Un boliviano cuenta cómo sobrevivió al terremoto de Nepal
Napal, ANF
Un día como cualquier otro, Iván Angulo estaba trabajando en su cuarto de hotel en Nepal. Ya hace un mes que esas paredes y esa cama se habían hecho familiares. El trabajo lo había llevado hasta esos lares, antes estaba en Pakistán pero su siguiente destino lo llevó hasta Nepal.
Iván es ingeniero de software y su misión es instalar el Trilogy Emergency Relief Aplication, un sistema desarrollado en Bolivia por la empresa Salamanca, en coordinación con la Cruz Roja Internacional, que ayuda a realizar y gestionar ayuda humanitaria en casos de enfermedades contagiosas y desastres.
Después de ocho horas de viajes y aeropuertos, el boliviano llegó a Katmandú el sábado 4 de abril, a las ocho de la noche. Tras dos horas de papeleos en el aeropuerto salió a las calles oscuras donde le esperaba un coche para llevarlo al hotel que sería su hogar todo ese tiempo.
En el trayecto veía de lejos los famosos templos, su arquitectura y el gran Everest. No había tenido la oportunidad para pensar en las maravillas que tenía el lugar, pero ya viendo por la ventana del auto le fueron intrigando las calles, los templos y la forma de vida. Lo primero que él quería conocer era la región del Tibet.
La habitación del primer piso del hotel Black Pepper Guest House iba a ser su refugio por varias semanas mientras terminaba su trabajo. El hotel está en un barrio residencial en la calle Bhakundol en el distrito de Latitpur, uno de los tres que hay en Katmandú.
Las calles colindantes estaban llenas de autos, motos y también de gente, las casas eran amplias y había pocos edificios.
El 24 de abril, tras 20 días de estar en el país, era feriado nacional por el “día de la democracia” en Nepal, iba a ser un fin de semana largo. Iván tenía planeado visitar algunos de los templos y recorrer la ciudad con más calma, pero debía terminar su trabajo por lo que se quedó en su habitación junto a su computadora y algo de fruta.
La mañana del 25 de abril, Iván se puso un short y una polera para seguir trabajando en su habitación. A las 11:56 la tierra comenzó a temblar. Al principio mantuvo la calma, parecía un sismo como cualquier otro, pero pasados algunos segundos la intensidad aumentaba; después se enteró que su potencia había sido de 7,8 en la escala de Richter, uno de los terremotos más potentes de la historia.
Él se levantó de la silla, se dio cuenta que estaba descalzo, quiso ir hasta el otro extremo de su habitación para ponerse sus sandalias, pero ya iba perdiendo el equilibrio por el movimiento de la tierra.
Descalzo bajó las gradas agarrándose de las paredes para no caerse. Se quedó debajo de una viga. Para él era el lugar más seguro, hasta que vio que los vidrios del hotel se quebraban y entonces decidió salir a la calle como todos los huéspedes del lugar.
Un minuto duró el terremoto, un minuto bastó para destruir el país.
En las calles cientos de personas buscaban un lugar seguro. Algunos estaban sentados en las aceras tratando de recobrar el equilibrio; más tarde, otros armaban carpas para guarecerse. Muchos lloraban y trataban desesperadamente de contactarse con amigos y familiares que vivían en otras zonas de la ciudad o del país. Y si bien muchos intuían la magnitud del desastre, ninguno podía imaginarla verdaderamente.
Después de aquel minuto, Iván llamó a su familia, que está en Cochabamba. Eran las dos de la madrugada en Bolivia y los despertó para decirles que estaba bien y que no se preocuparan. Les contó lo sucedido y les recalcó que no le había pasado nada pues el hotel no había sufrido mayores daños, sólo algunos vidrios rotos.
Los huéspedes, el personal del hotel y algunos vecinos se dirigieron a un terreno baldío al lado del alojamiento para pasar la tarde. Nadie quería entrar por temor a las réplicas pues el gobierno había recomendado a todos los habitantes salir de las casas por precaución.
Todos estaban alertas para correr hacia algún lado por si pasaba algo peor. Cada 20 o 30 minutos había un réplica de 4 a 6 grados en la escala Richter.
Cuando veían que los cuervos y otras aves levantaban vuelo ya estaban preparados para que la tierra comience a moverse pues ellos fueron los primeros en avisar.
La desolación en otras áreas de la ciudad era espantosa.
Las llamadas y los mensajes que algunos hospedados recibían, informaban a las decenas de personas que estaban guareciéndose. Fue ese momento que Iván se enteró que algunos templos de los que quería conocer se habían desplomado y que los muertos se contaban por centenares.
“Es entonces que te das cuenta de lo afortunados que fuimos y das gracias por no haber estado en el lugar equivocado ese momento”, expresó Iván.
Realmente fue afortunado: el terremoto dejó 7.500 muertos y 14.400 heridos. Se estima que cerca de 290.800 construcciones privadas se desmoronaron y otras 251.800 casas estén parcialmente destruidas. El gobierno Nepalí necesita al menos 2.000 millones de dólares para su reconstrucción.
Finalizada la tarde del terremoto, todo el grupo dejó el terreno baldío para cambiar de refugio: el jardín del hotel.
Tenían hambre, caminaron unas cuantas cuadras para encontrar algo de comer y en el recorrido vieron casas a punto de desplomarse, verjas caídas, la estación de bomberos desmoronándose y la gente que se adueñaba de las calles para pasar la noche.
Al volver al hotel nadie tuvo prisa para volver a sus cómodas habitaciones, todos se dirigieron al jardín para charlar y darse apoyo moral unos a otros mientras veían en el cielo los aviones que llegaban con ayuda. A la medianoche sintieron una brisa fría y decidieron entrar al alojamiento, pero sólo a la planta baja.
Más tarde Iván volvió a su habitación, se echó en su cama vestido y trató de dormir, pero cada vez que sentía una vibración fuerte salía al jardín, se quedaba unos minutos y volvía a entrar. El 25 de abril hubo al menos 39 réplicas.
Al día siguiente todos volvieron al jardín. El dueño del hotel les repartió pan, queso, galletas, agua y un té caliente con leche “al estilo nepalí”. Sólo había un restaurante abierto a 15 minutos del hotel, las filas eran largas pero no había otra opción. Iván comió una sopa de lentejas con arroz y vegetales que se sirven en pequeños platos, todo cocinado a la leña.
El día pasaba y los sismos seguían, aún causaban temor en todos, pero eran tan frecuentes que por algún momento era algo normal. Ese día, 26 de abril, hubo 28 réplicas.
A 15 días del terremoto la “calma” está volviendo lentamente, los huéspedes volvieron a sus habitaciones, la gente en las calles recogieron sus carpas para volver a sus casas o por lo menos lo que queda de ellas a pesar que aún se sienten leves vibraciones.
La gente necesita mucha ayuda pues en algunos casos se quedaron sin hogar, sin alimento y con familiares desaparecidos.
Iván no pensó en volver a Bolivia, tiene una misión que terminar y estima que se quedará hasta el 25 de mayo para finalizar la instalación.
Hacía 80 años que Nepal no tenía un terremoto de esta magnitud.
Un día como cualquier otro, Iván Angulo estaba trabajando en su cuarto de hotel en Nepal. Ya hace un mes que esas paredes y esa cama se habían hecho familiares. El trabajo lo había llevado hasta esos lares, antes estaba en Pakistán pero su siguiente destino lo llevó hasta Nepal.
Iván es ingeniero de software y su misión es instalar el Trilogy Emergency Relief Aplication, un sistema desarrollado en Bolivia por la empresa Salamanca, en coordinación con la Cruz Roja Internacional, que ayuda a realizar y gestionar ayuda humanitaria en casos de enfermedades contagiosas y desastres.
Después de ocho horas de viajes y aeropuertos, el boliviano llegó a Katmandú el sábado 4 de abril, a las ocho de la noche. Tras dos horas de papeleos en el aeropuerto salió a las calles oscuras donde le esperaba un coche para llevarlo al hotel que sería su hogar todo ese tiempo.
En el trayecto veía de lejos los famosos templos, su arquitectura y el gran Everest. No había tenido la oportunidad para pensar en las maravillas que tenía el lugar, pero ya viendo por la ventana del auto le fueron intrigando las calles, los templos y la forma de vida. Lo primero que él quería conocer era la región del Tibet.
La habitación del primer piso del hotel Black Pepper Guest House iba a ser su refugio por varias semanas mientras terminaba su trabajo. El hotel está en un barrio residencial en la calle Bhakundol en el distrito de Latitpur, uno de los tres que hay en Katmandú.
Las calles colindantes estaban llenas de autos, motos y también de gente, las casas eran amplias y había pocos edificios.
El 24 de abril, tras 20 días de estar en el país, era feriado nacional por el “día de la democracia” en Nepal, iba a ser un fin de semana largo. Iván tenía planeado visitar algunos de los templos y recorrer la ciudad con más calma, pero debía terminar su trabajo por lo que se quedó en su habitación junto a su computadora y algo de fruta.
La mañana del 25 de abril, Iván se puso un short y una polera para seguir trabajando en su habitación. A las 11:56 la tierra comenzó a temblar. Al principio mantuvo la calma, parecía un sismo como cualquier otro, pero pasados algunos segundos la intensidad aumentaba; después se enteró que su potencia había sido de 7,8 en la escala de Richter, uno de los terremotos más potentes de la historia.
Él se levantó de la silla, se dio cuenta que estaba descalzo, quiso ir hasta el otro extremo de su habitación para ponerse sus sandalias, pero ya iba perdiendo el equilibrio por el movimiento de la tierra.
Descalzo bajó las gradas agarrándose de las paredes para no caerse. Se quedó debajo de una viga. Para él era el lugar más seguro, hasta que vio que los vidrios del hotel se quebraban y entonces decidió salir a la calle como todos los huéspedes del lugar.
Un minuto duró el terremoto, un minuto bastó para destruir el país.
En las calles cientos de personas buscaban un lugar seguro. Algunos estaban sentados en las aceras tratando de recobrar el equilibrio; más tarde, otros armaban carpas para guarecerse. Muchos lloraban y trataban desesperadamente de contactarse con amigos y familiares que vivían en otras zonas de la ciudad o del país. Y si bien muchos intuían la magnitud del desastre, ninguno podía imaginarla verdaderamente.
Después de aquel minuto, Iván llamó a su familia, que está en Cochabamba. Eran las dos de la madrugada en Bolivia y los despertó para decirles que estaba bien y que no se preocuparan. Les contó lo sucedido y les recalcó que no le había pasado nada pues el hotel no había sufrido mayores daños, sólo algunos vidrios rotos.
Los huéspedes, el personal del hotel y algunos vecinos se dirigieron a un terreno baldío al lado del alojamiento para pasar la tarde. Nadie quería entrar por temor a las réplicas pues el gobierno había recomendado a todos los habitantes salir de las casas por precaución.
Todos estaban alertas para correr hacia algún lado por si pasaba algo peor. Cada 20 o 30 minutos había un réplica de 4 a 6 grados en la escala Richter.
Cuando veían que los cuervos y otras aves levantaban vuelo ya estaban preparados para que la tierra comience a moverse pues ellos fueron los primeros en avisar.
La desolación en otras áreas de la ciudad era espantosa.
Las llamadas y los mensajes que algunos hospedados recibían, informaban a las decenas de personas que estaban guareciéndose. Fue ese momento que Iván se enteró que algunos templos de los que quería conocer se habían desplomado y que los muertos se contaban por centenares.
“Es entonces que te das cuenta de lo afortunados que fuimos y das gracias por no haber estado en el lugar equivocado ese momento”, expresó Iván.
Realmente fue afortunado: el terremoto dejó 7.500 muertos y 14.400 heridos. Se estima que cerca de 290.800 construcciones privadas se desmoronaron y otras 251.800 casas estén parcialmente destruidas. El gobierno Nepalí necesita al menos 2.000 millones de dólares para su reconstrucción.
Finalizada la tarde del terremoto, todo el grupo dejó el terreno baldío para cambiar de refugio: el jardín del hotel.
Tenían hambre, caminaron unas cuantas cuadras para encontrar algo de comer y en el recorrido vieron casas a punto de desplomarse, verjas caídas, la estación de bomberos desmoronándose y la gente que se adueñaba de las calles para pasar la noche.
Al volver al hotel nadie tuvo prisa para volver a sus cómodas habitaciones, todos se dirigieron al jardín para charlar y darse apoyo moral unos a otros mientras veían en el cielo los aviones que llegaban con ayuda. A la medianoche sintieron una brisa fría y decidieron entrar al alojamiento, pero sólo a la planta baja.
Más tarde Iván volvió a su habitación, se echó en su cama vestido y trató de dormir, pero cada vez que sentía una vibración fuerte salía al jardín, se quedaba unos minutos y volvía a entrar. El 25 de abril hubo al menos 39 réplicas.
Al día siguiente todos volvieron al jardín. El dueño del hotel les repartió pan, queso, galletas, agua y un té caliente con leche “al estilo nepalí”. Sólo había un restaurante abierto a 15 minutos del hotel, las filas eran largas pero no había otra opción. Iván comió una sopa de lentejas con arroz y vegetales que se sirven en pequeños platos, todo cocinado a la leña.
El día pasaba y los sismos seguían, aún causaban temor en todos, pero eran tan frecuentes que por algún momento era algo normal. Ese día, 26 de abril, hubo 28 réplicas.
A 15 días del terremoto la “calma” está volviendo lentamente, los huéspedes volvieron a sus habitaciones, la gente en las calles recogieron sus carpas para volver a sus casas o por lo menos lo que queda de ellas a pesar que aún se sienten leves vibraciones.
La gente necesita mucha ayuda pues en algunos casos se quedaron sin hogar, sin alimento y con familiares desaparecidos.
Iván no pensó en volver a Bolivia, tiene una misión que terminar y estima que se quedará hasta el 25 de mayo para finalizar la instalación.
Hacía 80 años que Nepal no tenía un terremoto de esta magnitud.