Las heridas del terrorismo recorren París
La violencia política lleva años sacudiendo la capital francesa. Las huellas de los atentados se multiplican en sus calles
Guillermo Altares
París, El País
El cementerio del Père Lachaise, en el este de París, es el único monumento público que los turistas han podido visitar este fin de semana. En uno de sus muros fueron fusilados, entre el 21 y el 28 de mayo de 1871, miles de defensores de la Comuna, la gran revolución popular que se había apoderado de la ciudad. Siempre hay flores frescas, que recuerdan que en París la violencia política es vieja y persistente. Uno de los supervivientes de aquella masacre fue el escritor y periodista Jules Vallès, director del diario revolucionario El grito del pueblo. Está enterrado en este bello cementerio y tiene una calle dedicada en París, que hace esquina con la rue Charonne. Se encuentra a apenas unos metros del café La Belle Équipe donde unos terroristas dispararon el viernes por la noche contra la multitud –la policía habla de que fue algo parecido a un fusilamiento–. El terror ha tejido una red invisible de conexiones que se extiende por esta ciudad herida, que no logra acostumbrarse a la violencia.
"Nos sentimos rodeados. Nos encontramos perdidos", asegura Philippe, un anestesista de 60 años, que camina con la prensa dominical bajo el brazo a pocos metros del supermercado Hypercacher, donde el pasado 9 de enero Amedy Coulibaly asesinó en una toma de rehenes a cuatro personas antes de ser abatido por la policía, poco después de los atentados contra Charlie Hebdo. "Estaba muy cerca del supermercado entonces, justo enfrente, y mi hija vive a 50 metros de la sala Bataclan", donde fueron asesinadas más de 80 personas el viernes, prosigue este médico. "Este ataque es peor, no sólo por el número de muertos, sino porque el Hypercacher era un objetivo claro, ahora han fusilado a gente al azar".
El supermercado, que fue atacado por tratarse de un negocio judío, se encuentra protegido por la policía desde entonces. Aunque los vecinos señalan que, en la sinagoga cercana, han bajado la guardia, porque hasta hace poco había siempre militares desplegados y en la mañana del domingo estaban ausentes. "No hay que relajarse. No estamos seguros en París. Y ya hemos visto que no van solo contra los judíos, sino contra cualquiera", explica David Benhas, de 60 años.
Las papeleras en la ciudad son bolsas de plástico transparente después de que, en los noventa, el grupo terrorista argelino GIA las utilizase para poner bombas. Esta tarde se ha producido un momento de pánico cerca de la rue des Rossiers, porque se escucharon detonaciones, que resultaron ser petardos, no disparos. En esta calle estaba situado el restaurante judío Jo Goldenberg (ahora una tienda de ropa), donde en 1982 un grupo terrorista palestino ametralló a los clientes causando seis muertos y decenas de heridos, un atentado que inauguró una oleada de terror que no ha terminado todavía.
A diferencia del Hypercacher, cerca de la sede de Charlie Hebdo, la revista satírica donde los hermanos Kouachi asesinaron a 11 personas el 7 de enero, no queda ningún recuerdo, apenas alguna pegatina de Je suis Charlie. Las flores, las velas, los mensajes en torno a los que se concentraron miles de personas en aquellos días trágicos han sido reemplazados por el silencio y la normalidad. Sin embargo, por el vecino bulevar Richard-Lenoir, donde fue asesinado sin piedad el policía Ahmed Merabet ante los ojos del mundo, circulan constantemente personas con flores en la mano. Un grupo se abraza entre lágrimas en plena calle. Se dirigen a homenajear a las víctimas de la sala Bataclan, que se encuentra a unos cientos de metros. La tela de araña del terror crece y se extiende, cada vez menos invisible, cada vez más amplia.
Guillermo Altares
París, El País
El cementerio del Père Lachaise, en el este de París, es el único monumento público que los turistas han podido visitar este fin de semana. En uno de sus muros fueron fusilados, entre el 21 y el 28 de mayo de 1871, miles de defensores de la Comuna, la gran revolución popular que se había apoderado de la ciudad. Siempre hay flores frescas, que recuerdan que en París la violencia política es vieja y persistente. Uno de los supervivientes de aquella masacre fue el escritor y periodista Jules Vallès, director del diario revolucionario El grito del pueblo. Está enterrado en este bello cementerio y tiene una calle dedicada en París, que hace esquina con la rue Charonne. Se encuentra a apenas unos metros del café La Belle Équipe donde unos terroristas dispararon el viernes por la noche contra la multitud –la policía habla de que fue algo parecido a un fusilamiento–. El terror ha tejido una red invisible de conexiones que se extiende por esta ciudad herida, que no logra acostumbrarse a la violencia.
"Nos sentimos rodeados. Nos encontramos perdidos", asegura Philippe, un anestesista de 60 años, que camina con la prensa dominical bajo el brazo a pocos metros del supermercado Hypercacher, donde el pasado 9 de enero Amedy Coulibaly asesinó en una toma de rehenes a cuatro personas antes de ser abatido por la policía, poco después de los atentados contra Charlie Hebdo. "Estaba muy cerca del supermercado entonces, justo enfrente, y mi hija vive a 50 metros de la sala Bataclan", donde fueron asesinadas más de 80 personas el viernes, prosigue este médico. "Este ataque es peor, no sólo por el número de muertos, sino porque el Hypercacher era un objetivo claro, ahora han fusilado a gente al azar".
El supermercado, que fue atacado por tratarse de un negocio judío, se encuentra protegido por la policía desde entonces. Aunque los vecinos señalan que, en la sinagoga cercana, han bajado la guardia, porque hasta hace poco había siempre militares desplegados y en la mañana del domingo estaban ausentes. "No hay que relajarse. No estamos seguros en París. Y ya hemos visto que no van solo contra los judíos, sino contra cualquiera", explica David Benhas, de 60 años.
Las papeleras en la ciudad son bolsas de plástico transparente después de que, en los noventa, el grupo terrorista argelino GIA las utilizase para poner bombas. Esta tarde se ha producido un momento de pánico cerca de la rue des Rossiers, porque se escucharon detonaciones, que resultaron ser petardos, no disparos. En esta calle estaba situado el restaurante judío Jo Goldenberg (ahora una tienda de ropa), donde en 1982 un grupo terrorista palestino ametralló a los clientes causando seis muertos y decenas de heridos, un atentado que inauguró una oleada de terror que no ha terminado todavía.
A diferencia del Hypercacher, cerca de la sede de Charlie Hebdo, la revista satírica donde los hermanos Kouachi asesinaron a 11 personas el 7 de enero, no queda ningún recuerdo, apenas alguna pegatina de Je suis Charlie. Las flores, las velas, los mensajes en torno a los que se concentraron miles de personas en aquellos días trágicos han sido reemplazados por el silencio y la normalidad. Sin embargo, por el vecino bulevar Richard-Lenoir, donde fue asesinado sin piedad el policía Ahmed Merabet ante los ojos del mundo, circulan constantemente personas con flores en la mano. Un grupo se abraza entre lágrimas en plena calle. Se dirigen a homenajear a las víctimas de la sala Bataclan, que se encuentra a unos cientos de metros. La tela de araña del terror crece y se extiende, cada vez menos invisible, cada vez más amplia.