El oleoducto Keystone, una gran brecha política y social
El proyecto ha enfrentado a países, políticos, sindicatos, empresas y ecologistas
Joan Faus
Washington, El País
Junto a la reforma sanitaria y el acuerdo nuclear con Irán, pocos asuntos como el Keystone XL han propiciado en los últimos años una división tan acusada en Estados Unidos. El proyecto para construir un oleoducto de 1.900 kilómetros para trasladar crudo entre Canadá y el golfo de México —que este viernes fue denegado por el Gobierno estadounidense— ha enfrentado a países, políticos, sindicatos, empresas y grupos ambientalistas. La brecha era palpable a través de numerosos anuncios publicitarios de partidarios y detractores.
Desde que el Departamento de Estado empezó en 2008 a analizar el proyecto de la empresa Transcanada, el Keystone XL se ha convertido en un polémico símbolo dual. Los grupos ambientalistas se oponían al proyecto porque, además de reforzar la dependencia de energías fósiles, las tuberías debían atravesar espacios protegidos. En cambio, la industria petrolera lo defendía como una fuente de creación de puestos de trabajo y una vía para alcanzar la independencia energética de EE UU.
Pero esa urgencia se ha disipado: la independencia —y el consiguiente abaratamiento del petróleo— se ha afianzado en los últimos años gracias al boom energético que vive este país por la proliferación de la técnica de extracción del fracking.
La división en torno al Keystone XL también era política, sobre todo en el Partido Demócrata. Los republicanos respaldaban ampliamente el proyecto. Y también muchos demócratas, sobre todo de Estados petroleros, como Dakota del Norte. Los sindicatos, fieles aliados demócratas, también apoyaban el oleoducto. Pero los grupos ambientalistas y las bases ecologistas —otro sustento del Partido Demócrata— lo rechazaban, cosa que alimentaba la oposición de muchos políticos progresistas.
Impacto en la relación con Canadá
La brecha por el oleoducto se trasladó también a la arena diplomática al enfriar las relaciones entre Canadá y Estados Unidos. El anterior Gobierno canadiense del conservador Stephen Harper —que esta semana cedió el poder— criticó la lentitud del proceso de decisión del Gobierno de Barack Obama y advirtió de que no aceptaría un “no” por respuesta al oleoducto desde la provincia canadiense de Alberta al golfo de México.
El nuevo primer ministro canadiense, el liberal Justin Trudeau, también apoya el oleoducto, pero ha criticado las formas tajantes de Harper, ha defendido una mayor lucha contra el cambio climático y no ha hecho del proyecto un asunto clave de la relación con su vecino sureño. Canadá es el primer suministrador de petróleo de EE UU.
Trudeau manifestó este viernes su decepción por el rechazo a la construcción del Keystone XL, pero dijo que la relación entre Canadá y EE UU es “mucho más grande que cualquier proyecto” y que aspira a relanzar, con un “inicio fresco”, los lazos con el presidente Obama.
Joan Faus
Washington, El País
Junto a la reforma sanitaria y el acuerdo nuclear con Irán, pocos asuntos como el Keystone XL han propiciado en los últimos años una división tan acusada en Estados Unidos. El proyecto para construir un oleoducto de 1.900 kilómetros para trasladar crudo entre Canadá y el golfo de México —que este viernes fue denegado por el Gobierno estadounidense— ha enfrentado a países, políticos, sindicatos, empresas y grupos ambientalistas. La brecha era palpable a través de numerosos anuncios publicitarios de partidarios y detractores.
Desde que el Departamento de Estado empezó en 2008 a analizar el proyecto de la empresa Transcanada, el Keystone XL se ha convertido en un polémico símbolo dual. Los grupos ambientalistas se oponían al proyecto porque, además de reforzar la dependencia de energías fósiles, las tuberías debían atravesar espacios protegidos. En cambio, la industria petrolera lo defendía como una fuente de creación de puestos de trabajo y una vía para alcanzar la independencia energética de EE UU.
Pero esa urgencia se ha disipado: la independencia —y el consiguiente abaratamiento del petróleo— se ha afianzado en los últimos años gracias al boom energético que vive este país por la proliferación de la técnica de extracción del fracking.
La división en torno al Keystone XL también era política, sobre todo en el Partido Demócrata. Los republicanos respaldaban ampliamente el proyecto. Y también muchos demócratas, sobre todo de Estados petroleros, como Dakota del Norte. Los sindicatos, fieles aliados demócratas, también apoyaban el oleoducto. Pero los grupos ambientalistas y las bases ecologistas —otro sustento del Partido Demócrata— lo rechazaban, cosa que alimentaba la oposición de muchos políticos progresistas.
Impacto en la relación con Canadá
La brecha por el oleoducto se trasladó también a la arena diplomática al enfriar las relaciones entre Canadá y Estados Unidos. El anterior Gobierno canadiense del conservador Stephen Harper —que esta semana cedió el poder— criticó la lentitud del proceso de decisión del Gobierno de Barack Obama y advirtió de que no aceptaría un “no” por respuesta al oleoducto desde la provincia canadiense de Alberta al golfo de México.
El nuevo primer ministro canadiense, el liberal Justin Trudeau, también apoya el oleoducto, pero ha criticado las formas tajantes de Harper, ha defendido una mayor lucha contra el cambio climático y no ha hecho del proyecto un asunto clave de la relación con su vecino sureño. Canadá es el primer suministrador de petróleo de EE UU.
Trudeau manifestó este viernes su decepción por el rechazo a la construcción del Keystone XL, pero dijo que la relación entre Canadá y EE UU es “mucho más grande que cualquier proyecto” y que aspira a relanzar, con un “inicio fresco”, los lazos con el presidente Obama.