Polonia duda de su milagro económico
Las elecciones reflejan la preocupación por la desigualdad en un país en expansión
Jerónimo Andreu
Varsovia, El País
Un hombre desde una torre vigila su país. Jan KrzysztofBielecki, ex primer ministro de Polonia por un año, en el tumultuoso 1991, se sienta en una sala del imponente rascacielos Rondo 1. El martes de la semana pasada Varsovia, la locomotora económica de Europa en el Este, con un crecimiento del 3,4% previsto para 2015 y un aumento del PIB del 25% desde 2008, se veía sumergida en un mar de nubes negras.
“Sobre el milagro polaco soy muy optimista para los próximos siete años”, explica en una entrevista concedida como jefe del Consejo del Instituto Polaco de Relaciones Internacionales. “El crecimiento ha seguido sostenido incluso durante las turbulencias de la crisis europea y la guerra de Ucrania. Hemos diversificado, y ya ni siquiera el fin de los fondos de cohesión europeos en 2020 parece un problema: con nuestra reconversión aspiraremos a otras subvenciones en proyectos de I+D”.
Bielecki no ve fisuras en el horizonte de rascacielos que han brotado en diez años a su alrededor, escondiendo el Palacio de Cultura y Ciencia estalinista que antes protagonizaba el perfil de la ciudad. “Hasta 2025 tenemos una demografía muy buena, con jóvenes dinámicos y preparados, mucho mejores que la generación de Solidaridad, que ha podido tener muy buenas intenciones pero no siempre las desarrolló”.
Dinamismo. Juventud. Formación. Son los mantras que repiten los actores económicos polacos. Bielecki, uno de los grandes privatizadores de los primeros años de la democracia, se muestra esquivo cuando le preguntan por la desigualdad como ingrediente del milagro económico del país. “Los salarios están creciendo”, asegura.
En la reciente primera vuelta de las elecciones presidenciales, los temas de política social se impusieron dándole la victoria al conservador Andrzej Duda, y proteccionista partido de Ley y Justicia. El retraso de la edad de jubilación, la flexibilidad y la precariedad son vitales para los jóvenes. Estas malas condiciones laborales son precisamente una de las razones que alientan la caída demográfica citada por Bielecki.
Los símbolos de prosperidad son avasalladores. El país muestra una fe conmovedora en los centros comerciales y los restaurantes internacionales. En antiguos barrios industriales de Varsovia, como Powisle, las tiendas de Lamborghini se asoman entre lujosísimos lofts.
Pero todo eso parece muy lejano en el barrio de Praga, donde muchas casas comparten aún baño común. Resultan fáciles de reconocer: son los edificios de antes de la guerra con la viruela de las balas en la fachada. El pesimismo recorre las calles. No es fácil encontrar un vecino que no hable de una Polonia hundida, sin industria ni empleo decente.
Una niña sale sucia de un edificio ruinoso. Dentro de él, un hombre que trabaja en una pequeña reprografía explica que el día anterior le llegó una carta avisándole de que el propietario anterior a la guerra había reaparecido y le ofrecía un realojo por pagar alquiler esos años. “Pero la mayoría de los que viven aquí no pagaban. Son demasiado pobres”, cuenta. En lugar de su edificio imagina que construirán uno como el de la acera de enfrente, para las nuevas clases medias y los artistas que van sustituyendo a la población autóctona desde que el metro llegó al barrio. A pesar de este proceso, gran parte de los comercios están cerrados. En una rápida encuesta electoral, Praga confiesa que vota a la derecha de Ley y Justicia.
Las cifras de desempleo polacas son del 11,3%, pero el 80% de los trabajadores gana bajo el salario medio (unos 800 euros, la mitad que en España). Un tercio de empleados tienen los llamados “contratos basura”, sin apenas derechos sociales. Otro tercio son autónomos que trabajan para grandes industrias (así ha ocurrido en los astilleros).
Stefan Zgliczynski, director de la editorial Ksiazka i Prasa y de la versión polaca de Le Monde diplomatique, fue hasta hace poco orgulloso habitante del barrio de Praga. También formó parte de la izquierda anticomunista durante el régimen; ahora se lamenta por la inexistencia de alternativas sociales que no sean la ultranacionalista. “Las calles están llenas de coches buenos, pero vivimos de préstamos. No tenemos ese dinero”, explica sobre las altísimas tasas de endeudamiento familiar.
Su salón está empapelado de carteles de la resistencia Palestina. Insiste: “Ganamos un tercio de lo que lo hacen los europeos. Así atrae el Gobierno a las grandes empresas”.
Casos como la apertura de un centro logístico de Amazon el año pasado alimentan periódicamente la polémica nacional por la distribución de la nueva riqueza. Los salarios que ofrecía la empresa eran cinco veces menores a los alemanes, y algunos ejecutivos de la compañía se felicitaron incluso porque sólo un 17% de trabajadores del país estuvieran sindicados. “Todo el mundo teme perder el trabajo y no se mueve”, explica Zgliczynski. “Tener un trabajo es como una montaña de oro. Y aceptas las condiciones o te vas”.
En el barrio de Praga creen que desde las torres del centro de Varsovia no se los ve.
Jerónimo Andreu
Varsovia, El País
Un hombre desde una torre vigila su país. Jan KrzysztofBielecki, ex primer ministro de Polonia por un año, en el tumultuoso 1991, se sienta en una sala del imponente rascacielos Rondo 1. El martes de la semana pasada Varsovia, la locomotora económica de Europa en el Este, con un crecimiento del 3,4% previsto para 2015 y un aumento del PIB del 25% desde 2008, se veía sumergida en un mar de nubes negras.
“Sobre el milagro polaco soy muy optimista para los próximos siete años”, explica en una entrevista concedida como jefe del Consejo del Instituto Polaco de Relaciones Internacionales. “El crecimiento ha seguido sostenido incluso durante las turbulencias de la crisis europea y la guerra de Ucrania. Hemos diversificado, y ya ni siquiera el fin de los fondos de cohesión europeos en 2020 parece un problema: con nuestra reconversión aspiraremos a otras subvenciones en proyectos de I+D”.
Bielecki no ve fisuras en el horizonte de rascacielos que han brotado en diez años a su alrededor, escondiendo el Palacio de Cultura y Ciencia estalinista que antes protagonizaba el perfil de la ciudad. “Hasta 2025 tenemos una demografía muy buena, con jóvenes dinámicos y preparados, mucho mejores que la generación de Solidaridad, que ha podido tener muy buenas intenciones pero no siempre las desarrolló”.
Dinamismo. Juventud. Formación. Son los mantras que repiten los actores económicos polacos. Bielecki, uno de los grandes privatizadores de los primeros años de la democracia, se muestra esquivo cuando le preguntan por la desigualdad como ingrediente del milagro económico del país. “Los salarios están creciendo”, asegura.
En la reciente primera vuelta de las elecciones presidenciales, los temas de política social se impusieron dándole la victoria al conservador Andrzej Duda, y proteccionista partido de Ley y Justicia. El retraso de la edad de jubilación, la flexibilidad y la precariedad son vitales para los jóvenes. Estas malas condiciones laborales son precisamente una de las razones que alientan la caída demográfica citada por Bielecki.
Los símbolos de prosperidad son avasalladores. El país muestra una fe conmovedora en los centros comerciales y los restaurantes internacionales. En antiguos barrios industriales de Varsovia, como Powisle, las tiendas de Lamborghini se asoman entre lujosísimos lofts.
Pero todo eso parece muy lejano en el barrio de Praga, donde muchas casas comparten aún baño común. Resultan fáciles de reconocer: son los edificios de antes de la guerra con la viruela de las balas en la fachada. El pesimismo recorre las calles. No es fácil encontrar un vecino que no hable de una Polonia hundida, sin industria ni empleo decente.
Una niña sale sucia de un edificio ruinoso. Dentro de él, un hombre que trabaja en una pequeña reprografía explica que el día anterior le llegó una carta avisándole de que el propietario anterior a la guerra había reaparecido y le ofrecía un realojo por pagar alquiler esos años. “Pero la mayoría de los que viven aquí no pagaban. Son demasiado pobres”, cuenta. En lugar de su edificio imagina que construirán uno como el de la acera de enfrente, para las nuevas clases medias y los artistas que van sustituyendo a la población autóctona desde que el metro llegó al barrio. A pesar de este proceso, gran parte de los comercios están cerrados. En una rápida encuesta electoral, Praga confiesa que vota a la derecha de Ley y Justicia.
Las cifras de desempleo polacas son del 11,3%, pero el 80% de los trabajadores gana bajo el salario medio (unos 800 euros, la mitad que en España). Un tercio de empleados tienen los llamados “contratos basura”, sin apenas derechos sociales. Otro tercio son autónomos que trabajan para grandes industrias (así ha ocurrido en los astilleros).
Stefan Zgliczynski, director de la editorial Ksiazka i Prasa y de la versión polaca de Le Monde diplomatique, fue hasta hace poco orgulloso habitante del barrio de Praga. También formó parte de la izquierda anticomunista durante el régimen; ahora se lamenta por la inexistencia de alternativas sociales que no sean la ultranacionalista. “Las calles están llenas de coches buenos, pero vivimos de préstamos. No tenemos ese dinero”, explica sobre las altísimas tasas de endeudamiento familiar.
Su salón está empapelado de carteles de la resistencia Palestina. Insiste: “Ganamos un tercio de lo que lo hacen los europeos. Así atrae el Gobierno a las grandes empresas”.
Casos como la apertura de un centro logístico de Amazon el año pasado alimentan periódicamente la polémica nacional por la distribución de la nueva riqueza. Los salarios que ofrecía la empresa eran cinco veces menores a los alemanes, y algunos ejecutivos de la compañía se felicitaron incluso porque sólo un 17% de trabajadores del país estuvieran sindicados. “Todo el mundo teme perder el trabajo y no se mueve”, explica Zgliczynski. “Tener un trabajo es como una montaña de oro. Y aceptas las condiciones o te vas”.
En el barrio de Praga creen que desde las torres del centro de Varsovia no se los ve.