Vida y muerte de Bowie

El mangnetismo y misterio que encarnó como artista le acompañaron hasta el final

Pablo Guimón
Londres, El País
Millones de fans lo vieron en su lecho de muerte. Pálido, con una venda tapándole los ojos, retorciéndose en la cama de un hospital, tirando de las sábanas con sus manos venosas para cubrirse. “Mirad aquí arriba”, les dijo. “Estoy en el cielo. Tengo cicatrices que no pueden ser vistas”. Caminando hacia atrás, tembloroso, se metió en un oscuro armario. Y cerró la puerta desde dentro.


Bowie tituló su canción Lazarus, como el personaje bíblico que regresa de entre los muertos. Hoy resulta difícil no ver el vídeo como un adiós. Pero hace solo siete días nadie lo supo comprender.

La abstracción en las letras es marca de la casa. Y Blackstar, el disco publicado el día 8, en su 69 cumpleaños, dos días antes de su muerte, no es una excepción. Pero hoy, sabiendo que es obra de un enfermo terminal, el trabajo entero adquiere un carácter elegíaco. Un artista escribiendo su epitafio. Una despedida cuidadosamente orquestada.

David Bowie contó a muy pocas personas que sufría el cáncer que acabó con su vida. Pero al mismo tiempo, en una jugada maestra, se lo estaba contando a todo el mundo a través de su arte. ¿Fue capaz de coreografiar su propio final? ¿Convirtió su muerte en su actuación definitiva?

Estamos ante la última transgresión de un hombre que pasará a la historia por derribar barreras artísticas, estéticas y sexuales. Bowie siempre exorcizó sus demonios ante el público —con la valiosa ayuda de una serie de alter egos— pero se las arregló, durante medio siglo bajo los focos, para salvaguardar su vida privada.

“Siempre hizo lo que quiso, y quiso hacer esto así”, explicó Toni Visconti, su colaborador durante más de 50 años, “su voz en la Tierra” desde hace 10, y uno de los pocos a los que Bowie confió su secreto. “Su muerte no ha sido diferente de su vida: una obra de arte. Hizo Blackstarpara nosotros, fue su regalo de despedida. Supe durante un año que así es como iba a ser”. Visconti ha contado, además, que ya tenía cinco canciones inéditas y quería regresar al estudio de grabación.

Bowie conoció su diagnóstico hace año y medio. En los últimos meses, sus más estrechos colaboradores coinciden en hablar de un ritmo de trabajo inédito. Se enfrentó a la inminencia de la muerte concentrándose en su disco y en la obra teatral Lazarus, estrenada en el off Broadway neoyorquino el mes pasado, sobre un extraterrestre atrapado en la Tierra que se aferra a la esperanza de la inmortalidad. Si Visconti describe el disco como “su regalo de despedida”, el belga Ivo van Hove, director de Lazarus, define el montaje teatral como “el testamento” de Bowie.

El artista le contó su enfermedad a Van Hove en una conversación por Skype, en febrero de 2014, y le hizo jurar que mantendría el secreto. “David me dijo: ‘Debemos trabajar juntos muy intensamente durante el próximo año y quiero que sepas, si no puedo estar ahí, por qué es”, recuerda el director en el diario londinense The Times. “Fue un tiempo intenso porque a veces estaba muy enfermo y en tratamiento, pero vino todo lo que pudo a los ensayos. Al final estaba muy frágil. No mental, sino físicamente”.

La noche del estreno, el 7 de diciembre, Van Hove y Bowie salieron al escenario a recibir el aplauso del público. “Yo era muy consciente de que aquella posiblemente sería la última vez que le iba a ver”, asegura. “Estaba realmente débil y cuando salimos del escenario tuvo que sentarse. Después dijo: ‘Salgamos otra vez’. Podía ver las lágrimas detrás de sus ojos, porque él no era un hombre que mostrara sus emociones. Realmente tenía mucho miedo”.Además de Visconti y Van Hove, Bowie compartió su secreto con su mánager, Coco Schwab, y su amigo y retratista Jimmy King. También, claro está, con su familia más cercana: su esposa, Iman; la hija de ambos, Lexie, y su primer hijo, el cineasta Duncan Jones. La madre de este, con quien Bowie estuvo casado entre 1970 y 1980, se encontraba recluida en la casa del Gran Hermano VIP británico y ahí ha decidido seguir tras conocer la noticia.

La ex top model Iman ofreció pistas en las redes sociales. Los días previos a su muerte compartió fotos de diferentes épocas de su marido acompañadas de frases que hoy se revelan premonitorias. “No sé adónde voy después de aquí pero prometo que no seré aburrido” (8 de enero). “A veces no sabes el verdadero valor de un momento hasta que se convierte en un recuerdo” (7 de enero). “Todas las personas con las que te encuentras están librando una batalla de la que no sabes nada” (19 de diciembre).

Resulta increíble que en la época de los smartphones y las redes sociales una estrella global pudiera ocultar con tanto éxito su enfermedad. Un gran reto para alguien que provocaba titulares en todo el mundo —comprueben las hemerotecas del 18 de octubre de 2012— solo por salir a pasear en vaqueros por el Soho.

Pero hablamos de un brillante estratega que hace solo dos años logró mantener en el más absoluto secreto la grabación en pleno centro de Manhattan de The Next Day, su regreso después de 10 años. Hablamos de alguien que hizo de la exhibición sexual una bandera, pero cuya sexualidad fuera del escenario sigue aún hoy, después de su muerte, siendo una incógnita. En 1972 se declaró gay en una entrevista; cuatro años después dijo que era bisexual, y en 1983 se definió como “un heterosexual en el armario”. “Consideraba la privacidad como su mayor lujo”, explica un amigo citado por The Guardian. “Y fue primordial para él en la manera en que vivió los últimos años de su vida”.

Los rumores de su salud se suceden desde que sufrió un ataque al corazón en 2004 en Alemania. Solo ese trascendió, pero su biógrafa Wendy Leigh ha dicho esta semana que Bowie, alguien que abrazó todos los excesos del rock and roll, había sufrido seis ataques al corazón a lo largo de los años. Aquel episodio le llevó al quirófano en Hamburgo, donde fue intervenido en una arteria. Se alejó de los escenarios. Dejó de conceder entrevistas y Visconti se convirtió en su portavoz oficioso, encargado de desmentir los recurrentes rumores.
David Bowie junto a su hija Alexandria Zahra recién nacida, en 2000.

Bowie desapareció de la luz pública, pero vivía a plena luz del día. Frecuentaba librerías y galerías de arte. Asistía a las funciones de fin de curso en el colegio de su hija. David Bowie había vuelto a ser David Jones, el nombre con el que nació en 1947. Apenas se dejaba ver en eventos sociales como el estreno neoyorquino de Moon, la película de su hijo. Vivía como un hombre de familia con su mujer y su hija, que ahora tiene 15 años, en un lujoso ático en el 285 de la calle Lafayette, diluido entre la multitud moderna y adinerada, acostumbrada a las celebrities, del Soho neoyorquino. Allí seguía comprando flores para su esposa el 14 de cada mes, en el misma tienda, para recordar el día que se conocieron en una cena en Los Ángeles hace 25 años.

Cuando le diagnosticaron cáncer Bowie decidió ocultarlo al mundo. Tuvo tiempo para preparar su propia despedida. La última canción del nuevo disco, titulada No puedo revelarlo todo, habla sobre esa privacidad que tanto ansiaba. “Estaba pidiendo que le dejaran tener algunos secretos”, explica Van Hoven en The Times. “Su enfermedad fue el último de ellos”.

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