Cambio de era en ‘The Washington Post’
El diario abandona la mítica redacción en que se destapó el 'caso Watergate'
Joan Faus
Washington, El País
Tres cuadras en el centro de Washington separan el pasado del presente y el futuro del diario The Washington Post. Esta ha sido la primera semana de los trabajadores en la nueva redacción en un edificio de estilo art déco en la plaza Franklin. Dejan atrás la mítica redacción de la calle 15, inaugurada en 1972, en la que el periódico ganó notoriedad internacional con su cobertura del caso Watergate que acabó con la presidencia de Richard Nixon.
La vieja redacción está siendo desmantelada. Ya no hay rastro exterior: ni el logotipo, ni la pantalla con un hilo de noticias de última hora. En ese monótono edificio de ladrillos amarillos, desde su puesto de director, Ben Bradlee transformó en los años setenta al Post —fundado en 1877— de ser un diario eminentemente local a uno nacional que ponía en aprietos al poder. Hasta los noventa, en el edificio convivieron la redacción con la planta de impresión.
“A las 10 de la noche el edificio retumbaba y temblaba. Era como un gigante dormido que se despertaba cuando la imprenta empezaba a rodar. ¡Era mágico!”, rememora Tracy Grant, vicedirectora ejecutiva del diario. Grant, que lleva 22 años en el Post, habla desde su despacho en la nueva y moderna redacción. Los techos aquí son más altos. Hay más luz natural. La decoración es minimalista. Y a simple vista no hay riesgo de ver ratones, un rasgo de la antigua redacción.
La vicedirectora —encargada de gestionar el traslado de 1.400 trabajadores— explica que fue “muy agridulce” abandonar la sede de la calle 15 por las vivencias acumuladas. Pero subraya que el cambio era necesario para adaptarse mejor al reto digital que acecha a la prensa. La nueva redacción sigue dividida por secciones, pero cada una está mejor integrada por equipos de vídeo, redes sociales y seguimiento de audiencias.
“Estamos muy contentos con la nueva oficina porque es un símbolo del progreso de nuestro periódico”, dice, en su despacho, el director del Post, Martin Baron, en el cargo desde enero de 2013. Tras años aquejado por estrecheces financieras, el diario tomó un nuevo rumbo en agosto de 2013 cuando lo compró el multimillonario Jeff Bezos, fundador de Amazon. El Post ha ampliado desde entonces su plantilla. La audiencia online ha crecido un 56% en el último año y en octubre superó a The New York Times en tráfico en EE UU.
La nueva redacción lanza guiños al pasado. Las reuniones de la cúpula se celebran en la sala Bradlee. En los pasillos se leen frases de la familia Graham, propietaria del Post durante buena parte de su historia. Y en varios despachos, se ve la portada de la dimisión de Nixon en 1974.
Al acto de despedida de la vieja sede, acudieron Bob Woodward y Carl Bernstein, los dos jóvenes periodistas que a principios de los setenta lideraron la investigación del Watergate que destapó una trama de espionaje político.
Uno de sus supervisores era Barry Sussman, que entonces era el jefe de la sección local del diario. Sussman, que dejó el Post en 1987, recuerda cómo en esa época los periodistas oteaban frecuentemente desde sus mesas el despacho de Bradlee que estaba en un extremo de la redacción y cómo al director le gustaba pasearse con una pelota de softball en la mano.
“Esos eran los días de oro. No solo de The Washington Post sino del conjunto de la prensa estadounidense. La prensa tenía el mayor respeto que ha tenido y era probablemente el momento más divertido para trabajar”, dice Sussman por teléfono. Entonces, esgrime, la prensa era percibida como “importante y honesta” y se escribían más artículos interesantes que ahora.
En una esquina perpendicular del edificio de la antigua redacción, está el Post Pub, que desde 1974 está bautizado en honor al diario. Su propietario, Robert Beaulieu, descarta cambiar de nombre y confía en que algunos trabajadores del periódico sigan acudiendo al bar. Su época de gloria fue en los setenta y ochenta cuando era un destino “frecuente” de periodistas y empleados de la imprenta.
Joan Faus
Washington, El País
Tres cuadras en el centro de Washington separan el pasado del presente y el futuro del diario The Washington Post. Esta ha sido la primera semana de los trabajadores en la nueva redacción en un edificio de estilo art déco en la plaza Franklin. Dejan atrás la mítica redacción de la calle 15, inaugurada en 1972, en la que el periódico ganó notoriedad internacional con su cobertura del caso Watergate que acabó con la presidencia de Richard Nixon.
La vieja redacción está siendo desmantelada. Ya no hay rastro exterior: ni el logotipo, ni la pantalla con un hilo de noticias de última hora. En ese monótono edificio de ladrillos amarillos, desde su puesto de director, Ben Bradlee transformó en los años setenta al Post —fundado en 1877— de ser un diario eminentemente local a uno nacional que ponía en aprietos al poder. Hasta los noventa, en el edificio convivieron la redacción con la planta de impresión.
“A las 10 de la noche el edificio retumbaba y temblaba. Era como un gigante dormido que se despertaba cuando la imprenta empezaba a rodar. ¡Era mágico!”, rememora Tracy Grant, vicedirectora ejecutiva del diario. Grant, que lleva 22 años en el Post, habla desde su despacho en la nueva y moderna redacción. Los techos aquí son más altos. Hay más luz natural. La decoración es minimalista. Y a simple vista no hay riesgo de ver ratones, un rasgo de la antigua redacción.
La vicedirectora —encargada de gestionar el traslado de 1.400 trabajadores— explica que fue “muy agridulce” abandonar la sede de la calle 15 por las vivencias acumuladas. Pero subraya que el cambio era necesario para adaptarse mejor al reto digital que acecha a la prensa. La nueva redacción sigue dividida por secciones, pero cada una está mejor integrada por equipos de vídeo, redes sociales y seguimiento de audiencias.
“Estamos muy contentos con la nueva oficina porque es un símbolo del progreso de nuestro periódico”, dice, en su despacho, el director del Post, Martin Baron, en el cargo desde enero de 2013. Tras años aquejado por estrecheces financieras, el diario tomó un nuevo rumbo en agosto de 2013 cuando lo compró el multimillonario Jeff Bezos, fundador de Amazon. El Post ha ampliado desde entonces su plantilla. La audiencia online ha crecido un 56% en el último año y en octubre superó a The New York Times en tráfico en EE UU.
La nueva redacción lanza guiños al pasado. Las reuniones de la cúpula se celebran en la sala Bradlee. En los pasillos se leen frases de la familia Graham, propietaria del Post durante buena parte de su historia. Y en varios despachos, se ve la portada de la dimisión de Nixon en 1974.
Al acto de despedida de la vieja sede, acudieron Bob Woodward y Carl Bernstein, los dos jóvenes periodistas que a principios de los setenta lideraron la investigación del Watergate que destapó una trama de espionaje político.
Uno de sus supervisores era Barry Sussman, que entonces era el jefe de la sección local del diario. Sussman, que dejó el Post en 1987, recuerda cómo en esa época los periodistas oteaban frecuentemente desde sus mesas el despacho de Bradlee que estaba en un extremo de la redacción y cómo al director le gustaba pasearse con una pelota de softball en la mano.
“Esos eran los días de oro. No solo de The Washington Post sino del conjunto de la prensa estadounidense. La prensa tenía el mayor respeto que ha tenido y era probablemente el momento más divertido para trabajar”, dice Sussman por teléfono. Entonces, esgrime, la prensa era percibida como “importante y honesta” y se escribían más artículos interesantes que ahora.
En una esquina perpendicular del edificio de la antigua redacción, está el Post Pub, que desde 1974 está bautizado en honor al diario. Su propietario, Robert Beaulieu, descarta cambiar de nombre y confía en que algunos trabajadores del periódico sigan acudiendo al bar. Su época de gloria fue en los setenta y ochenta cuando era un destino “frecuente” de periodistas y empleados de la imprenta.