90 días de negociación en varios frentes
Obama se emplea a fondo para persuadir al Congreso y a los aliados de la región. La alternativa lleva a un Irán nuclear o a una guerra, según la Casa Blanca
Marc Bassets
Washington, El País
El presidente Barack Obama vuelve a entrar en campaña. Esta vez no es electoral. En 2017 abandonará la Casa Blanca y no volverá a presentarse a unas elecciones. La campaña del demócrata Obama es para rubricar con éxito una de las iniciativas más arriesgadas de su presidencia: el acuerdo para frenar el programa nuclear de Irán a cambio de levantar las sanciones internacionales sobre este país.
Obama tiene menos de tres meses para convencer a los escépticos de las bondades del acuerdo preliminar adoptado el jueves en Lausana entre un grupo formado por Estados Unidos y otros cinco países (Rusia, China, Reino Unido, Francia y Alemania) e Irán. El 30 de junio es el límite que se han dado para negociar la letra pequeña de lo pactado esta semana. Hay mucha letra pequeña.
La “alternativa al acuerdo”, dijo ayer Obama en su mensaje semanal, es abandonar las negociaciones y arriesgarse a que Irán continúe avanzando hacia la bomba nuclear, o “bombardear las instalaciones nucleares y arriesgarse a una nueva guerra en Oriente Próximo”. Este su argumento de campaña.
“La voluntad política existe”, dice, por teléfono, Seyed Hossein Mousavian, un diplomático iraní que en la década pasada participó en las negociaciones nucleares y ahora vive en EE UU. “Irán y las potencias mundiales, también la delegación de EE UU, son serios. Saben lo que deben hacer pese a las dificultades técnicas. Confío en que, si les dejamos que negocien, lleguen a un acuerdo amplio antes de 1 de julio”. “El riesgo”, añade, “viene de las interferencias extranjeras”.
Mousavian, investigador en la Universidad de Princeton, se refiere a la presión que países como Israel o Arabia Saudí pueden ejercer para abortar el acuerdo. Israel ve su existencia amenazada por la posibilidad del Irán armado con la bomba atómica y reintegrado en la comunidad internacional. Arabia Saudí y otros países suníes temen el expansionismo del Irán chií en una región inflamada por las guerras religiosas.
Las interferencias no son sólo extranjeras. Otros frentes de resistencia son la facción conservadora en Teherán y el Congreso de EE UU, dominado por el Partido Republicano.
La propia naturaleza del acuerdo preliminar invita a la cautela. Nadie discute que el pacto de Lausana es mucho más detallado y ambicioso de lo que se esperó durante la última ronda de negociaciones, pero no es ni un tratado —probablemente el acuerdo final tampoco lo sea— ni estrictamente un acuerdo. Nadie ha firmado nada definitivo. “Lo preocupante es que el acuerdo no está hecho: no hay un apretón de manos final”, ha escrito en The Washington Post David Ignatius, uno de los columnistas mejor informados en materia de seguridad nacional. “Parece un acuerdo bastante bueno. Ojalá se firmase”, concluye.
Por ahora se trata de una “declaración conjunta”, según el título del documento leído el jueves por la jefa de la diplomacia de la UE, Federica Mogherini, y el ministro iraní de Exteriores, Mohammad Javad Zarif. El documento no habla de acuerdo sino de “soluciones sobre los parámetros clave de un Plan de Acción Conjunto y Completo”. El texto conjunto es menos concreto que el documento de cuatro páginas difundido por la Casa Blanca, mucho más preciso.
Las ambigüedades sobre lo acordado pueden originar nuevas disputas durante las negociaciones finales. “Faltan detalles significativos”, escribe Sharon Squassoni, directora del Programa de Prevención de la Proliferación en el laboratorio de ideas CSIS (iniciales inglesas de Centro para los Estudios Estratégicos e Internacionales). Squassoni cita entre otros puntos la inconcreción sobre la duración del acuerdo y el calendario para levantar las sanciones a Irán.
Los próximos tres meses serán una partida de ajedrez simultánea para la Administración de Obama. Deberá evitar que el acuerdo de Lausana se deshaga y contener la presión de Israel, de los aliados suníes y del Congreso. Las Cámaras amenazan el acuerdo definitivo con una ley que les daría capacidad de veto sobre el texto final y otra que supondría nuevas sanciones.
Obama ha hablado con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y ha invitado a la residencia presidencial de Camp David, cerca de Washington, a los líderes de los aliados del golfo Pérsico, incluida Arabia Saudí. También ha prometido que garantizará al Congreso un papel de supervisión, aunque quiere impedir que pueda vetar el acuerdo.
“En Washington”, se queja Mousavian, “hay mucha interferencia extranjera. Arabia Saudí interfiere. Israel interfiere. Todos los países. El presidente debe llamar a este líder, y a este otro. En Irán, hay una persona que toma la decisión final: el líder supremo. Si él confirma el acuerdo, el acuerdo está hecho y nadie lo violará. En Washington no es así. La delegación de EE UU está de acuerdo, el presidente de EE UU está de acuerdo y entonces el Congreso de EE UU lo cuestiona. Nadie sabe quién decide en Washington”.
Marc Bassets
Washington, El País
El presidente Barack Obama vuelve a entrar en campaña. Esta vez no es electoral. En 2017 abandonará la Casa Blanca y no volverá a presentarse a unas elecciones. La campaña del demócrata Obama es para rubricar con éxito una de las iniciativas más arriesgadas de su presidencia: el acuerdo para frenar el programa nuclear de Irán a cambio de levantar las sanciones internacionales sobre este país.
Obama tiene menos de tres meses para convencer a los escépticos de las bondades del acuerdo preliminar adoptado el jueves en Lausana entre un grupo formado por Estados Unidos y otros cinco países (Rusia, China, Reino Unido, Francia y Alemania) e Irán. El 30 de junio es el límite que se han dado para negociar la letra pequeña de lo pactado esta semana. Hay mucha letra pequeña.
La “alternativa al acuerdo”, dijo ayer Obama en su mensaje semanal, es abandonar las negociaciones y arriesgarse a que Irán continúe avanzando hacia la bomba nuclear, o “bombardear las instalaciones nucleares y arriesgarse a una nueva guerra en Oriente Próximo”. Este su argumento de campaña.
“La voluntad política existe”, dice, por teléfono, Seyed Hossein Mousavian, un diplomático iraní que en la década pasada participó en las negociaciones nucleares y ahora vive en EE UU. “Irán y las potencias mundiales, también la delegación de EE UU, son serios. Saben lo que deben hacer pese a las dificultades técnicas. Confío en que, si les dejamos que negocien, lleguen a un acuerdo amplio antes de 1 de julio”. “El riesgo”, añade, “viene de las interferencias extranjeras”.
Mousavian, investigador en la Universidad de Princeton, se refiere a la presión que países como Israel o Arabia Saudí pueden ejercer para abortar el acuerdo. Israel ve su existencia amenazada por la posibilidad del Irán armado con la bomba atómica y reintegrado en la comunidad internacional. Arabia Saudí y otros países suníes temen el expansionismo del Irán chií en una región inflamada por las guerras religiosas.
Las interferencias no son sólo extranjeras. Otros frentes de resistencia son la facción conservadora en Teherán y el Congreso de EE UU, dominado por el Partido Republicano.
La propia naturaleza del acuerdo preliminar invita a la cautela. Nadie discute que el pacto de Lausana es mucho más detallado y ambicioso de lo que se esperó durante la última ronda de negociaciones, pero no es ni un tratado —probablemente el acuerdo final tampoco lo sea— ni estrictamente un acuerdo. Nadie ha firmado nada definitivo. “Lo preocupante es que el acuerdo no está hecho: no hay un apretón de manos final”, ha escrito en The Washington Post David Ignatius, uno de los columnistas mejor informados en materia de seguridad nacional. “Parece un acuerdo bastante bueno. Ojalá se firmase”, concluye.
Por ahora se trata de una “declaración conjunta”, según el título del documento leído el jueves por la jefa de la diplomacia de la UE, Federica Mogherini, y el ministro iraní de Exteriores, Mohammad Javad Zarif. El documento no habla de acuerdo sino de “soluciones sobre los parámetros clave de un Plan de Acción Conjunto y Completo”. El texto conjunto es menos concreto que el documento de cuatro páginas difundido por la Casa Blanca, mucho más preciso.
Las ambigüedades sobre lo acordado pueden originar nuevas disputas durante las negociaciones finales. “Faltan detalles significativos”, escribe Sharon Squassoni, directora del Programa de Prevención de la Proliferación en el laboratorio de ideas CSIS (iniciales inglesas de Centro para los Estudios Estratégicos e Internacionales). Squassoni cita entre otros puntos la inconcreción sobre la duración del acuerdo y el calendario para levantar las sanciones a Irán.
Los próximos tres meses serán una partida de ajedrez simultánea para la Administración de Obama. Deberá evitar que el acuerdo de Lausana se deshaga y contener la presión de Israel, de los aliados suníes y del Congreso. Las Cámaras amenazan el acuerdo definitivo con una ley que les daría capacidad de veto sobre el texto final y otra que supondría nuevas sanciones.
Obama ha hablado con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y ha invitado a la residencia presidencial de Camp David, cerca de Washington, a los líderes de los aliados del golfo Pérsico, incluida Arabia Saudí. También ha prometido que garantizará al Congreso un papel de supervisión, aunque quiere impedir que pueda vetar el acuerdo.
“En Washington”, se queja Mousavian, “hay mucha interferencia extranjera. Arabia Saudí interfiere. Israel interfiere. Todos los países. El presidente debe llamar a este líder, y a este otro. En Irán, hay una persona que toma la decisión final: el líder supremo. Si él confirma el acuerdo, el acuerdo está hecho y nadie lo violará. En Washington no es así. La delegación de EE UU está de acuerdo, el presidente de EE UU está de acuerdo y entonces el Congreso de EE UU lo cuestiona. Nadie sabe quién decide en Washington”.