Movilización en Grecia y Turquía para suplir la respuesta pública
Ciudadanos organizan la ayuda al margen de las autoridades
Andrés Mourenza
Isla de Kos, El País
“Hemos quedado aquí”, en un parque de Bodrum, “para distribuir algo de comida. Debemos actuar rápido antes de que los vecinos empiecen a quejarse”, dice Katie, una británica residente en la ciudad turca. La oleada de refugiados llegada en los últimos meses a la costa turca de Bodrum y a las islas griegas ha desbordado la capacidad de respuesta de las autoridades a ambos lados de la frontera, y es vista por parte de la población como perniciosa para sus intereses ya que muchos viven todo el año gracias a los ingresos del turismo durante el verano. Pero muchos ciudadanos griegos y turcos se han organizado para dar cobijo, alimentos, ropa e incluso lápices de colores para los niños.
Katie decidió montar en agosto, a través de las redes sociales, un grupo de apoyo para el que puso en contacto a 2.000 expatriados y turcos de Bodrum. “Los refugiados no necesitan pena y mucho menos odio, lo que requieren es apoyo y compasión”, explica.
Hay algunas raciones de comida, leche y pañales, además de una veintena de cuadernos y lápices de colores sobre los que se abalanzan los más pequeños. Después de las bombas y la guerra, de las noches al raso, los dibujos y la pintura son para los niños un efímero regreso a una vida normal.
Al otro lado de la franja que separa Bodrum de la isla griega de Kos, la situación es, si cabe, peor, pues buena parte de los refugiados ya no se puede permitir un hotel o pensión tras pagar a los traficantes por la travesía, por lo que malviven en tiendas.
De ahí que en la primavera, un grupo de activistas locales crease la red Kos Solidarity e identificase un hotel abandonado, el Captain Elias, para acoger a los refugiados. Pero también este lugar ha sido sobrepasado por la situación. En sus habitaciones sin ventanas los colchones se suceden uno tras otro hasta llegar al vestíbulo.
“En mi vida he visto un lugar tan horrible como este hotel”, lamenta, Hans (nombre ficticio), un joven alemán que ha llegado para echar una mano a los griegos de Kos Solidarity.
A las cinco de la tarde, los voluntarios de Kos Solidarity llegan al hotel para repartir unos 500 bocadillos que llevan todo el día preparando. Es un magro bocado, pero para algunos será la única comida del día. “Los verdaderos héroes son los autóctonos, que tras su trabajo habitual, dedican el resto de la jornada a ayudar”, subraya Hans.
Voluntarios holandeses de la Boat Refugee Foundation están presentes en Kos desde abril. “Repartimos 1.500 botellas de agua al día, y también ropa y chancletas”, explica Jeroem, líder del grupo. Varios activistas aseguran que ha habido ataques verbales y amenazas a los voluntarios, ya que parte de la población cree que la ayuda alienta un supuesto efecto llamada. Por esa razón, la alcaldía ha impedido un campo de refugiados decente.
Andrés Mourenza
Isla de Kos, El País
“Hemos quedado aquí”, en un parque de Bodrum, “para distribuir algo de comida. Debemos actuar rápido antes de que los vecinos empiecen a quejarse”, dice Katie, una británica residente en la ciudad turca. La oleada de refugiados llegada en los últimos meses a la costa turca de Bodrum y a las islas griegas ha desbordado la capacidad de respuesta de las autoridades a ambos lados de la frontera, y es vista por parte de la población como perniciosa para sus intereses ya que muchos viven todo el año gracias a los ingresos del turismo durante el verano. Pero muchos ciudadanos griegos y turcos se han organizado para dar cobijo, alimentos, ropa e incluso lápices de colores para los niños.
Katie decidió montar en agosto, a través de las redes sociales, un grupo de apoyo para el que puso en contacto a 2.000 expatriados y turcos de Bodrum. “Los refugiados no necesitan pena y mucho menos odio, lo que requieren es apoyo y compasión”, explica.
Hay algunas raciones de comida, leche y pañales, además de una veintena de cuadernos y lápices de colores sobre los que se abalanzan los más pequeños. Después de las bombas y la guerra, de las noches al raso, los dibujos y la pintura son para los niños un efímero regreso a una vida normal.
Al otro lado de la franja que separa Bodrum de la isla griega de Kos, la situación es, si cabe, peor, pues buena parte de los refugiados ya no se puede permitir un hotel o pensión tras pagar a los traficantes por la travesía, por lo que malviven en tiendas.
De ahí que en la primavera, un grupo de activistas locales crease la red Kos Solidarity e identificase un hotel abandonado, el Captain Elias, para acoger a los refugiados. Pero también este lugar ha sido sobrepasado por la situación. En sus habitaciones sin ventanas los colchones se suceden uno tras otro hasta llegar al vestíbulo.
“En mi vida he visto un lugar tan horrible como este hotel”, lamenta, Hans (nombre ficticio), un joven alemán que ha llegado para echar una mano a los griegos de Kos Solidarity.
A las cinco de la tarde, los voluntarios de Kos Solidarity llegan al hotel para repartir unos 500 bocadillos que llevan todo el día preparando. Es un magro bocado, pero para algunos será la única comida del día. “Los verdaderos héroes son los autóctonos, que tras su trabajo habitual, dedican el resto de la jornada a ayudar”, subraya Hans.
Voluntarios holandeses de la Boat Refugee Foundation están presentes en Kos desde abril. “Repartimos 1.500 botellas de agua al día, y también ropa y chancletas”, explica Jeroem, líder del grupo. Varios activistas aseguran que ha habido ataques verbales y amenazas a los voluntarios, ya que parte de la población cree que la ayuda alienta un supuesto efecto llamada. Por esa razón, la alcaldía ha impedido un campo de refugiados decente.