Análisis / La rabiosa modernidad de la vieja política

Los que esperan una revolución en la manera de hacer campaña en las próximas elecciones se llevarán una decepción

John Carlin, El País
De aquí a finales de 2015 se vivirá una intensísima época electoral en la joven democracia española, de enorme interés para Europa y con notablemente más variedad, energía, debate y participación ciudadana que en las elecciones recién concluidas en la antigua democracia británica. España se convierte de repente en un laboratorio para el continente. Los boyantes partidos insurgentes representan experimentos cuyos resultados se estudiarán con atención en el mundo político europeo, incluso quizá en Estados Unidos, donde Hillary Clinton se presentará a las elecciones presidenciales el año que viene. El interés residirá en ver si Podemos o Ciudadanos han dado con la fórmula para despertar la ilusión de los jóvenes, frustrados tantos de ellos con lo que llaman la vieja política.


Pero ojo con esa frase. En el terreno de las ideas siempre existe espacio para la novedad, aunque dentro de un sistema democrático liberal solo sea cuestión de matices, pero los que esperan una revolución en la manera de hacer campaña se llevarán una decepción. En cuanto a las reglas del juego electoral, las tácticas para conquistar las mentes y los corazones de los votantes, no hay nada nuevo bajo el sol. Por eso los candidatos españoles de todos los colores harían bien en analizar lo que pasó la semana pasada en Reino Unido, donde han estado votando desde hace 300 años, y se harían un favor incluso mayor si se fijaran en las lecciones contenidas en un manual electoral escrito 64 años antes de Cristo. Si lo hubiese estudiado Ed Miliband, el derrotado líder laborista británico, quizá hoy sería primer ministro en vez del conservador David Cameron que, lo hubiese leído o no, siguió casi al pie de la letra los consejos que el manual propone.

Alguien que sí lo leyó fue James Carville, el genio que dirigió la triunfante campaña de Bill Clinton en 1992 e inventó la célebre frase: “Es la economía, estúpido”. En un ensayo de 2012, Carville dijo que cuando inició su carrera como estratega electoral, antes de trabajar con Clinton, creía que las instrucciones que daba a sus clientes eran originales. “Hasta que de repente entendí”, confesó, “que casi todo ya se había dicho hacía 2.000 años”. Se refería al Commentariolum Petitionis, o El pequeño manual electoral, una carta escrita por Quinto Tulio Cicerón a su más célebre hermano mayor, Marco Tulio, cuando éste se presentó a las elecciones para cónsul de Roma.

Quinto Tulio no pretende dar a su hermano lecciones ideológicas, ni siquiera morales; solo le interesa ayudarle a ganar. Le ofrece una guía práctica, incluso fríamente cínica, de utilidad para cualquiera en cualquier época que se presente a unas elecciones, un juego inevitablemente sucio, según Quinto Tulio, en un mundo político “lleno de engaño y traición”, en una sociedad donde uno ve “arrogancia, testarudez, maldad, orgullo y odio” por todos lados.

Marco Tulio Cicerón siguió estas instrucciones y ganó las elecciones romanas de 64 antes de Cristo Ed Miliband, en 2015 después de Cristo, no, y las perdió. Según los veteranos del partido laborista que han estado haciendo cola para criticar a Miliband desde la catástrofe de la semana pasada, su pecado capital fue, precisamente, no cumplir con el punto número uno de esta lista de consejos de Quinto Tulio: apelar a todos independientemente de su clase social, procurar capturar lo que hoy llamamos “el centro”. Es decir, lo que hicieron, con enorme éxito, tanto Bill Clinton como Tony Blair.

Miliband, que abiertamente rechazó el blairismo, sonaba en campaña como si estuviera diciendo que su partido “ayudaría a los pobres demonizando a los ricos”, según Frank Field, antiguo ministro de Gobierno laborista. Miliband, más intelectual que pragmático, fiel a los ideales de la vieja izquierda marxista, cometió un error suicida, agregó Field, “al dar la impresión de que quería atacar a la gente que desea avanzar en la vida”. Peter Mandelson, el artífice de los triunfos de Blair, opinó que Miliband se presentó equivocadamente como líder del proletariado en una trasnochada lucha de clases. “Dio la impresión de que se oponía al capitalismo en vez de postularse a favor de lo que la gente quiere, un capitalismo responsable”, dijo Mandelson.

El partido conservador de Cameron, que consiguió 99 escaños más que los laboristas, fue más fiel a los mandamientos ciceronianos. Cameron fue todo para todos. Considerado por muchos como una versión tory de Tony Blair, su mensaje fue más inclusivo, menos ideológicamente radical que el de Miliband, correspondiendo más con el de la famosa —y por definición camaleónica— tercera vía de Blair —no tanto una ideología como una receta para ganar elecciones—. Prometió invertir más dinero en los servicios públicos, pero sin jamás explicar específicamente cómo lo haría. Fue más negativo que Miliband en cuanto a “las canalladas” de su rival —recordando varias veces que Miliband había matado políticamente a su propio hermano para asumir el liderazgo de su partido—. Y aunque ambos candidatos a primer ministro inevitablemente procuraron ofrecer esperanza a los ciudadanos, Cameron, presentándose como un administrador más fiable, lo hizo con mayor efectividad.

La ciencia ha avanzado desde los tiempos romanos y han surgido nuevas ideologías y nuevos mecanismos para gobernar pero ni Twitter, ni la televisión han modificado en lo esencial el comportamiento del ser humano, ni tampoco los métodos para conseguir su apoyo electoral. Somos igual de susceptibles a los halagos y a las promesas vacías, igual de susceptibles a líderes astutos que entienden, como también señaló Quinto Tulio, que “la gente se deja llevar más por la apariencia que la realidad”. El mensaje que nos llega de la antigüedad no es gratificante pero sigue siendo tan verdad hoy como hace 2.000 años. Como acaba de demostrar el idealista, intelectual y fracasado Ed Miliband, los políticos que prosperan son los que se relacionan con el mundo como es, no como ellos quisieran que sea.

El manual de Cicerón

A continuación, los seis consejos principales electorales que propone Quinto Tulio Cicerón en su manual.

1. “Que sepan los ricos que estás a favor de la paz y la estabilidad. Asegura a la gente común que siempre estarás de su lado… Es vital que utilices todos tus recursos para llegar a la audiencia más amplia posible”.

2. “Un candidato debe ser un camaleón, adaptando su mensaje a cada persona que conoce, cambiando su discurso como sea necesario…; se mueve a la gente más por apariencias que por la realidad”.

3. “Debes aprender el arte de halagar a la gente, algo vergonzoso en la vida normal pero esencial si eres candidato”.

4. “No estaría nada mal recordar a la gente lo canallas que son tus rivales y difamarlos cada vez que se presente la oportunidad con los crímenes, escándalos sexuales y corrupción en la que han caído”.

5. “No hagas promesas específicas. Quédate en generalidades”.

6. “Lo más importante de tu campaña es dar esperanza a la gente y generar sentimientos bondadosos hacia tu persona”.

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