El Partido Republicano busca su identidad ante la inmigración
Los conservadores se debaten entre abrazar la realidad de unos Estados Unidos más diversos o convertirse en el partido de los blancos
Marc Bassets, El País
Es una campaña para recuperar la Casa Blanca tras ocho años con el presidente demócrata Barack Obama en el poder, pero también una batalla ideológica para definir el lugar del Partido Republicano en la sociedad norteamericana. Los republicanos se debaten entre dos opciones. Una, abrazar la realidad de unos Estados Unidos más diversos, donde la minoría latina gana peso demográfico y electoral. Y, dos, convertirse en un partido identitario, el de los blancos que se sienten asediados por los cambios sociales y no reconocen el país en el que crecieron. Con un discurso hostil a los inmigrantes de origen latinoamericano, el magnate Donald Trump se ha encaramado a lo alto de los sondeos para la nominación a las presidenciales de 2016.
Son las cuatro de la tarde de un jueves de agosto y Scott Walker, gobernador de Wisconsin y candidato a la nominación del Partido Republicano, llega en coche a la taberna One Mile West. La taberna se encuentra en una carretera de montaña en Sunapee, un municipio de 3.300 habitantes en los bosques de New Hampshire. Junto a Iowa, New Hampshire inaugurará en febrero el proceso de elecciones para elegir a los candidatos de cada partido.
Walker intercambia impresiones con un motero que tiene la Harley Davidson aparcada frente a la taberna. El gobernador es aficionado a las Harley Davidson. Se fabrican en su estado. En el local le espera medio centenar de personas. Todas, blancas. Muchas, jubiladas. El político ante los ciudadanos, sin papeles ni guión: la democracia norteamericana en estado puro.
Walker, que en Wisconsin se enfrentó a los sindicatos de funcionarios, habla de la reforma sanitaria de Obama. Promete revocarla. Explica que el federalismo no consiste en reforzar al Gobierno federal. Al contrario. Saca un billete de dólar y pregunta: “¿Dónde prefieren que se gaste? ¿En Washington o en casa?”
Después preguntan los ciudadanos y sacan el tema: la inmigración. Alguien quiere saber si Walker defiende acabar con el derecho, consagrado en la Constitución, de que todo nacido aquí, aunque sea hijo de inmigrantes, sea ciudadano. Trump cuestiona este derecho. Una mujer se alarma por una supuesta avalancha de refugiados.
El debate de la campaña
La Oficina Federal del Censo registra aquí 26 personas de origen latinoamericano y 19 de origen asiático. El 98% de la población es blanca y anglosajona. En Sunapee no se ven extranjeros ni refugiados. No importa. Trump —al promover la expulsión de los 11 millones de sin papeles y exigir a México que financie una muralla en la frontera— ha situado la inmigración en el centro de la campaña.
Las palabras de Trump “beben de una ira extendida que tiene el potencial para transformar al Partido Republicano en muchos sentidos”, escribe Ben Domenech, editor de la revista conservadora The Federalist. “A fin de cuentas”, sigue, “Trump plantea una elección al Partido Republicano sobre qué camino seguir: un camino hacia una coalición amplia, liberal en el sentido clásico, y coherente con la historia del partido, o hacia una coalición que se reduzca a los intereses estrechos de la política identitaria de los blancos”.
El país cambia. El matrimonio gay ya es legal. Según las proyecciones, en 2040 los blancos de origen europeo dejarán de ser mayoría. La retórica de Trump espanta a las minorías.
“A menos que se hagan cambios, en el futuro próximo cada vez será más difícil para los republicanos ganar otra elección presidencial”. Un grupo de notables republicanos redactó este diagnóstico en 2013, tras la reelección del demócrata Obama ante el republicano Mitt Romney. El documento fijaba el rumbo de una partido desconectado de las nuevas mayorías. Trump complica estos esfuerzos.
Sus mítines atraen a miles de personas. Para los periodistas es una mina: una máquina de fabricar titulares. “Yo derrotaré al ISIS”, dijo el miércoles, en una rueda de prensa en Derry, una ciudad de 33.000 habitantes cerca de la frontera con Massachusetts. ISIS son las siglas que designan al Estado Islámico.
Un periodista de Paris Match le preguntó por la modelo Heidi Klum, de quien dijo que no es una mujer 10. Como si fuese una cheerleader, una seguidora jaleaba con gritos agudos las respuestas del multimillonario. Al día siguiente, un centenar de personas espera a Jeb Bush en una sala de la Sociedad Histórica de Keene, a 100 kilómetros de Derry. Las multitudes que acompañan a Trump contrastan con el aire familiar de los encuentros de Bush con votantes. Bush, exgobernador de Florida, es hermano del último presidente republicano e hijo del penúltimo. Ningún otro candidato encarna al establishment como él. Ninguno suena tan presidencial.
“Esto no es un circo”, dice Mary-Ellen Johnson, una jubilada que espera a Bush haciendo crucigramas. “Aquí hacemos cosas serias”. Durante una hora Jeb Bush dialogará con los ciudadanos y escuchará sus quejas. Pronunciará unas palabras en español —su mujer nació en México— y dirá que los republicanos no pueden prescindir del voto latino, decisivo en las victorias de Obama en 2008 y 2012. Bush habla de pobreza y marginación: intenta abrir al Partido Republicano a nuevos electores.
“Hemos estado en otro mitin y él no escucha”, dice una votante, Trina Fagan, en el turno de preguntas a Bush. Él es Trump.
Trump pasará, según Bush. “Hablemos en dos o tres meses”, dice a la prensa. “Yo he demostrado que soy un conservador. Él, no”, dice en otro momento. Y explica que Trump ha sido demócrata durante más años que republicano. Más argumentos: expulsar familias y gastar millones en muro en la frontera no es conservador, según Bush.
Cuando unas horas después, en Sunapee, EL PAÍS pregunta a Scott Walker si él cree que Trump es un conservador verdadero, Walker elude responder. Se resiste a criticarlo. Algunos candidatos constatan que la retórica de Trump funciona con las bases conservadoras. Y confían en pescar entre sus seguidores el día que este se desinfle.
¿Quién se parece más a la América real? A un lado, quienes agasajan a Trump o asumen sus argumentos. Al otro, quienes se distancian. Esta es la línea divisoria en la batalla por el futuro del Partido Republicano.
La relativa importancia de los sondeos
Este es el verano de Donald Trump, estrella televisiva, magnate inmobiliario y aguafiestas del Partido Republicano. Pese a los vaticinios, resiste en lo alto de los sondeos con un mensaje contrario a los inmigrantes y un desparpajo que descoloca a los rivales y analistas.
Es una incógnita si resistirá. Durante la última campaña para la nominación republicana, en 2012, encabezaron las encuestas candidatos como el empresario pizzero Herman Cain, el gobernador de Texas Rick Perry o el jefe de la Cámara de Representantes Newt Gingrich. Después se desvanecieron y acabó saliendo nominado el favorito del establishment, Mitt Romney. ¿Quién recuerda a Cain?
En 2008, el favorito republicano a estas alturas era el exalcalde de Nueva York, Rudy Giuliani: el nominado fue el senador John McCain. Y en 2004, cuando los demócratas buscaban a un candidato para batir al presidente George W. Bush, encabezaban las encuestas demócratas el senador Joe Lieberman o el exgobernador de Vermont Howard Dean. El candidato fue el senador John Kerry.
El verano de los insurgentes en la campaña para 2016
Insurgentes contra establishment. Activistas contra gobernantes. Populistas contra élites. Los términos varían pero definen bien los campos en la campaña para la nominación a las elecciones presidenciales de 2016. En el Partido Republicano y en el Partido Demócrata.
El proceso de asambleas electivas (caucus, en la jerga electoral de Estados Unidos) y elecciones primarias comenzará en febrero en Iowa y New Hampshire y culminará en verano del mismo año con la nominación del candidato de cada partido. Las elecciones presidenciales se celebrarán en noviembre de 2016.
Entre los republicanos se dibujan dos campos: el de los insurgentes, liderado ahora por el magnate inmobiliario Donald Trump, y el del establishment, que tiene en el exgobernador de Florida Jeb Bush a su figura más destacada. Son 17 candidatos en total.
En el campo demócrata sólo hay cinco candidatos y una favorita indiscutible: la exsecretaria de Estada y exprimera dama Hillary Clinton. Pero también Clinton afronta una insurgencia: la candidatura del senador por Vermont Bernie Sanders, autoproclamado socialista en un país donde la etiqueta es infrecuente si no es para denigrar a un oponente. Sanders arrastra a miles de seguidores en sus mítines, más que Clinton, y en el estado de New Hampshire se acerca a la favorita, según algunos sondeos.
Trump y Sanders están en las antípodas. En el estilo, la trayectoria y las propuestas, no existen candidatos más distintos. Pero ambos desafían a las elites de ambos partidos y ambos recogen el descontento con el statu quo.
Marc Bassets, El País
Es una campaña para recuperar la Casa Blanca tras ocho años con el presidente demócrata Barack Obama en el poder, pero también una batalla ideológica para definir el lugar del Partido Republicano en la sociedad norteamericana. Los republicanos se debaten entre dos opciones. Una, abrazar la realidad de unos Estados Unidos más diversos, donde la minoría latina gana peso demográfico y electoral. Y, dos, convertirse en un partido identitario, el de los blancos que se sienten asediados por los cambios sociales y no reconocen el país en el que crecieron. Con un discurso hostil a los inmigrantes de origen latinoamericano, el magnate Donald Trump se ha encaramado a lo alto de los sondeos para la nominación a las presidenciales de 2016.
Son las cuatro de la tarde de un jueves de agosto y Scott Walker, gobernador de Wisconsin y candidato a la nominación del Partido Republicano, llega en coche a la taberna One Mile West. La taberna se encuentra en una carretera de montaña en Sunapee, un municipio de 3.300 habitantes en los bosques de New Hampshire. Junto a Iowa, New Hampshire inaugurará en febrero el proceso de elecciones para elegir a los candidatos de cada partido.
Walker intercambia impresiones con un motero que tiene la Harley Davidson aparcada frente a la taberna. El gobernador es aficionado a las Harley Davidson. Se fabrican en su estado. En el local le espera medio centenar de personas. Todas, blancas. Muchas, jubiladas. El político ante los ciudadanos, sin papeles ni guión: la democracia norteamericana en estado puro.
Walker, que en Wisconsin se enfrentó a los sindicatos de funcionarios, habla de la reforma sanitaria de Obama. Promete revocarla. Explica que el federalismo no consiste en reforzar al Gobierno federal. Al contrario. Saca un billete de dólar y pregunta: “¿Dónde prefieren que se gaste? ¿En Washington o en casa?”
Después preguntan los ciudadanos y sacan el tema: la inmigración. Alguien quiere saber si Walker defiende acabar con el derecho, consagrado en la Constitución, de que todo nacido aquí, aunque sea hijo de inmigrantes, sea ciudadano. Trump cuestiona este derecho. Una mujer se alarma por una supuesta avalancha de refugiados.
El debate de la campaña
La Oficina Federal del Censo registra aquí 26 personas de origen latinoamericano y 19 de origen asiático. El 98% de la población es blanca y anglosajona. En Sunapee no se ven extranjeros ni refugiados. No importa. Trump —al promover la expulsión de los 11 millones de sin papeles y exigir a México que financie una muralla en la frontera— ha situado la inmigración en el centro de la campaña.
Las palabras de Trump “beben de una ira extendida que tiene el potencial para transformar al Partido Republicano en muchos sentidos”, escribe Ben Domenech, editor de la revista conservadora The Federalist. “A fin de cuentas”, sigue, “Trump plantea una elección al Partido Republicano sobre qué camino seguir: un camino hacia una coalición amplia, liberal en el sentido clásico, y coherente con la historia del partido, o hacia una coalición que se reduzca a los intereses estrechos de la política identitaria de los blancos”.
El país cambia. El matrimonio gay ya es legal. Según las proyecciones, en 2040 los blancos de origen europeo dejarán de ser mayoría. La retórica de Trump espanta a las minorías.
“A menos que se hagan cambios, en el futuro próximo cada vez será más difícil para los republicanos ganar otra elección presidencial”. Un grupo de notables republicanos redactó este diagnóstico en 2013, tras la reelección del demócrata Obama ante el republicano Mitt Romney. El documento fijaba el rumbo de una partido desconectado de las nuevas mayorías. Trump complica estos esfuerzos.
Sus mítines atraen a miles de personas. Para los periodistas es una mina: una máquina de fabricar titulares. “Yo derrotaré al ISIS”, dijo el miércoles, en una rueda de prensa en Derry, una ciudad de 33.000 habitantes cerca de la frontera con Massachusetts. ISIS son las siglas que designan al Estado Islámico.
Un periodista de Paris Match le preguntó por la modelo Heidi Klum, de quien dijo que no es una mujer 10. Como si fuese una cheerleader, una seguidora jaleaba con gritos agudos las respuestas del multimillonario. Al día siguiente, un centenar de personas espera a Jeb Bush en una sala de la Sociedad Histórica de Keene, a 100 kilómetros de Derry. Las multitudes que acompañan a Trump contrastan con el aire familiar de los encuentros de Bush con votantes. Bush, exgobernador de Florida, es hermano del último presidente republicano e hijo del penúltimo. Ningún otro candidato encarna al establishment como él. Ninguno suena tan presidencial.
“Esto no es un circo”, dice Mary-Ellen Johnson, una jubilada que espera a Bush haciendo crucigramas. “Aquí hacemos cosas serias”. Durante una hora Jeb Bush dialogará con los ciudadanos y escuchará sus quejas. Pronunciará unas palabras en español —su mujer nació en México— y dirá que los republicanos no pueden prescindir del voto latino, decisivo en las victorias de Obama en 2008 y 2012. Bush habla de pobreza y marginación: intenta abrir al Partido Republicano a nuevos electores.
“Hemos estado en otro mitin y él no escucha”, dice una votante, Trina Fagan, en el turno de preguntas a Bush. Él es Trump.
Trump pasará, según Bush. “Hablemos en dos o tres meses”, dice a la prensa. “Yo he demostrado que soy un conservador. Él, no”, dice en otro momento. Y explica que Trump ha sido demócrata durante más años que republicano. Más argumentos: expulsar familias y gastar millones en muro en la frontera no es conservador, según Bush.
Cuando unas horas después, en Sunapee, EL PAÍS pregunta a Scott Walker si él cree que Trump es un conservador verdadero, Walker elude responder. Se resiste a criticarlo. Algunos candidatos constatan que la retórica de Trump funciona con las bases conservadoras. Y confían en pescar entre sus seguidores el día que este se desinfle.
¿Quién se parece más a la América real? A un lado, quienes agasajan a Trump o asumen sus argumentos. Al otro, quienes se distancian. Esta es la línea divisoria en la batalla por el futuro del Partido Republicano.
La relativa importancia de los sondeos
Este es el verano de Donald Trump, estrella televisiva, magnate inmobiliario y aguafiestas del Partido Republicano. Pese a los vaticinios, resiste en lo alto de los sondeos con un mensaje contrario a los inmigrantes y un desparpajo que descoloca a los rivales y analistas.
Es una incógnita si resistirá. Durante la última campaña para la nominación republicana, en 2012, encabezaron las encuestas candidatos como el empresario pizzero Herman Cain, el gobernador de Texas Rick Perry o el jefe de la Cámara de Representantes Newt Gingrich. Después se desvanecieron y acabó saliendo nominado el favorito del establishment, Mitt Romney. ¿Quién recuerda a Cain?
En 2008, el favorito republicano a estas alturas era el exalcalde de Nueva York, Rudy Giuliani: el nominado fue el senador John McCain. Y en 2004, cuando los demócratas buscaban a un candidato para batir al presidente George W. Bush, encabezaban las encuestas demócratas el senador Joe Lieberman o el exgobernador de Vermont Howard Dean. El candidato fue el senador John Kerry.
El verano de los insurgentes en la campaña para 2016
Insurgentes contra establishment. Activistas contra gobernantes. Populistas contra élites. Los términos varían pero definen bien los campos en la campaña para la nominación a las elecciones presidenciales de 2016. En el Partido Republicano y en el Partido Demócrata.
El proceso de asambleas electivas (caucus, en la jerga electoral de Estados Unidos) y elecciones primarias comenzará en febrero en Iowa y New Hampshire y culminará en verano del mismo año con la nominación del candidato de cada partido. Las elecciones presidenciales se celebrarán en noviembre de 2016.
Entre los republicanos se dibujan dos campos: el de los insurgentes, liderado ahora por el magnate inmobiliario Donald Trump, y el del establishment, que tiene en el exgobernador de Florida Jeb Bush a su figura más destacada. Son 17 candidatos en total.
En el campo demócrata sólo hay cinco candidatos y una favorita indiscutible: la exsecretaria de Estada y exprimera dama Hillary Clinton. Pero también Clinton afronta una insurgencia: la candidatura del senador por Vermont Bernie Sanders, autoproclamado socialista en un país donde la etiqueta es infrecuente si no es para denigrar a un oponente. Sanders arrastra a miles de seguidores en sus mítines, más que Clinton, y en el estado de New Hampshire se acerca a la favorita, según algunos sondeos.
Trump y Sanders están en las antípodas. En el estilo, la trayectoria y las propuestas, no existen candidatos más distintos. Pero ambos desafían a las elites de ambos partidos y ambos recogen el descontento con el statu quo.