton. Solo que había debutado ya con la selección inglesa a los dieciséis años, el más joven de la historia. Charlton siempre pensó que quien debería haber recogido esa copa era Duncan Edwards, y que con él hubieran ganado otras antes de esa.