Una estatua gigante para Mao
Una efigie dorada de 37 metros en una zona rural china es el nuevo homenaje al fundador del régimen comunista chino y padre de políticas desastrosas
Macarena Vidal Liy
Pekín, El País
Han pasado casi 40 años desde su muerte, pero Mao Zedong sigue recibiendo homenajes en China. El último de ellos, digno de un faraón. Una gigantesca estatua dorada que representa al “Gran Timonel” sentado en actitud de reposo está recibiendo estos días los últimos toques en lo que hasta ahora había sido tierra de cultivo en el condado rural de Tongxu, en la provincia de Henan.
La imagen, de 37 metros de altura —apenas nueve menos que la estatua de la Libertad en Nueva York— ha costado tres millones de yuanes (unos 423.000 euros) y ha sido sufragada principalmente por empresarios de la región, aunque los habitantes del pueblo también han participado, según el Diario del Pueblo. La construcción de la efigie, fabricada con acero y cemento, ha durado nueve meses.
Bajo su mandato, de cerca de tres décadas, China vivió políticas tan desastrosas como el “Gran Salto Adelante” (1958-1961) y la Revolución Cultural (1966-1976), que costaron la vida a millones de personas y dejaron consecuencias económicas y sociales que aún perduran. Precisamente Henan, donde se encuentra la estatua, es una de las provincias que sufrieron más duramente la hambruna generada por el Gran Salto Adelante, la campaña que pretendía convertir a China en una potencia industrial en un mínimo lapso.
Pero pese a esos “errores”, como los denomina la línea oficial del Partido Comunista, Mao goza aún de gran popularidad en su país. En un país donde la información está férreamente censurada y es difícil contrastar versiones que se alejen de la oficial, el Partido utiliza su figura para reafirmar su propia legitimidad. Y en una China donde el postmaoísmo ha creado enormes diferencias sociales, su mandato se recuerda como una etapa donde reinaba la igualdad. Miles de personas acuden cada 26 de diciembre a Shaoshan, la aldea del líder, para conmemorar su nacimiento. Insultar su memoria en público es aún un gran tabú que puede crear graves consecuencias.
Aunque tras su muerte en 1976 nunca dejó de estar presente en las vidas de los ciudadanos, sea mediante su imagen en los billetes de banco o en el retrato que preside la plaza de Tiananmen en Pekín, la nostalgia por aquellos tiempos igualitarios ha generado en los últimos años una recuperación de su legado.
Si ya la antigua estrella en ascenso del Partido Bo Xilai lanzó una campaña para recuperar los viejos valores maoístas en su feudo de Chongqing antes de caer en desgracia en 2012, desde su llegada al poder hace tres años el presidente Xi Jinping ha rescatado prácticas y lenguaje maoístas que habían caído en desuso, como las sesiones de autocrítica. Xi ha alabado públicamente a Mao como “una gran figura que cambió el aspecto de la nación y llevó al pueblo chino a un nuevo destino”.
Entre los ciudadanos chinos, la estatua ha generado reacciones encontradas. En las redes sociales, mientras algunos se muestran de acuerdo con el nuevo monumento —que, según los medios chinos, ya ha empezado a generar visitantes— otros se muestran críticos. “Es un despilfarro”, opina un internauta en Sina, uno de los grandes portales de información del país.
Aunque la queja más generalizada es la falta de similitud de la estatua con su modelo. “Estar, está muy bien. Lo único es que no se le parece mucho”, considera otro ciudadano.
Con todo, la estatua no es ni mucho menos la única en China que rinde homenaje a Mao, un líder al que el culto a la personalidad no le fue precisamente ajeno. Miles de ellas están repartidas por todo el país. En Changsha, la capital de Hunan, su provincia natal, una efigie con su rostro de joven alcanza los 32 metros. En Tíbet se inauguró en 2006 la que hasta entonces era la más alta, de 7 metros de altura.
Macarena Vidal Liy
Pekín, El País
Han pasado casi 40 años desde su muerte, pero Mao Zedong sigue recibiendo homenajes en China. El último de ellos, digno de un faraón. Una gigantesca estatua dorada que representa al “Gran Timonel” sentado en actitud de reposo está recibiendo estos días los últimos toques en lo que hasta ahora había sido tierra de cultivo en el condado rural de Tongxu, en la provincia de Henan.
La imagen, de 37 metros de altura —apenas nueve menos que la estatua de la Libertad en Nueva York— ha costado tres millones de yuanes (unos 423.000 euros) y ha sido sufragada principalmente por empresarios de la región, aunque los habitantes del pueblo también han participado, según el Diario del Pueblo. La construcción de la efigie, fabricada con acero y cemento, ha durado nueve meses.
Bajo su mandato, de cerca de tres décadas, China vivió políticas tan desastrosas como el “Gran Salto Adelante” (1958-1961) y la Revolución Cultural (1966-1976), que costaron la vida a millones de personas y dejaron consecuencias económicas y sociales que aún perduran. Precisamente Henan, donde se encuentra la estatua, es una de las provincias que sufrieron más duramente la hambruna generada por el Gran Salto Adelante, la campaña que pretendía convertir a China en una potencia industrial en un mínimo lapso.
Pero pese a esos “errores”, como los denomina la línea oficial del Partido Comunista, Mao goza aún de gran popularidad en su país. En un país donde la información está férreamente censurada y es difícil contrastar versiones que se alejen de la oficial, el Partido utiliza su figura para reafirmar su propia legitimidad. Y en una China donde el postmaoísmo ha creado enormes diferencias sociales, su mandato se recuerda como una etapa donde reinaba la igualdad. Miles de personas acuden cada 26 de diciembre a Shaoshan, la aldea del líder, para conmemorar su nacimiento. Insultar su memoria en público es aún un gran tabú que puede crear graves consecuencias.
Aunque tras su muerte en 1976 nunca dejó de estar presente en las vidas de los ciudadanos, sea mediante su imagen en los billetes de banco o en el retrato que preside la plaza de Tiananmen en Pekín, la nostalgia por aquellos tiempos igualitarios ha generado en los últimos años una recuperación de su legado.
Si ya la antigua estrella en ascenso del Partido Bo Xilai lanzó una campaña para recuperar los viejos valores maoístas en su feudo de Chongqing antes de caer en desgracia en 2012, desde su llegada al poder hace tres años el presidente Xi Jinping ha rescatado prácticas y lenguaje maoístas que habían caído en desuso, como las sesiones de autocrítica. Xi ha alabado públicamente a Mao como “una gran figura que cambió el aspecto de la nación y llevó al pueblo chino a un nuevo destino”.
Entre los ciudadanos chinos, la estatua ha generado reacciones encontradas. En las redes sociales, mientras algunos se muestran de acuerdo con el nuevo monumento —que, según los medios chinos, ya ha empezado a generar visitantes— otros se muestran críticos. “Es un despilfarro”, opina un internauta en Sina, uno de los grandes portales de información del país.
Aunque la queja más generalizada es la falta de similitud de la estatua con su modelo. “Estar, está muy bien. Lo único es que no se le parece mucho”, considera otro ciudadano.
Con todo, la estatua no es ni mucho menos la única en China que rinde homenaje a Mao, un líder al que el culto a la personalidad no le fue precisamente ajeno. Miles de ellas están repartidas por todo el país. En Changsha, la capital de Hunan, su provincia natal, una efigie con su rostro de joven alcanza los 32 metros. En Tíbet se inauguró en 2006 la que hasta entonces era la más alta, de 7 metros de altura.