Las otras víctimas del Daesh: las madres que pierden a sus hijos radicalizados
Un reportaje de Julia Ioffe en The Huffington Post muestra la vida de las mujeres a las que los terroristas les han quitado lo que más querían.
Javier Taeño | Gaceta trotamundos
El desarrollo de la historia se repite cíclicamente. Jóvenes occidentales que se van radicalizando poco a poco, se alejan de su familia y terminan marchando a combatir con el Daesh a Siria o Irak, rompiendo finalmente los lazos con sus seres queridos. A veces cambia el desenlace, al menos durante un tiempo, pero lo que queda de forma perenne es el dolor de las madres que no entienden cómo un hijo al que han criado y creían conocer ha terminado decidiendo unirse a los extremistas.
Ahora, un reportaje muy recomendable de Julia Ioffe en el Huffington Post ahonda un poco más en estas víctimas silenciosas del grupo; esas madres que sufren porque el Daesh les ha arrebatado lo más preciado que tenían: sus hijos.
El proceso de conversión se suele repetir frecuentemente, tal y como cuenta Daniel Koehler, un experto alemán en desradicalización. En primer lugar se sienten eufóricos tras encontrar una forma de dar sentido al mundo e intentan convencer al entorno, normalmente centrándose en el sufrimiento del pueblo sirio. El siguiente paso es el de frustración, al no conseguir implicar a sus familiares en el mensaje y así comienzan los conflictos, lo que suele provocar la marcha de casa. Finalmente en una tercera etapa, empiezan a pensar que la violencia es la única solución y se terminan marchando a Siria o Irak para combatir.
En el caso del reportaje de Ioffe se centra en cuatro historias diferentes que tienen el mismo hilo en común. Relata la de Damian, en Canadá, un chico que poco a poco se fue radicalizando y terminó muriendo en Siria. Su madre, Christianne, veía todos los días vídeos del Daesh intentando reconocer la cara de su hijo.
También la de Lukas, un muchacho danés que murió en Alepo. Cuando su madre, Karolina, le escribió por Viber no hubo respuesta durante un mes. Cuando finalmente llegó, no era el joven el que estaba contestando, sino otra persona. “Tu hijo está hecho pedazos”.
El tercer caso es el del noruego Thom Alexander, cuya madre, Torill, se enteró de su muerte gracias al reclutador que lo convenció de ir a luchar a Siria. Una foto en su iPad en la que aparecía el joven con un tiro en la cabeza y un ojo colgando de su órbita fue la prueba que necesitaba para darse cuenta de que su hijo ya no estaba en este mundo.
Finalmente, está Sabri, un belga de 19 años. Su madre estaba en una conferencia cuando sintió un dolor agudo en el estómago. Tres días más tarde la familia recibió una llamada y un hombre les dijo que el muchacho había muerto el mismo día que Saliha había sentido esos dolores.
¿Qué las queda a estas madres después de haber sufrido como lo han hecho? La ayuda mutua, entre ellas, y muchas otras mujeres en la misma situación. Se ha creado un vínculo fuerte de cariño, respeto y sobre todo comprensión. Frente a una sociedad que en ocasiones las rechaza, el simple hecho de compartir sus experiencias, muy similares en general, genera una oleada de afecto que las ayuda a poder expresarse y sentirse entendidas, a poder compartir sus tristezas con alguien que entiende perfectamente qué es sentir eso. Y es que de lo que no hay duda es de que ellas también son víctimas del Daesh.
Javier Taeño | Gaceta trotamundos
El desarrollo de la historia se repite cíclicamente. Jóvenes occidentales que se van radicalizando poco a poco, se alejan de su familia y terminan marchando a combatir con el Daesh a Siria o Irak, rompiendo finalmente los lazos con sus seres queridos. A veces cambia el desenlace, al menos durante un tiempo, pero lo que queda de forma perenne es el dolor de las madres que no entienden cómo un hijo al que han criado y creían conocer ha terminado decidiendo unirse a los extremistas.
Ahora, un reportaje muy recomendable de Julia Ioffe en el Huffington Post ahonda un poco más en estas víctimas silenciosas del grupo; esas madres que sufren porque el Daesh les ha arrebatado lo más preciado que tenían: sus hijos.
El proceso de conversión se suele repetir frecuentemente, tal y como cuenta Daniel Koehler, un experto alemán en desradicalización. En primer lugar se sienten eufóricos tras encontrar una forma de dar sentido al mundo e intentan convencer al entorno, normalmente centrándose en el sufrimiento del pueblo sirio. El siguiente paso es el de frustración, al no conseguir implicar a sus familiares en el mensaje y así comienzan los conflictos, lo que suele provocar la marcha de casa. Finalmente en una tercera etapa, empiezan a pensar que la violencia es la única solución y se terminan marchando a Siria o Irak para combatir.
En el caso del reportaje de Ioffe se centra en cuatro historias diferentes que tienen el mismo hilo en común. Relata la de Damian, en Canadá, un chico que poco a poco se fue radicalizando y terminó muriendo en Siria. Su madre, Christianne, veía todos los días vídeos del Daesh intentando reconocer la cara de su hijo.
También la de Lukas, un muchacho danés que murió en Alepo. Cuando su madre, Karolina, le escribió por Viber no hubo respuesta durante un mes. Cuando finalmente llegó, no era el joven el que estaba contestando, sino otra persona. “Tu hijo está hecho pedazos”.
El tercer caso es el del noruego Thom Alexander, cuya madre, Torill, se enteró de su muerte gracias al reclutador que lo convenció de ir a luchar a Siria. Una foto en su iPad en la que aparecía el joven con un tiro en la cabeza y un ojo colgando de su órbita fue la prueba que necesitaba para darse cuenta de que su hijo ya no estaba en este mundo.
Finalmente, está Sabri, un belga de 19 años. Su madre estaba en una conferencia cuando sintió un dolor agudo en el estómago. Tres días más tarde la familia recibió una llamada y un hombre les dijo que el muchacho había muerto el mismo día que Saliha había sentido esos dolores.
¿Qué las queda a estas madres después de haber sufrido como lo han hecho? La ayuda mutua, entre ellas, y muchas otras mujeres en la misma situación. Se ha creado un vínculo fuerte de cariño, respeto y sobre todo comprensión. Frente a una sociedad que en ocasiones las rechaza, el simple hecho de compartir sus experiencias, muy similares en general, genera una oleada de afecto que las ayuda a poder expresarse y sentirse entendidas, a poder compartir sus tristezas con alguien que entiende perfectamente qué es sentir eso. Y es que de lo que no hay duda es de que ellas también son víctimas del Daesh.