La vida en el califato del horror
Ruqia Hassan, asesinada por el ISIS, narró en Facebook el terror que desangra Siria
ALAIN FRACHON (‘LE MONDE’)
“He recibido amenazas de muerte. Seguramente, el Estado Islámico va a detenerme (…) y a decapitarme. Pero conservaré mi dignidad. Mejor morir que vivir humillada por estos tipos”. Se llamaba Ruqia Hassan Mohammed. La foto de su perfil de Facebook muestra a una joven elegantemente maquillada. Lleva un pañuelo negro sobre una diadema dorada, anillos y pulseras en ambas manos y una túnica larga y ceñida a la cintura. Tenía el rostro rellenito, los pómulos altos y una sonrisa tímida. Era siria y vivía en Raqa, la capital del Estado Islámico (ISIS, en inglés). Ruqia contaba en Facebook su vida en una ciudad bajo el yugo de los yihadistas. A estos no les gustó. A comienzos de enero, anunciaron que había sido ejecutada. Tenía 30 años.
Esta información llegó a Europa en enero. Algunas líneas, a veces un artículo sobre una muerte más en Siria. ¿Por qué intentar averiguar más sobre Ruqia? ¿Para asociar una vida a esa foto? ¿Para intentar sacarla del anonimato estadístico? Tal vez. Pero hay algo más. Revisando la prensa de los dos últimos años —Le Monde, L’Obs, Le Figaro, Libération, los diarios británicos The Guardian y The Independent—, es posible dar con algunos retazos de la vida de Ruqia. Y, enlazados uno tras otro (gracias, queridos colegas), narran una parte de la tragedia siria. Ruqia luchó contra dos poderosas máquinas de muerte: el régimen de Bachar el Asad y el Estado Islámico. La suya es una historia ejemplar.
Ruqia tenía 30 años. A lo largo de todo 2015, bajo el seudónimo de Nissan Ibrahim, la joven publicó en Facebook una especie de diario de a bordo: la vida en tiempos del ISIS y de los bombardeos aéreos. “Cada día, prohibido, prohibido, prohibido. Lo único que hacen [los yihadistas] es prohibir. Sigo esperando el día en que finalmente permitan algo”. “Hoy la policía [los hombres del ISIS] ha llevado a cabo una oleada de arrestos arbitrarios. Dios mío, te lo suplico, líbranos de esta pesadilla y elimina a esta gente”. “Hoy una tunecina [una yihadista del ISIS] me ha llamado la atención a causa de mi atuendo. Yo la he ignorado y he seguido caminando. Me hubiera gustado tener una pistola para matarla. Quisiera acabar con estas humillaciones, con estos tipos que nos imponen su poder. Ya no soporto ser una ciudadana de segunda clase. Dios mío, ¡ayúdanos!”.
Día de bombardeo: “En el mercado, las personas chocan unas con otras. No porque sean demasiado numerosas, sino porque de repente han alzado sus miradas al cielo e, inconscientemente, han echado a correr. Dron en el cielo ahora mismo, explosión más tarde. Que Dios proteja a los civiles y… nos libre de los otros”.
“He recibido amenazas de muerte. Pero conservaré mi dignidad. Mejor morir que vivir humillada”
Ruqia nació en Raqa en 1985, en el seno de una familia acomodada de la comunidad kurda local. Su entorno es conservador: su padre va a la mezquita cada día. Pero las dos hijas de su primera esposa cursan estudios superiores. Ruqia estudia filosofía en Alepo; su hermana es médico. Ruqia tiene cinco hermanos fruto de la unión de su padre con su segunda esposa.
¿Cómo es Raqa, esta pequeña ciudad de 250.000 habitantes situada en la orilla norte del Éufrates y perdida en el noreste de Siria que va a conocer un extraño destino: convertirse en la “capital” del minicalifato de Abubaker al Bagdadi, líder del Estado Islámico? “Una aldea un poco paleta en la que antaño se sedentarizaron algunas tribus del valle del Éufrates”, explica Hala Kodmani. Esta periodista francosiria viajó a Raqa en septiembre de 2013 y regresó con una serie de reportajes para Libération.
Marzo de 2011, inicio de la revuelta contra el régimen de El Asad. Ruqia está a la cabeza de las manifestaciones en Raqa. En 2013, la revuelta se transforma en enfrentamiento armado. Ocupado en otros lugares, el Ejército abandona la ciudad, que conoce un breve periodo “sesentayochista”, dice Hala Kodmani: creación de alrededor de 40 publicaciones, múltiples debates entre ciudadanos, en los que las mujeres son las más activas. Ruqia participa en el movimiento Haquna (nuestro derecho), que no quiere ni la tiranía del clan Asad ni la de los grupos armados islamistas presentes en la ciudad.
Con el tiempo, uno de esos grupos, el ISIS, expulsa a los demás e impone su orden totalitario: velos y nicabs negros para las mujeres, crucifixiones, decapitaciones, flagelaciones en público. Ruqia conoce a algunos de los admirables ciudadanos-periodistas agrupados bajo el acrónimo RBSS (Raqqa Is Being Slaughtered Silently o Raqa está siendo aniquilada silenciosamente). Arriesgando sus vidas, en el punto de mira del ISIS, filtran todo lo que pueden sobre la vida de Ruqia.
Los amigos de Ruqia le decían que se arriesgaba demasiado con sus entradas en Facebook. Fue detenida durante el verano de 2015, en julio o en agosto. A partir del 25 de julio, no publica nada más, pero su perfil permanece abierto —tal vez para atrapar a sus contactos—. Al parecer, la detienen en Raqa. El ISIS la acusa de “espionaje”. Su familia visita la prisión cada día, pero nunca recibirá autorización para ver a Ruqia.
Pasan los meses. A comienzos de enero, uno de sus hermanos contacta de nuevo con los hombres del ISIS. Le responden que su hermana ha sido ejecutada con otras cinco mujeres. ¿Cuándo? Ninguna explicación. ¿Cómo? Ninguna explicación. Pero el ISIS se niega a entregar su cuerpo a la familia. Puede que algún día haya una placa en algún punto de la Raqa liberada en memoria de una joven que desafió a los canallas del ISIS y que portará este nombre: Ruqia Hassan Mohammed.
ALAIN FRACHON (‘LE MONDE’)
“He recibido amenazas de muerte. Seguramente, el Estado Islámico va a detenerme (…) y a decapitarme. Pero conservaré mi dignidad. Mejor morir que vivir humillada por estos tipos”. Se llamaba Ruqia Hassan Mohammed. La foto de su perfil de Facebook muestra a una joven elegantemente maquillada. Lleva un pañuelo negro sobre una diadema dorada, anillos y pulseras en ambas manos y una túnica larga y ceñida a la cintura. Tenía el rostro rellenito, los pómulos altos y una sonrisa tímida. Era siria y vivía en Raqa, la capital del Estado Islámico (ISIS, en inglés). Ruqia contaba en Facebook su vida en una ciudad bajo el yugo de los yihadistas. A estos no les gustó. A comienzos de enero, anunciaron que había sido ejecutada. Tenía 30 años.
Esta información llegó a Europa en enero. Algunas líneas, a veces un artículo sobre una muerte más en Siria. ¿Por qué intentar averiguar más sobre Ruqia? ¿Para asociar una vida a esa foto? ¿Para intentar sacarla del anonimato estadístico? Tal vez. Pero hay algo más. Revisando la prensa de los dos últimos años —Le Monde, L’Obs, Le Figaro, Libération, los diarios británicos The Guardian y The Independent—, es posible dar con algunos retazos de la vida de Ruqia. Y, enlazados uno tras otro (gracias, queridos colegas), narran una parte de la tragedia siria. Ruqia luchó contra dos poderosas máquinas de muerte: el régimen de Bachar el Asad y el Estado Islámico. La suya es una historia ejemplar.
Ruqia tenía 30 años. A lo largo de todo 2015, bajo el seudónimo de Nissan Ibrahim, la joven publicó en Facebook una especie de diario de a bordo: la vida en tiempos del ISIS y de los bombardeos aéreos. “Cada día, prohibido, prohibido, prohibido. Lo único que hacen [los yihadistas] es prohibir. Sigo esperando el día en que finalmente permitan algo”. “Hoy la policía [los hombres del ISIS] ha llevado a cabo una oleada de arrestos arbitrarios. Dios mío, te lo suplico, líbranos de esta pesadilla y elimina a esta gente”. “Hoy una tunecina [una yihadista del ISIS] me ha llamado la atención a causa de mi atuendo. Yo la he ignorado y he seguido caminando. Me hubiera gustado tener una pistola para matarla. Quisiera acabar con estas humillaciones, con estos tipos que nos imponen su poder. Ya no soporto ser una ciudadana de segunda clase. Dios mío, ¡ayúdanos!”.
Día de bombardeo: “En el mercado, las personas chocan unas con otras. No porque sean demasiado numerosas, sino porque de repente han alzado sus miradas al cielo e, inconscientemente, han echado a correr. Dron en el cielo ahora mismo, explosión más tarde. Que Dios proteja a los civiles y… nos libre de los otros”.
“He recibido amenazas de muerte. Pero conservaré mi dignidad. Mejor morir que vivir humillada”
Ruqia nació en Raqa en 1985, en el seno de una familia acomodada de la comunidad kurda local. Su entorno es conservador: su padre va a la mezquita cada día. Pero las dos hijas de su primera esposa cursan estudios superiores. Ruqia estudia filosofía en Alepo; su hermana es médico. Ruqia tiene cinco hermanos fruto de la unión de su padre con su segunda esposa.
¿Cómo es Raqa, esta pequeña ciudad de 250.000 habitantes situada en la orilla norte del Éufrates y perdida en el noreste de Siria que va a conocer un extraño destino: convertirse en la “capital” del minicalifato de Abubaker al Bagdadi, líder del Estado Islámico? “Una aldea un poco paleta en la que antaño se sedentarizaron algunas tribus del valle del Éufrates”, explica Hala Kodmani. Esta periodista francosiria viajó a Raqa en septiembre de 2013 y regresó con una serie de reportajes para Libération.
Marzo de 2011, inicio de la revuelta contra el régimen de El Asad. Ruqia está a la cabeza de las manifestaciones en Raqa. En 2013, la revuelta se transforma en enfrentamiento armado. Ocupado en otros lugares, el Ejército abandona la ciudad, que conoce un breve periodo “sesentayochista”, dice Hala Kodmani: creación de alrededor de 40 publicaciones, múltiples debates entre ciudadanos, en los que las mujeres son las más activas. Ruqia participa en el movimiento Haquna (nuestro derecho), que no quiere ni la tiranía del clan Asad ni la de los grupos armados islamistas presentes en la ciudad.
Con el tiempo, uno de esos grupos, el ISIS, expulsa a los demás e impone su orden totalitario: velos y nicabs negros para las mujeres, crucifixiones, decapitaciones, flagelaciones en público. Ruqia conoce a algunos de los admirables ciudadanos-periodistas agrupados bajo el acrónimo RBSS (Raqqa Is Being Slaughtered Silently o Raqa está siendo aniquilada silenciosamente). Arriesgando sus vidas, en el punto de mira del ISIS, filtran todo lo que pueden sobre la vida de Ruqia.
Los amigos de Ruqia le decían que se arriesgaba demasiado con sus entradas en Facebook. Fue detenida durante el verano de 2015, en julio o en agosto. A partir del 25 de julio, no publica nada más, pero su perfil permanece abierto —tal vez para atrapar a sus contactos—. Al parecer, la detienen en Raqa. El ISIS la acusa de “espionaje”. Su familia visita la prisión cada día, pero nunca recibirá autorización para ver a Ruqia.
Pasan los meses. A comienzos de enero, uno de sus hermanos contacta de nuevo con los hombres del ISIS. Le responden que su hermana ha sido ejecutada con otras cinco mujeres. ¿Cuándo? Ninguna explicación. ¿Cómo? Ninguna explicación. Pero el ISIS se niega a entregar su cuerpo a la familia. Puede que algún día haya una placa en algún punto de la Raqa liberada en memoria de una joven que desafió a los canallas del ISIS y que portará este nombre: Ruqia Hassan Mohammed.