La pelea de dos neoyorquinos de barrio
El senador demócrata y el magnate republicano se criaron en la posguerra entre Queens y Brooklyn
Amanda Mars
Nueva York, El País
Cuando nació Bernie Sanders, en 1941, los míticos Dodgers aún eran un equipo de béisbol de Brooklyn del que los niños del distrito intercambiaban cromos. El año 46, cuando Bernie tenía cinco, lo recuerdan muchos de aquella época porque Jackie Robinson hizo historia al convertirse en el primer negro en jugar en las Ligas Mayores y fue con los Dodgers. Ese mismo año nació en Queens Donald Trump. Brooklyn tenía fama de barrio duro; allí había nacido dos años antes que Sanders Henry Hill, el gánster que inspiró Uno de los Nuestros, de Martin Scorsese.
Suele decirse que Nueva York, una especie de símbolo del capitalismo, el mestizaje y el progresismo social, tiene poco que ver con el resto de América; pero, ya sea para atacarla (por el poder de Wall Street) o para ensalzarla (por la heroica respuesta ciudadana tras el 11-S), está en el centro de la campaña para las presidenciales americanas. Dos de los grandes protagonistas, además, son criaturas puramente neoyorquinas, chicos de barrio del Nueva York de la posguerra. Ambos son, como dice el historiador John Manbeck, exalumno del mismo instituto que Sanders, “chicos de Brooklyn”.
Mientras Sanders crecía en un apartamento de renta controlada, el padre de Trump construía las viviendas de las familias trabajadoras de Brooklyn y Queens y así comenzó su imperio. Una anécdota muy extendida de Fred Trump es que, tras la Segunda Guerra Mundial, escondía su origen alemán y se presentaba como sueco para no ahuyentar a vecinos judíos, como la familia de Sanders, cuyo padre era un inmigrante polaco.
El popular local de perritos calientes Nathan's, en la zona playera de Coney Island (Brooklyn), muy concurrido un dia de agosto de 1954.
El popular local de perritos calientes Nathan's, en la zona playera de Coney Island (Brooklyn), muy concurrido un dia de agosto de 1954. Bettmann/CORBIS
Trump y Sanders encarnan también dos personajes perennes en Nueva York: el político radical y el negociante astuto. “Cuando miro a Bernie Sanders, veo el Nueva York de la posguerra, el legado de los años del New Deal. Cuando miro a Trump, veo el Nueva York de los setenta y los ochenta”, explica Mason B. Williams, autor de Ciudad de ambición, una obra sobre la creación del Nueva York moderno, el papel que tuvo el New Deal y los años del legendario alcalde Fiorello La Guardia. Dice que, cuando ve al senador de Vermont, siente que uno de los personajes de su libro salta de las páginas y aparece en la vida real. “Su estilo político y sus ideas sobre el papel del Gobierno son exactamente el progresismo neoyorquino de mediados del siglo XX”, añade.
Donald Trump también se propuso su particular revolución en Nueva York. Mudarse en 1971 desde la periferia a Manhattan, a un pequeño apartamento con poca luz, fue más emocionante para el empresario que cuando se instaló 15 años después en lo alto de la torre Trump de la Quinta Avenida. “Lo tienen que entender, yo era un chico de Queens y de repente tenía un piso en el noroeste” (una zona selecta de la ciudad), explica en las memorias que publicó en los ochenta. “Me convertí en un tipo de ciudad, en lugar de un chico de barrio. Estaba preocupado, pero también era el mejor de los mundos. Era joven y tenía mucha energía, y vivía en Manhattan, aunque me iba a trabajar cada día a Brooklyn”, añadía.
En esos años Trump vio las oportunidades de una ciudad insegura en el largo plazo y protagonizó una suerte de resurrección de la Gran Manzana —con el hotel Commodore en la calle 42 como gran símbolo—. Fue la época en la que hicieron fortuna aquellos yuppies de los ochenta y noventa que retrató Tom Wolfe en La hoguera de las Vanidades.
Manbeck, que ha escrito sobre la historia de Brooklyn, señala que tanto Sanders como Trump “encarnan aquel carácter de los tipos duros del distrito”. “Pero ese carácter diferencial de Brooklyn ya no existe, se ha vuelto un sitio más genérico”.
Alcaldes y 'valores de Nueva York'
El republicano Ted Cruz acusó a Donald Trump de encarnar los “valores [progresistas] de Nueva York”. Para el escritor Mason B. Williams, “el éxito nacional de Trump ha supuesto repudiar algunos valores clave” de la Gran Manzana, “el cosmopolitismo y la apertura a gente de diferentes etnias y religiones”.
Al escuchar el discurso de la “prohibición total” a los musulmanes, dice el escritor, uno lo compara con el del exalcalde Michael Bloomberg defendiendo su derecho a abrir un centro de rezo cerca de la Zona Cero.
Precisamente Bloomberg está barruntando si entra en la carrera presidencial como independiente. Y Trump ha encontrado en otro exalcalde, Rudolph Giuliani (1994-2001), un asesor de cabecera. La campaña puede volverse aún más neoyorquina.
Amanda Mars
Nueva York, El País
Cuando nació Bernie Sanders, en 1941, los míticos Dodgers aún eran un equipo de béisbol de Brooklyn del que los niños del distrito intercambiaban cromos. El año 46, cuando Bernie tenía cinco, lo recuerdan muchos de aquella época porque Jackie Robinson hizo historia al convertirse en el primer negro en jugar en las Ligas Mayores y fue con los Dodgers. Ese mismo año nació en Queens Donald Trump. Brooklyn tenía fama de barrio duro; allí había nacido dos años antes que Sanders Henry Hill, el gánster que inspiró Uno de los Nuestros, de Martin Scorsese.
Suele decirse que Nueva York, una especie de símbolo del capitalismo, el mestizaje y el progresismo social, tiene poco que ver con el resto de América; pero, ya sea para atacarla (por el poder de Wall Street) o para ensalzarla (por la heroica respuesta ciudadana tras el 11-S), está en el centro de la campaña para las presidenciales americanas. Dos de los grandes protagonistas, además, son criaturas puramente neoyorquinas, chicos de barrio del Nueva York de la posguerra. Ambos son, como dice el historiador John Manbeck, exalumno del mismo instituto que Sanders, “chicos de Brooklyn”.
Mientras Sanders crecía en un apartamento de renta controlada, el padre de Trump construía las viviendas de las familias trabajadoras de Brooklyn y Queens y así comenzó su imperio. Una anécdota muy extendida de Fred Trump es que, tras la Segunda Guerra Mundial, escondía su origen alemán y se presentaba como sueco para no ahuyentar a vecinos judíos, como la familia de Sanders, cuyo padre era un inmigrante polaco.
El popular local de perritos calientes Nathan's, en la zona playera de Coney Island (Brooklyn), muy concurrido un dia de agosto de 1954.
El popular local de perritos calientes Nathan's, en la zona playera de Coney Island (Brooklyn), muy concurrido un dia de agosto de 1954. Bettmann/CORBIS
Trump y Sanders encarnan también dos personajes perennes en Nueva York: el político radical y el negociante astuto. “Cuando miro a Bernie Sanders, veo el Nueva York de la posguerra, el legado de los años del New Deal. Cuando miro a Trump, veo el Nueva York de los setenta y los ochenta”, explica Mason B. Williams, autor de Ciudad de ambición, una obra sobre la creación del Nueva York moderno, el papel que tuvo el New Deal y los años del legendario alcalde Fiorello La Guardia. Dice que, cuando ve al senador de Vermont, siente que uno de los personajes de su libro salta de las páginas y aparece en la vida real. “Su estilo político y sus ideas sobre el papel del Gobierno son exactamente el progresismo neoyorquino de mediados del siglo XX”, añade.
Donald Trump también se propuso su particular revolución en Nueva York. Mudarse en 1971 desde la periferia a Manhattan, a un pequeño apartamento con poca luz, fue más emocionante para el empresario que cuando se instaló 15 años después en lo alto de la torre Trump de la Quinta Avenida. “Lo tienen que entender, yo era un chico de Queens y de repente tenía un piso en el noroeste” (una zona selecta de la ciudad), explica en las memorias que publicó en los ochenta. “Me convertí en un tipo de ciudad, en lugar de un chico de barrio. Estaba preocupado, pero también era el mejor de los mundos. Era joven y tenía mucha energía, y vivía en Manhattan, aunque me iba a trabajar cada día a Brooklyn”, añadía.
En esos años Trump vio las oportunidades de una ciudad insegura en el largo plazo y protagonizó una suerte de resurrección de la Gran Manzana —con el hotel Commodore en la calle 42 como gran símbolo—. Fue la época en la que hicieron fortuna aquellos yuppies de los ochenta y noventa que retrató Tom Wolfe en La hoguera de las Vanidades.
Manbeck, que ha escrito sobre la historia de Brooklyn, señala que tanto Sanders como Trump “encarnan aquel carácter de los tipos duros del distrito”. “Pero ese carácter diferencial de Brooklyn ya no existe, se ha vuelto un sitio más genérico”.
Alcaldes y 'valores de Nueva York'
El republicano Ted Cruz acusó a Donald Trump de encarnar los “valores [progresistas] de Nueva York”. Para el escritor Mason B. Williams, “el éxito nacional de Trump ha supuesto repudiar algunos valores clave” de la Gran Manzana, “el cosmopolitismo y la apertura a gente de diferentes etnias y religiones”.
Al escuchar el discurso de la “prohibición total” a los musulmanes, dice el escritor, uno lo compara con el del exalcalde Michael Bloomberg defendiendo su derecho a abrir un centro de rezo cerca de la Zona Cero.
Precisamente Bloomberg está barruntando si entra en la carrera presidencial como independiente. Y Trump ha encontrado en otro exalcalde, Rudolph Giuliani (1994-2001), un asesor de cabecera. La campaña puede volverse aún más neoyorquina.