Los iraníes se movilizan para impedir una mayoría ultra en el Parlamento
Los periodistas se convierten en víctimas del rifirrafe político entre el Gobierno y la oposición
Ángeles Espinosa
Teherán, El País
“No estoy con nadie, pero voto contra los extremistas”, confía Mariam, una treintañera que acaba de depositar sus papeletas en un colegio electoral de Tajrish, al norte de Teherán. Como ella, 55 millones de iraníes estaban convocados este viernes para elegir el nuevo Parlamento y la Asamblea de Expertos. Y si la capital, con un sexto del electorado, sirve de medida, ese parecía el espíritu de la jornada. La movilización de los reformistas para frenar a los ultras alarmó de tal manera a estos que sus presiones llevaron a que se bloqueara el acceso de la prensa a los colegios electorales.
“Las elecciones se producen en una situación compleja; es difícil para los reformistas competir en estas circunstancias”, admitía Ali Reza Rahimí, el número diez en la Lista de la Esperanza, la alianza de moderados y reformistas que respalda al Gobierno de Hasan Rohaní. “Aun así, sentimos el apoyo del pueblo a los reformistas. Es un mensaje contundente”, resumía el político a las puertas de la Huseiniya Ershad, en la calle Pasdarán, donde acababa de votar.
Su optimismo no parece descabellado. La observación casual de una docena de colegios electorales por toda la ciudad mostraba una elevada presencia de votantes en los barrios de clase media, la mayoría de ellos con la Lista de la Esperanza en la mano. Sin embargo, en las zonas populares que suelen ser cantera habitual de los ultras, la participación parecía menos entusiasta.
Poco después de que Rahimi abandonara la Huseiniya Ershad, el centenar de personas que espera para votar irrumpe en gritos de "¡Viva Jatamí, viva Jatamí!". Pero quien llega no es el presidente reformista que gobernó el país entre 1997 y 2005, sino Mahdi Kuchakzadeh, un exdiputado ultraconservador que acusó de alta traición a los negociadores nucleares. La sospecha de que Kuchakzadeh intenta saltarse la fila genera una protesta espontánea: “A la cola, a la cola”, corean los presentes achuchando al político que, sin torcer el gesto, se va sin votar por una calle lateral.
“Quiero apoyar las reformas del presidente Rohaní, que van en buen camino, y también impedir la entrada en el Parlamento de algunos ultras como Kuchakzadeh”, afirma Saba Norouzian, una estudiante de Derecho de 22 años que ha asistido al incidente.
Los reformistas, marginados del poder desde las protestas desde 2009, han visto como el Consejo de Guardianes (un órgano no elegido que supervisa las elecciones) vetaba a la mayoría de sus candidatos hasta hacer imposible que logren una presencia significativa. No obstante, han optado por el voto útil, apoyar a los conservadores moderados o pragmáticos del entorno de Rohaní, para frenar al menos el avance de los ultras y asegurar un legislativo capaz de trabajar con el Gobierno en la liberación económica. El aparente éxito de su táctica ha hecho sonar las alarmas
La inesperada negativa a la entrada de periodistas en los colegios electorales, una medida sin precedentes, ha revelado la tensión política desatada por las elecciones. “No está prevista la presencia de los medios”, “su acreditación no vale”, “hablen con la gobernación”, “lo estamos arreglando”... La confusión resultaba sorprendente pues Irán organiza razonablemente bien este tipo de eventos y no se habían anunciado restricciones a la cobertura informativa dentro de Teherán. ¿Se trataba de un intento de sabotear la imagen de Rohaní?
“Ha sido una medida preventiva del Gobierno ante el riesgo de que el Consejo de Guardianes pueda anular los resultados en los colegios que no le resulten favorables”, justificaba apurada una fuente del ministerio de Orientación Islámica (responsable de la acreditación de la prensa).
Al parecer, para evitar esa posibilidad, el ministerio del Interior (organizador de los comicios) decidió la víspera, deprisa y corriendo, emitir acreditaciones limitadas a algunos medios estatales. Tras varias horas de desconcierto, innumerables llamadas y explicaciones inconsistentes, al final de la mañana se autorizaba la presencia de la prensa en media docena de centros aunque no todos parecían haberse enterado. Ni en la mezquita de Enghelab ni en la Huseiniya Ershad, permiten la entrada de los reporteros.
“Tenemos que elegir entre lo malo y lo peor. No quiero que los extremistas entren en el Parlamento, por eso apoyo a los moderados y los reformistas”, señala Mansur Mohammadi, un maestro retirado de 54 años.
Pero si en el centro y el norte de Teherán la mayoría de los consultados decían haberse decantado por la alianza pro-Gobierno, el voto conservador resistía en los barrios populares del sur. “Es un deber religioso. Tenemos que proteger al país ante los enemigos, en especial ante los enemigos del islam”, declaraba Mujtaram Taherí, un ama de casa de 62 años, tras votar a primera hora de la mañana en la mezquita del imam Sajad, en el barrio de Amirieh. ¿Quiénes son los enemigos? “Israel y Estados Unidos”, respondía como si fuera obvio.
46 nombres iraníes
“Nos ha costado una hora larga”, asegura a media tarde un matrimonio que vota en Saadat Abad, al noroeste de Teherán. Las colas son más fruto de la complejidad del sistema de votación que de una participación desbordante, aunque el viceministro del Interior Mohammad Reza Aminzadeh estimó la víspera que rondaría el 65%. Los electores tienen que escribir a mano los nombres y número de código de los candidatos. En el caso de Teherán, 30 para el Parlamento y 16 para la Asamblea de Expertos. Muchos llevan la chuleta en una octavilla o en el móvil. Pero también hay quien se ve obligado a buscar entre las interminables listas colgadas de la pared.
Como es habitual, el horario de votación se extendió hasta las diez de la noche, cuatro horas más tarde del cierre oficial, para acomodar a los votantes tardíos.
Es un truco para el sábado decir que votaron muchísimos. Y sin duda la votación ha sido nutrida. En Teherán similar a 2012 (legislativas) y 2013 (presidenciales), pero sin llegar a lo de 1997 y 2001 cuando Jatamí.
Ángeles Espinosa
Teherán, El País
“No estoy con nadie, pero voto contra los extremistas”, confía Mariam, una treintañera que acaba de depositar sus papeletas en un colegio electoral de Tajrish, al norte de Teherán. Como ella, 55 millones de iraníes estaban convocados este viernes para elegir el nuevo Parlamento y la Asamblea de Expertos. Y si la capital, con un sexto del electorado, sirve de medida, ese parecía el espíritu de la jornada. La movilización de los reformistas para frenar a los ultras alarmó de tal manera a estos que sus presiones llevaron a que se bloqueara el acceso de la prensa a los colegios electorales.
“Las elecciones se producen en una situación compleja; es difícil para los reformistas competir en estas circunstancias”, admitía Ali Reza Rahimí, el número diez en la Lista de la Esperanza, la alianza de moderados y reformistas que respalda al Gobierno de Hasan Rohaní. “Aun así, sentimos el apoyo del pueblo a los reformistas. Es un mensaje contundente”, resumía el político a las puertas de la Huseiniya Ershad, en la calle Pasdarán, donde acababa de votar.
Su optimismo no parece descabellado. La observación casual de una docena de colegios electorales por toda la ciudad mostraba una elevada presencia de votantes en los barrios de clase media, la mayoría de ellos con la Lista de la Esperanza en la mano. Sin embargo, en las zonas populares que suelen ser cantera habitual de los ultras, la participación parecía menos entusiasta.
Poco después de que Rahimi abandonara la Huseiniya Ershad, el centenar de personas que espera para votar irrumpe en gritos de "¡Viva Jatamí, viva Jatamí!". Pero quien llega no es el presidente reformista que gobernó el país entre 1997 y 2005, sino Mahdi Kuchakzadeh, un exdiputado ultraconservador que acusó de alta traición a los negociadores nucleares. La sospecha de que Kuchakzadeh intenta saltarse la fila genera una protesta espontánea: “A la cola, a la cola”, corean los presentes achuchando al político que, sin torcer el gesto, se va sin votar por una calle lateral.
“Quiero apoyar las reformas del presidente Rohaní, que van en buen camino, y también impedir la entrada en el Parlamento de algunos ultras como Kuchakzadeh”, afirma Saba Norouzian, una estudiante de Derecho de 22 años que ha asistido al incidente.
Los reformistas, marginados del poder desde las protestas desde 2009, han visto como el Consejo de Guardianes (un órgano no elegido que supervisa las elecciones) vetaba a la mayoría de sus candidatos hasta hacer imposible que logren una presencia significativa. No obstante, han optado por el voto útil, apoyar a los conservadores moderados o pragmáticos del entorno de Rohaní, para frenar al menos el avance de los ultras y asegurar un legislativo capaz de trabajar con el Gobierno en la liberación económica. El aparente éxito de su táctica ha hecho sonar las alarmas
La inesperada negativa a la entrada de periodistas en los colegios electorales, una medida sin precedentes, ha revelado la tensión política desatada por las elecciones. “No está prevista la presencia de los medios”, “su acreditación no vale”, “hablen con la gobernación”, “lo estamos arreglando”... La confusión resultaba sorprendente pues Irán organiza razonablemente bien este tipo de eventos y no se habían anunciado restricciones a la cobertura informativa dentro de Teherán. ¿Se trataba de un intento de sabotear la imagen de Rohaní?
“Ha sido una medida preventiva del Gobierno ante el riesgo de que el Consejo de Guardianes pueda anular los resultados en los colegios que no le resulten favorables”, justificaba apurada una fuente del ministerio de Orientación Islámica (responsable de la acreditación de la prensa).
Al parecer, para evitar esa posibilidad, el ministerio del Interior (organizador de los comicios) decidió la víspera, deprisa y corriendo, emitir acreditaciones limitadas a algunos medios estatales. Tras varias horas de desconcierto, innumerables llamadas y explicaciones inconsistentes, al final de la mañana se autorizaba la presencia de la prensa en media docena de centros aunque no todos parecían haberse enterado. Ni en la mezquita de Enghelab ni en la Huseiniya Ershad, permiten la entrada de los reporteros.
“Tenemos que elegir entre lo malo y lo peor. No quiero que los extremistas entren en el Parlamento, por eso apoyo a los moderados y los reformistas”, señala Mansur Mohammadi, un maestro retirado de 54 años.
Pero si en el centro y el norte de Teherán la mayoría de los consultados decían haberse decantado por la alianza pro-Gobierno, el voto conservador resistía en los barrios populares del sur. “Es un deber religioso. Tenemos que proteger al país ante los enemigos, en especial ante los enemigos del islam”, declaraba Mujtaram Taherí, un ama de casa de 62 años, tras votar a primera hora de la mañana en la mezquita del imam Sajad, en el barrio de Amirieh. ¿Quiénes son los enemigos? “Israel y Estados Unidos”, respondía como si fuera obvio.
46 nombres iraníes
“Nos ha costado una hora larga”, asegura a media tarde un matrimonio que vota en Saadat Abad, al noroeste de Teherán. Las colas son más fruto de la complejidad del sistema de votación que de una participación desbordante, aunque el viceministro del Interior Mohammad Reza Aminzadeh estimó la víspera que rondaría el 65%. Los electores tienen que escribir a mano los nombres y número de código de los candidatos. En el caso de Teherán, 30 para el Parlamento y 16 para la Asamblea de Expertos. Muchos llevan la chuleta en una octavilla o en el móvil. Pero también hay quien se ve obligado a buscar entre las interminables listas colgadas de la pared.
Como es habitual, el horario de votación se extendió hasta las diez de la noche, cuatro horas más tarde del cierre oficial, para acomodar a los votantes tardíos.
Es un truco para el sábado decir que votaron muchísimos. Y sin duda la votación ha sido nutrida. En Teherán similar a 2012 (legislativas) y 2013 (presidenciales), pero sin llegar a lo de 1997 y 2001 cuando Jatamí.