El terrorismo de Boko Haram y la crisis económica oprimen a Nigeria
El gigante africano elige presidente bajo extremas medidas de seguridad
José Naranjo
Dakar, El País
Hace un año, Nigeria se estrenaba como primera potencia económica de África. Sin embargo, ni siquiera la euforia de superar a Sudáfrica en el ranking continental ha podido endulzar el sabor amargo de la difícil situación en la que se encuentra sumido este gigante: país más poblado de África (unos 175 millones de habitantes) y primer productor de crudo, pero al mismo tiempo amenazado por la pujante violencia terrorista de Boko Haram en el noreste, corroído por una insoportable corrupción y en plena caída libre económica por el descenso de los precios del petróleo, lo que ha empeorado aún más las condiciones de vida de los nigerianos. Por todo ello, las elecciones presidenciales que se han celebrado este fin de semana, las más ajustadas en la historia de su joven democracia entre dos candidatos muy diferentes, se han vivido con una enorme tensión y bajo extremas medidas de seguridad. El peligro de violencia partidaria es real.
Nacida hace 13 años, la secta Boko Haram (que significa “la educación occidental es pecado”) se ha convertido en algo más que una amenaza. En los últimos meses, los radicales liderados por Abubakar Shekau habían logrado hacerse con el control de una amplia zona de límites difusos en el noreste del país en la que habían proclamado un califato independiente, lanzando incluso incursiones en los países vecinos. Tan solo la creación el pasado mes de febrero de una fuerza multinacional con la destacada participación de Chad, Níger y Camerún abrió la puerta a que el Ejército nigeriano haya podido recuperar ya una treintena de ciudades.
Sin embargo, el problema que más acucia a los nigerianos está relacionado con la economía. La caída de los precios del petróleo, que supone el 70% de los ingresos del Gobierno y el 35% de su PIB, ha hecho entrar a Nigeria en la senda del decrecimiento. Dos de cada tres nigerianos viven bajo el umbral de pobreza y el paro es galopante y estructural en muchas regiones, sobre todo las del norte empobrecido. Si además se suma la enorme extensión de la corrupción, que en 2013 llegó a su cénit con la malversación de 15.000 millones de euros procedentes del petróleo, un caso denunciado por el propio gobernador del Banco Central de Nigeria, se entiende la frustración de buena parte de la población.
En esta situación, dos son los candidatos con opciones reales de alcanzar la presidencia y parten en situación de empate técnico. Por un lado está el actual presidente, Goodluck Jonathan, cristiano procedente del sur, quien ha tenido cinco años para mostrar su incapacidad a la hora de resolver estos desafíos pero que cuenta con el respaldo del partido con mejor implantación en el país, el Partido Democrático del Pueblo (PDP). El escándalo de la fastuosa boda de su hija con reparto de iPhones a los invitados acabó por socavar una imagen pública ya desgastada por su falta de carisma. Jonathan ha prometido acabar con Boko Haram en abril, profundizar en la diversificación económica para reducir su dependencia del petróleo y la creación de dos millones de puestos de trabajo al año.
Frente a él, el exgeneral Muhamadu Buhari, musulmán y del norte, se perfila como un candidato más agresivo. También ha anunciado que acabará con Boko Haram en pocos meses, que corregirá el rumbo de la economía y que liquidará la corrupción de una vez. “Si no acabamos con ella, ella acabará con Nigeria”, ha llegado a decir. Su aval es el año y ocho meses que ya estuvo al frente del Gobierno a principio de los años ochenta, tras protagonizar un golpe de Estado. Entonces se hizo célebre por su austeridad y su intolerancia al mal gobierno.
Sin embargo, quizás el más importante desafío de los comicios celebrados este fin de semana es que no acaben degenerando en violencia entre partidarios de uno y otro candidato, tal y como ocurrió en 2011 con un resultado de 800 muertos. Ya el sábado surgieron enormes problemas con los carnés electorales y el nuevo sistema de identificación biométrico, lo que obligó a suspender los comicios en 300 colegios y reanudarlos al día siguiente. Este hecho ha provocado algo insólito y es que se han ido filtrando resultados en algunos Estados mientras en otros se estaba aún votando. Incluso antes del cierre de las urnas este domingo, el partido opositor anunció que las votaciones en el Estado petrolero de Rivers han sido “una farsa”, palabras que no auguran nada bueno.
José Naranjo
Dakar, El País
Hace un año, Nigeria se estrenaba como primera potencia económica de África. Sin embargo, ni siquiera la euforia de superar a Sudáfrica en el ranking continental ha podido endulzar el sabor amargo de la difícil situación en la que se encuentra sumido este gigante: país más poblado de África (unos 175 millones de habitantes) y primer productor de crudo, pero al mismo tiempo amenazado por la pujante violencia terrorista de Boko Haram en el noreste, corroído por una insoportable corrupción y en plena caída libre económica por el descenso de los precios del petróleo, lo que ha empeorado aún más las condiciones de vida de los nigerianos. Por todo ello, las elecciones presidenciales que se han celebrado este fin de semana, las más ajustadas en la historia de su joven democracia entre dos candidatos muy diferentes, se han vivido con una enorme tensión y bajo extremas medidas de seguridad. El peligro de violencia partidaria es real.
Nacida hace 13 años, la secta Boko Haram (que significa “la educación occidental es pecado”) se ha convertido en algo más que una amenaza. En los últimos meses, los radicales liderados por Abubakar Shekau habían logrado hacerse con el control de una amplia zona de límites difusos en el noreste del país en la que habían proclamado un califato independiente, lanzando incluso incursiones en los países vecinos. Tan solo la creación el pasado mes de febrero de una fuerza multinacional con la destacada participación de Chad, Níger y Camerún abrió la puerta a que el Ejército nigeriano haya podido recuperar ya una treintena de ciudades.
Sin embargo, el problema que más acucia a los nigerianos está relacionado con la economía. La caída de los precios del petróleo, que supone el 70% de los ingresos del Gobierno y el 35% de su PIB, ha hecho entrar a Nigeria en la senda del decrecimiento. Dos de cada tres nigerianos viven bajo el umbral de pobreza y el paro es galopante y estructural en muchas regiones, sobre todo las del norte empobrecido. Si además se suma la enorme extensión de la corrupción, que en 2013 llegó a su cénit con la malversación de 15.000 millones de euros procedentes del petróleo, un caso denunciado por el propio gobernador del Banco Central de Nigeria, se entiende la frustración de buena parte de la población.
En esta situación, dos son los candidatos con opciones reales de alcanzar la presidencia y parten en situación de empate técnico. Por un lado está el actual presidente, Goodluck Jonathan, cristiano procedente del sur, quien ha tenido cinco años para mostrar su incapacidad a la hora de resolver estos desafíos pero que cuenta con el respaldo del partido con mejor implantación en el país, el Partido Democrático del Pueblo (PDP). El escándalo de la fastuosa boda de su hija con reparto de iPhones a los invitados acabó por socavar una imagen pública ya desgastada por su falta de carisma. Jonathan ha prometido acabar con Boko Haram en abril, profundizar en la diversificación económica para reducir su dependencia del petróleo y la creación de dos millones de puestos de trabajo al año.
Frente a él, el exgeneral Muhamadu Buhari, musulmán y del norte, se perfila como un candidato más agresivo. También ha anunciado que acabará con Boko Haram en pocos meses, que corregirá el rumbo de la economía y que liquidará la corrupción de una vez. “Si no acabamos con ella, ella acabará con Nigeria”, ha llegado a decir. Su aval es el año y ocho meses que ya estuvo al frente del Gobierno a principio de los años ochenta, tras protagonizar un golpe de Estado. Entonces se hizo célebre por su austeridad y su intolerancia al mal gobierno.
Sin embargo, quizás el más importante desafío de los comicios celebrados este fin de semana es que no acaben degenerando en violencia entre partidarios de uno y otro candidato, tal y como ocurrió en 2011 con un resultado de 800 muertos. Ya el sábado surgieron enormes problemas con los carnés electorales y el nuevo sistema de identificación biométrico, lo que obligó a suspender los comicios en 300 colegios y reanudarlos al día siguiente. Este hecho ha provocado algo insólito y es que se han ido filtrando resultados en algunos Estados mientras en otros se estaba aún votando. Incluso antes del cierre de las urnas este domingo, el partido opositor anunció que las votaciones en el Estado petrolero de Rivers han sido “una farsa”, palabras que no auguran nada bueno.