Vudú al estilo de ¡Jeb! Bush
Nada hace pensar que los Republicanos tienen la fórmula mágica del crecimiento económico
Paul Krugman, El País
El lunes, Jeb Bush —o supongo que debería decir “¡Jeb!”, ya que parece haber decidido sustituir su apellido por un signo de exclamación— por fin presentó oficialmente su campaña para la presidencia y nos ofreció un primer atisbo de sus objetivos políticos. Primero, dice que si resultase elegido, duplicaría la tasa de crecimiento económico de Estados Unidos, hasta el 4%. Segundo, haría posible que todos los estadounidenses perdiesen tanto peso como quisieran, sin necesidad de hacer dieta ni ejercicio.
Vale, esa segunda promesa no la hizo, es cierto. Pero podría haberla hecho perfectamente. Habría sido tan realista como prometer un crecimiento de 4%, y bastante menos irresponsable.
Hablaré de la Jeb!conomía en un momento, pero primero dejen que les cuente un secretito económico; concretamente, que no sabemos mucho acerca de cómo elevar a largo plazo la tasa de crecimiento económico. Los economistas saben cómo propiciar la recuperación de las crisis temporales, aunque los políticos suelan negarse a seguir sus consejos. Pero una vez que la economía se acerca al pleno empleo, que siga creciendo depende de que aumente la productividad por trabajador. Y aunque hay cosas que podrían contribuir a ello, la verdad es que nadie sabe cómo conjurar un incremento rápido de la productividad.
¿Por qué, entonces, se imagina Bush que conoce secretos que se les escapan a todos los demás?
Una posible respuesta, que resulta de hecho un tanto cómica, es que cree que el crecimiento de la economía de Florida durante su mandato como gobernador sirve de ejemplo para el país entero. ¿Y dónde está la gracia de eso? En que todo el mundo excepto Bush sabe que, durante esos años, el auge económico de Florida se debió a la madre de todas las burbujas inmobiliarias. Cuando la burbuja reventó, el Estado se sumió en una profunda crisis, mucho peor que la del conjunto del país. Si sumamos el auge y la crisis, la trayectoria económica de Florida a largo plazo ha sido, en todo caso, algo peor que la de la media nacional.
Por tanto, la clave del historial de éxito de Bush radica en una buena elección del momento oportuno político: se las arregló para dejar el cargo antes de que la naturaleza insostenible del auge que ahora invoca se volviese evidente.
Pero las promesas económicas de Bush reflejan algo más que su voluntad de darse más importancia de la que tiene. También reflejan la costumbre que tiene su partido de presumir de su capacidad para propiciar un crecimiento económico rápido, aunque no haya prueba alguna que justifique esos alardes. Es como si unos cuantos hombres relativamente bajos tuviesen la costumbre de andar por ahí pavoneándose y diciéndole a todo el que se encuentran que miden 1,88 metros.
Para ser más concreto, la próxima vez que se topen con un conservador hablando de crecimiento, tal vez les apetezca responder con la siguiente lista de nombres y números: Bill Clinton, 3,7%; Ronald Reagan, 3,4%; Barack Obama, 2,1%; George H.W. Bush, 2,0%; George W. Bush, 1,6%. Sí, son los últimos cinco presidentes, y la tasa media de crecimiento de la economía estadounidense durante sus respectivos mandatos (en el caso de Obama, durante mandato hasta la fecha). Evidentemente, las cifras sin más no cuentan toda la historia, pero seguro que no hay nada en esa lista que indique que los conservadores poseen una especie de cura milagrosa para el crecimiento lento. Y, como muchos han señalado, si ¡Jeb! conoce el secreto del crecimiento del 4%, ¿por qué no se lo contó a su padre ni a su hermano?
O piensen en la experiencia de Kansas, donde el gobernador Sam Brownback sacó adelante unas rebajas fiscales que supuestamente iban a impulsar un rápido crecimiento económico. “Ya veremos como funciona. Haremos un experimento en directo”, declaró. Y ahora estamos viendo los resultados de ese experimento: el auge prometido nunca se materializó, los grandes déficits sí lo hicieron y, a pesar de los radicales recortes del gasto en educación y otros servicios públicos, al final Kansas tuvo que volver a subir los impuestos (y los que más sufrieron fueron los residentes con pocos ingresos).
¿Por qué, entonces, presumen tanto de crecimiento? Seguramente, la respuesta resumida sea que se trata, fundamentalmente, de encontrar el modo de vender las rebajas fiscales a los ricos. Estas rebajas son impopulares por sí solas, y todavía más si, como las reducciones tributarias que aplicó Kansas a las empresas y los ricos, deben sufragarse con subidas de impuestos a las familias trabajadoras y recortes en programas públicos que sí tienen aceptación. No obstante, las rebajas fiscales a los ricos son una prioridad política absoluta para la derecha; y las promesas sobre los milagros del crecimiento permiten a los conservadores afirmar que todo el mundo se beneficiará de las repercusiones positivas y hasta es posible que las reducciones tributarias se paguen por sí solas.
Naturalmente, existe una forma de referirse al hecho de basar un programa nacional en esta clase de vana ilusión que busca el beneficio propio (y el de los plutócratas). Allá por 1980, George H. W. Bush, que competía con Reagan por la candidatura republicana a la presidencia, lo llamó “política económica vudú”. Y aunque la reaganolatría sea ahora obligatoria en el Partido Republicano, lo cierto es que tenía razón.
Por tanto, ¿qué dice del estado del partido el hecho de que el hijo de Bush —descrito a menudo como el miembro moderado y razonable de la familia— haya decidido convertirse a sí mismo en sumo sacerdote de la economía vudú? Nada bueno.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía de 2008.
© The New York Times Company, 2015. Traducción de News Clips.
Paul Krugman, El País
El lunes, Jeb Bush —o supongo que debería decir “¡Jeb!”, ya que parece haber decidido sustituir su apellido por un signo de exclamación— por fin presentó oficialmente su campaña para la presidencia y nos ofreció un primer atisbo de sus objetivos políticos. Primero, dice que si resultase elegido, duplicaría la tasa de crecimiento económico de Estados Unidos, hasta el 4%. Segundo, haría posible que todos los estadounidenses perdiesen tanto peso como quisieran, sin necesidad de hacer dieta ni ejercicio.
Vale, esa segunda promesa no la hizo, es cierto. Pero podría haberla hecho perfectamente. Habría sido tan realista como prometer un crecimiento de 4%, y bastante menos irresponsable.
Hablaré de la Jeb!conomía en un momento, pero primero dejen que les cuente un secretito económico; concretamente, que no sabemos mucho acerca de cómo elevar a largo plazo la tasa de crecimiento económico. Los economistas saben cómo propiciar la recuperación de las crisis temporales, aunque los políticos suelan negarse a seguir sus consejos. Pero una vez que la economía se acerca al pleno empleo, que siga creciendo depende de que aumente la productividad por trabajador. Y aunque hay cosas que podrían contribuir a ello, la verdad es que nadie sabe cómo conjurar un incremento rápido de la productividad.
¿Por qué, entonces, se imagina Bush que conoce secretos que se les escapan a todos los demás?
Una posible respuesta, que resulta de hecho un tanto cómica, es que cree que el crecimiento de la economía de Florida durante su mandato como gobernador sirve de ejemplo para el país entero. ¿Y dónde está la gracia de eso? En que todo el mundo excepto Bush sabe que, durante esos años, el auge económico de Florida se debió a la madre de todas las burbujas inmobiliarias. Cuando la burbuja reventó, el Estado se sumió en una profunda crisis, mucho peor que la del conjunto del país. Si sumamos el auge y la crisis, la trayectoria económica de Florida a largo plazo ha sido, en todo caso, algo peor que la de la media nacional.
Por tanto, la clave del historial de éxito de Bush radica en una buena elección del momento oportuno político: se las arregló para dejar el cargo antes de que la naturaleza insostenible del auge que ahora invoca se volviese evidente.
Pero las promesas económicas de Bush reflejan algo más que su voluntad de darse más importancia de la que tiene. También reflejan la costumbre que tiene su partido de presumir de su capacidad para propiciar un crecimiento económico rápido, aunque no haya prueba alguna que justifique esos alardes. Es como si unos cuantos hombres relativamente bajos tuviesen la costumbre de andar por ahí pavoneándose y diciéndole a todo el que se encuentran que miden 1,88 metros.
Para ser más concreto, la próxima vez que se topen con un conservador hablando de crecimiento, tal vez les apetezca responder con la siguiente lista de nombres y números: Bill Clinton, 3,7%; Ronald Reagan, 3,4%; Barack Obama, 2,1%; George H.W. Bush, 2,0%; George W. Bush, 1,6%. Sí, son los últimos cinco presidentes, y la tasa media de crecimiento de la economía estadounidense durante sus respectivos mandatos (en el caso de Obama, durante mandato hasta la fecha). Evidentemente, las cifras sin más no cuentan toda la historia, pero seguro que no hay nada en esa lista que indique que los conservadores poseen una especie de cura milagrosa para el crecimiento lento. Y, como muchos han señalado, si ¡Jeb! conoce el secreto del crecimiento del 4%, ¿por qué no se lo contó a su padre ni a su hermano?
O piensen en la experiencia de Kansas, donde el gobernador Sam Brownback sacó adelante unas rebajas fiscales que supuestamente iban a impulsar un rápido crecimiento económico. “Ya veremos como funciona. Haremos un experimento en directo”, declaró. Y ahora estamos viendo los resultados de ese experimento: el auge prometido nunca se materializó, los grandes déficits sí lo hicieron y, a pesar de los radicales recortes del gasto en educación y otros servicios públicos, al final Kansas tuvo que volver a subir los impuestos (y los que más sufrieron fueron los residentes con pocos ingresos).
¿Por qué, entonces, presumen tanto de crecimiento? Seguramente, la respuesta resumida sea que se trata, fundamentalmente, de encontrar el modo de vender las rebajas fiscales a los ricos. Estas rebajas son impopulares por sí solas, y todavía más si, como las reducciones tributarias que aplicó Kansas a las empresas y los ricos, deben sufragarse con subidas de impuestos a las familias trabajadoras y recortes en programas públicos que sí tienen aceptación. No obstante, las rebajas fiscales a los ricos son una prioridad política absoluta para la derecha; y las promesas sobre los milagros del crecimiento permiten a los conservadores afirmar que todo el mundo se beneficiará de las repercusiones positivas y hasta es posible que las reducciones tributarias se paguen por sí solas.
Naturalmente, existe una forma de referirse al hecho de basar un programa nacional en esta clase de vana ilusión que busca el beneficio propio (y el de los plutócratas). Allá por 1980, George H. W. Bush, que competía con Reagan por la candidatura republicana a la presidencia, lo llamó “política económica vudú”. Y aunque la reaganolatría sea ahora obligatoria en el Partido Republicano, lo cierto es que tenía razón.
Por tanto, ¿qué dice del estado del partido el hecho de que el hijo de Bush —descrito a menudo como el miembro moderado y razonable de la familia— haya decidido convertirse a sí mismo en sumo sacerdote de la economía vudú? Nada bueno.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía de 2008.
© The New York Times Company, 2015. Traducción de News Clips.