La Eurocámara rechaza dar garantías a Londres en el pacto sobre el ‘Brexit’
El presidente del Parlamento, Martin Schulz, no garantiza a Cameron un ‘sí’ a un posible acuerdo sobre la oferta del Consejo Europeo y la Comisión para evitar el 'Brexit'
Claudi Pérez
Bruselas, El País
Bruselas se prepara para un último golpe de teatro sobre Reino Unido. El primer ministro británico, David Cameron, buscaba este martes apoyos de última hora en el Parlamento Europeo para defender la pertenencia a la UE en el referéndum previsto para mediados de este año. El visto bueno de los líderes europeos en la cumbre del jueves y el viernes se da por hecho. Y sin embargo eso no garantiza nada: la Eurocámara se reserva la posibilidad de dar un cepillado final —tras la consulta— a los cambios legislativos derivados del acuerdo. La luz verde de los eurodiputados a la excepción británica no está asegurada.
Numerosos socios son reticentes a la oferta de Bruselas a Cameron, que permite discriminar a los trabajadores en función de su nacionalidad. Pero ningún país está dispuesto a vetar el acuerdo: el proyecto europeo quedaría muy tocado si él no vence en la consulta. Pero muchos de los asuntos que incluye esa oferta de Donald Tusk y Jean-Claude Juncker tienen un formidable grado de ambigüedad, y dependen de un desarrollo legislativo problemático, tal como sugirió este martes el presidente de la Eurocámara, Martin Schulz. La oferta exige modificar dos reglamentos, y para eso debe ser aprobada por mayoría cualificada en la Eurocámara.
Cameron ha multiplicado los contactos diplomáticos. Quiere asegurarse el beneplácito de la cumbre europea a un acuerdo que le permita defender el sí a la UE en el referéndum sobre la permanencia de Reino Unido en el club. Lo tiene prácticamente hecho, salvo sorpresa de última hora. Y sin embargo ese pacto es inestable y puede convertirse en un arma de doble filo: aunque los jefes de Gobierno den su visto bueno y por mucho que los británicos apuesten por quedarse en el referéndum, el Parlamento Europeo lanzó este martes un aviso a navegantes.
La Eurocámara no da garantías a Cameron: los eurodiputados se reservan la posibilidad de modificar el contenido del acuerdo en el posterior procedimiento legislativo. El tipo de garantías que busca Cameron en Bruselas en sede parlamentaria “no es posible en democracia”, zanjó este martes el presidente de la Eurocámara, Martin Schulz.
Ese revés le complica las cosas en casa, pero no cambia la partida en la capital europea. El jefe de la Comisión, Jean-Claude Juncker, aseguró que “no hay plan b” para Reino Unido porque no contempla una salida. El presidente del Consejo, Donald Tusk, apuntó que aún es imprescindible “un último esfuerzo”. Pero el indicador adelantado más fiable en Bruselas es Angela Merkel, y la canciller apoyó este martes sin fisuras la oferta europea.
A pesar del amparo de Berlín, Londres lleva días tanteando el terreno. El primer ministro británico venía de reunirse con el presidente francés, François Hollande, quizá el más reacio a otorgar privilegios a la City, el centro financiero de Londres. Este martes, Cameron visitó el Parlamento Europeo, territorio hostil para sus intereses, con un largo pliego de cargos contra la tradicional querencia de Londres por hacer retroceder el reloj europeo. Después se vio con Juncker. Y a última hora obtuvo el visto bueno telefónico del primer ministro checo, Bohuslav Sobotka, que junto con un grupo de países del Este ha mostrado su oposición frontal a la concesión más controvertida obtenida por Cameron: la posibilidad de discriminar a los trabajadores en función de su nacionalidad para evitar el denominado turismo del bienestar, del que no hay evidencia estadística pero que el Gobierno británico ha elevado a piedra angular de sus reivindicaciones.
Un acuerdo bien atado
El drama está asegurado. Al cabo, no hay acuerdos en Bruselas sin una escenificación a la altura de la relevancia del problema, y un Brexit sería un lío de primera magnitud. La cumbre, que arranca el jueves, se alargará presumiblemente hasta la madrugada para darle el tono melodramático de las grandes ocasiones. Y aun así el pacto está atado y bien atado: varios socios han mostrado su desacuerdo con las concesiones, sobre todo en materia de inmigración, pero ningún país está dispuesto a quedarse solo, vetar el pacto y darle una excusa al tantas veces euroescéptico Cameron. Europa está demasiado débil como para permitirse el lujo de perder al Reino Unido, tras una década golpeada por una sucesión interminable de crisis: financiera, económica, del euro y después geopolítica (el conflicto con Rusia en Ucrania) e incluso política, con la crisis de refugiados y de seguridad que llegó para quedarse.
Farage acusa a Cameron de ocultar el “veto”
El líder eurófobo británico Nigel Farage acusó este martes al primer ministro David Cameron de tratar de evitar que “los británicos sepan que incluso el llamado acuerdo [para evitar el Brexit] puede ser vetado” por la Eurocámara. Cameron no participó en una reunión con los presidentes de los grupos parlamentarios como tenía previsto, algo que Farage interpretó como un intento de evitar encontrarse con él (copresidente del Grupo Europa de la Libertad y de la Democracia Directa).
Farage sostiene que Cameron no ha pedido mucho pero “está obteniendo muy poco”: El Parlamento británico debería poder vetar normas europeas contrarias a sus “intereses” y recuperar el control de sus fronteras. “Si Cameron gana esas concesiones, gana el referéndum”, dijo.
Y aun así, muchos de los socios les tienen ganas a los británicos. Algunos —los del Este— por ser países históricamente migrantes. Otros, como España y Portugal, porque esperan obtener a cambio algo de laxitud fiscal. Casi todos por el hartazgo a la sucesión de chantajes que ha protagonizado Cameron en los últimos años. Londres se negó a contribuir a los fondos de rescate cuando estalló la crisis del euro. En 2011 se convirtió en el único primer ministro británico que ha vetado un tratado europeo, el Pacto Fiscal: quería blindar la City, pero el tiro le salió por la culata y los socios lo aprobaron por mayoría cualificada.
Los errores de cálculo continuaron con la oposición frontal a que Juncker presidiera la Comisión. Y la guinda es el referéndum: Londres ofrece el apoyo de los conservadores al sí a Europa a cambio de concesiones que van en dirección contraria a la idea de la “unión cada vez más estrecha”, el leitmotiv de la UE durante décadas.
La principal inquietud del Consejo Europeo es que este acuerdo pueda abrir la caja de Pandora a demandas similares por parte de otros Estados miembros. El texto se ha redactado con esmero para que solo Reino Unido pueda ajustarse a la excepción de negar prestaciones a ciudadanos comunitarios que lleven poco tiempo en el país. Los llamados beneficios ligados al trabajo, no contributivos, son una peculiaridad británica, pero nadie puede garantizar que esas reivindicaciones no prendan en otros Estados.
Para propiciar el acuerdo, el equipo de Tusk y el de Cameron han protagonizado un maratón diplomático por toda Europa para convencer a los más remisos de las bondades del acuerdo. A finales de semana se verá si lo han conseguido, y si la UE acierta así a cerrar un nuevo capítulo con un potencial desestabilizador formidable. En Europa, el noble arte de ir tirando pasa por salvar el escollo británico. Al menos por el momento.
Un camino con más etapas
Cuando el primer ministro David Cameron logre, como se espera salvo sorpresa, que los jefes de Gobierno aprueben en la cumbre el acuerdo alcanzado con la Comisión y el Consejo para redefinir el papel de Reino Unido en la UE no estará al final del camino. Será el final de una etapa y el inicio de otra.
Luego deberá convocar el referéndum y que gane la opción de permanecer frente a la de abandonar el club comunitario. Y en ese momento el Parlamento Europeo, tradicionalmente despreciado por Londres, adquirirá protagonismo. La Eurocámara acabará teniendo la llave de lo que pueda suceder con el nuevo acuerdo entre Reino Unido y la Unión (porque deberá legislar más tarde sobre la base de lo pactado).
Claudi Pérez
Bruselas, El País
Bruselas se prepara para un último golpe de teatro sobre Reino Unido. El primer ministro británico, David Cameron, buscaba este martes apoyos de última hora en el Parlamento Europeo para defender la pertenencia a la UE en el referéndum previsto para mediados de este año. El visto bueno de los líderes europeos en la cumbre del jueves y el viernes se da por hecho. Y sin embargo eso no garantiza nada: la Eurocámara se reserva la posibilidad de dar un cepillado final —tras la consulta— a los cambios legislativos derivados del acuerdo. La luz verde de los eurodiputados a la excepción británica no está asegurada.
Numerosos socios son reticentes a la oferta de Bruselas a Cameron, que permite discriminar a los trabajadores en función de su nacionalidad. Pero ningún país está dispuesto a vetar el acuerdo: el proyecto europeo quedaría muy tocado si él no vence en la consulta. Pero muchos de los asuntos que incluye esa oferta de Donald Tusk y Jean-Claude Juncker tienen un formidable grado de ambigüedad, y dependen de un desarrollo legislativo problemático, tal como sugirió este martes el presidente de la Eurocámara, Martin Schulz. La oferta exige modificar dos reglamentos, y para eso debe ser aprobada por mayoría cualificada en la Eurocámara.
Cameron ha multiplicado los contactos diplomáticos. Quiere asegurarse el beneplácito de la cumbre europea a un acuerdo que le permita defender el sí a la UE en el referéndum sobre la permanencia de Reino Unido en el club. Lo tiene prácticamente hecho, salvo sorpresa de última hora. Y sin embargo ese pacto es inestable y puede convertirse en un arma de doble filo: aunque los jefes de Gobierno den su visto bueno y por mucho que los británicos apuesten por quedarse en el referéndum, el Parlamento Europeo lanzó este martes un aviso a navegantes.
La Eurocámara no da garantías a Cameron: los eurodiputados se reservan la posibilidad de modificar el contenido del acuerdo en el posterior procedimiento legislativo. El tipo de garantías que busca Cameron en Bruselas en sede parlamentaria “no es posible en democracia”, zanjó este martes el presidente de la Eurocámara, Martin Schulz.
Ese revés le complica las cosas en casa, pero no cambia la partida en la capital europea. El jefe de la Comisión, Jean-Claude Juncker, aseguró que “no hay plan b” para Reino Unido porque no contempla una salida. El presidente del Consejo, Donald Tusk, apuntó que aún es imprescindible “un último esfuerzo”. Pero el indicador adelantado más fiable en Bruselas es Angela Merkel, y la canciller apoyó este martes sin fisuras la oferta europea.
A pesar del amparo de Berlín, Londres lleva días tanteando el terreno. El primer ministro británico venía de reunirse con el presidente francés, François Hollande, quizá el más reacio a otorgar privilegios a la City, el centro financiero de Londres. Este martes, Cameron visitó el Parlamento Europeo, territorio hostil para sus intereses, con un largo pliego de cargos contra la tradicional querencia de Londres por hacer retroceder el reloj europeo. Después se vio con Juncker. Y a última hora obtuvo el visto bueno telefónico del primer ministro checo, Bohuslav Sobotka, que junto con un grupo de países del Este ha mostrado su oposición frontal a la concesión más controvertida obtenida por Cameron: la posibilidad de discriminar a los trabajadores en función de su nacionalidad para evitar el denominado turismo del bienestar, del que no hay evidencia estadística pero que el Gobierno británico ha elevado a piedra angular de sus reivindicaciones.
Un acuerdo bien atado
El drama está asegurado. Al cabo, no hay acuerdos en Bruselas sin una escenificación a la altura de la relevancia del problema, y un Brexit sería un lío de primera magnitud. La cumbre, que arranca el jueves, se alargará presumiblemente hasta la madrugada para darle el tono melodramático de las grandes ocasiones. Y aun así el pacto está atado y bien atado: varios socios han mostrado su desacuerdo con las concesiones, sobre todo en materia de inmigración, pero ningún país está dispuesto a quedarse solo, vetar el pacto y darle una excusa al tantas veces euroescéptico Cameron. Europa está demasiado débil como para permitirse el lujo de perder al Reino Unido, tras una década golpeada por una sucesión interminable de crisis: financiera, económica, del euro y después geopolítica (el conflicto con Rusia en Ucrania) e incluso política, con la crisis de refugiados y de seguridad que llegó para quedarse.
Farage acusa a Cameron de ocultar el “veto”
El líder eurófobo británico Nigel Farage acusó este martes al primer ministro David Cameron de tratar de evitar que “los británicos sepan que incluso el llamado acuerdo [para evitar el Brexit] puede ser vetado” por la Eurocámara. Cameron no participó en una reunión con los presidentes de los grupos parlamentarios como tenía previsto, algo que Farage interpretó como un intento de evitar encontrarse con él (copresidente del Grupo Europa de la Libertad y de la Democracia Directa).
Farage sostiene que Cameron no ha pedido mucho pero “está obteniendo muy poco”: El Parlamento británico debería poder vetar normas europeas contrarias a sus “intereses” y recuperar el control de sus fronteras. “Si Cameron gana esas concesiones, gana el referéndum”, dijo.
Y aun así, muchos de los socios les tienen ganas a los británicos. Algunos —los del Este— por ser países históricamente migrantes. Otros, como España y Portugal, porque esperan obtener a cambio algo de laxitud fiscal. Casi todos por el hartazgo a la sucesión de chantajes que ha protagonizado Cameron en los últimos años. Londres se negó a contribuir a los fondos de rescate cuando estalló la crisis del euro. En 2011 se convirtió en el único primer ministro británico que ha vetado un tratado europeo, el Pacto Fiscal: quería blindar la City, pero el tiro le salió por la culata y los socios lo aprobaron por mayoría cualificada.
Los errores de cálculo continuaron con la oposición frontal a que Juncker presidiera la Comisión. Y la guinda es el referéndum: Londres ofrece el apoyo de los conservadores al sí a Europa a cambio de concesiones que van en dirección contraria a la idea de la “unión cada vez más estrecha”, el leitmotiv de la UE durante décadas.
La principal inquietud del Consejo Europeo es que este acuerdo pueda abrir la caja de Pandora a demandas similares por parte de otros Estados miembros. El texto se ha redactado con esmero para que solo Reino Unido pueda ajustarse a la excepción de negar prestaciones a ciudadanos comunitarios que lleven poco tiempo en el país. Los llamados beneficios ligados al trabajo, no contributivos, son una peculiaridad británica, pero nadie puede garantizar que esas reivindicaciones no prendan en otros Estados.
Para propiciar el acuerdo, el equipo de Tusk y el de Cameron han protagonizado un maratón diplomático por toda Europa para convencer a los más remisos de las bondades del acuerdo. A finales de semana se verá si lo han conseguido, y si la UE acierta así a cerrar un nuevo capítulo con un potencial desestabilizador formidable. En Europa, el noble arte de ir tirando pasa por salvar el escollo británico. Al menos por el momento.
Un camino con más etapas
Cuando el primer ministro David Cameron logre, como se espera salvo sorpresa, que los jefes de Gobierno aprueben en la cumbre el acuerdo alcanzado con la Comisión y el Consejo para redefinir el papel de Reino Unido en la UE no estará al final del camino. Será el final de una etapa y el inicio de otra.
Luego deberá convocar el referéndum y que gane la opción de permanecer frente a la de abandonar el club comunitario. Y en ese momento el Parlamento Europeo, tradicionalmente despreciado por Londres, adquirirá protagonismo. La Eurocámara acabará teniendo la llave de lo que pueda suceder con el nuevo acuerdo entre Reino Unido y la Unión (porque deberá legislar más tarde sobre la base de lo pactado).