Detroit, año cero

La ciudad estadounidense, torturado símbolo de la crisis, comienza a emerger de sus escombros tras la bancarrota. Las nuevas teconologías son la clave

Amanda Mars
Detroit, El País
La vida en la legendaria y torturada Detroit no es barata pese a lo que uno podría imaginar: tener coche es imperativo y asegurarlo puede costar hasta 900 dólares al mes porque las compañías rehúyen un mercado plagado de robos e incendios; hay pocas tiendas de alimentación y, para los barrios más favorecidos, los vigilantes son una necesidad. No hay muchas cosas que se puedan hacer con 100 pavos en la que fue una de las ciudades más prósperas de Estados Unidos, capital del motor y de la música. Pero una de ellas es comprar una parcela junto a tu casa, a golpe de clic, en una web. La autoridad pública que gestiona ese suelo casi lo regala a cambio de que las mantengan y paguen los impuestos. Al fin y al cabo, ¿cuánto vale un pedazo de tierra en el que nadie querría vivir?


We out here: aquí estamos. La pintada, en grandes letras negras, marca una de las casas abandonadas de la calle Vernon, donde el bajo valor de lo que nadie desea es triste y palpable. Las casas habitadas se intercalan con las vacías. En Detroit, los edificios abandonados conviven con los ocupados y una familia puede vivir rodeada de escombros y esqueletos de preciosas casas victorianas. We out here también se puede traducir en el argot urbano como “queremos fiesta”, aunque ese no parece el sentido en esta calle del New Center.

Algunos inmuebles tienen carteles avisando de que serán demolidos en breve o de que están siendo vigilados, y que se perseguirá a quien le dé por quemarlos... Es difícil creerlo: no se ven guardias ni mucho menos cámaras de seguridad. El jueves solo se veía a Hester Davis, de 44 años, que se presentaba como nueva en el barrio pese a que lleva más de tres años viviendo allí. Maldice la zona. “Los vecinos que son propietarios están bien, pero los de alquiler son realmente malos”, explicaba. Su casa, de dos plantas y cuatro habitaciones, le costó 8.000 dólares. Desde abril, las autoridades han subastado más de 500 viviendas vacías por entre 1.000 y 98.000 dólares. ¿Ha mejorado la seguridad? Hester arquea las cejas: “No… la verdad es que las cosas podrían estar mejor”.

Detroit aún sufre las consecuencias de una dura y larga crisis que la abocó a la bancarrota en 2013, pero la salida oficial de la quiebra, en diciembre pasado, marca un simbólico año cero. Busca renacer como una ciudad más pequeña y manejable, sacudirse el estigma: es una de las urbes más peligrosas del país, tiene alto paro, un tercio de su población es pobre y los servicios públicos dejan mucho que desear.

“Han mejorado mucho las cosas, pero lo han hecho de forma muy concentrada en el centro, mientras que los barrios de la periferia han decaído”, opina Jordi Carbonell, un barcelonés que montó un local llamado Café con Leche en 2007. Los profesionales coinciden en que se está viviendo eso que los estadounidenses llaman momentum (ímpetu, empuje). Muchos restaurantes abren sus puertas y también las firmas de moda, como la del diseñador John Varvatos, que inauguró tienda esta semana en Woodward Avenue. Allí han brotado montones de pequeñas empresas tecnológicas (startups), atraídas por la fuerza tractora de la industria y porque las oficinas son más baratas que en San Francisco o Nueva York. “Ha habido una inmigración significativa en los últimos años, sobre todo de trabajadores jóvenes y de alta formación”, explica Mark Muro, responsable del programa de políticas metropolitanas de la Brookings Institution. La industria automovilística acabó 2014 con el mejor dato de ventas desde 2006 y su primer fabricante, General Motors, ha tenido un gran ejercicio tras salir del rescate público. “El nuevo boom de la automoción ha hecho converger la industria con las actividades digitales”, dice Muro. El ritmo de crecimiento de la ciudad, añade, duplica al del país. Según Brookings, el 14,8% de la fuerza de trabajo de Detroit está relacionada con la innovación. Y Muro dice que irá a más.

También lo cree Bill Camp, jefe de desarrollo de Detroit Labs, una startup de ascenso meteórico: comenzaron cuatro personas hace tres años y ahora son más 80 empleados. Crean aplicaciones móviles. “Hay muchísimo talento aquí. Detroit es donde pasan las cosas, la industria hace que haya mucha gente concentrada creando”, explica en una oficina de techos altos, paredes de ladrillo visto y un imponente saco de boxeo.

El edificio pertenece a una de las empresas de Dan Gilbert, uno de los símbolos del renacimiento. Desde 2010, este millonario nacido en la ciudad, propietario de la firma de créditos online Quicken Loans, se ha hecho con 70 edificios y ha ubicado en algunos de ellos a 120 nuevas firmas. Es uno de los impulsores del tranvía que atravesará el centro. También ha ayudado en la rehabilitación de viviendas y participa junto a otros inversores en el Madison Building, un complejo de seis bloques con un centenar de compañías tecnológicas que está apoyado por Google como una de las “ciudades” de su red oficial de emprendedores.

Uno de los ejecutivos de la firma de Gilbert, Rock Ventures, es el exmarine de 26 años Sean Jackson. Ha crecido en Los Ángeles, pero asegura que “la experiencia urbana de Detroit es mejor”. Relata decenas de iniciativas relacionadas con el mundo del arte y cree que la capital de Michigan dará el salto que en su día protagonizó Nueva York. “En esas ciudades te sientes pequeño, pero en Detroit tienes la posibilidad de tener mucho impacto”, afirma.

Para el estándar europeo, la corona central de Detroit sigue desangelada, debido sobre todo al deficiente transporte público. James Robertson, por ejemplo, caminaba cada día 34 kilómetros entre la ida al trabajo y la vuelta a casa. No tenía coche ni otro medio de transporte. Lloviera o nevara, lo hacía a diario, salvo los días en que Blake Pollock, financiero de UBS, le acercaba en su propio coche. Pollock contó la historia a un periodista y la noticia despertó tal ola de solidaridad que recaudó más de 300.000 dólares a través de una campaña de crowdfunding organizada por un chaval para ayudarle a comprar un vehículo. Además, un concesionario le regaló el coche en un acto religiosamente televisado. “Ha tenido que cambiar de barrio, ya no estaba seguro, sus vecinos saben que ahora tiene dinero”, explica Pollock.

Las ruinas de Packard Plant, símbolo del decaimiento urbano, que ha adquirido el inversor español Fernando Palazuelo para convertirlo en una zona residencial. / elizabeth conley

Hay dos Detroit. La resurrección de la ciudad no ha incorporado aún a la población más humilde, mayoritariamente de raza negra. Son el 83% de los habitantes pero figuran poco en esta pujante y nueva clase media. El alcalde, Mike Dugan, admitió hace un año que solo el 20% de los jóvenes afroamericanos de la ciudad se gradúa en la escuela secundaria, con datos de 2010; y la tasa de homicidios de los varones negros es 13 veces mayor que la de los blancos.

Y los estragos en la vivienda tardarán en superarse. Tras la bancarrota, las autoridades impulsaron programas con ayudas aprobadas por Obama para demoler las casas abandonadas y convertirlas en parcelas disponibles para los vecinos por aquellos 100 dólares. El año pasado se echaron abajo 4.000 casas y este 2015 se derribarán otras tantas, según la agencia pública encargada, la Detroit Land Bank Authority. Quedan unas 70.000 estructuras vacías a la espera de ser borradas del mapa. Hogares de gente que se marchó porque no había trabajo ni a quién vender la propiedad. “Las viviendas abandonadas tienen un impacto increíblemente negativo en el valor de la propiedad vecina y en la calidad de vida. Era necesaria una estrategia contundente”, explica un portavoz de la Land Bank Authority. Detroit ha perdido a más de la mitad de su población en las últimas décadas y en una superficie en la que cabe tres veces Boston no viven más de 700.000 personas. Ese fue uno de los motivos de la quiebra, que esa estructura de gran metrópolis no podía sostenerse con cada vez menos contribuyentes.

En Detroit creció y pinchó el sueño americano. Para Mark Muro, “hacen falta esfuerzos en educación y formación para reducir la pobreza y conectar a más ciudadanos con las oportunidades que están empezando a emerger de las industrias más avanzadas”.

Mientras, artistas y curiosos siguen fascinados con ruinas emblemáticas, como la gran estación central o la gigantesca planta Packard, que el español Fernando Palazuelo ha comprado (no se ven trabajos de construcción; sí, restos de la última rave). “Están pasando muchas cosas”, es lo que más se oye en una ciudad con un brillante pasado de inventores: aquí nació la legendaria discográfica Motown y aquí Henry Ford revolucionó la economía. Al fin y al cabo, ¿quién no querría vivir en Detroit? We out here.

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