Familias coreanas dividas: "Nos vemos en la otra vida"
Seúl, AP
Una sudcoreana canosa le ajusta la corbata a su marido, un norcoreano de 83 años. Él le toma las manos y se la abraza suavemente. Llevaban 65 años separados, desde la guerra que dividió la península coreana, y no hay nada que haga pensar que podrán volverá verse.
"Nos vemos en la otra vida", le dice Oh In Se a su esposa Lee Soon-kyu, de 85 años, en su último encuentro del jueves en un hotel de la frontera. "Cuídate. Que vivas muchos años más", le responde ella.
La agridulce despedida fue una de tantas escenas desgarradoras registradas durante tres días de reuniones de ancianos que terminaron en lados distintos de la frontera más militarizada del mundo desde hace más de seis décadas.
Unos 390 sudcoreanos, muchos de ellos en sillas de ruedas, viajaron a un centro turístico para reunirse con sus familiares en el marco de programas de encuentros humanitarios que llevan a cabo de vez en cuando las dos Coreas. Se espera otro grupo de 250 sudcoreanos del sábado al lunes.
Lee, Oh y los demás son afortunados. Muchos murieron sin tener la posibilidad de ver a sus seres queridos. La lista de espera de gente que quiere ver a familiares del otro lado de la frontera tiene 66.000 nombres.
Oh tenía 17 años y Lee 19 cuando se casaron a fines de 1949. Vivieron juntos menos de siete meses y fueron separados por la Guerra Coreana, que estalló en junio de 1950. Lee estaba embarazada con su hijo, que hoy tiene 65 años y la acompañó esta semana.
Crió a su hijo sola, trabajando como costurera y en granjas, y nunca se volvió a casar. Vive en la misma casa que habitó cuando se casó con Oh. Hace poco se enteró de que Oh estaba vivo y la estaba buscando. Pensaba que había fallecido y hacía misas anuales en su nombre.
Algunos medios de prensa sudcoreanos dijeron que Oh se había vuelto a casar, pero durante el reencuentro Oh le dijo a Lee que nunca había dejado de pensar en ella.
Ella le agradeció por estar vivo. El hijo de ambos, Jang-kyun, se arrodilló en el piso e hizo una reverencia tradicional. Posteriormente padre e hijo pusieron sus manos en una mesa y se maravillaron de lo parecidas que eran.
Al día siguiente, cuando el hijo le dijo en broma a su padre que no coquetease con su madre, Oh le contestó: "Lo hago porque la quiero".
"¿Sabes cuán grande es el amor?", preguntó Lee. Y Oh respondió: "Sí, lo sé. Es como cuando un hombre y una mujer jóvenes se conocen y viven juntos hasta la muerte".
El jueves se separaron nuevamente, lo mismo que decenas de coreanos que lloraron y se abrazaron probablemente por última vez. Todos sabían que nadie que participa en estos reencuentros ha tenido la oportunidad de volverse a ver.
"Por favor cría bien a nuestro hijo y abre tu mente", le dijo Oh a su esposa sudcoreana. Luego comenzó a llorar mientras le tomaba la mano. Lucía en su muñeca un reloj dorado que su esposa le había regalado esta semana.
El marido partió primero, abordando un autobús junto con otros norcoreanos que asistieron a reencuentros. Sacó su brazo por una ventanilla y tomó la mano de Lee, quien le sonrió. Lee acarició al rostro marcado de arrugas de su marido.
Hasta esta semana, unos 22.500 coreanos se han reunido desde el 2000, 18.000 en persona y los demás a través de videos.
Los coreanos de ambos lados de la frontera no pueden escribirse, llamarse por teléfono ni comunicarse mediante correos electrónicos.
Una sudcoreana canosa le ajusta la corbata a su marido, un norcoreano de 83 años. Él le toma las manos y se la abraza suavemente. Llevaban 65 años separados, desde la guerra que dividió la península coreana, y no hay nada que haga pensar que podrán volverá verse.
"Nos vemos en la otra vida", le dice Oh In Se a su esposa Lee Soon-kyu, de 85 años, en su último encuentro del jueves en un hotel de la frontera. "Cuídate. Que vivas muchos años más", le responde ella.
La agridulce despedida fue una de tantas escenas desgarradoras registradas durante tres días de reuniones de ancianos que terminaron en lados distintos de la frontera más militarizada del mundo desde hace más de seis décadas.
Unos 390 sudcoreanos, muchos de ellos en sillas de ruedas, viajaron a un centro turístico para reunirse con sus familiares en el marco de programas de encuentros humanitarios que llevan a cabo de vez en cuando las dos Coreas. Se espera otro grupo de 250 sudcoreanos del sábado al lunes.
Lee, Oh y los demás son afortunados. Muchos murieron sin tener la posibilidad de ver a sus seres queridos. La lista de espera de gente que quiere ver a familiares del otro lado de la frontera tiene 66.000 nombres.
Oh tenía 17 años y Lee 19 cuando se casaron a fines de 1949. Vivieron juntos menos de siete meses y fueron separados por la Guerra Coreana, que estalló en junio de 1950. Lee estaba embarazada con su hijo, que hoy tiene 65 años y la acompañó esta semana.
Crió a su hijo sola, trabajando como costurera y en granjas, y nunca se volvió a casar. Vive en la misma casa que habitó cuando se casó con Oh. Hace poco se enteró de que Oh estaba vivo y la estaba buscando. Pensaba que había fallecido y hacía misas anuales en su nombre.
Algunos medios de prensa sudcoreanos dijeron que Oh se había vuelto a casar, pero durante el reencuentro Oh le dijo a Lee que nunca había dejado de pensar en ella.
Ella le agradeció por estar vivo. El hijo de ambos, Jang-kyun, se arrodilló en el piso e hizo una reverencia tradicional. Posteriormente padre e hijo pusieron sus manos en una mesa y se maravillaron de lo parecidas que eran.
Al día siguiente, cuando el hijo le dijo en broma a su padre que no coquetease con su madre, Oh le contestó: "Lo hago porque la quiero".
"¿Sabes cuán grande es el amor?", preguntó Lee. Y Oh respondió: "Sí, lo sé. Es como cuando un hombre y una mujer jóvenes se conocen y viven juntos hasta la muerte".
El jueves se separaron nuevamente, lo mismo que decenas de coreanos que lloraron y se abrazaron probablemente por última vez. Todos sabían que nadie que participa en estos reencuentros ha tenido la oportunidad de volverse a ver.
"Por favor cría bien a nuestro hijo y abre tu mente", le dijo Oh a su esposa sudcoreana. Luego comenzó a llorar mientras le tomaba la mano. Lucía en su muñeca un reloj dorado que su esposa le había regalado esta semana.
El marido partió primero, abordando un autobús junto con otros norcoreanos que asistieron a reencuentros. Sacó su brazo por una ventanilla y tomó la mano de Lee, quien le sonrió. Lee acarició al rostro marcado de arrugas de su marido.
Hasta esta semana, unos 22.500 coreanos se han reunido desde el 2000, 18.000 en persona y los demás a través de videos.
Los coreanos de ambos lados de la frontera no pueden escribirse, llamarse por teléfono ni comunicarse mediante correos electrónicos.