La frontera entre un simple mortal y un lector de Tolstói

Publicado por Carlos Mayoral
¿Cómo podemos despertar el interés del lector por una obra cuyo epílogo es más extenso que la mitad de las novelas que se editan hoy?

Yo mismo retrocedí varios pasos acobardado al echar un vistazo a las casi dos mil páginas que componen el libro. Para compensar el miedo, mi memoria removía una y otra vez la frase con la que cierto profesor me había llevado hasta allí: «Es la Biblia de la literatura… Es la Biblia de la literatura…». Quise centrarme en la contraportada pero esto no me ayudó. Allí me esperaba la imagen de su creador, León Tolstói, con su barba valleinclanesca y su cara de mujik cabreado. Junto a la imagen, el título: Guerra y paz. Tan ambiguo pero a la vez tan explícito. Para cuando quise echarme atrás, ya me había adentrado en el primer párrafo:


Le garantizo a usted que, si no me dice que estamos en guerra, si quiere atenuar aún todas las infamias, todas las atrocidades de este Anticristo… no querré saber nada de usted, no le consideraré amigo mío ni será nunca más el esclavo fiel que usted dice. Bien, buenos días, buenos días. Veo que le atemorizo. Siéntese y hablemos.

Y, claro, con este fragmento del primer párrafo ya fue suficiente. La inercia me obligó a sumergirme en el segundo y así hasta liquidar las dos mil páginas. El concepto de «novela» que yo guardaba para mí había quedado sepultado bajo aquel tocho para siempre. Comprendí entonces que nunca me habría perdonado no cruzar la frontera que separa al lector de Tolstói de un simple mortal, por lo que aún hoy me río de aquel chaval que sujetaba con sus manos temblorosas el preciado tomo. Quizá usted forme parte de ese grupo de simples mortales que viven asustados. Acompáñeme. Pronto estaremos cruzando la frontera.

Adónde nos llevará la novela

Para mí, el mundo está dividido en dos partes: ella, y con ella la felicidad, la esperanza; la otra parte, todo aquello donde ella no está: la tristeza, la oscuridad, el final.

Para ser lector de Tolstói primero debemos ser conscientes de lo que significa ser lector de Tolstói. Si uno analiza las palabras con las que el príncipe André ha dado comienzo a este apartado, pronto comprenderá que el autor ruso nos sumerge en esa dualidad que ya flota en la obra desde el título. Tolstói plantea Guerra y paz como un inmenso tablero de ajedrez en el que hasta el peón tiene una importancia vital. Por decirlo de algún modo: Lev expone una serie de movimientos capaces de cambiar el destino de una persona, de una pareja, de un apellido e, incluso, de una nación. Cada periodo narrativo es una obra de arte. Pero, por mucho que el verbo de Tolstói sea capaz de narrar cada movimiento de piezas como nadie lo hizo antes, no es esta la fórmula que lo hace irresistible. La clave de la obra tolstoiana está en comprender por qué una determinada pieza decide moverse en una dirección o en otra.

¿Qué busca Tolstói presentando a unos protagonistas que comienzan el relato con dudas, perdidos a medio camino entre la tradición de sus apellidos y la felicidad que ambicionan?

Fácil: busca que el lector se moje, que sea consciente de que deberá posicionarse a favor o en contra de una determinada moral que poco más tarde revolucionaría el panorama social ruso (si me apuran, europeo e incluso mundial). Por eso, si queremos saber adónde nos lleva la novela, primero tenemos que ser conscientes de que el autor nos hará partícipes de ella.

A medida que va transcurriendo la trama y cada personaje pone fin a su particular guerra, el lector se percatará de que ya es juez y parte en esta singular partida que plantea el autor. Por tanto, Guerra y paz es algo más que una simple novela. Poco a poco se va convirtiendo en un tratado metafísico capaz de encontrar definiciones para el amor, la guerra, la muerte o la felicidad. Todo ello acompañado de una epopeya que no te permite cerrar las mismas páginas que poco antes no te atrevías a abrir. Dicho de otro modo: Tolstói encontró filosofía donde nadie la encuentra, en la simple narración de los hechos.

Pero el libro no solo juega con el plano espiritual del lector. Al abordordarlo, este se convertirá en un experto conocedor de toda la cultura rusa del siglo XIX y de parte de la del resto de Europa. En mi caso, por ejemplo, el conocimiento sobre la tradición eslava se resumía en aquellos viajes que el Strogoff de Verne se marcaba por Siberia. Al acabarlo, parecía Menéndez Pidal con ushanka. Y es que el costumbrismo de Tolstói es maravilloso. Bailes de salón, duelos al estilo Pushkin, conciertos de ópera, cacerías… tan detallado que crees haberlo vivido. Pero Tolstói no se detiene en la costumbre. También desgrana la pirámide social rusa al completo. Desde el príncipe hasta el siervo, desde el general hasta el campesino. Poco importa si se trata de un religioso, un soldado, un músico o un masón; ninguna pieza se escapa a la mirada (casi siempre crítica) de Tolstói. Es una partida a vida o muerte y, como tal, lo primero es conocer las piezas. Si a esto le sumamos la minuciosa recreación del ambiente bélico o la extraordinaria exposición paisajística, nos queda un retrato de la primera mitad de siglo XIX fielmente reproducido por un maestro de la descripción.

Casi todos eran hombres inmorales, malvados… y estaban felices y contentos, tal y como puede estarlo la gente cuya conciencia no los acusa de nada.

León Tolstói nació en la Rusia de los primeros años del XIX, en el seno de una familia noble, hijo de un conde venido a menos y hermano de afamados militares. Aquí encontramos similitudes claras con los protagonistas de Guerra y paz, pues los principales problemas de conciencia que les persiguen tienen que ver con la nobleza de su sangre. Tolstói sabía muy bien de qué hablaba al presentar a personajes inicialmente frustrados. Él mismo lo era (nunca olviden el rostro de la contraportada) pues había intentado estudiar Derecho en la universidad de Kazán con decepcionantes resultados. Lejos de fustigarse, el ardor de su juventud lo fue convirtiendo en un hombre muy diferente al esperado por su exigente padre.

A esas alturas de su todavía joven vida ya se había convertido en un tunante de prestigio, dilapidando fortunas en los casinos de media Rusia mientras visitaba, sin pudor, los bailes más aristocráticos de San Petersburgo. Cuando ya no quedaron más deudas que contraer, tomó la decisión más esperada por toda la familia: acudiría a la campaña en Crimea para ayudar al ejército ruso. Este episodio le cambiaría la vida a través del encuentro con la muerte. Bailar con la parca le hace reflexionar y emprender el camino de vuelta a Yásnaya Poliana, su verdadero hogar. A partir de entonces, nada sería igual: acaba de descubrir que todas las posiciones que había ambicionado ocupar estaban repletas de canallas.

Si tuviéramos que elegir el punto en el que convergen el arranque de Guerra y paz y la vida de Tolstói, sería precisamente este. Ha presenciado cómo miles de hombres se han masacrado en Sebastopol y sufre una fuerte crisis espiritual. Llega la fustigación que reclamábamos renglones atrás y es entonces cuando pronuncia las palabras que encabezan este apartado.

Esta crisis que sufre Tolstói se divide en dos hasta desembocar en los dos personajes principales de la novela. Por un lado, el príncipe Andréi Bolkonski, que siente cómo el frívolo San Petersburgo se le queda pequeño, ambicionando nuevos horizontes. Por otro, Pierre Bezújov, el aristócrata más codiciado de la ciudad, un joven a quien su torpeza le impide cuadrar dentro del organigrama ruso llevándolo al matrimonio con una mujer triste y superficial. Estos personajes están claramente influenciados por la errática biografía de Tolstói que hemos narrado con anterioridad.

Sin embargo, los accidentes que van sucediéndose a lo largo de la novela irán moldeando su conciencia hasta alcanzar la tan ansiada paz. La aparición principal será Natasha Rostova, una joven bellísima que transformará la vida de ambos y que Tolstói identificaba con su propia esposa. Pero no solo el amor es partícipe de este cambio; también la muerte, la risa, el honor, la conciencia del bien y del mal… Al acabar la novela, al igual que ha ocurrido con sus personajes, Tolstói es otro hombre. La integridad de sus teorías es conocida en todo el mundo. Se siente capaz de ser feliz y de hacer feliz a otros. ¿Estamos ante el libro de autoayuda más rentable de la historia?

Adónde nos llevó la novela

La ley del amor deja de ser válida si se defiende por la fuerza.

Pronto Guerra y paz se convirtió en la bandera del movimiento crítico que Tolstói había organizado contra el sistema establecido. Un germen que se iría desarrollando a lo largo de toda su obra y que desembocaría en una corriente «anarcopacificista» que ejercerá una influencia sorprendente sobre varios de los líderes más importantes del planeta.

Es el primer producto revolucionario engendrado por una novela al uso.

A finales de siglo, Yásnaya Poliana se convertiría en un lugar de peregrinación para todo «tolstóier» que se preciara. Las entrevistas se agolpan contra su puerta. Todos quieren comprobar si es tan larga esa barba como cuentan.

Quizá el personaje que con mayor ímpetu desarrolló las teorías tolstoianas sea Mahatma Gandhi. «Me marcó para siempre», llegó a señalar el futuro artífice de la independencia hindú al ser cuestionado por su relación con Tolstói. Mantuvieron una correspondencia bastante habitual y de él aprendió el inconformismo pacifista que caracteriza al personaje tolstoiano. Fue precisamente en su última carta para Gandhi cuando Lev pronunció las palabras con las que da comienzo este apartado. Años más tarde, el receptor se llevaría por delante al ejército británico gracias al concepto de «no violencia».

Otra mano que blandió las teorías de Tolstói en su lucha a favor de los derechos del hombre fue la de Martin Luther King. El pastor estadounidense decidió basar toda su lucha en la filosofía de no violencia promulgada por Lev.

Y qué decir de la política rusa. Para Lenin, la ética tolstoiana que ya se puede apreciar en Guerra y paz es clave a la hora de comprender el movimiento revolucionario que acabaría con el régimen de los zares pocos años más tarde. Es público y notorio que Lenin no compartía algunos aspectos de la filosofía del autor, como el fanatismo cristiano o la aplicación de la «no violencia». Es más, conociendo el currículum leninista, no sería de extrañar que se hubiera rifado alguna cabeza de caballo junto a la cama del viejo Lev.

Pero lo cierto es que Lenin se vio superado por el intelecto de Tolstói, así que decidió utilizar a sus personajes, especialistas en rebelarse contra la cruel realidad que los aplasta, para construir su alzamiento. En el artículo «León Tolstói, espejo de la revolucion rusa», escrito por Lenin en 1908, llegaría a afirmar: «Tolstói reflejó el odio acumulado, la aspiración madura a una vida mejor, el anhelo de desembarazarse del pasado».

Pero, a pesar de ciertas diferencias con los líderes de la revolución, Tolstói consiguió que Guerra y paz se convirtiera en un reflejo del espíritu nacional para los rusos, un símbolo de la tradición del pueblo. Cuando, en 1942, el ejército alemán sitió Leningrado, en la ciudad se vendieron quinientos mil ejemplares de la novela.

Es el segundo producto revolucionario engendrado por una novela al uso.

Y es que Tolstói tiene algo que llama la atención: sus ideas en conjunto no se pueden incrustar en un marco claramente de izquierdas como tampoco en un marco de derechas. Normalmente, este tipo de ambigüedades suelen ser masacradas desde una u otra trinchera. Sin embargo, el autor ruso es plácidamente respetado por ambos bandos. ¿Integridad, acaso?

Decíamos que corría el año 1942 cuando sus ejemplares se vendían por centenares de miles. Para entonces, Galdós, Clarín, Flaubert, Proust o Thomas Mann ya se habían deshecho en elogios hacia la epopeya de Tolstói. Gracias a ella, la literatura rusa había cruzado las fronteras convirtiéndose en la referencia.

Estamos, por tanto, ante una obra magna. Una novela que explora la relación entre la ambición humana y los impulsos que nos empujan hacia ella. Una novela minuciosa, detallada, capaz de emocionar describiendo un movimiento de tropas o un movimiento de párpados. Es la Biblia de la literatura.

Pero ya que hemos salpicado el artículo varias veces con pinceladas del propio Tolstói, permitan que sea esta reflexión, escrita en su diario trece años antes de publicar Guerra y paz, la encargada de poner fin al texto:

Tengo veinticuatro años y todavía no he hecho nada… estoy seguro de que no es por nada por lo que he estado luchando con mis dudas y pasiones los últimos ocho años. Pero, ¿para qué estoy destinado? Solo el tiempo lo dirá.

Y vaya si lo dijo.

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