“El Gobierno no nos ha dado nada. Todo lo hemos conseguido nosotros”

Ante la lentitud de la ayuda oficial, los nepalíes recurren a la autosuficiencia

Macarena Vidal Liy
Katmandu, El País
Mithun Shah, de 19 años, es uno de los miles de residentes en Katmandú que se ha refugiado junto con otros 7 miembros de su familia en una tienda de campaña tras el terremoto que asoló Nepal el pasado sábado. Este martes le ha tocado cavar una zanja en torno a su improvisado hogar de lona y plásticos para evitar que se inundara por la fuerte tormenta que cayó sobre la capital. “El Gobierno no nos ha dado nada. Todo lo hemos tenido que conseguir nosotros”, asegura Shah, cuya casa en el área de Thamel ha quedado muy dañada. Es una queja que se repite entre muchos de los habitantes de la capital, que lamentan la lenta respuesta oficial ante un desastre que ha dejado ya más de 5.000 muertos y podría superar las 10.000 víctimas, según reconocía el primer ministro, Sushil Koirala.


Los soldados nepalíes han estado repartiendo agua potable en camiones cisterna con regularidad. Han distribuido tiendas de campaña en los 16 campamentos oficiales y algunos alimentos, aunque en los primeros días de manera irregular e insuficiente. La tarea de alimentarse ha quedado en manos de algunas ONG que repartían platos de arroz o de los propios residentes, que han llevado en muchos casos hornillos y menaje de cocina para prepararse las comidas y regresan a sus viviendas, si aún están en pie, para proveerse de vituallas.

La principal preocupación para la familia de Shah, emigrante del estado indio de Bihar, es la humedad. Para los adultos, afirman, no es un problema tan grave, pero los niños son más débiles y pueden enfermar. En su tienda se refugian un bebé de ocho meses y una niña de dos años.

Sus quejas contra el Gobierno se han convertido en algo generalizado entre los ciudadanos. “Hay mucho más que pueden hacer. Se movilizan para lo que quieren”, asegura Kamal, un estudiante de 22 años. No todos comparten las críticas. Chhabi Kafle, un voluntario que ayuda a repartir limpiador de manos, asegura que la tarea que ha recaído sobre el Gobierno nepalí es sobrehumana. “Hay que organizar muchas cosas, son tareas en las que participa mucha gente. Lleva tiempo organizar el sistema y ponerse en marcha”.

En respuesta a las críticas del público, Koirala, que ha anunciado tres días de duelo por el desastre, ha declarado que los “recursos son limitados" y los están movilizando lo mejor que pueden. “La principal responsabilidad es mantener la seguridad de la gente”, sostuvo.

Cuatro días después del desastre, la asistencia oficial parece haber empezado a cobrar ritmo. El ministro del Interior, Bam Dev Gautam, supervisó el lunes en el aeropuerto la llegada de ayuda. En el campo de Tundikhel, en el centro de Katmandú y que aloja a unas 6.000 personas, los soldados intentaban este martes abrir tomas de agua y levantaban estructuras más sólidas para albergar a los damnificados. Se han abierto también más letrinas e instalado lavabos portátiles.

La ayuda es una labor ingente en una de las naciones más pobres del mundo, de población muy dispersa y con un terreno sumamente montañoso. Naciones Unidas apunta que ocho millones de personas, en un país de 28 millones de habitantes, se han visto afectadas por el seísmo. Cerca de 1,4 millones necesitarán ayuda alimentaria.

La asistencia internacional también ha comenzado a llegar. Los aviones de China, India, Pakistán y otras naciones aterrizan en el aeropuerto Tribhuvan de Katmandú con medicinas, agua potable, tiendas de campaña y otro material de emergencia. También se encuentran ya sobre el terreno numerosas organizaciones humanitarias.

Pero peor puede estar en las zonas más remotas. Aunque aún no ha sido posible establecer una evaluación completa, la organización Médicos Sin Fronteras apunta que las primeras evaluaciones, hechas desde el aire, “muestran que los daños son significativos en varias aldeas” de la región. De los 65 pueblos que se pudieron avistar, 45 tenían daños visibles o habían quedado destruidos.

En Katmandú, mientras prosigue la búsqueda de supervivientes en los edificios derrumbados, a medida que pasan los días comienzan a surgir los visos de normalidad. Las excavadoras comienzan a retirar algunos escombros. Los autobuses públicos han vuelto a circular y más tiendas han reabierto. Pero aunque los ciudadanos pueden abastecerse de productos de primera necesidad, los precios de los alimentos han comenzado a dispararse y algunos productos, especialmente las verduras, ya cuestan el doble de lo que costaban antes del seísmo.

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