Turquía entierra a los muertos del atentado en un clima de violencia
Se reproducen las manifestaciones contra el Gobierno y la violencia en el este kurdo
Andrés Mourenza
Diyarbakir, El País
Los funerales de las víctimas la masacre de Ankara se convirtieron el lunes en multitudinarias protestas contra el Gobierno islamista moderado de Turquía, al que se acusa de no haber hecho lo suficiente por prevenir un ataque terrorista que ha elevado aún más la tensión existente en el país, especialmente en sus zonas kurdas, donde los combates continúan pese al alto el fuego decretado por los rebeldes del PKK.
Llantos, gemidos y consignas preñadas de rabia acompañaron ayer hasta su tumba los ataúdes de Abdullah Erol y Meryem Bulut, dos de las al menos 97 víctimas del atentado del sábado, que fueron enterradas en su localidad natal, Diyarbakir. Erol -candidato a las elecciones del 1 de noviembre por el Partido de la Democracia de los Pueblos (HDP, pro-kurdo)- y Bulut –anciana de 70, uno de cuyos nietos falleció en Siria combatiendo contra el Estado Islámico- se habían desplazado a Ankara para exigir paz y el fin de la violencia entre los rebeldes kurdos y las fuerzas de seguridad turcas. Encontraron todo lo contrario: una muerte horrible.
“Erdogan, asesino”, “El Estado pagará” y “Venganza, venganza”, gritaban los asistentes al funeral, que ven la mano del Ejecutivo turco tras el atentado. “Todo dictador, todo fascista que teme perder el poder, intenta provocar el caos y la guerra civil, y (el presidente Recep Tayyip) Erdogan es un dictador y un fascista”, denunciaba Eyüp, uno de los presentes. “Yo no sé quién lo hizo, pero sí sé que no hubo protección, que las ambulancias llegaron tarde y que la policía lanzó gases lacrimógenos sobre los heridos”, explicó a EL PAÍS Dilan Yakut, una sindicalista superviviente del atentado: “Si las ambulancias hubiesen llegado a tiempo, al menos 15 de nuestros compañeros habrían sobrevivido, porque se desangraron antes de alcanzar el hospital”.
Las escenas de enfado contra el Gobierno se repitieron a lo largo y ancho del país en la veintena de funerales celebrados este lunes por las víctimas. En la provincia de Malatya, donde fueron enterrados seis miembros de las juventudes de la principal formación opositora, el Partido Republicano del Pueblo (CHP, socialdemócrata), el presidente del Parlamento, Ismet Yilmaz, del partido islamista gobernante, fue recibido al grito de “Fuera asesinos”.
Las centrales sindicales y profesionales que habían organizado la protesta del sábado “Por la paz, el trabajo y la democracia” convocaron para este lunes y martes una huelga general, que fue secundada mayormente en el sector público. Miles de funcionarios en toda Turquía llevaron a cabo paros laborales a las 10.04 -la hora en que se produjo el atentado- mientras los estudiantes de las principales universidades del país boicotearon las clases y se repitieron en varias capitales de provincia manifestaciones contra la violencia terrorista y contra el Gobierno. La de Diyarbakir fue reprimida por la policía con gases lacrimógenos.
En el este kurdo del país la masacre ha contribuido a inflamar los ánimos, y la violencia no cesa a pesar del alto el fuego declarado el sábado por el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Un par de F-16 del Ejército turco sobrevoló Diyarbakir durante todo el día –un gesto de provocación, afirman los locales- y escuadrillas de cazas bombardearon las bases del grupo armado en el norte de Irak y en el interior de Turquía, matando a 17 milicianos kurdos, según el Estado Mayor. Entre el domingo y el lunes murieron, además, dos soldados y un policía, acciones que el PKK justifica como “defensivas” ante los ataques de las fuerzas de seguridad kurdas.
En Diyarbakir, el casco histórico amurallado ha permanecido desde el sábado en toque de queda (el lunes se levantó parcialmente), debido a los enfrentamientos entre la guerrilla urbana kurda y las fuerzas especiales de la policía y el Ejército, que cercaron la ciudadela con blindados.
Andrés Mourenza
Diyarbakir, El País
Los funerales de las víctimas la masacre de Ankara se convirtieron el lunes en multitudinarias protestas contra el Gobierno islamista moderado de Turquía, al que se acusa de no haber hecho lo suficiente por prevenir un ataque terrorista que ha elevado aún más la tensión existente en el país, especialmente en sus zonas kurdas, donde los combates continúan pese al alto el fuego decretado por los rebeldes del PKK.
Llantos, gemidos y consignas preñadas de rabia acompañaron ayer hasta su tumba los ataúdes de Abdullah Erol y Meryem Bulut, dos de las al menos 97 víctimas del atentado del sábado, que fueron enterradas en su localidad natal, Diyarbakir. Erol -candidato a las elecciones del 1 de noviembre por el Partido de la Democracia de los Pueblos (HDP, pro-kurdo)- y Bulut –anciana de 70, uno de cuyos nietos falleció en Siria combatiendo contra el Estado Islámico- se habían desplazado a Ankara para exigir paz y el fin de la violencia entre los rebeldes kurdos y las fuerzas de seguridad turcas. Encontraron todo lo contrario: una muerte horrible.
“Erdogan, asesino”, “El Estado pagará” y “Venganza, venganza”, gritaban los asistentes al funeral, que ven la mano del Ejecutivo turco tras el atentado. “Todo dictador, todo fascista que teme perder el poder, intenta provocar el caos y la guerra civil, y (el presidente Recep Tayyip) Erdogan es un dictador y un fascista”, denunciaba Eyüp, uno de los presentes. “Yo no sé quién lo hizo, pero sí sé que no hubo protección, que las ambulancias llegaron tarde y que la policía lanzó gases lacrimógenos sobre los heridos”, explicó a EL PAÍS Dilan Yakut, una sindicalista superviviente del atentado: “Si las ambulancias hubiesen llegado a tiempo, al menos 15 de nuestros compañeros habrían sobrevivido, porque se desangraron antes de alcanzar el hospital”.
Las escenas de enfado contra el Gobierno se repitieron a lo largo y ancho del país en la veintena de funerales celebrados este lunes por las víctimas. En la provincia de Malatya, donde fueron enterrados seis miembros de las juventudes de la principal formación opositora, el Partido Republicano del Pueblo (CHP, socialdemócrata), el presidente del Parlamento, Ismet Yilmaz, del partido islamista gobernante, fue recibido al grito de “Fuera asesinos”.
Las centrales sindicales y profesionales que habían organizado la protesta del sábado “Por la paz, el trabajo y la democracia” convocaron para este lunes y martes una huelga general, que fue secundada mayormente en el sector público. Miles de funcionarios en toda Turquía llevaron a cabo paros laborales a las 10.04 -la hora en que se produjo el atentado- mientras los estudiantes de las principales universidades del país boicotearon las clases y se repitieron en varias capitales de provincia manifestaciones contra la violencia terrorista y contra el Gobierno. La de Diyarbakir fue reprimida por la policía con gases lacrimógenos.
En el este kurdo del país la masacre ha contribuido a inflamar los ánimos, y la violencia no cesa a pesar del alto el fuego declarado el sábado por el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Un par de F-16 del Ejército turco sobrevoló Diyarbakir durante todo el día –un gesto de provocación, afirman los locales- y escuadrillas de cazas bombardearon las bases del grupo armado en el norte de Irak y en el interior de Turquía, matando a 17 milicianos kurdos, según el Estado Mayor. Entre el domingo y el lunes murieron, además, dos soldados y un policía, acciones que el PKK justifica como “defensivas” ante los ataques de las fuerzas de seguridad kurdas.
En Diyarbakir, el casco histórico amurallado ha permanecido desde el sábado en toque de queda (el lunes se levantó parcialmente), debido a los enfrentamientos entre la guerrilla urbana kurda y las fuerzas especiales de la policía y el Ejército, que cercaron la ciudadela con blindados.