ANÁLISIS / Un acuerdo político contra el Estado Islámico

Después de cinco años de conflicto en Siria, el compromiso es la única manera de avanzar

JULIEN BARNES-DACEY, El País
La crisis de Siria vuelve a ocupar la agenda internacional. Después de casi dos años de desinterés efectivo, la afluencia de refugiados a Europa y la oleada de ataques terroristas, especialmente en París, han vuelto a centrar la atención internacional en la necesidad apremiante de abordar tanto la causa subyacente, los prácticamente cinco años de guerra civil, como su consecuencia más peligrosa, el Estado Islámico (ISIS).


El cambio ha tenido lugar a raíz del inicio de la intervención militar directa de Rusia en Siria en septiembre, la cual, paradójicamente, ha abierto la posibilidad de una nueva vía política al enviar un claro mensaje de que no es posible una victoria militar total sobre El Asad, y dar a entender que Rusia tiene una nueva palanca para obtener concesiones de Damasco.

El 17 de octubre, varios países se reunieron en Viena para crear el Grupo de Apoyo Internacional a Siria (ISSG, por sus siglas en inglés). Es la primera vez que todos los actores externos clave, incluido Irán, se han sentado a la misma mesa de negociación, y el grupo ha empezado con buen pie, ya que ha alcanzado compromisos respecto a las líneas básicas de un proceso político y un alto el fuego. Al mismo tiempo, el presidente francés, François Hollande, trata de reunir una coalición internacional de países para dar una respuesta más contundente al Estado Islámico, y ha visitado Washington y Moscú esta semana para exponer sus argumentos. El Gobierno británico también está contemplando iniciar ataques militares contra el ISIS en Siria.

No obstante, aunque los engranajes diplomáticos y militares internacionales empiezan a girar más rápido, los retos siguen siendo inmensos, y traducir el incipiente acuerdo en avances sobre el terreno en Siria será extremadamente difícil. Y, lo más importante, los actores decisivos continúan albergando profundos desacuerdos sobre la dinámica fundamental de la crisis; está claro que los agentes clave en la región, encabezados por Arabia Saudí y Turquía, no están ni mucho menos a favor de una estrategia política que no garantice la desaparición de El Asad o una vía militar que dé prioridad a la lucha contra el Estado Islámico antes que contra el régimen. Incluso Francia y Rusia, a pesar de que es posible que estén encontrando algún punto de acuerdo respecto a la necesidad de combatir al EI, siguen apoyando a bandos contrarios en la guerra civil. Moscú, al igual que Teherán, no ha dejado de exigir que Asad desempeñe un papel protagonista en cualquier proceso de transición.

Pero, después de casi cinco años de conflicto bélico en Siria, debería estar claro que el compromiso es la única manera de avanzar, sobre todo en el frente político, hacia la atenuación del conflicto más amplio, lo cual es un requisito previo de cualquier campaña eficaz para neutralizar al ISIS. Una transferencia de poder desde Damasco podría ser un medio de sortear el punto muerto de El Asad, forjar un acuerdo y permitir que los diferentes actores concentren sus esfuerzos en combatir al ISIS, pero adoptar esta línea exigirá un liderazgo audaz.

A menos que avancen, las cosas todavía pueden empeorar. El derribo por parte de Turquía de un caza ruso el 24 de noviembre evidencia los riesgos de una escalada internacional aún mayor, que podría echar abajo el proceso diplomático y volver a desviar la atención de los esfuerzos contra el Estado Islámico.

Julien Barnes-Dacey es analista del European Council and Foreign Relations.

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