La familia invisible de BMW
La muerte de la matriarca del poderoso clan alemán deja la firma en manos de sus hijos
Enrique Müller
Berlín, El País
Hasta el día de su muerte, ocurrida el 3 de agosto pasado, Johanna Quandt gozaba del raro privilegio de ser la matriarca de la familia más rica de Alemania, un pequeño clan integrado por ella y sus hijos Stefan y Susanne, dueño de una fortuna estimada, según la revista Manager Magazin, en más de 31.000 millones de euros. Pero la mayor riqueza de la “gran dama de BMW”, como fue bautizada Johanna Quandt por la prensa germana, era una virtud que cultivó toda su vida: convertir a los dueños de un 46,7% de las acciones de la firma automovilística en una familia casi invisible, alejada del mundanal ruido de los ricos y defensora a ultranza de un bien que no se mide en dinero: la privacidad.
Cuando Manager Magazin publicó su encuesta anual sobre las 500 mayores fortunas de Alemania, a finales de 2014, a nadie sorprendió que los Quandt ocuparan el primer lugar de la lista. “Se han convertido en un ejemplo para otros clanes. ¿Cuál es su secreto?”, se preguntaba la revista en un extenso reportaje que tituló “Una poderosa unión”. La respuesta a este interrogante se resumía en una frase: “La discreción forma parte de la vida de los Quandt, como la fanfarronería de los oligarcas rusos”.
La leyenda nunca desmentida señala que la dependienta de una tienda de comestibles le preguntó a Johanna, después de que ella pagara la cuenta, “¿no es usted la señora Quandt?”. “Ya me gustaría serlo”, respondió la jefa del clan más rico del país, haciendo gala de una discreción que se convirtió con el tiempo en la marca de la familia, una señal de identidad que la mantuvo alejada —a ella y sus hijos— de las candilejas del poder.
Aun así, la historia de la saga y su amplia red de inversiones es casi tan emocionante como la mejor novela de suspense. Su leyenda comenzó a escribirse hace ya más de cien años, cuando Emil Quandt fundó, en 1883, una fábrica textil en Pritzwalk, una pequeña localidad en Brandeburgo, no muy lejos de Berlín.
En 1890, el empresario firmó un contrato exclusivo como proveedor de tela para confeccionar los uniformes del ejército imperial prusiano. Su hijo Günther Quandt, nacido en 1881, se encargó de construir los cimientos que transformarían la empresa familiar en un poderoso conglomerado industrial que abarcaba el sector textil, plantas eléctricas y una importante fábrica de baterías, que fueron utilizados por la marina de Hitler para la construcción de motores de submarinos.
La relación de Günther Quandt con la dictadura nazi, el capítulo más oscuro de la saga, fue expuesto a la luz pública en 2011, cuando el historiador Joachim Scholtyseck publicó un análisis sobre la familia de más de 800 páginas bajo el título El ascenso de los Quandt: una dinastía empresarial alemana. La familia había decidido ventilar el pasado nazi de los Quandt y le abrió su archivo privado al historiador. “Günther Quandt fue un oportunista inteligente y los Quandt fueron parte del régimen”, admitió el historiador cuando presentó su libro a la prensa.
De hecho, Günther, además de ser parte del régimen, se había enriquecido con la dictadura. Utilizó a varios miles de trabajadores esclavos en sus fábricas y se apropió de industrias que pertenecían a empresarios judíos gracias a la infame ley de arianización. Después del fin de la guerra, las potencias aliadas no persiguieron al patriarca —al contrario que otros oligarcas, Quandt no fue considerado un nazi sino un “compañero de viaje” del régimen— y, cuando murió en 1954, sus dos hijos, Harald y Herbert, heredaron más de 200 empresas.
Fue el comienzo del ascenso fulgurante de Herbert Quandt, que tuvo una visión genial en 1959. BMW, al borde de la quiebra, estaba a un paso de quedar bajo control de Daimler Benz. El empresario, dueño de un importante paquete de acciones de la automotriz bávara, en lugar de seguir el consejo de sus asesores —que le recomendaron vender sus acciones—, decidió inyectar gran parte de su fortuna en la firma, una decisión que marcó el comienzo del espectacular ascenso de BMW.
LOS HEREDEROS
Cuando Herbert murió, en 1972, su viuda Johanna y sus hijos Stefan y Susanne heredaron un imperio que causa envidia en el país. Johanna recibió el 16,7% de las acciones de BMW, Stefan el 17,4% y Susanne el 12,6%, aparte de otras participaciones en varias empresas. La reciente muerte de la matriarca convirtió a sus hijos en los principales accionistas de la firma bávara.
Susanne, que usa el apellido de su esposo Jan Klatten, ostenta ahora el título de ser la mujer más rica del país. Nacida en 1962, heredó una gran habilidad para los negocios y pronto comenzó a ver crecer su fortuna. Con 19 años ya era propietaria de la empresa farmacéutica Altana, que ayudó a hacer crecer hasta colocarla entre las 30 mejores firmas del país. En 2013 ocupó la presidencia del consejo de vigilancia de SGL Carbon, una empresa clave en el futuro de la industria automotriz y que fábrica fibra de carbono, un material incorporado en varios modelos de BMW.
Al igual que su madre, Susanne Klatten es una furiosa defensora de su privacidad. Sin embargo cometió un error que hizo trizas su vida privada y demostró que nadie es inmune a las imprudencias. Hace siete años sucumbió a los encantos de un estafador suizo que intentó extorsionarla pidiéndole 50 millones de euros. El amante secreto había filmado sus encuentros amorosos y después de obtener siete millones en efectivo la amenazó con dar conocer los vídeos a la prensa si no recibía esos 40 millones. La mujer se armó de valor y denunció la extorsión a la policía.
El escándalo ya es historia y Kletten se ha convertido en una exitosa empresaria que, junto con su hermano, sigue multiplicando la riqueza familiar como el milagro bíblico. Pero a diferencia de su abuelo, Günther Quandt, que se enriqueció gracias a los favores recibidos por el régimen nazi, la nieta financia numerosos proyectos benéficos y ha vuelto a cultivar el bien más preciado de la familia: la privacidad.
Enrique Müller
Berlín, El País
Hasta el día de su muerte, ocurrida el 3 de agosto pasado, Johanna Quandt gozaba del raro privilegio de ser la matriarca de la familia más rica de Alemania, un pequeño clan integrado por ella y sus hijos Stefan y Susanne, dueño de una fortuna estimada, según la revista Manager Magazin, en más de 31.000 millones de euros. Pero la mayor riqueza de la “gran dama de BMW”, como fue bautizada Johanna Quandt por la prensa germana, era una virtud que cultivó toda su vida: convertir a los dueños de un 46,7% de las acciones de la firma automovilística en una familia casi invisible, alejada del mundanal ruido de los ricos y defensora a ultranza de un bien que no se mide en dinero: la privacidad.
Cuando Manager Magazin publicó su encuesta anual sobre las 500 mayores fortunas de Alemania, a finales de 2014, a nadie sorprendió que los Quandt ocuparan el primer lugar de la lista. “Se han convertido en un ejemplo para otros clanes. ¿Cuál es su secreto?”, se preguntaba la revista en un extenso reportaje que tituló “Una poderosa unión”. La respuesta a este interrogante se resumía en una frase: “La discreción forma parte de la vida de los Quandt, como la fanfarronería de los oligarcas rusos”.
La leyenda nunca desmentida señala que la dependienta de una tienda de comestibles le preguntó a Johanna, después de que ella pagara la cuenta, “¿no es usted la señora Quandt?”. “Ya me gustaría serlo”, respondió la jefa del clan más rico del país, haciendo gala de una discreción que se convirtió con el tiempo en la marca de la familia, una señal de identidad que la mantuvo alejada —a ella y sus hijos— de las candilejas del poder.
Aun así, la historia de la saga y su amplia red de inversiones es casi tan emocionante como la mejor novela de suspense. Su leyenda comenzó a escribirse hace ya más de cien años, cuando Emil Quandt fundó, en 1883, una fábrica textil en Pritzwalk, una pequeña localidad en Brandeburgo, no muy lejos de Berlín.
En 1890, el empresario firmó un contrato exclusivo como proveedor de tela para confeccionar los uniformes del ejército imperial prusiano. Su hijo Günther Quandt, nacido en 1881, se encargó de construir los cimientos que transformarían la empresa familiar en un poderoso conglomerado industrial que abarcaba el sector textil, plantas eléctricas y una importante fábrica de baterías, que fueron utilizados por la marina de Hitler para la construcción de motores de submarinos.
La relación de Günther Quandt con la dictadura nazi, el capítulo más oscuro de la saga, fue expuesto a la luz pública en 2011, cuando el historiador Joachim Scholtyseck publicó un análisis sobre la familia de más de 800 páginas bajo el título El ascenso de los Quandt: una dinastía empresarial alemana. La familia había decidido ventilar el pasado nazi de los Quandt y le abrió su archivo privado al historiador. “Günther Quandt fue un oportunista inteligente y los Quandt fueron parte del régimen”, admitió el historiador cuando presentó su libro a la prensa.
De hecho, Günther, además de ser parte del régimen, se había enriquecido con la dictadura. Utilizó a varios miles de trabajadores esclavos en sus fábricas y se apropió de industrias que pertenecían a empresarios judíos gracias a la infame ley de arianización. Después del fin de la guerra, las potencias aliadas no persiguieron al patriarca —al contrario que otros oligarcas, Quandt no fue considerado un nazi sino un “compañero de viaje” del régimen— y, cuando murió en 1954, sus dos hijos, Harald y Herbert, heredaron más de 200 empresas.
Fue el comienzo del ascenso fulgurante de Herbert Quandt, que tuvo una visión genial en 1959. BMW, al borde de la quiebra, estaba a un paso de quedar bajo control de Daimler Benz. El empresario, dueño de un importante paquete de acciones de la automotriz bávara, en lugar de seguir el consejo de sus asesores —que le recomendaron vender sus acciones—, decidió inyectar gran parte de su fortuna en la firma, una decisión que marcó el comienzo del espectacular ascenso de BMW.
LOS HEREDEROS
Cuando Herbert murió, en 1972, su viuda Johanna y sus hijos Stefan y Susanne heredaron un imperio que causa envidia en el país. Johanna recibió el 16,7% de las acciones de BMW, Stefan el 17,4% y Susanne el 12,6%, aparte de otras participaciones en varias empresas. La reciente muerte de la matriarca convirtió a sus hijos en los principales accionistas de la firma bávara.
Susanne, que usa el apellido de su esposo Jan Klatten, ostenta ahora el título de ser la mujer más rica del país. Nacida en 1962, heredó una gran habilidad para los negocios y pronto comenzó a ver crecer su fortuna. Con 19 años ya era propietaria de la empresa farmacéutica Altana, que ayudó a hacer crecer hasta colocarla entre las 30 mejores firmas del país. En 2013 ocupó la presidencia del consejo de vigilancia de SGL Carbon, una empresa clave en el futuro de la industria automotriz y que fábrica fibra de carbono, un material incorporado en varios modelos de BMW.
Al igual que su madre, Susanne Klatten es una furiosa defensora de su privacidad. Sin embargo cometió un error que hizo trizas su vida privada y demostró que nadie es inmune a las imprudencias. Hace siete años sucumbió a los encantos de un estafador suizo que intentó extorsionarla pidiéndole 50 millones de euros. El amante secreto había filmado sus encuentros amorosos y después de obtener siete millones en efectivo la amenazó con dar conocer los vídeos a la prensa si no recibía esos 40 millones. La mujer se armó de valor y denunció la extorsión a la policía.
El escándalo ya es historia y Kletten se ha convertido en una exitosa empresaria que, junto con su hermano, sigue multiplicando la riqueza familiar como el milagro bíblico. Pero a diferencia de su abuelo, Günther Quandt, que se enriqueció gracias a los favores recibidos por el régimen nazi, la nieta financia numerosos proyectos benéficos y ha vuelto a cultivar el bien más preciado de la familia: la privacidad.