¿Por qué Hillary Clinton no convence a las votantes menores de 30 años?
La candidata demócrata choca contra una barrera generacional
Cristina F. Pereda
Washington, El País
La candidata demócrata Hillary Clinton defiende que ha luchado toda su carrera para que las mujeres puedan tomar sus propias decisiones “incluso si eso supone que no me votarán a mí”. Lo afirmó pocos días después de saber que la mayoría de las votantes menores de 30 años, la generación que ha crecido en mayores condiciones de igualdad con respecto a los hombres, se han decantado por su rival, Bernie Sanders.
La campaña de Clinton se esforzó en los primeros meses en mostrar el apoyo que tiene entre rostros jóvenes y conocidos del mundo de la cultura, como Amy Schumer, Lena Dunham o Katy Perry. Pero en las últimas semanas, quizás intentando acentuar sus vínculos con los primeros pasos del movimiento feminista, se ha rodeado de Gloria Steinem, su líder en los 60 y 70, y Madeleine Albright, la primera mujer secretaria de Estado.
No salió bien. Steinem especuló en televisión que las mujeres jóvenes no votan a Clinton porque “los chicos van con Sanders”. Y Albright recurrió a su frase “hay un lugar en el infierno reservado para las mujeres que no apoyan a otras mujeres”. Ambas tuvieron que rectificar.
El incidente es un ejemplo más de la capacidad de los procesos electorales para manifestar los síntomas de la sociedad. Clinton, una mujer a la que se atribuyen algunos de los mayores avances de la igualdad en Estados Unidos, se ha topado con una brecha generacional y no logra convencer a las jóvenes que más se han podido beneficiar de su lucha.
Mientras expertos y votantes intentan descifrar el porqué, muchos preguntan si es sexista asumir que las jóvenes iban a votar a Clinton simplemente por ser mujer, o si la generación de los millennials simplemente ha dado por sentado unos avances por los que hubo que luchar durante décadas. Los sondeos tampoco lo explican. Ser una mujer es un obstáculo mayor para las candidatas republicanas que para las demócratas, según una encuesta electoral reciente y el Centro Pew ya reveló en 2015 que la preferencia por un partido está por encima del género del candidato a la hora de votar.
“Clinton necesita explicar a las jóvenes por qué esta revolución le necesita más que nunca”, asegura Jay Newton-Small, autora de Broad Influence, una obra sobre cómo las mujeres están cambiando la cultura laboral de Estados Unidos. Newton-Small habla de una revolución “silenciosa” ocurrida entre 1970, cuando se anularon las leyes que exigían a las mujeres tener autorización de su marido para trabajar, y la actualidad. Las mujeres representan hoy el 47% de los trabajadores en Estados Unidos. Y “ya no son tan silenciosas”.
Voluntarias de Clinton en Nevada.
Voluntarias de Clinton en Nevada. JUSTIN SULLIVAN AFP
Frente a Steinem, Albright o Clinton —una de las primeras senadoras de EE UU, segunda secretaria de Estado y quien estrenó el papel de primera dama activista— una nueva generación reivindica igualdad salarial en Hollywood (Jennifer Lawrence), representa los derechos de las niñas en el mundo (Emma Watson), dirige influyentes series sobre mujeres millennials en Nueva York (Lena Dunham), piden desde los escenarios que “ninguna mujer se crea lo que le diga nadie” (Taylor Swift) o graban canciones en los que aseguran que “la mejor venganza” es ganar el mismo dinero (Beyoncé).
Una candidata más
“Hillary Clinton no representa un cambio radical. Barack Obama sí lo hizo, como ahora Bernie Sanders. Eso es lo que gusta a los millennials”, explica Molly Roberts, columnista de la revista estudiantil de Harvard. Roberts apunta a una diferencia más: los más jóvenes ponen por delante las preocupaciones de su generación —como la deuda estudiantil o la desigualdad racial— que el género del candidato. “Puede que Clinton sea una mujer, pero también es blanca y privilegiada”, dice la estudiante, y añade: “nos es que Clinton no represente una variedad de identidades, es que es una política y como tal, es parte del problema”.
Quizás Clinton, como asegura Newton-Small, no haya sabido demostrar aún al electorado femenino que la igualdad total no existe y que el movimiento aún le necesita. Las mujeres todavía ocupan apenas el 3% de los puestos de liderazgo en los fondos de inversión, el 1,5% de la presidencia de las empresas y menos del 40% del profesorado universitario. O quizás sea una cuestión de tiempo.
Dos columnistas de Vox apuntan al factor del “sexismo tardío”. Nunca en la historia las estadounidenses han esperado más tiempo para casarse y/o tener hijos. “Cuando llegan a la treintena, las mujeres se enfrentan a un doble choque: las expectativas por su género en cuanto a crear una familia y los límites sexistas que les impiden avanzar en su carrera por esa decisión”. Aunque ahora las millennials no sientan que le deben nada a Clinton, aseguran, “puede que en unos años se sientan de otra manera”.
“Parece que las votantes más jóvenes empiezan a mirar a Hillary como una candidata más y no como un imperativo histórico”, escribió la columnista Maureen Dowd en un devastador artículo titulado Cuando Hillary Clinton asesinó al feminismo. “Las jóvenes que apoyan a Sanders están viviendo el sueño feminista, donde el género ya no restringe ni define tus pociones, donde las niñas crecen sabiendo que pueden llegar hasta donde quieran. Las aspiraciones de los 70 ahora son parte de la cultura”, dice Dowd.
De vuelta a la realidad, puede que ese sueño sea ahora la pesadilla de Clinton.
Cristina F. Pereda
Washington, El País
La candidata demócrata Hillary Clinton defiende que ha luchado toda su carrera para que las mujeres puedan tomar sus propias decisiones “incluso si eso supone que no me votarán a mí”. Lo afirmó pocos días después de saber que la mayoría de las votantes menores de 30 años, la generación que ha crecido en mayores condiciones de igualdad con respecto a los hombres, se han decantado por su rival, Bernie Sanders.
La campaña de Clinton se esforzó en los primeros meses en mostrar el apoyo que tiene entre rostros jóvenes y conocidos del mundo de la cultura, como Amy Schumer, Lena Dunham o Katy Perry. Pero en las últimas semanas, quizás intentando acentuar sus vínculos con los primeros pasos del movimiento feminista, se ha rodeado de Gloria Steinem, su líder en los 60 y 70, y Madeleine Albright, la primera mujer secretaria de Estado.
No salió bien. Steinem especuló en televisión que las mujeres jóvenes no votan a Clinton porque “los chicos van con Sanders”. Y Albright recurrió a su frase “hay un lugar en el infierno reservado para las mujeres que no apoyan a otras mujeres”. Ambas tuvieron que rectificar.
El incidente es un ejemplo más de la capacidad de los procesos electorales para manifestar los síntomas de la sociedad. Clinton, una mujer a la que se atribuyen algunos de los mayores avances de la igualdad en Estados Unidos, se ha topado con una brecha generacional y no logra convencer a las jóvenes que más se han podido beneficiar de su lucha.
Mientras expertos y votantes intentan descifrar el porqué, muchos preguntan si es sexista asumir que las jóvenes iban a votar a Clinton simplemente por ser mujer, o si la generación de los millennials simplemente ha dado por sentado unos avances por los que hubo que luchar durante décadas. Los sondeos tampoco lo explican. Ser una mujer es un obstáculo mayor para las candidatas republicanas que para las demócratas, según una encuesta electoral reciente y el Centro Pew ya reveló en 2015 que la preferencia por un partido está por encima del género del candidato a la hora de votar.
“Clinton necesita explicar a las jóvenes por qué esta revolución le necesita más que nunca”, asegura Jay Newton-Small, autora de Broad Influence, una obra sobre cómo las mujeres están cambiando la cultura laboral de Estados Unidos. Newton-Small habla de una revolución “silenciosa” ocurrida entre 1970, cuando se anularon las leyes que exigían a las mujeres tener autorización de su marido para trabajar, y la actualidad. Las mujeres representan hoy el 47% de los trabajadores en Estados Unidos. Y “ya no son tan silenciosas”.
Voluntarias de Clinton en Nevada.
Voluntarias de Clinton en Nevada. JUSTIN SULLIVAN AFP
Frente a Steinem, Albright o Clinton —una de las primeras senadoras de EE UU, segunda secretaria de Estado y quien estrenó el papel de primera dama activista— una nueva generación reivindica igualdad salarial en Hollywood (Jennifer Lawrence), representa los derechos de las niñas en el mundo (Emma Watson), dirige influyentes series sobre mujeres millennials en Nueva York (Lena Dunham), piden desde los escenarios que “ninguna mujer se crea lo que le diga nadie” (Taylor Swift) o graban canciones en los que aseguran que “la mejor venganza” es ganar el mismo dinero (Beyoncé).
Una candidata más
“Hillary Clinton no representa un cambio radical. Barack Obama sí lo hizo, como ahora Bernie Sanders. Eso es lo que gusta a los millennials”, explica Molly Roberts, columnista de la revista estudiantil de Harvard. Roberts apunta a una diferencia más: los más jóvenes ponen por delante las preocupaciones de su generación —como la deuda estudiantil o la desigualdad racial— que el género del candidato. “Puede que Clinton sea una mujer, pero también es blanca y privilegiada”, dice la estudiante, y añade: “nos es que Clinton no represente una variedad de identidades, es que es una política y como tal, es parte del problema”.
Quizás Clinton, como asegura Newton-Small, no haya sabido demostrar aún al electorado femenino que la igualdad total no existe y que el movimiento aún le necesita. Las mujeres todavía ocupan apenas el 3% de los puestos de liderazgo en los fondos de inversión, el 1,5% de la presidencia de las empresas y menos del 40% del profesorado universitario. O quizás sea una cuestión de tiempo.
Dos columnistas de Vox apuntan al factor del “sexismo tardío”. Nunca en la historia las estadounidenses han esperado más tiempo para casarse y/o tener hijos. “Cuando llegan a la treintena, las mujeres se enfrentan a un doble choque: las expectativas por su género en cuanto a crear una familia y los límites sexistas que les impiden avanzar en su carrera por esa decisión”. Aunque ahora las millennials no sientan que le deben nada a Clinton, aseguran, “puede que en unos años se sientan de otra manera”.
“Parece que las votantes más jóvenes empiezan a mirar a Hillary como una candidata más y no como un imperativo histórico”, escribió la columnista Maureen Dowd en un devastador artículo titulado Cuando Hillary Clinton asesinó al feminismo. “Las jóvenes que apoyan a Sanders están viviendo el sueño feminista, donde el género ya no restringe ni define tus pociones, donde las niñas crecen sabiendo que pueden llegar hasta donde quieran. Las aspiraciones de los 70 ahora son parte de la cultura”, dice Dowd.
De vuelta a la realidad, puede que ese sueño sea ahora la pesadilla de Clinton.