Ceuta, base de operaciones del yihadismo
Un paso fronterizo laxo, el auge del rigorismo islámico y el desarraigo juvenil abonan el extremismo islamista
Patricia Ortega Dolz
Ceuta, El País
Algunas de las últimas operaciones antiyihadistas la señalan. Operación Nova (en 2005, red de radicalización en la prisión de los Rosales), Duna (11 detenidos en el barrio de El Príncipe por pertenencia a organización terrorista en diciembre de 2006), Bastión (9 detenidos en Tetuán en agosto de 2014 con información de la policía Española), Chacal (detuvieron a dos parejas de hermanos en Ceuta en enero de 2015), otras dos chicas detenidas en la ciudad en marzo de este año… De los 121 detenidos desde 2013 (98 este año) el 45% tienen nacionalidad española y, de ellos, el 76% proceden de Ceuta y Melilla, según un reciente estudio del Real Instituto Elcano. Unos 15 combatientes –que sepa la policía-- salieron de esta punta española de África hacia Irak y Siria, de los 139 que el Ministerio del Interior afirma que han partido desde España para unirse a las huestes del Estado Islámico (ISIS). Algunos involucrados en atentados recientes pasaron por aquí. Ceuta, ciudad fronteriza, 20 kilómetros cuadrados que separan Europa de África, punto de encuentro (y desencuentro) de cristianos y musulmanes, se ha convertido en base de operaciones del yihadismo, en terreno abonado para las redes de captación islamistas, más activas desde el inicio de la guerra de Siria en 2012.
El descontrol consentido e inherente al paso fronterizo de El Tarajal, el auge y la penetración del rigorismo islámico del norte de Marruecos, una población muy joven sin oficio ni beneficio, las comodidades y facilidades de camuflaje que ofrece una región española donde el 50% de sus 85.000 habitantes son musulmanes, y las fuentes de financiación provenientes del contrabando y el narcotráfico hacen propicia a esta pequeña ciudad para el desarrollo de la actividad yihadista. Al mismo tiempo que proliferan los temores y resquemores por los que la gente habla sin querer ser identificada: “Este es el reino caballa, aquí nos conocemos todos”.
La frontera: “Entra el que quiere y sale el que quiere, una democracia perfecta”. Todo pasa por El Tarajal. Abierto 24 horas, 365 días del año. Unas 30.000 personas cruzan ese paso fronterizo de 6,3 kilómetros diariamente. Un hervidero de hombres y mujeres embalados, que llevan encima cuanto pueden cargar. Desde las naves del polígono ceutí colindante a la valla, hasta Castillejos, provincia de Tetuán (Marruecos). Ensanchan hasta el límite las costuras de una norma marroquí que les permite llevar todo cuanto puedan consigo. “Les pagan una decena de euros, según esté el precio del bulto”, dice un guardia fronterizo. “Lo que tienen dentro es supuestamente ropa o comida”, añaden. El alcalde de Ceuta desde 2003, Juan Vivas (PP), lo denomina “comercio atípico”, pero a ojos de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado es “contrabando puro y duro hacia Marruecos”. Consentido en pro de unas buenas relaciones con el país vecino y de un impuesto sobre la mercancía, el IPSI, que deja millones de euros en las arcas ceutíes. Pero ese maremágnun de bultos es el paraguas que sirve de coladero. “Entran los que quieren y salen también los que quieren, es una democracia perfecta”, ironiza un agente con años en la valla.
El único requisito para pasar es tener un pasaporte marroquí que certifique la residencia en Tetuán, cuyo censo ha crecido exponencialmente: “Ha pasado de ser un villorrio a la cuarta población de Marruecos”, resume el sociólogo local Carlos Rontomé (Ceuta, convivencia y conflicto en una sociedad multiétnica). De allí procede la otra gran parte de los yihadistas detenidos (el 37,5%) y de allí partió el 40% de los aproximadamente 2.000 combatientes que se calcula que se han ido de Marruecos hacia Siria, según el estudio del Elcano. La semana pasada el Gobierno marroquí manifestaba su intención de limitar ese paso sin visado solo a los nacidos en Tetuán (no a los residentes). Y el Director General de la Policía, Ignacio Cosidó, anunciaba en su reciente visita a la ciudad autónoma “nuevas infraestructuras” de control “inteligentes” en el Tarajal.
Pero de momento, los guardias y policías se limitan a cumplimentar el mero trámite de supervisar mercancías y pasaportes marroquíes con residencia en Tetuán. La mayor parte de las veces, ni siquiera los sellan, como se comprueba el documento casi impoluto de una empleada de hogar que entra y sale a diario, porque vive a un lado y trabaja al otro. Y si algún agente se pone rígido, "es desplazado de su puesto y sustituido por otro más indulgente, porque las llamadas quejosas de políticos llegan en seguida hasta el máximo responsable policial, y como nadie quiere problemas…”, señala otro agente. Controlar estrictamente la frontera supone paralizarla y perder dinero, empleos y tensionar las relación entre dos países.
Mujeres con 'niqab' por una calle de Ceuta.
‘Burkas’ por la calle Real. En Ceuta hay 32 mezquitas y 23 “asociaciones o lugares de culto”, según los archivos de Laarbi Maateis, el controvertido líder de la comunidad musulmana de la ciudad, que aglutina –según sociólogos locales-- a más de 45.000 personas de las 85.000 habitantes que tiene Ceuta. Fuentes policiales amplían los musulmanes nacionalizados españoles hasta 60.000 –“aunque no todos vivan en la ciudad”-- y subrayan que en 1985, antes de la entrada en vigor de Ley de Extranjería, “eran solo un millar frente a 65.000 ceutíes".
“Ahora tenemos 17 templos más que en 2007, cuando se fundó aquí UCIDE, la Unión de Comunidades Islámicas de España", dice Maateis. Él preside la organización, sita en su propia casa y, en ese doble juego fronterizo, está contratado desde hace años por el ayuntamiento como gerente del cementerio musulmán. Aunque asegura que todos los templos están reconocidos por el Ministerio de Justicia, fuentes de presidencia del gobierno ceutí aseguran que sólo tres de ellos son oficiales. “El resto están simplemente registrados como asociaciones y reciben la correspondiente subvención estatal”. No obstante, fuentes policiales insisten en que el control de los oratorios es “muy estricto desde 2001”, de hecho la operación Duna se desarrolló en la mezquita Darkawia, en el barrio de El Príncipe.
Maateis es el promotor del movimiento islámico Tabligh, caracterizado por su rigorismo y con una vertiente caritativa-asistencial. Cogió fuerza en los años noventa frente a la escuela Maliki, más moderada y la oficial marroquí. Pero desde hace dos años ha dejado de recibir las subvenciones anuales –de entre 40.000 y 120.000 euros-- del consistorio ceutí: “Porque no les invitamos a una fiesta del cordero”, dice, dejando ver la brecha abierta entre musulmanes y cristianos. “El ayuntamiento se ha dado cuenta tarde de lo que estaba financiando y ha querido recular”, asegura una educadora social. Maateis, que condena enérgicamente a los terroristas pero regatea en todas las bandas y que es tan respetado como temido porque es “el que corta el bacalao”, es uno de esos "buenos musulmanes" --así los califica él-- que suelta cosas como: “¡Claro que la mujer musulmana debe cubrirse!”, “el 016 ha hecho mucho daño porque ha roto matrimonios”, “la limosna es el impuesto de la religión”, “nuestro índice de natalidad triplica al de los cristianos, así que lo que no consigamos ahora lo haremos dentro de unos años, cuando ocupemos sus bancos”, “si todos fuésemos musulmanes no habría ningún problema”… Actualmente, la UCIDE, vive "de las donaciones de gente generosa y de los matrimonios”, que él mismo oficia por unos 200 euros.
A vista de los cristianos la indumentaria ha cambiado en Ceuta "por la enorme presión social de los musulmanes más rigoristas". Cada vez se ve a más mujeres más cubiertas, con unos niqabs que solo dejan ver los ojos --como los burkas--, y más hombres con callo en la frente --de darse contra el suelo en el rezo--. Sociólogos locales y trabajadores sociales lo achacan a la presión que sufren. Asistentas y empleadas de la limpieza que se quitan los niqabs al llegar a sus lugares de trabajo y que manifiestan que lo llevan “para evitar problemas”, universitarias que se desmelenan en cuanto se bajan del barco y tocan suelo peninsular… Maateis lo justifica como una cuestión identitaria, una manera de “sentirse orgulloso de ser musulmán”.
Mansión con mezquita incorporada en playa Benítez.
El mecenazgo de los narcos. El tráfico de drogas sigue siendo un negocio floreciente en la ciudad. “Tres o cuatro familias lo lideran: Abdelilah, los rusos, el mezquine…”, señalan fuentes policiales. Sin embargo, esos mafiosos, “para ganarse los favores y el respeto del resto de la comunidad musulmana”, a pesar de regentar una actividad ilícita y prohibida por el Corán, "invierten su dinero del narcotráfico en las mezquitas y realizan donaciones, lo venden como una manera de hacer la yihad contra los infieles que consumen la droga”, aseguran. Algunos capos incluso, como ocurre en la playa de Benítez, montan la mezquita dentro de su propia mansión, desde la que incluso llaman a la oración. En palabras irónicas de un agente de la lucha antiterrorista: “El fin justifica los medios”.
Vista de el barrio de El Príncipe
Redada en la Casa de la Juventud. El profesor Rontomé recuerda una redada en 2009 en la Casa de la Juventud en la que se detuvo a varias personas por hacer proselitismo islamista desde los ordenadores de ese centro. El hecho, que pasó casi desapercibido, es la metáfora de la situación: “Entran en España sin visado, tienen la cobertura que necesitan gratis, se hacen invisibles en Internet y en el barrio de El Príncipe, donde no están controlados”, señala. “Si ya podían pasar desapercibidos entre la población musulmana, Internet los ha invisibilizado casi por completo”. Ceuta y Melilla son las ciudades más jóvenes de España, con un índice de natalidad entre la población musulmana que triplica al nacional. Y también con las que mayores tasas de paro (32%). Muchos jóvenes se ven abocados a “buscarse la vida”. Y muchos caen en las redes del hachís o directamente en la delincuencia común y en el consumo de drogas, "son carne de cañón" de las redes de captación.
El Príncipe, un barrio faveloide crecido en el monte Chico, a orillas de la frontera, se ha convertido en el refugio de la criminalidad ceutí, aparte de en protagonista de una serie de televisión. A simple vista, y pese a contar con casi una veintena de mezquitas, allí reina el trapicheo, las miradas desafiantes o huidizas, chavales demacrados en esquinas narcóticas o apostados durante horas a los pies de la carretera... Es la espera en su expresión más cruda, un nicho de tiempo muerto mientras se logra un papel que permita saltar el Estrecho hacia Europa. La mayor parte de las operaciones antiyihadistas en la ciudad se han desarrollado en las infraviviendas que conforman sus callejuelas.
Patricia Ortega Dolz
Ceuta, El País
Algunas de las últimas operaciones antiyihadistas la señalan. Operación Nova (en 2005, red de radicalización en la prisión de los Rosales), Duna (11 detenidos en el barrio de El Príncipe por pertenencia a organización terrorista en diciembre de 2006), Bastión (9 detenidos en Tetuán en agosto de 2014 con información de la policía Española), Chacal (detuvieron a dos parejas de hermanos en Ceuta en enero de 2015), otras dos chicas detenidas en la ciudad en marzo de este año… De los 121 detenidos desde 2013 (98 este año) el 45% tienen nacionalidad española y, de ellos, el 76% proceden de Ceuta y Melilla, según un reciente estudio del Real Instituto Elcano. Unos 15 combatientes –que sepa la policía-- salieron de esta punta española de África hacia Irak y Siria, de los 139 que el Ministerio del Interior afirma que han partido desde España para unirse a las huestes del Estado Islámico (ISIS). Algunos involucrados en atentados recientes pasaron por aquí. Ceuta, ciudad fronteriza, 20 kilómetros cuadrados que separan Europa de África, punto de encuentro (y desencuentro) de cristianos y musulmanes, se ha convertido en base de operaciones del yihadismo, en terreno abonado para las redes de captación islamistas, más activas desde el inicio de la guerra de Siria en 2012.
El descontrol consentido e inherente al paso fronterizo de El Tarajal, el auge y la penetración del rigorismo islámico del norte de Marruecos, una población muy joven sin oficio ni beneficio, las comodidades y facilidades de camuflaje que ofrece una región española donde el 50% de sus 85.000 habitantes son musulmanes, y las fuentes de financiación provenientes del contrabando y el narcotráfico hacen propicia a esta pequeña ciudad para el desarrollo de la actividad yihadista. Al mismo tiempo que proliferan los temores y resquemores por los que la gente habla sin querer ser identificada: “Este es el reino caballa, aquí nos conocemos todos”.
La frontera: “Entra el que quiere y sale el que quiere, una democracia perfecta”. Todo pasa por El Tarajal. Abierto 24 horas, 365 días del año. Unas 30.000 personas cruzan ese paso fronterizo de 6,3 kilómetros diariamente. Un hervidero de hombres y mujeres embalados, que llevan encima cuanto pueden cargar. Desde las naves del polígono ceutí colindante a la valla, hasta Castillejos, provincia de Tetuán (Marruecos). Ensanchan hasta el límite las costuras de una norma marroquí que les permite llevar todo cuanto puedan consigo. “Les pagan una decena de euros, según esté el precio del bulto”, dice un guardia fronterizo. “Lo que tienen dentro es supuestamente ropa o comida”, añaden. El alcalde de Ceuta desde 2003, Juan Vivas (PP), lo denomina “comercio atípico”, pero a ojos de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado es “contrabando puro y duro hacia Marruecos”. Consentido en pro de unas buenas relaciones con el país vecino y de un impuesto sobre la mercancía, el IPSI, que deja millones de euros en las arcas ceutíes. Pero ese maremágnun de bultos es el paraguas que sirve de coladero. “Entran los que quieren y salen también los que quieren, es una democracia perfecta”, ironiza un agente con años en la valla.
El único requisito para pasar es tener un pasaporte marroquí que certifique la residencia en Tetuán, cuyo censo ha crecido exponencialmente: “Ha pasado de ser un villorrio a la cuarta población de Marruecos”, resume el sociólogo local Carlos Rontomé (Ceuta, convivencia y conflicto en una sociedad multiétnica). De allí procede la otra gran parte de los yihadistas detenidos (el 37,5%) y de allí partió el 40% de los aproximadamente 2.000 combatientes que se calcula que se han ido de Marruecos hacia Siria, según el estudio del Elcano. La semana pasada el Gobierno marroquí manifestaba su intención de limitar ese paso sin visado solo a los nacidos en Tetuán (no a los residentes). Y el Director General de la Policía, Ignacio Cosidó, anunciaba en su reciente visita a la ciudad autónoma “nuevas infraestructuras” de control “inteligentes” en el Tarajal.
Pero de momento, los guardias y policías se limitan a cumplimentar el mero trámite de supervisar mercancías y pasaportes marroquíes con residencia en Tetuán. La mayor parte de las veces, ni siquiera los sellan, como se comprueba el documento casi impoluto de una empleada de hogar que entra y sale a diario, porque vive a un lado y trabaja al otro. Y si algún agente se pone rígido, "es desplazado de su puesto y sustituido por otro más indulgente, porque las llamadas quejosas de políticos llegan en seguida hasta el máximo responsable policial, y como nadie quiere problemas…”, señala otro agente. Controlar estrictamente la frontera supone paralizarla y perder dinero, empleos y tensionar las relación entre dos países.
Mujeres con 'niqab' por una calle de Ceuta.
‘Burkas’ por la calle Real. En Ceuta hay 32 mezquitas y 23 “asociaciones o lugares de culto”, según los archivos de Laarbi Maateis, el controvertido líder de la comunidad musulmana de la ciudad, que aglutina –según sociólogos locales-- a más de 45.000 personas de las 85.000 habitantes que tiene Ceuta. Fuentes policiales amplían los musulmanes nacionalizados españoles hasta 60.000 –“aunque no todos vivan en la ciudad”-- y subrayan que en 1985, antes de la entrada en vigor de Ley de Extranjería, “eran solo un millar frente a 65.000 ceutíes".
“Ahora tenemos 17 templos más que en 2007, cuando se fundó aquí UCIDE, la Unión de Comunidades Islámicas de España", dice Maateis. Él preside la organización, sita en su propia casa y, en ese doble juego fronterizo, está contratado desde hace años por el ayuntamiento como gerente del cementerio musulmán. Aunque asegura que todos los templos están reconocidos por el Ministerio de Justicia, fuentes de presidencia del gobierno ceutí aseguran que sólo tres de ellos son oficiales. “El resto están simplemente registrados como asociaciones y reciben la correspondiente subvención estatal”. No obstante, fuentes policiales insisten en que el control de los oratorios es “muy estricto desde 2001”, de hecho la operación Duna se desarrolló en la mezquita Darkawia, en el barrio de El Príncipe.
Maateis es el promotor del movimiento islámico Tabligh, caracterizado por su rigorismo y con una vertiente caritativa-asistencial. Cogió fuerza en los años noventa frente a la escuela Maliki, más moderada y la oficial marroquí. Pero desde hace dos años ha dejado de recibir las subvenciones anuales –de entre 40.000 y 120.000 euros-- del consistorio ceutí: “Porque no les invitamos a una fiesta del cordero”, dice, dejando ver la brecha abierta entre musulmanes y cristianos. “El ayuntamiento se ha dado cuenta tarde de lo que estaba financiando y ha querido recular”, asegura una educadora social. Maateis, que condena enérgicamente a los terroristas pero regatea en todas las bandas y que es tan respetado como temido porque es “el que corta el bacalao”, es uno de esos "buenos musulmanes" --así los califica él-- que suelta cosas como: “¡Claro que la mujer musulmana debe cubrirse!”, “el 016 ha hecho mucho daño porque ha roto matrimonios”, “la limosna es el impuesto de la religión”, “nuestro índice de natalidad triplica al de los cristianos, así que lo que no consigamos ahora lo haremos dentro de unos años, cuando ocupemos sus bancos”, “si todos fuésemos musulmanes no habría ningún problema”… Actualmente, la UCIDE, vive "de las donaciones de gente generosa y de los matrimonios”, que él mismo oficia por unos 200 euros.
A vista de los cristianos la indumentaria ha cambiado en Ceuta "por la enorme presión social de los musulmanes más rigoristas". Cada vez se ve a más mujeres más cubiertas, con unos niqabs que solo dejan ver los ojos --como los burkas--, y más hombres con callo en la frente --de darse contra el suelo en el rezo--. Sociólogos locales y trabajadores sociales lo achacan a la presión que sufren. Asistentas y empleadas de la limpieza que se quitan los niqabs al llegar a sus lugares de trabajo y que manifiestan que lo llevan “para evitar problemas”, universitarias que se desmelenan en cuanto se bajan del barco y tocan suelo peninsular… Maateis lo justifica como una cuestión identitaria, una manera de “sentirse orgulloso de ser musulmán”.
Mansión con mezquita incorporada en playa Benítez.
El mecenazgo de los narcos. El tráfico de drogas sigue siendo un negocio floreciente en la ciudad. “Tres o cuatro familias lo lideran: Abdelilah, los rusos, el mezquine…”, señalan fuentes policiales. Sin embargo, esos mafiosos, “para ganarse los favores y el respeto del resto de la comunidad musulmana”, a pesar de regentar una actividad ilícita y prohibida por el Corán, "invierten su dinero del narcotráfico en las mezquitas y realizan donaciones, lo venden como una manera de hacer la yihad contra los infieles que consumen la droga”, aseguran. Algunos capos incluso, como ocurre en la playa de Benítez, montan la mezquita dentro de su propia mansión, desde la que incluso llaman a la oración. En palabras irónicas de un agente de la lucha antiterrorista: “El fin justifica los medios”.
Vista de el barrio de El Príncipe
Redada en la Casa de la Juventud. El profesor Rontomé recuerda una redada en 2009 en la Casa de la Juventud en la que se detuvo a varias personas por hacer proselitismo islamista desde los ordenadores de ese centro. El hecho, que pasó casi desapercibido, es la metáfora de la situación: “Entran en España sin visado, tienen la cobertura que necesitan gratis, se hacen invisibles en Internet y en el barrio de El Príncipe, donde no están controlados”, señala. “Si ya podían pasar desapercibidos entre la población musulmana, Internet los ha invisibilizado casi por completo”. Ceuta y Melilla son las ciudades más jóvenes de España, con un índice de natalidad entre la población musulmana que triplica al nacional. Y también con las que mayores tasas de paro (32%). Muchos jóvenes se ven abocados a “buscarse la vida”. Y muchos caen en las redes del hachís o directamente en la delincuencia común y en el consumo de drogas, "son carne de cañón" de las redes de captación.
El Príncipe, un barrio faveloide crecido en el monte Chico, a orillas de la frontera, se ha convertido en el refugio de la criminalidad ceutí, aparte de en protagonista de una serie de televisión. A simple vista, y pese a contar con casi una veintena de mezquitas, allí reina el trapicheo, las miradas desafiantes o huidizas, chavales demacrados en esquinas narcóticas o apostados durante horas a los pies de la carretera... Es la espera en su expresión más cruda, un nicho de tiempo muerto mientras se logra un papel que permita saltar el Estrecho hacia Europa. La mayor parte de las operaciones antiyihadistas en la ciudad se han desarrollado en las infraviviendas que conforman sus callejuelas.