Irán espera que su economía despegue tras el acuerdo
Los iraníes confían que el pacto pondrá fin a su aislamiento internacional
Ángeles Espinosa
Teherán, El País
El acuerdo alcanzado en Viena marca un antes y un después para Irán. Los iraníes esperan dejar atrás su marginación internacional y, sobre todo, ganar poder adquisitivo a medida que el levantamiento de las sanciones permita la recuperación de su economía. Los partidarios del pacto auguran también una región más segura, algo que sus vecinos árabes cuestionan temerosos de un Irán poderoso y seguro de sí mismo. De momento, para Occidente, y sobre todo para EEUU, la República Islámica ha dejado de ser un enemigo para convertirse en un rival con el que se puede negociar.
“El gigante durmiente de la región está a punto de despertarse”, interpreta Ramin Rabi, director ejecutivo de Turquoise Partners, una firma financiera que tramita el 90% de todas las inversiones extranjeras en la Bolsa de Teherán. “Irán siempre ha sido un mercado con grandes oportunidades esperando la apertura. Con este acuerdo y la retirada de las sanciones, puede convertirse en un motor de crecimiento económico para toda la región”, pronostica.
Pero las posibilidades son tan o más atractivas para los propios iraníes. Durante las últimas semanas, la prensa local se ha hecho eco del potencial para su economía. Desde la largamente necesitada modernización de la industria petrolera (se estima que requiere una inversión de 250.000 millones de dólares en los próximos cuatro o cinco años), hasta la renovación de la flota aérea, muy obsoleta debido a las sanciones.
Otros cambios van a tener un impacto mucho más inmediato en la vida cotidiana. Quizá el mayor de ellos sea la reincorporación al sistema SWIFT de transferencias bancarias. Esa simple exclusión ha dejado a los iraníes aislados financieramente del mundo. Para los pequeños empresarios encarecía el pago de los materiales que tenían que hacer a través de intermediarios en Turquía o Dubái. Para muchas familias, imposibilitaba enviar fondos a los hijos que estudiaban en el extranjero, o simplemente pagar una compra en Internet.
Esa reactivación debiera abrir posibilidades para los jóvenes, que suman dos tercios de la población y tienen una tasa de paro superior al 50%. Cada año 1,2 millones entran el mercado de trabajo, muchos de ellos titulados universitarios, con escasas posibilidades hasta ahora de encontrar un empleo a la altura de sus aspiraciones. De ahí que sean ellos, chicos y chicas que han nacido después de la revolución de 1979, e incluso después de la guerra contra Irak de la década siguiente, quienes más celebren el acuerdo.
De ahí también que un sector del régimen islámico haya comprendido la necesidad de dar un cambio de rumbo a la política de enfrentamiento que desde hace 36 años les ha mantenido aislados del mundo. Sin duda, las duras sanciones de los últimos años han añadido presión a ese cambio, pero detrás hay también voluntad política, “una decisión estratégica”, como la definió el ministro de Exteriores y jefe negociador iraní, Mohammad Javad Zarif.
El presidente Hasan Rohaní pertenece a ese grupo de dirigentes que decidieron apostar por la negociación y el diálogo como vía de salida a una situación injusta para Irán. Desde las bambalinas, el grupo ha estado alentado por un viejo zorro político, el ayatolá Ali Akbar Hachemi Rafsanyani, ex presidente del país, ex presidente del Parlamento, ex presidente de la Asamblea de Expertos, pero sobre todo pilar de la República Islámica en cuya fundación secundó al ayatolá Jomeini, junto al hoy líder supremo, Ali Jamenei.
Fueron hombres próximos a Rafsanyani los que, tras el desencuentro que ambos políticos sufrieron a raíz de las protestas postelectorales de 2009, tendieron puentes y ayudaron a convencer a Jamenei de que había que intentarlo. De hecho, las conversaciones secretas con EEUU en Omán comenzaron antes de la elección de Rohaní en 2013. Su apuesta por esa vía ha contribuido sin duda a alcanzar el objetivo.
Los recelos sin embargo no han desaparecido. Todavía son muchos entre las élites dirigentes quienes temen que un acercamiento a Estados Unidos, con quien no tienen relaciones diplomáticas desde el asalto a su embajada poco después de la revolución, diluya los valores revolucionarios que sustentan la República Islámica. La retórica se ha endurecido en las últimas semanas y no hay garantías de que el acuerdo vaya a traducirse de inmediato en un intercambio de embajadores. Pero se ha roto el tabú.
No el mes que viene, ni tal vez el año que viene, pero la reapertura de la Embajada de EE UU en Teherán es ahora una posibilidad, según ha reconocido el propio Rafsanyani. De momento, ese cambio de estatus de enemigo a rival, abre la puerta a una mayor cooperación entre ambos. Todas las miradas están puestas en Oriente Próximo, donde se acumulan conflictos en muchos de los cuales Washington y Teherán comparten intereses, empezando por el desafío que plantea el Estado Islámico.
El propio Zarif lo mencionó en un mensaje que difundió por YouTube hace unos días. Los observadores también opinan que Irán es un actor esencial para rebajar las tensiones en la región. Su cooperación con EEUU es la única forma de lograr una coalición antiterrorista capaz de alcanzar la seguridad. Si un Irán, más confiado, renuncia a explotar el sectarismo que plaga la zona, puede ser clave para la estabilización de Irak. También eventualmente podría llegarse a un acuerdo en Sira para coordinar una transición política que incluya la salida de Bachar el Asad.
Aunque Teherán no sea la causa del caos que invade la región, se ha beneficiado de él para expandir su influencia en Irak, Bahréin y más recientemente Yemen. De momento, el consenso diplomático alcanzado en el asunto nuclear, no existe en esos otros temas. Además de la voluntad política, el que se consiga depende tanto de cómo evolucione la puesta en práctica del acuerdo y de cómo reaccionen a él los vecinos árabes de Irán. Para éstos, la negociación ha sido una claudicación de Washington y el contenido concreto del texto es irrelevante.
Ángeles Espinosa
Teherán, El País
El acuerdo alcanzado en Viena marca un antes y un después para Irán. Los iraníes esperan dejar atrás su marginación internacional y, sobre todo, ganar poder adquisitivo a medida que el levantamiento de las sanciones permita la recuperación de su economía. Los partidarios del pacto auguran también una región más segura, algo que sus vecinos árabes cuestionan temerosos de un Irán poderoso y seguro de sí mismo. De momento, para Occidente, y sobre todo para EEUU, la República Islámica ha dejado de ser un enemigo para convertirse en un rival con el que se puede negociar.
“El gigante durmiente de la región está a punto de despertarse”, interpreta Ramin Rabi, director ejecutivo de Turquoise Partners, una firma financiera que tramita el 90% de todas las inversiones extranjeras en la Bolsa de Teherán. “Irán siempre ha sido un mercado con grandes oportunidades esperando la apertura. Con este acuerdo y la retirada de las sanciones, puede convertirse en un motor de crecimiento económico para toda la región”, pronostica.
Pero las posibilidades son tan o más atractivas para los propios iraníes. Durante las últimas semanas, la prensa local se ha hecho eco del potencial para su economía. Desde la largamente necesitada modernización de la industria petrolera (se estima que requiere una inversión de 250.000 millones de dólares en los próximos cuatro o cinco años), hasta la renovación de la flota aérea, muy obsoleta debido a las sanciones.
Otros cambios van a tener un impacto mucho más inmediato en la vida cotidiana. Quizá el mayor de ellos sea la reincorporación al sistema SWIFT de transferencias bancarias. Esa simple exclusión ha dejado a los iraníes aislados financieramente del mundo. Para los pequeños empresarios encarecía el pago de los materiales que tenían que hacer a través de intermediarios en Turquía o Dubái. Para muchas familias, imposibilitaba enviar fondos a los hijos que estudiaban en el extranjero, o simplemente pagar una compra en Internet.
Esa reactivación debiera abrir posibilidades para los jóvenes, que suman dos tercios de la población y tienen una tasa de paro superior al 50%. Cada año 1,2 millones entran el mercado de trabajo, muchos de ellos titulados universitarios, con escasas posibilidades hasta ahora de encontrar un empleo a la altura de sus aspiraciones. De ahí que sean ellos, chicos y chicas que han nacido después de la revolución de 1979, e incluso después de la guerra contra Irak de la década siguiente, quienes más celebren el acuerdo.
De ahí también que un sector del régimen islámico haya comprendido la necesidad de dar un cambio de rumbo a la política de enfrentamiento que desde hace 36 años les ha mantenido aislados del mundo. Sin duda, las duras sanciones de los últimos años han añadido presión a ese cambio, pero detrás hay también voluntad política, “una decisión estratégica”, como la definió el ministro de Exteriores y jefe negociador iraní, Mohammad Javad Zarif.
El presidente Hasan Rohaní pertenece a ese grupo de dirigentes que decidieron apostar por la negociación y el diálogo como vía de salida a una situación injusta para Irán. Desde las bambalinas, el grupo ha estado alentado por un viejo zorro político, el ayatolá Ali Akbar Hachemi Rafsanyani, ex presidente del país, ex presidente del Parlamento, ex presidente de la Asamblea de Expertos, pero sobre todo pilar de la República Islámica en cuya fundación secundó al ayatolá Jomeini, junto al hoy líder supremo, Ali Jamenei.
Fueron hombres próximos a Rafsanyani los que, tras el desencuentro que ambos políticos sufrieron a raíz de las protestas postelectorales de 2009, tendieron puentes y ayudaron a convencer a Jamenei de que había que intentarlo. De hecho, las conversaciones secretas con EEUU en Omán comenzaron antes de la elección de Rohaní en 2013. Su apuesta por esa vía ha contribuido sin duda a alcanzar el objetivo.
Los recelos sin embargo no han desaparecido. Todavía son muchos entre las élites dirigentes quienes temen que un acercamiento a Estados Unidos, con quien no tienen relaciones diplomáticas desde el asalto a su embajada poco después de la revolución, diluya los valores revolucionarios que sustentan la República Islámica. La retórica se ha endurecido en las últimas semanas y no hay garantías de que el acuerdo vaya a traducirse de inmediato en un intercambio de embajadores. Pero se ha roto el tabú.
No el mes que viene, ni tal vez el año que viene, pero la reapertura de la Embajada de EE UU en Teherán es ahora una posibilidad, según ha reconocido el propio Rafsanyani. De momento, ese cambio de estatus de enemigo a rival, abre la puerta a una mayor cooperación entre ambos. Todas las miradas están puestas en Oriente Próximo, donde se acumulan conflictos en muchos de los cuales Washington y Teherán comparten intereses, empezando por el desafío que plantea el Estado Islámico.
El propio Zarif lo mencionó en un mensaje que difundió por YouTube hace unos días. Los observadores también opinan que Irán es un actor esencial para rebajar las tensiones en la región. Su cooperación con EEUU es la única forma de lograr una coalición antiterrorista capaz de alcanzar la seguridad. Si un Irán, más confiado, renuncia a explotar el sectarismo que plaga la zona, puede ser clave para la estabilización de Irak. También eventualmente podría llegarse a un acuerdo en Sira para coordinar una transición política que incluya la salida de Bachar el Asad.
Aunque Teherán no sea la causa del caos que invade la región, se ha beneficiado de él para expandir su influencia en Irak, Bahréin y más recientemente Yemen. De momento, el consenso diplomático alcanzado en el asunto nuclear, no existe en esos otros temas. Además de la voluntad política, el que se consiga depende tanto de cómo evolucione la puesta en práctica del acuerdo y de cómo reaccionen a él los vecinos árabes de Irán. Para éstos, la negociación ha sido una claudicación de Washington y el contenido concreto del texto es irrelevante.