Esperando otra guerra en Gaza
Un año después del último conflicto, el Ejército israelí vigila a las milicias de Hamás
Juan Carlos Sanz
Gaza / Sderot, El País
Entre la algarabía de las bocinas de los coches siempre a punto de colisionar en la ciudad de Gaza y el silencio de paisaje de terremoto en los barrios machacados por los bombardeos solo hay un paseo en taxi. Un año después del inicio de la Operación Margen Protector, la tercera ofensiva general del Ejército israelí contra la Franja en cinco años, la vida cotidiana parece intentar abrirse camino en las calles, comercios y playas, pese a los más de 2.200 muertos y la destrucción de unas 18.000 viviendas tras 50 días de guerra. Enclaustrados por tierra y mar por Israel y bloqueados por Egipto en el sur, los 1,8 millones de habitantes del enclave costero palestino difícilmente pueden sustraerse a la sensación de hallarse en un presidio a cielo abierto de 360 kilómetros cuadrados desde hace más de ocho años.
Naji Sharan detalla con precisión de ingeniero formado en Estados Unidos la magnitud del desastre: “Los refugios de la ONU han cerrado por falta de fondos y seguimos teniendo 144.000 desplazados sin hogar. La comunidad internacional prometió 1.300 millones de dólares, pero apenas se han edificado unos centenares de viviendas”. Sharan, viceministro de Economía palestino a cargo de la reconstrucción de Gaza, admite que un año después, solo ha entrado en la Franja un 5% del cemento necesario.
Sharan menea la cabeza y se ajusta las gafas de pasta mientras constata que Gaza ha perdido el 50% del PIB que tenía en 2007, antes a de que se estrechara el cerco del bloqueo, y que el Banco Mundial asigna al territorio una tasa de desempleo del 43%, la más elevada del planeta.
Una familia se dedica a recuperar restos metálicos entre los escombros de Beit Hanun, un distrito prácticamente arrasado por la aviación y los carros de combate en el noreste de la Franja, desde el que se divisan las torres de vigilancia del Ejército israelí. Sus hijos juegan entre placas de hormigón a ras de suelo cerradas con lonas. “Era nuestra casa; el tercer piso”, explica uno de los hombres que recoge hierros retorcidos, “los otros dos quedaron bajo tierra con las bombas”.
Al otro lado de esa tierra de nadie, de ese “margen protector” que ahora se extiende entre los límites de las edificaciones de Gaza y los kibutz (granjas colectivas) del Estado judío, el Ejército israelí patrulla ante la sospecha de que Hamás, el movimiento islamista hegemónico en la Franja, sigue construyendo túneles para lanzar un contraataque. “Por allí pasa una patrulla de Hamás”, explica días después con el fusil de asalto en bandolera el comandante Nir Peled, de 29 años, veterano de las tres ofensivas israelíes contra Gaza. Desde los 18 años solo ha conocido el oficio de las armas, ahora como jefe de operaciones de la División Sur. “En Gaza ha entrado material de construcción, pero apenas ha habido edificación. Ha sido desviado a la excavación de túneles. Ellos se están preparando para la guerra, y nosotros también”, alega el oficial.
La teniente Eden Ben Ami también está a punto de licenciarse con 21 años. Su unidad de inteligencia está encargada de dar la alerta a los kibutz de la zona ante la inminencia de un ataque. “Aquí vivimos con los refugios siempre a mano, tras una alarma por lanzamiento de cohetes solo tenemos 30 segundos para ponernos a salvo”, asegura Eden. Un proyectil mató a un niño. El conflicto se cobró la vida de 67 soldados israelíes y de seis civiles.
La teniente israelí Eden Ben Ami. / J. C. S.
De vuelta a Gaza —donde murieron unos 1.500 civiles y 700 combatientes, según la ONU—, los niños han vuelto a jugar a la playa cercana al hotel Al Deira, en la capital del enclave. La organización Save de Children afirma en su último informe que el 70% de los pequeños de la Franja tienen miedo de que haya otra guerra como la del año pasado, en la que murieron 551 niños. Muchos menores muestran ahora estrés emocional severo, como Montacer Baker, de 12 años, que perdió a un hermano y a tres de sus primos en un ataque de la aviación israelí con misiles cuando jugaban al fútbol en la playa del Al Deira. El Ejército israelí asegura que fueron confundidos con milicianos de Hamás.
Cualquiera que haya observado la mirada perdida y las reacciones airadas de Montacer, que apenas recibe atención psicológica, intuirá la imagen del horror que vivió el chico el pasado verano.
Juan Carlos Sanz
Gaza / Sderot, El País
Entre la algarabía de las bocinas de los coches siempre a punto de colisionar en la ciudad de Gaza y el silencio de paisaje de terremoto en los barrios machacados por los bombardeos solo hay un paseo en taxi. Un año después del inicio de la Operación Margen Protector, la tercera ofensiva general del Ejército israelí contra la Franja en cinco años, la vida cotidiana parece intentar abrirse camino en las calles, comercios y playas, pese a los más de 2.200 muertos y la destrucción de unas 18.000 viviendas tras 50 días de guerra. Enclaustrados por tierra y mar por Israel y bloqueados por Egipto en el sur, los 1,8 millones de habitantes del enclave costero palestino difícilmente pueden sustraerse a la sensación de hallarse en un presidio a cielo abierto de 360 kilómetros cuadrados desde hace más de ocho años.
Naji Sharan detalla con precisión de ingeniero formado en Estados Unidos la magnitud del desastre: “Los refugios de la ONU han cerrado por falta de fondos y seguimos teniendo 144.000 desplazados sin hogar. La comunidad internacional prometió 1.300 millones de dólares, pero apenas se han edificado unos centenares de viviendas”. Sharan, viceministro de Economía palestino a cargo de la reconstrucción de Gaza, admite que un año después, solo ha entrado en la Franja un 5% del cemento necesario.
Sharan menea la cabeza y se ajusta las gafas de pasta mientras constata que Gaza ha perdido el 50% del PIB que tenía en 2007, antes a de que se estrechara el cerco del bloqueo, y que el Banco Mundial asigna al territorio una tasa de desempleo del 43%, la más elevada del planeta.
Una familia se dedica a recuperar restos metálicos entre los escombros de Beit Hanun, un distrito prácticamente arrasado por la aviación y los carros de combate en el noreste de la Franja, desde el que se divisan las torres de vigilancia del Ejército israelí. Sus hijos juegan entre placas de hormigón a ras de suelo cerradas con lonas. “Era nuestra casa; el tercer piso”, explica uno de los hombres que recoge hierros retorcidos, “los otros dos quedaron bajo tierra con las bombas”.
Al otro lado de esa tierra de nadie, de ese “margen protector” que ahora se extiende entre los límites de las edificaciones de Gaza y los kibutz (granjas colectivas) del Estado judío, el Ejército israelí patrulla ante la sospecha de que Hamás, el movimiento islamista hegemónico en la Franja, sigue construyendo túneles para lanzar un contraataque. “Por allí pasa una patrulla de Hamás”, explica días después con el fusil de asalto en bandolera el comandante Nir Peled, de 29 años, veterano de las tres ofensivas israelíes contra Gaza. Desde los 18 años solo ha conocido el oficio de las armas, ahora como jefe de operaciones de la División Sur. “En Gaza ha entrado material de construcción, pero apenas ha habido edificación. Ha sido desviado a la excavación de túneles. Ellos se están preparando para la guerra, y nosotros también”, alega el oficial.
La teniente Eden Ben Ami también está a punto de licenciarse con 21 años. Su unidad de inteligencia está encargada de dar la alerta a los kibutz de la zona ante la inminencia de un ataque. “Aquí vivimos con los refugios siempre a mano, tras una alarma por lanzamiento de cohetes solo tenemos 30 segundos para ponernos a salvo”, asegura Eden. Un proyectil mató a un niño. El conflicto se cobró la vida de 67 soldados israelíes y de seis civiles.
La teniente israelí Eden Ben Ami. / J. C. S.
De vuelta a Gaza —donde murieron unos 1.500 civiles y 700 combatientes, según la ONU—, los niños han vuelto a jugar a la playa cercana al hotel Al Deira, en la capital del enclave. La organización Save de Children afirma en su último informe que el 70% de los pequeños de la Franja tienen miedo de que haya otra guerra como la del año pasado, en la que murieron 551 niños. Muchos menores muestran ahora estrés emocional severo, como Montacer Baker, de 12 años, que perdió a un hermano y a tres de sus primos en un ataque de la aviación israelí con misiles cuando jugaban al fútbol en la playa del Al Deira. El Ejército israelí asegura que fueron confundidos con milicianos de Hamás.
Cualquiera que haya observado la mirada perdida y las reacciones airadas de Montacer, que apenas recibe atención psicológica, intuirá la imagen del horror que vivió el chico el pasado verano.