El pulso de Renzi agrava las dificultades de Merkel
El primer ministro italiano quiere que su país tenga más voz en las decisiones comunes
Luis Doncel
Berlín / Roma, El País
Cada vez más presionada en casa, la canciller Angela Merkel se enfrenta también a una creciente oposición en Europa a su política migratoria. Este viernes recibió en Berlín a Matteo Renzi, antaño aliado reconvertido en crítico. El primer ministro italiano había calentado el ambiente con unos duros reproches hacia Merkel ante la prensa alemana. Las sonrisas que ambos se prodigaron ante las cámaras no ocultaron la falta de acuerdo en asuntos que Alemania considera básicos, como la ayuda a Turquía a cambio de bloquear la llegada de refugiados.
“Si tratamos de buscar una estrategia europea para resolver la cuestión de los refugiados, no puede ser suficiente con que Angela llame primero a Hollande [presidente francés], más tarde al presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, y yo me entere por los periódicos”, aseguraba Renzi el jueves en una entrevista al Frankfurter Allgemeine Zeitung, en la que reprochaba a Merkel lanzar todas las iniciativas europeas con una reunión bilateral con Francia. “Estaría muy agradecido si Angela y François pudieran solucionar todos los problemas solos, pero la mayor parte de las veces no es así”, ironizaba el italiano.
El tono de este viernes en Berlín fue mucho más cordial, pero las diferencias seguían allí. Justo una semana antes, Merkel había recibido en el mismo lugar al primer ministro turco, Ahmed Davutoglu, al que había reiterado el compromiso europeo de transferir a Ankara 3.000 millones de euros para mejorar la vida de los millones de refugiados en suelo turco. Pero esa ayuda no llega, entre otros motivos, por el bloqueo italiano. Renzi dice estar a favor de enviar el dinero a Turquía, pero solo mientras se trate de fondos europeos.
“Debe aplicarse de forma urgente porque necesitamos avances”, dijo Merkel. La urgencia es para los refugiados que malviven en suelo turco, pero también para la propia canciller, a la que se le acaba el tiempo para buscar una solución europea; y para la que la presión en su electorado, su partido y en todo el país es cada vez mayor. Merkel, que dirigió con mano de hierro la crisis del euro, se enfrenta ahora a la negativa de la mayor parte de la UE a seguir sus recetas para la crisis migratoria, la mayor que ha vivido el continente desde el fin de la II Guerra Mundial. No solo los países del Este le plantan cara —con Polonia y Hungría como líderes de los rebeldes a Berlín—. Merkel ha dicho en alguna ocasión que su mayor decepción en esta crisis ha sido la falta de solidaridad europea a la hora de repartir los refugiados.
Otro de los puntos conflictivos son los centros de registro de refugiados, que, a ojos de Berlín, Roma tarda demasiado en poner en marcha. Renzi lanzó una puya a Merkel al recordar que hace años, cuando era Italia la que sufría la llegada masiva de personas, tuvo que enfrentarse solo al problema. Pese a las diferencias, los dos coincidieron en la importancia del momento actual. “Si Europa renuncia a Schengen, Europa renuncia a sí misma”, resumió Renzi.
Desde hace unas semanas, Renzi ha acentuado su perfil reivindicativo en relación con Europa hasta llevarlo casi al enfrentamiento. Hay dos razones principales detrás de una estrategia muy calculada. En primer lugar, verdaderamente quiere que Italia tenga más voz en las decisiones comunes, que empiece a ser percibida como parte de la solución y no del problema, que se le agradezca con más flexibilidad el esfuerzo de las reformas emprendidas y de la austeridad sufrida.
En segundo lugar, y no menos importante, el ceño fruncido de Renzi hacia las instituciones europeas —hace unos días mantuvo un agrio intercambio de declaraciones con Juncker— busca la complicidad del electorado italiano, tal vez el más euroescéptico y por tanto más susceptible a opciones rupturistas como las que plantea la Liga Norte o el Movimiento 5 Estrellas.
En sus ataques recientes a Merkel o a Juncker, hay implícita una advertencia: o los italianos perciben que Italia cuenta más en Europa o Europa cada vez contará menos en Italia.
Luis Doncel
Berlín / Roma, El País
Cada vez más presionada en casa, la canciller Angela Merkel se enfrenta también a una creciente oposición en Europa a su política migratoria. Este viernes recibió en Berlín a Matteo Renzi, antaño aliado reconvertido en crítico. El primer ministro italiano había calentado el ambiente con unos duros reproches hacia Merkel ante la prensa alemana. Las sonrisas que ambos se prodigaron ante las cámaras no ocultaron la falta de acuerdo en asuntos que Alemania considera básicos, como la ayuda a Turquía a cambio de bloquear la llegada de refugiados.
“Si tratamos de buscar una estrategia europea para resolver la cuestión de los refugiados, no puede ser suficiente con que Angela llame primero a Hollande [presidente francés], más tarde al presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, y yo me entere por los periódicos”, aseguraba Renzi el jueves en una entrevista al Frankfurter Allgemeine Zeitung, en la que reprochaba a Merkel lanzar todas las iniciativas europeas con una reunión bilateral con Francia. “Estaría muy agradecido si Angela y François pudieran solucionar todos los problemas solos, pero la mayor parte de las veces no es así”, ironizaba el italiano.
El tono de este viernes en Berlín fue mucho más cordial, pero las diferencias seguían allí. Justo una semana antes, Merkel había recibido en el mismo lugar al primer ministro turco, Ahmed Davutoglu, al que había reiterado el compromiso europeo de transferir a Ankara 3.000 millones de euros para mejorar la vida de los millones de refugiados en suelo turco. Pero esa ayuda no llega, entre otros motivos, por el bloqueo italiano. Renzi dice estar a favor de enviar el dinero a Turquía, pero solo mientras se trate de fondos europeos.
“Debe aplicarse de forma urgente porque necesitamos avances”, dijo Merkel. La urgencia es para los refugiados que malviven en suelo turco, pero también para la propia canciller, a la que se le acaba el tiempo para buscar una solución europea; y para la que la presión en su electorado, su partido y en todo el país es cada vez mayor. Merkel, que dirigió con mano de hierro la crisis del euro, se enfrenta ahora a la negativa de la mayor parte de la UE a seguir sus recetas para la crisis migratoria, la mayor que ha vivido el continente desde el fin de la II Guerra Mundial. No solo los países del Este le plantan cara —con Polonia y Hungría como líderes de los rebeldes a Berlín—. Merkel ha dicho en alguna ocasión que su mayor decepción en esta crisis ha sido la falta de solidaridad europea a la hora de repartir los refugiados.
Otro de los puntos conflictivos son los centros de registro de refugiados, que, a ojos de Berlín, Roma tarda demasiado en poner en marcha. Renzi lanzó una puya a Merkel al recordar que hace años, cuando era Italia la que sufría la llegada masiva de personas, tuvo que enfrentarse solo al problema. Pese a las diferencias, los dos coincidieron en la importancia del momento actual. “Si Europa renuncia a Schengen, Europa renuncia a sí misma”, resumió Renzi.
Desde hace unas semanas, Renzi ha acentuado su perfil reivindicativo en relación con Europa hasta llevarlo casi al enfrentamiento. Hay dos razones principales detrás de una estrategia muy calculada. En primer lugar, verdaderamente quiere que Italia tenga más voz en las decisiones comunes, que empiece a ser percibida como parte de la solución y no del problema, que se le agradezca con más flexibilidad el esfuerzo de las reformas emprendidas y de la austeridad sufrida.
En segundo lugar, y no menos importante, el ceño fruncido de Renzi hacia las instituciones europeas —hace unos días mantuvo un agrio intercambio de declaraciones con Juncker— busca la complicidad del electorado italiano, tal vez el más euroescéptico y por tanto más susceptible a opciones rupturistas como las que plantea la Liga Norte o el Movimiento 5 Estrellas.
En sus ataques recientes a Merkel o a Juncker, hay implícita una advertencia: o los italianos perciben que Italia cuenta más en Europa o Europa cada vez contará menos en Italia.