ANÁLISIS / La resurrección del Estado profundo
Demirtas apunta a la nebulosa integrada por exmiembros del espionaje y la ultraderecha
Juan Carlos Sanz, El País
Turquía ha retrocedido este sábado 40 años en su historia. La imagen de modernidad que ofrecían grupos de jóvenes bailando un aire kurdo en un acto a favor de le paz en la plaza de la estación del tren de alta velocidad de Ankara saltó por las aires con la explosión de dos bombas de oscuros orígenes. Los turcos vuelven a tener el corazón en un puño a tres semanas de unas elecciones decisivas para el futuro del país. Está en juego el manteniendo de un sistema de equilibrio de poderes frente a la imposición de un modelo hegemónico en favor del presidente Recep Tayyip Erdogan.
El voto del miedo planea de nuevo sobre una ciudadanía que parecía haber olvidado los años de plomo de la década de los setenta, cuando los enfrentamientos entre grupos violentos de ultraizquierda y los Lobos Grises de la ultradercha sembraban el terror a diario. De unos ciudadanos que veían ya lejana la era de los golpes de Estado y de la sangrienta insurgencia kurda en los años ochenta y noventa.
A pesar del atentado que causó cuatro muertos y conmocionó Diyarbakir, la capital del Kurdistán turco, en vísperas de las elecciones del 7 de junio, los votantes desafiaron al miedo y negaron la mayoría absoluta al partido islamista y conservador de Erdogan. El milagro lo logró un joven líder nacionalista kurdo Selahattin Demirtas al superar el restrictivo listón del 10% que permite el acceso al Parlamento gracias a los sufragios de muchos turcos liberales y progresistas que veían en su partido el único freno posible a la ambición de poder del presidente de Turquía.
Desde entonces no ha dejado de correr la sangre. Un nuevo atentado en Suruç, junto a la frontera siria, se cobró 33 vidas en julio, y la ruptura del alto el fuego entre la guerrilla kurda del PKK y el Ejército turco ha causado centenares de muertos en los tres últimos meses en ataques y atentados. El partido prokurdo HDP difícilmente va poder ser asociado a una alternativa democrática en los comicios del 1 de noviembre por muchos electores. Como en cada ocasión que se dispara el sentimiento nacionalista turco, las enseñas nacionales han vuelto a apoderarse del paisaje cotidiano.
El atentado de ayer en Ankara, con un balance de víctimas sin precedentes incluso en los años más negros del terrorismo en Turquía, amenaza con recortar las opciones políticas a Demirtas y puede contribuir a consolidar el “sultanto” de Erdogan hasta el centenario de la República de Turquía, en 2023.
Cuando el PKK se disponía a declarar un alto el fuego electoral, las explosiones de la capital turca dinamitan también la perspectiva de un final de campaña sin violencia. El habitualmente moderado Demirtas fue contundente al atribuir los atentado a una “mafia del Estado”. El llamado “Estado profundo”, una nebulosa integrada por antiguos miembros de los servicios de seguridad y de espionaje y por sectores ultranacionalistas y de extrema derecha, estaría actuando, según el líder del HDP, como un “asesino en serie”.
Juan Carlos Sanz, El País
Turquía ha retrocedido este sábado 40 años en su historia. La imagen de modernidad que ofrecían grupos de jóvenes bailando un aire kurdo en un acto a favor de le paz en la plaza de la estación del tren de alta velocidad de Ankara saltó por las aires con la explosión de dos bombas de oscuros orígenes. Los turcos vuelven a tener el corazón en un puño a tres semanas de unas elecciones decisivas para el futuro del país. Está en juego el manteniendo de un sistema de equilibrio de poderes frente a la imposición de un modelo hegemónico en favor del presidente Recep Tayyip Erdogan.
El voto del miedo planea de nuevo sobre una ciudadanía que parecía haber olvidado los años de plomo de la década de los setenta, cuando los enfrentamientos entre grupos violentos de ultraizquierda y los Lobos Grises de la ultradercha sembraban el terror a diario. De unos ciudadanos que veían ya lejana la era de los golpes de Estado y de la sangrienta insurgencia kurda en los años ochenta y noventa.
A pesar del atentado que causó cuatro muertos y conmocionó Diyarbakir, la capital del Kurdistán turco, en vísperas de las elecciones del 7 de junio, los votantes desafiaron al miedo y negaron la mayoría absoluta al partido islamista y conservador de Erdogan. El milagro lo logró un joven líder nacionalista kurdo Selahattin Demirtas al superar el restrictivo listón del 10% que permite el acceso al Parlamento gracias a los sufragios de muchos turcos liberales y progresistas que veían en su partido el único freno posible a la ambición de poder del presidente de Turquía.
Desde entonces no ha dejado de correr la sangre. Un nuevo atentado en Suruç, junto a la frontera siria, se cobró 33 vidas en julio, y la ruptura del alto el fuego entre la guerrilla kurda del PKK y el Ejército turco ha causado centenares de muertos en los tres últimos meses en ataques y atentados. El partido prokurdo HDP difícilmente va poder ser asociado a una alternativa democrática en los comicios del 1 de noviembre por muchos electores. Como en cada ocasión que se dispara el sentimiento nacionalista turco, las enseñas nacionales han vuelto a apoderarse del paisaje cotidiano.
El atentado de ayer en Ankara, con un balance de víctimas sin precedentes incluso en los años más negros del terrorismo en Turquía, amenaza con recortar las opciones políticas a Demirtas y puede contribuir a consolidar el “sultanto” de Erdogan hasta el centenario de la República de Turquía, en 2023.
Cuando el PKK se disponía a declarar un alto el fuego electoral, las explosiones de la capital turca dinamitan también la perspectiva de un final de campaña sin violencia. El habitualmente moderado Demirtas fue contundente al atribuir los atentado a una “mafia del Estado”. El llamado “Estado profundo”, una nebulosa integrada por antiguos miembros de los servicios de seguridad y de espionaje y por sectores ultranacionalistas y de extrema derecha, estaría actuando, según el líder del HDP, como un “asesino en serie”.