Pekín, un mar de mascarillas
La capital china vive su primer día en alerta roja por contaminación con protectores
Macarena Vidal Liy
Pekín, El País
La capa de polución en Pekín se deja sentir desde el primer momento del día. Unos se levantan con carrasperas y tos, otros con dolores de cabeza, los de más allá con picor en los ojos. Los más desafortunados, con todo a la vez. El instinto pide contener la respiración, algo imposible. El aire se siente pesado, masticable. Tiene un olor característico, acre, a carbón, a quemado, a metálico. Un color gris enfermizo que lo cubre todo —cielo, calles, árboles— se convierte en un gran prestidigitador que hace desaparecer edificios de la vista y convierte el paisaje urbano en un brumoso escenario de película: para los optimistas, Blade Runner; para los veteranos de múltiples inviernos pekineses, el Mordor de El Señor de los Anillos.
Pese a todo, en jornadas como estas, hasta ahora muchos pekineses simplemente se encogían de hombros, maldecían la wuran kongqi (contaminación) y salían a la calle como cualquier día, sin precauciones especiales. La semana pasada, cuando se impuso una alerta naranja —el segundo nivel más alto en una escala de cuatro—, llevar mascarilla era aún algo de laowais, de extranjeros. Aunque el nivel de contaminación llegaba a 634 —25 veces más de lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud—, quienes la portaban lo hacían más por protegerse del frío que de las peligrosas partículas PM2,5, cuyo diámetro es inferior a 2,5 micras.
Este martes, la polución era notablemente inferior a entonces, un nivel 350, o casi la mitad de hace una semana. Pero Pekín se transformó en una marea de mascarillas. Jubilados que salían a la compra con protectores quirúrgicos, guardias de tráfico en horas de servicio, estudiantes que optaban por diseños creativos.
Porque la alerta roja que ha emitido el Departamento de Protección del Medioambiente —la primera desde que se puso en marcha el sistema en 2013—, no solo ha cerrado los colegios y reducido el tráfico privado, imponiendo un sistema de alternancia en la circulación, de acuerdo con los números pares e impares de las matrículas. También aconseja encarecidamente no salir a la calle y, en caso de hacerlo, protegerse con mascarillas.
“Muchos chinos somos así. Hoy mi madre me ha llamado especialmente para decirme que tenga cuidado con la contaminación. En cambio, la semana pasada, como no se emitió aviso, nada. Los laobaixin [ciudadanos corrientes], especialmente de una cierta edad, solo reaccionan cuando se les da instrucciones para que lo hagan. Y tienen que ser instrucciones de una autoridad oficial. Si no, tampoco”, explica divertida Xu Yin, de 34 años.
Es una reacción que ha podido constatar Liam Bates, cofundador de la empresa Origins, fabricante de purificadores y medidores de la calidad del aire. En su oficina en un hutong (callejón tradicional) de Beixinqiao, en el centro de Pekín, no da abasto para atender los encargos. “En una sola semana hemos vendido más que en los dos meses anteriores juntos”.
Cuando la contaminación alcanzó los niveles más altos de los últimos dos años la semana pasada, “los encargos que recibimos eran sobre todo de extranjeros. Y aunque ahora haya menos polución, al declararse la alerta roja son los ciudadanos chinos los que se han lanzado a comprar”, cuenta Bates.
Aunque no todos los residentes toman precauciones contra una contaminación que, según un estudio de Berkeley Earth, causa la muerte de 1,6 millones de personas en China al año. En una esquina de una concurrida zona de restaurantes, Gao Xin, de 30 años, reparte publicidad de un gimnasio sin mascarilla ni especial protección. “Sí que estoy un poco preocupado, me noto un poco de tos. Daré otra vuelta a la manzana y lo dejaré por hoy”, comenta.
En una cafetería, Xizi, cantante de 24 años, se alegra de que las autoridades municipales hayan implantado la alerta “finalmente”. “Tenían que haberlo hecho no solo hoy, sino también la semana pasada, y en otros muchos días que también ha habido contaminación”. En su caso, las medidas han tenido un efecto que no esperaba. “He venido en taxi desde mi casa porque tenía un ensayo. Con el poco tráfico, un trayecto que normalmente me hubiera llevado una hora ha durado solo 20 minutos”.
La alerta roja —que las autoridades precisan que se impone no tanto por nivel de contaminación, sino por duración: deben preverse al menos 3 días seguidos a un nivel superior a 200— durará hasta el mediodía del jueves, cuando el servicio meteorológico prevé que el viento disipe la capa de suciedad atmosférica. Con toda probabilidad no será la última este invierno: una de las principales causas de polución en China es el uso de carbón en la producción de electricidad y en los sistemas de calefacción.
Macarena Vidal Liy
Pekín, El País
La capa de polución en Pekín se deja sentir desde el primer momento del día. Unos se levantan con carrasperas y tos, otros con dolores de cabeza, los de más allá con picor en los ojos. Los más desafortunados, con todo a la vez. El instinto pide contener la respiración, algo imposible. El aire se siente pesado, masticable. Tiene un olor característico, acre, a carbón, a quemado, a metálico. Un color gris enfermizo que lo cubre todo —cielo, calles, árboles— se convierte en un gran prestidigitador que hace desaparecer edificios de la vista y convierte el paisaje urbano en un brumoso escenario de película: para los optimistas, Blade Runner; para los veteranos de múltiples inviernos pekineses, el Mordor de El Señor de los Anillos.
Pese a todo, en jornadas como estas, hasta ahora muchos pekineses simplemente se encogían de hombros, maldecían la wuran kongqi (contaminación) y salían a la calle como cualquier día, sin precauciones especiales. La semana pasada, cuando se impuso una alerta naranja —el segundo nivel más alto en una escala de cuatro—, llevar mascarilla era aún algo de laowais, de extranjeros. Aunque el nivel de contaminación llegaba a 634 —25 veces más de lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud—, quienes la portaban lo hacían más por protegerse del frío que de las peligrosas partículas PM2,5, cuyo diámetro es inferior a 2,5 micras.
Este martes, la polución era notablemente inferior a entonces, un nivel 350, o casi la mitad de hace una semana. Pero Pekín se transformó en una marea de mascarillas. Jubilados que salían a la compra con protectores quirúrgicos, guardias de tráfico en horas de servicio, estudiantes que optaban por diseños creativos.
Porque la alerta roja que ha emitido el Departamento de Protección del Medioambiente —la primera desde que se puso en marcha el sistema en 2013—, no solo ha cerrado los colegios y reducido el tráfico privado, imponiendo un sistema de alternancia en la circulación, de acuerdo con los números pares e impares de las matrículas. También aconseja encarecidamente no salir a la calle y, en caso de hacerlo, protegerse con mascarillas.
“Muchos chinos somos así. Hoy mi madre me ha llamado especialmente para decirme que tenga cuidado con la contaminación. En cambio, la semana pasada, como no se emitió aviso, nada. Los laobaixin [ciudadanos corrientes], especialmente de una cierta edad, solo reaccionan cuando se les da instrucciones para que lo hagan. Y tienen que ser instrucciones de una autoridad oficial. Si no, tampoco”, explica divertida Xu Yin, de 34 años.
Es una reacción que ha podido constatar Liam Bates, cofundador de la empresa Origins, fabricante de purificadores y medidores de la calidad del aire. En su oficina en un hutong (callejón tradicional) de Beixinqiao, en el centro de Pekín, no da abasto para atender los encargos. “En una sola semana hemos vendido más que en los dos meses anteriores juntos”.
Cuando la contaminación alcanzó los niveles más altos de los últimos dos años la semana pasada, “los encargos que recibimos eran sobre todo de extranjeros. Y aunque ahora haya menos polución, al declararse la alerta roja son los ciudadanos chinos los que se han lanzado a comprar”, cuenta Bates.
Aunque no todos los residentes toman precauciones contra una contaminación que, según un estudio de Berkeley Earth, causa la muerte de 1,6 millones de personas en China al año. En una esquina de una concurrida zona de restaurantes, Gao Xin, de 30 años, reparte publicidad de un gimnasio sin mascarilla ni especial protección. “Sí que estoy un poco preocupado, me noto un poco de tos. Daré otra vuelta a la manzana y lo dejaré por hoy”, comenta.
En una cafetería, Xizi, cantante de 24 años, se alegra de que las autoridades municipales hayan implantado la alerta “finalmente”. “Tenían que haberlo hecho no solo hoy, sino también la semana pasada, y en otros muchos días que también ha habido contaminación”. En su caso, las medidas han tenido un efecto que no esperaba. “He venido en taxi desde mi casa porque tenía un ensayo. Con el poco tráfico, un trayecto que normalmente me hubiera llevado una hora ha durado solo 20 minutos”.
La alerta roja —que las autoridades precisan que se impone no tanto por nivel de contaminación, sino por duración: deben preverse al menos 3 días seguidos a un nivel superior a 200— durará hasta el mediodía del jueves, cuando el servicio meteorológico prevé que el viento disipe la capa de suciedad atmosférica. Con toda probabilidad no será la última este invierno: una de las principales causas de polución en China es el uso de carbón en la producción de electricidad y en los sistemas de calefacción.