La economía peruana vuela alto
Perú quiere transitar de su presente minero a un futuro de turismo, energía y manufacturas
Miguel Ángel García Vega, El País
Del futuro solo se sabe una cosa con certeza: no está escrito. Pero en el presente quien siembra recoge. La economía peruana lleva más de una década liderando el crecimiento en la región. La riqueza del país creció un 6% de media anual entre 2004 y 2014 (la mayor tasa en Sudamérica), la inflación fue la más baja de América Latina (3,2% en 2014) y soporta un nivel moderado de endeudamiento público (19,7% del PIB el año pasado). Nada de esto se entiende sin la explosión de sus materias primas. Es el tercer productor mundial de cobre, plata y zinc y el sexto de oro. Viajando sobre lo que se llamó el superciclo de las commodities, Perú “consiguió duplicar los precios de sus exportaciones en menos de diez años”, recuerda Leónidas Cuenca, analista de la firma peruana Apoyo Consultoría. Una fuente de ingresos que dirige, desde entonces, el crecimiento del país y que ha propiciado la consolidación de una clase media, que en zonas urbanas llega al 45%.
Pero lo singular de la economía peruana es que su presente y su futuro habitan en la tierra. El hoy lo representa la minería, el mañana llega, entre otras actividades, del potencial cultural arqueológico, la gastronomía y los espacios naturales. Entre medias, el reto de saber conectar –y preservar– ese paisaje andino. “El país tiene 31 proyectos en ejecución de infraestructuras de transporte que suponen 13.755 millones de dólares [12.200 millones de euros]”, apunta Fernando García, sénior manager de Deloitte. Y para los dos próximos años hay un programa de obras públicas sobre la mesa que suma 19.200 millones de dólares [unos 17.000 millones de euros]”. Pese a todo, los expertos sostienen que son necesarios 80.000 millones de dólares para mitigar el déficit de infraestructuras y generar una red de comunicaciones modernas.
Porque el secreto de una política económica justa reside en poner al servicio de todas las personas esos números. Perú sacó en una década a más de nueve millones de habitantes (casi un tercio de la población) de la pobreza. La mejora más rápida que se recuerda en esas tierras. Es más, la cobertura de agua potable pasó del 67% de la población en 2004 al 84% en 2014. “Sin embargo, unos siete millones de habitantes aún son pobres”, reconoce Juan Carlos Mandujano, socio de la auditora PwC Perú. El riesgo de recaer en la miseria sigue vivo. Para evitarlo “algunas áreas prioritarias serían el aumento de la calidad de los servicios básicos –como la educación y la salud– y el cierre de brechas de infraestructura, lo que afecta al acceso de los pobres a los mercados y servicios”, aconseja Jorge Familiar, vicepresidente para América Latina y Caribe del Banco Mundial. Este es un desafío profundo. Reducir la desigualdad social, disminuir la brecha entre el mundo rural y el urbano y hacer sentir a los peruanos que la vida es un lugar que entrega las mismas oportunidades a todos. Tal vez un comienzo pasaría por desarrollar un tejido de ciudades de tamaño mediano que amplificara y estabilizara el crecimiento.
Precisamente si algo enseña la historia económica es la necesidad de estabilidad social, política y monetaria para generar crecimiento. El Banco Central de Reserva del Perú (BCRP) ha sido un garante de esta idea con la que ha logrado mantener una inflación baja y acumular unas reservas equivalentes al 30% de la riqueza de la nación. Uno de los ratios más elevados del mundo. Con esta despensa afronta un enfriamiento de la economía que se siente desde 2012. En principio, este año, el PIB crecerá entre el 3,6% y el 3,9%, cuando durante casi una década lo hizo a una media del 5,4%. Una situación que Óscar Caipo, socio principal de KPMG en Perú, califica de “bache”.
Minería al ralentí
Lo cierto es que con la minería al ralentí, el país dependerá de sus propios motores para seguir avanzando. “No va a ser fácil, el desafío será identificar y echar a andar dichos motores”, avisa Jorge Familiar. “Durante el tiempo de bonanza de las materias primas, cuando aumentaron los ingresos de muchos latinoamericanos, la demanda interna fue la clave del crecimiento. Ahora, con la depreciación de las monedas de la región, las exportaciones se vuelven más competitivas y para apuntalar el desarrollo será necesario diversificarlas, lo cual no resulta sencillo”.
Un camino para zafarse de ese callejón y crecer de forma sostenida sería a través de “un mayor stock de capital, más empleo o bien a partir de una manera eficiente de combinar capital y trabajo con el fin de aumentar la productividad”, aconseja Juan Ruiz, economista jefe para América del Sur de BBVA Research. Son recetas clásicas, ya que el Gobierno del presidente Ollanta Humala ha huido de propuestas económicas populistas y ha recurrido a la ortodoxia y a Keynes.
Frente al impulso, el lastre. La corrupción, como se vio por las protestas del verano pasado, continúa provocando tensiones sociales, lo que puede retraer la inversión foránea. Para evitarlo, desde 1990, se han fijado políticas de protección al inversor y firmado convenios de estabilidad jurídica. Este armazón normativo ha logrado que la inversión extranjera directa pasara de contabilizar 3.084 millones de dólares (3.080 millones de euros) en 1994 a 11.918 millones (10.600 millones de euros) durante 2012. Aunque no es razón para relajarse. “El país es aún una economía emergente y debe mantenerse activa en la generación de nuevas normas que garanticen y protejan al sistema contra las amenazas de la corrupción y el lavado de activos”, advierte Óscar Arrús, socio del bufete Garrigues en Perú. Luz y taquígrafos.
Porque si algo explica la década prodigiosa del país –además del boom de sus materias primas– es la apertura comercial. Es una de las economías más abiertas del planeta, ha reducido unilateralmente los aranceles a la importación y tiene 19 acuerdos comerciales en vigor con más del 80% del PIB mundial. Un bagaje con el que afrontar las tareas pendientes.
“Hacen falta reformas estructurales, como han hecho México, Paraguay o Chile, y diversificar la economía para no depender del sector minero”, analiza Ricardo Aceves, economista de la consultora FocusEconomics. Ahí encaja el Plan de Diversificación Productiva que lanzó en mayo del pasado año el Gobierno. “Es una buena iniciativa para mejorar la productividad y promover la innovación, haciendo los productos peruanos más competitivos y abriendo el acceso a nuevos mercados”, admite el alto ejecutivo del Banco Mundial.
Sin duda estos paisajes andinos deben comprender su verdadero potencial, más allá de ser un El Dorado de oro y plata. Por eso la topografía de este Perú futuro la traza la industria manufacturera (hidrocarburos, cemento, acero y textil), la agricultura (fomentando cultivos autóctonos con fuerte demanda internacional), el turismo ligado a la cultura arqueológica, la diversidad natural, la gastronomía; y el sector energético (gas natural, recursos hídricos). Y compartiendo esa mirada, las empresas españolas –desgrana Sixto Rodríguez, de Deutsche Bank– buscan oportunidades en tecnologías de la información e infraestructuras de transporte. Incluso surge espacio para pequeñas ingenierías y firmas de suministro de equipos destinados a la minería o el petróleo. Una forma de aprovechar –relata Munir Jalil, economista de Citi– el viento a favor que llega de un Gobierno que “quiere hacer inversiones en vías de comunicación, escuelas y hospitales”.
Pero a pesar de las buenas noticias, ¿qué país no proyecta sombras? Perú ocupa los últimos puestos en los rankings internacionales en calidad de educación y salud y la construcción de infraestructuras se enfrenta a conflictos sociales con las comunidades vecinas. Son fracturas que debe solucionar el Estado. Sin embargo, también hay tareas de los ciudadanos. En 2016 habrá elecciones presidenciales y esta tierra mirará hacia delante. En principio, los candidatos con más posibilidades son –por escribirlo así– “favorables al mercado”. Sin embargo, el 20% de los electores deciden su voto solo una semana antes y el 23% el mismo día. “La política siempre ha sido un problema en el Perú”, observa Leónidas Cuenca. Cuando deje de serlo, el país habrá encontrado su futuro.
Señas de identidad
No existe un Perú. Son muchos. Hasta el momento, lo minero ha sido el motor de una economía que volverá a crecer por encima del 4% impulsada por ambiciosos proyectos de infraestructuras y respaldada por unas arcas públicas que acumulan una hucha equivalente al 8% de la riqueza del país. Un dinero que podría utilizarse, por ejemplo, para afrontar una crisis económica futura.
Cuatro años de crecimiento por delante. Entre 2016 y 2018, Perú podría volver a crecer por encima del 4% gracias a la entrada en producción de proyectos mineros y varias iniciativas de inversión.
Dos megaproyectos que dinamizarán la economía peruana. Está en marcha el desarrollo de la línea 2 del metro de Lima, con una inversión de 5.600 millones de dólares (4.900 millones de euros), y la construcción del gasoducto del sur por 4.300 millones (3.800 millones de euros), que posibilitará crear un polo energético en esa zona del país.
La minería continúa moviendo las tierras andinas. Los desarrollos mineros más importantes son Las Bambas (región de Apurímac), que absorbe una inversión de 10.000 millones de dólares (8.900 millones de euros), y Toromocho (Junín), cuyo montante total alcanza 4.820 millones de dólares (4.280 millones de euros).
Miguel Ángel García Vega, El País
Del futuro solo se sabe una cosa con certeza: no está escrito. Pero en el presente quien siembra recoge. La economía peruana lleva más de una década liderando el crecimiento en la región. La riqueza del país creció un 6% de media anual entre 2004 y 2014 (la mayor tasa en Sudamérica), la inflación fue la más baja de América Latina (3,2% en 2014) y soporta un nivel moderado de endeudamiento público (19,7% del PIB el año pasado). Nada de esto se entiende sin la explosión de sus materias primas. Es el tercer productor mundial de cobre, plata y zinc y el sexto de oro. Viajando sobre lo que se llamó el superciclo de las commodities, Perú “consiguió duplicar los precios de sus exportaciones en menos de diez años”, recuerda Leónidas Cuenca, analista de la firma peruana Apoyo Consultoría. Una fuente de ingresos que dirige, desde entonces, el crecimiento del país y que ha propiciado la consolidación de una clase media, que en zonas urbanas llega al 45%.
Pero lo singular de la economía peruana es que su presente y su futuro habitan en la tierra. El hoy lo representa la minería, el mañana llega, entre otras actividades, del potencial cultural arqueológico, la gastronomía y los espacios naturales. Entre medias, el reto de saber conectar –y preservar– ese paisaje andino. “El país tiene 31 proyectos en ejecución de infraestructuras de transporte que suponen 13.755 millones de dólares [12.200 millones de euros]”, apunta Fernando García, sénior manager de Deloitte. Y para los dos próximos años hay un programa de obras públicas sobre la mesa que suma 19.200 millones de dólares [unos 17.000 millones de euros]”. Pese a todo, los expertos sostienen que son necesarios 80.000 millones de dólares para mitigar el déficit de infraestructuras y generar una red de comunicaciones modernas.
Porque el secreto de una política económica justa reside en poner al servicio de todas las personas esos números. Perú sacó en una década a más de nueve millones de habitantes (casi un tercio de la población) de la pobreza. La mejora más rápida que se recuerda en esas tierras. Es más, la cobertura de agua potable pasó del 67% de la población en 2004 al 84% en 2014. “Sin embargo, unos siete millones de habitantes aún son pobres”, reconoce Juan Carlos Mandujano, socio de la auditora PwC Perú. El riesgo de recaer en la miseria sigue vivo. Para evitarlo “algunas áreas prioritarias serían el aumento de la calidad de los servicios básicos –como la educación y la salud– y el cierre de brechas de infraestructura, lo que afecta al acceso de los pobres a los mercados y servicios”, aconseja Jorge Familiar, vicepresidente para América Latina y Caribe del Banco Mundial. Este es un desafío profundo. Reducir la desigualdad social, disminuir la brecha entre el mundo rural y el urbano y hacer sentir a los peruanos que la vida es un lugar que entrega las mismas oportunidades a todos. Tal vez un comienzo pasaría por desarrollar un tejido de ciudades de tamaño mediano que amplificara y estabilizara el crecimiento.
Precisamente si algo enseña la historia económica es la necesidad de estabilidad social, política y monetaria para generar crecimiento. El Banco Central de Reserva del Perú (BCRP) ha sido un garante de esta idea con la que ha logrado mantener una inflación baja y acumular unas reservas equivalentes al 30% de la riqueza de la nación. Uno de los ratios más elevados del mundo. Con esta despensa afronta un enfriamiento de la economía que se siente desde 2012. En principio, este año, el PIB crecerá entre el 3,6% y el 3,9%, cuando durante casi una década lo hizo a una media del 5,4%. Una situación que Óscar Caipo, socio principal de KPMG en Perú, califica de “bache”.
Minería al ralentí
Lo cierto es que con la minería al ralentí, el país dependerá de sus propios motores para seguir avanzando. “No va a ser fácil, el desafío será identificar y echar a andar dichos motores”, avisa Jorge Familiar. “Durante el tiempo de bonanza de las materias primas, cuando aumentaron los ingresos de muchos latinoamericanos, la demanda interna fue la clave del crecimiento. Ahora, con la depreciación de las monedas de la región, las exportaciones se vuelven más competitivas y para apuntalar el desarrollo será necesario diversificarlas, lo cual no resulta sencillo”.
Un camino para zafarse de ese callejón y crecer de forma sostenida sería a través de “un mayor stock de capital, más empleo o bien a partir de una manera eficiente de combinar capital y trabajo con el fin de aumentar la productividad”, aconseja Juan Ruiz, economista jefe para América del Sur de BBVA Research. Son recetas clásicas, ya que el Gobierno del presidente Ollanta Humala ha huido de propuestas económicas populistas y ha recurrido a la ortodoxia y a Keynes.
Frente al impulso, el lastre. La corrupción, como se vio por las protestas del verano pasado, continúa provocando tensiones sociales, lo que puede retraer la inversión foránea. Para evitarlo, desde 1990, se han fijado políticas de protección al inversor y firmado convenios de estabilidad jurídica. Este armazón normativo ha logrado que la inversión extranjera directa pasara de contabilizar 3.084 millones de dólares (3.080 millones de euros) en 1994 a 11.918 millones (10.600 millones de euros) durante 2012. Aunque no es razón para relajarse. “El país es aún una economía emergente y debe mantenerse activa en la generación de nuevas normas que garanticen y protejan al sistema contra las amenazas de la corrupción y el lavado de activos”, advierte Óscar Arrús, socio del bufete Garrigues en Perú. Luz y taquígrafos.
Porque si algo explica la década prodigiosa del país –además del boom de sus materias primas– es la apertura comercial. Es una de las economías más abiertas del planeta, ha reducido unilateralmente los aranceles a la importación y tiene 19 acuerdos comerciales en vigor con más del 80% del PIB mundial. Un bagaje con el que afrontar las tareas pendientes.
“Hacen falta reformas estructurales, como han hecho México, Paraguay o Chile, y diversificar la economía para no depender del sector minero”, analiza Ricardo Aceves, economista de la consultora FocusEconomics. Ahí encaja el Plan de Diversificación Productiva que lanzó en mayo del pasado año el Gobierno. “Es una buena iniciativa para mejorar la productividad y promover la innovación, haciendo los productos peruanos más competitivos y abriendo el acceso a nuevos mercados”, admite el alto ejecutivo del Banco Mundial.
Sin duda estos paisajes andinos deben comprender su verdadero potencial, más allá de ser un El Dorado de oro y plata. Por eso la topografía de este Perú futuro la traza la industria manufacturera (hidrocarburos, cemento, acero y textil), la agricultura (fomentando cultivos autóctonos con fuerte demanda internacional), el turismo ligado a la cultura arqueológica, la diversidad natural, la gastronomía; y el sector energético (gas natural, recursos hídricos). Y compartiendo esa mirada, las empresas españolas –desgrana Sixto Rodríguez, de Deutsche Bank– buscan oportunidades en tecnologías de la información e infraestructuras de transporte. Incluso surge espacio para pequeñas ingenierías y firmas de suministro de equipos destinados a la minería o el petróleo. Una forma de aprovechar –relata Munir Jalil, economista de Citi– el viento a favor que llega de un Gobierno que “quiere hacer inversiones en vías de comunicación, escuelas y hospitales”.
Pero a pesar de las buenas noticias, ¿qué país no proyecta sombras? Perú ocupa los últimos puestos en los rankings internacionales en calidad de educación y salud y la construcción de infraestructuras se enfrenta a conflictos sociales con las comunidades vecinas. Son fracturas que debe solucionar el Estado. Sin embargo, también hay tareas de los ciudadanos. En 2016 habrá elecciones presidenciales y esta tierra mirará hacia delante. En principio, los candidatos con más posibilidades son –por escribirlo así– “favorables al mercado”. Sin embargo, el 20% de los electores deciden su voto solo una semana antes y el 23% el mismo día. “La política siempre ha sido un problema en el Perú”, observa Leónidas Cuenca. Cuando deje de serlo, el país habrá encontrado su futuro.
Señas de identidad
No existe un Perú. Son muchos. Hasta el momento, lo minero ha sido el motor de una economía que volverá a crecer por encima del 4% impulsada por ambiciosos proyectos de infraestructuras y respaldada por unas arcas públicas que acumulan una hucha equivalente al 8% de la riqueza del país. Un dinero que podría utilizarse, por ejemplo, para afrontar una crisis económica futura.
Cuatro años de crecimiento por delante. Entre 2016 y 2018, Perú podría volver a crecer por encima del 4% gracias a la entrada en producción de proyectos mineros y varias iniciativas de inversión.
Dos megaproyectos que dinamizarán la economía peruana. Está en marcha el desarrollo de la línea 2 del metro de Lima, con una inversión de 5.600 millones de dólares (4.900 millones de euros), y la construcción del gasoducto del sur por 4.300 millones (3.800 millones de euros), que posibilitará crear un polo energético en esa zona del país.
La minería continúa moviendo las tierras andinas. Los desarrollos mineros más importantes son Las Bambas (región de Apurímac), que absorbe una inversión de 10.000 millones de dólares (8.900 millones de euros), y Toromocho (Junín), cuyo montante total alcanza 4.820 millones de dólares (4.280 millones de euros).