ANÁLISIS / Jeremy Corbyn: muerte en la catedral

En cinco días se ha esfumado toda posibilidad de que vaya a ser primer ministro de su país

John Carlin, El País
Jeremy Corbyn lleva apenas cinco días como líder del partido laborista británico y ya se ha esfumado toda posibilidad de que vaya a ser primer ministro de su país.


¿Qué ha pasado? Dos cosas, una en el terreno simbólico, la otra en el de las ideas. Ambas han evidenciado el abismo que existe entre su filosofía republicana de izquierdas y la gran masa del electorado.

El martes se llevó a cabo una conmemoración en la catedral de Saint Paul’s en Londres del 75º aniversario de la Battle of Britain, la batalla aérea en la que Gran Bretaña, en aquel momento sola en Europa contra Hitler, derrotó a la aviación alemana, evitando una inminente invasión nazi. Pocos episodios históricos son recordados en las islas con más reverencia y orgullo.

Corbyn estuvo presente en el acto junto al primer ministro conservador, David Cameron, y buena parte del establishment británico. Cuando sonó el himno nacional, God save the Queen (Dios salve a la reina), todos a su alrededor cantaron; Corbyn ni abrió la boca. También se vio en la foto, portada en varios diarios nacionales ayer, que Corbyn tenía el botón de arriba de su camisa desabrochado y la corbata suelta.

“¡Irrelevante!”, se quejaron algunos de sus correligionarios. Pero no lo fue. Corbyn pretende ganar las siguientes elecciones generales en un país en el que el 80% de la población admira la figura de la monarca. La parlamentaria Kate Green, nombrada por Corbyn el domingo como responsable laborista de la cartera de Mujeres e Igualdad, reconoció en la BBC que su líder había causado “ofensa y dolor a la gente”. Green entendió que con esos gestos —despectivos o indiferentes, según el punto de vista— Corbyn había dejado archivada en la memoria colectiva del electorado una imagen que en sí sola casi elimina sus opciones de ser elegido jefe de Gobierno del Reino Unido.

Lo que las eliminó por completo fue su decisión, discutida amargamente incluso por varios de sus simpatizantes más fieles, de dar el puesto de número dos en el partido a John McDonnell, su íntimo amigo y el personaje más radical en las filas parlamentarias del laborismo. McDonnell, que reconoce que su misión es “derrocar el capitalismo”, declaró en 2003 durante un acto para conmemorar la muerte de un integrante del IRA, el antiguo grupo terrorista irlandés, que “ya era hora de que honrráramos a la gente involucrada en la lucha armada” y que “bombas, balas y sacrificio” fueron lo que obligó al Gobierno británico a sentarse a la mesa de la negociación. Para que un español entienda el impacto de estas declaraciones en el electorado británico solo tiene que imaginarse las consecuencias políticas en su país si el número dos de Podemos, Íñigo Errejón, hubiera dicho lo mismo sobre el terrorismo de ETA.

Muchos habían pronosticado que elegir a Corbyn como líder representaba un suicidio electoral para el laborismo. En su primera semana en el puesto Corbyn se ha encargado de convertir el pronóstico en realidad.

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