De la primavera tunecina al invierno del yihadismo
La represión de la dictadura y la irrupción del salafismo tras la revolución explican el gran número de extremistas
OSCAR GUTIÉRREZ (ENVIADO ESPECIAL)
Túnez, El País
Tan incomprensible es en la calle tunecina que los jóvenes Yassine Abidi y Hathem Jachnaoui fueran capaces de perpetrar el atentado en el Museo del Bardo, como lo es que alrededor de 3.000 compatriotas hayan dejado el país en los últimos años para hacer la yihad. “No puedo entenderlo, quizá sea por la represión contra los religiosos en la dictadura, pero no lo sé”, comentaba el domingo uno de los allegados de Abidi, mientras esperaba a que la familia recuperase el cuerpo del terrorista, abatido junto a Jachnaoui en el asalto policial. El experto en movimientos yihadistas Wassim Nasr vincula los dos fenómenos y eleva la alerta: “Si 3.000 personas de un país de 11 millones están dispuestas a hacer la yihad afuera, también lo estarán para hacerla dentro”.
Túnez lidera la lista de países exportadores de yihadistas, seguido de Arabia Saudí. Muchos han ido a parar al Frente al Nusra, filial siria de Al Qaeda en Irak, o al Estado Islámico (EI), que controla parcelas de territorio a ambos lados de la frontera sirio-iraquí. Pero también combaten en Libia. Sea desde la antigua Mesopotamia o desde el vecino libio, las autoridades tunecinas estiman que medio millar de combatientes yihadistas han vuelto a casa. Algunos han sido apresados, pero otros permanecen libres. “Es muy relevante que ahora haya 500 yihadistas de vuelta a Túnez”, continúa Nasr, quien además hace especial hincapié en que los llamamientos de los últimos meses hechos por el EI —incluso del tunecino Bubaker el Hakim, en las filas de la organización— a grupos yihadistas asentados en el país magrebí están cambiando las cosas. Hasta ahora, Al Qaeda era el paraguas bajo el que crecía el yihadismo en Túnez.
Para el periodista especializado Walid Mejri, el regreso de esos 500 retornados podría explicar que el yihadismo tunecino, concentrado en el exterior, ataque hoy dentro de las fronteras. Pero, ¿por qué hay tantos tunecinos enrolados en el yihadismo? “Para muchos jóvenes es una reacción a la época dura del dictador Ben Ali”, señala Mejri. “Tras su caída, en 2011, buscaron expresar con libertad su religión”. Durante la época de plomo de Ben Ali, los islamistas, junto a los presos políticos, fueron habituales de las cárceles y la tortura. Llegó la revolución y el Gobierno aprobó una amnistía para cientos de presos. Las puertas de Túnez, según recuerda Mejri, se abrieron a la llegada de predicadores de países del Golfo, como Qatar y Arabia Saudí. Algunos recayeron, por ejemplo, en la mezquita salafista de Al Fatah, en el centro de Túnez, como confirman algunos de los habituales al rezo. Los templos dejaron de estar bajo el control del Gobierno y el salafismo cogió fuerza.
Las puertas del país también estaban abiertas para abandonarlo. Lo han hecho islamistas convencidos de hacer la guerra santa, muchos rebotados de las prisiones de Ben Ali; pero también delincuentes comunes reclutados a través del sermón, o integristas que quieren vivir en el califato con su familia, violencia al margen.
Pero el yihadismo no es un fenómeno nuevo entre los tunecinos. Uno de los que pasó por la mezquita de Al Fatah es Abu Iyad, fundador en 2011 de Ansar al Sharía, organización vinculada a Al Qaeda. Iyad, de nombre de pila Seifallá bin Hassine, es un veterano de Afganistán. Durante su estancia en el país centroasiático fundó el Grupo de Combate Tunecino, al que se le culparía del atentado contra el afgano Ahmed Shah Masud, líder de la Alianza del Norte, el 9 de septiembre de 2001, dos días antes de los ataques contra las Torres Gemelas. Dos falsos reporteros se citaron con Masud, opositor a los talibanes, e hicieron estallar su cámara-bomba. Los dos eran tunecinos.
Iyad fue detenido en Turquía y encarcelado en Túnez hasta, precisamente, la amnistía de 2011. “La laxitud del Gobierno ante los movimientos religiosos tras la revolución”, prosigue Mejri, “también explica que muchos jóvenes acabaran viajando a hacer la yihad”. Creció el salafismo en las calles y también, en su vertiente más violenta, en las montañas del sureste del país (Jbel Chaambi), con menor presencia policial.
Vinculada a Ansar al Sharía y fiel a Al Qaeda, la brigada Okba ibn Nafaa ha perpetrado atentados en esos montes contra las fuerzas de seguridad en los últimos meses. “Y cuentan con territorio para atacar”, apostilla el analista Wassim Nasr, para quien los mensajes de este grupo hacia el EI muestran de nuevo la mayor influencia de la organización en la que militan la mayoría de los yihadistas tunecinos que han abandonado el país.
OSCAR GUTIÉRREZ (ENVIADO ESPECIAL)
Túnez, El País
Tan incomprensible es en la calle tunecina que los jóvenes Yassine Abidi y Hathem Jachnaoui fueran capaces de perpetrar el atentado en el Museo del Bardo, como lo es que alrededor de 3.000 compatriotas hayan dejado el país en los últimos años para hacer la yihad. “No puedo entenderlo, quizá sea por la represión contra los religiosos en la dictadura, pero no lo sé”, comentaba el domingo uno de los allegados de Abidi, mientras esperaba a que la familia recuperase el cuerpo del terrorista, abatido junto a Jachnaoui en el asalto policial. El experto en movimientos yihadistas Wassim Nasr vincula los dos fenómenos y eleva la alerta: “Si 3.000 personas de un país de 11 millones están dispuestas a hacer la yihad afuera, también lo estarán para hacerla dentro”.
Túnez lidera la lista de países exportadores de yihadistas, seguido de Arabia Saudí. Muchos han ido a parar al Frente al Nusra, filial siria de Al Qaeda en Irak, o al Estado Islámico (EI), que controla parcelas de territorio a ambos lados de la frontera sirio-iraquí. Pero también combaten en Libia. Sea desde la antigua Mesopotamia o desde el vecino libio, las autoridades tunecinas estiman que medio millar de combatientes yihadistas han vuelto a casa. Algunos han sido apresados, pero otros permanecen libres. “Es muy relevante que ahora haya 500 yihadistas de vuelta a Túnez”, continúa Nasr, quien además hace especial hincapié en que los llamamientos de los últimos meses hechos por el EI —incluso del tunecino Bubaker el Hakim, en las filas de la organización— a grupos yihadistas asentados en el país magrebí están cambiando las cosas. Hasta ahora, Al Qaeda era el paraguas bajo el que crecía el yihadismo en Túnez.
Para el periodista especializado Walid Mejri, el regreso de esos 500 retornados podría explicar que el yihadismo tunecino, concentrado en el exterior, ataque hoy dentro de las fronteras. Pero, ¿por qué hay tantos tunecinos enrolados en el yihadismo? “Para muchos jóvenes es una reacción a la época dura del dictador Ben Ali”, señala Mejri. “Tras su caída, en 2011, buscaron expresar con libertad su religión”. Durante la época de plomo de Ben Ali, los islamistas, junto a los presos políticos, fueron habituales de las cárceles y la tortura. Llegó la revolución y el Gobierno aprobó una amnistía para cientos de presos. Las puertas de Túnez, según recuerda Mejri, se abrieron a la llegada de predicadores de países del Golfo, como Qatar y Arabia Saudí. Algunos recayeron, por ejemplo, en la mezquita salafista de Al Fatah, en el centro de Túnez, como confirman algunos de los habituales al rezo. Los templos dejaron de estar bajo el control del Gobierno y el salafismo cogió fuerza.
Las puertas del país también estaban abiertas para abandonarlo. Lo han hecho islamistas convencidos de hacer la guerra santa, muchos rebotados de las prisiones de Ben Ali; pero también delincuentes comunes reclutados a través del sermón, o integristas que quieren vivir en el califato con su familia, violencia al margen.
Pero el yihadismo no es un fenómeno nuevo entre los tunecinos. Uno de los que pasó por la mezquita de Al Fatah es Abu Iyad, fundador en 2011 de Ansar al Sharía, organización vinculada a Al Qaeda. Iyad, de nombre de pila Seifallá bin Hassine, es un veterano de Afganistán. Durante su estancia en el país centroasiático fundó el Grupo de Combate Tunecino, al que se le culparía del atentado contra el afgano Ahmed Shah Masud, líder de la Alianza del Norte, el 9 de septiembre de 2001, dos días antes de los ataques contra las Torres Gemelas. Dos falsos reporteros se citaron con Masud, opositor a los talibanes, e hicieron estallar su cámara-bomba. Los dos eran tunecinos.
Iyad fue detenido en Turquía y encarcelado en Túnez hasta, precisamente, la amnistía de 2011. “La laxitud del Gobierno ante los movimientos religiosos tras la revolución”, prosigue Mejri, “también explica que muchos jóvenes acabaran viajando a hacer la yihad”. Creció el salafismo en las calles y también, en su vertiente más violenta, en las montañas del sureste del país (Jbel Chaambi), con menor presencia policial.
Vinculada a Ansar al Sharía y fiel a Al Qaeda, la brigada Okba ibn Nafaa ha perpetrado atentados en esos montes contra las fuerzas de seguridad en los últimos meses. “Y cuentan con territorio para atacar”, apostilla el analista Wassim Nasr, para quien los mensajes de este grupo hacia el EI muestran de nuevo la mayor influencia de la organización en la que militan la mayoría de los yihadistas tunecinos que han abandonado el país.