ANÁLISIS / Las costuras de la gobernanza estallan
Las viejas instituciones internacionales no reconocen el peso de los países emergentes ni sus necesidades concretas
Alicia González, El País
Durante años, los países desarrollados se han negado a ceder protagonismo en las instituciones internacionales que surgieron tras la Segunda Guerra Mundial. El patrón de la gobernanza global apenas ha variado en lo básico desde su diseño en Bretton Woods en 1944 pero el mundo de hoy es muy diferente al de entonces y la nueva realidad, económica y geopolítica, les ha acabado atropellando.
Estados Unidos acaba de sufrir una severa derrota diplomática a manos de China. Pese al rechazo explícito de Washington a formar parte del nuevo Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras y a cuestionar sus modelos de gestión, algunos de sus más importantes aliados han decidido ignorar la posición estadounidense y apostar por un acercamiento mucho más pragmático a la nueva institución. Es difícil resistirse a las oportunidades de negocio que ofrece una economía mayor que las de Alemania, Francia e Italia juntas y con más de cuatro billones de dólares en reservas. Todos los bancos de desarrollo han contado con el apoyo de las grandes potencias, como hizo Estados Unidos con el Banco Interamericano de Desarrollo en 1959, y esta vez no iba a ser diferente.
EE UU argumenta que el nuevo organismo no ofrece las garantías que se le exigen a este tipo de instituciones pero es que las viejas estructuras tampoco dan respuesta a las necesidades de los países emergentes. El Banco Mundial, por ejemplo, apenas financia una decena de proyectos de energía hidráulica en todo el mundo, por el rechazo de los grupos de presión a la construcción de presas. La dura condicionalidad que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) imponen en sus créditos frena el desarrollo de muchos proyectos en los países emergentes. No es de extrañar que el Banco de Desarrollo de China realice ya más préstamos que el Banco Mundial. Pekín ha puesto en marcha, además, el banco de desarrollo de los BRICS —acrónimo de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica— y el Fondo de la Ruta de la Seda, respaldado por otro banco de desarrollo.
La necesidad de impulsar las infraestructuras en los países en desarrollo es innegable. Según los antiguos economistas-jefe del Banco Mundial, el premio Nobel Joseph Stiglitz y Nicholas Stern, hará falta invertir unos dos billones de dólares en la próxima década para mantener el ritmo de desarrollo en estos países y reducir los niveles de pobreza. Ahora esa cifra apenas alcanza los 800.000 millones.
Porque no es solo una cuestión de dinero. El Congreso de Estados Unidos ha rechazado el proyecto de reforma del FMI para dar más peso a China y a otros países emergentes en el organismo. Solo el G-20, que en 2016 presidirá Pekín, comienza a dibujar las bases de otro modelo de gobierno global.
Alicia González, El País
Durante años, los países desarrollados se han negado a ceder protagonismo en las instituciones internacionales que surgieron tras la Segunda Guerra Mundial. El patrón de la gobernanza global apenas ha variado en lo básico desde su diseño en Bretton Woods en 1944 pero el mundo de hoy es muy diferente al de entonces y la nueva realidad, económica y geopolítica, les ha acabado atropellando.
Estados Unidos acaba de sufrir una severa derrota diplomática a manos de China. Pese al rechazo explícito de Washington a formar parte del nuevo Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras y a cuestionar sus modelos de gestión, algunos de sus más importantes aliados han decidido ignorar la posición estadounidense y apostar por un acercamiento mucho más pragmático a la nueva institución. Es difícil resistirse a las oportunidades de negocio que ofrece una economía mayor que las de Alemania, Francia e Italia juntas y con más de cuatro billones de dólares en reservas. Todos los bancos de desarrollo han contado con el apoyo de las grandes potencias, como hizo Estados Unidos con el Banco Interamericano de Desarrollo en 1959, y esta vez no iba a ser diferente.
EE UU argumenta que el nuevo organismo no ofrece las garantías que se le exigen a este tipo de instituciones pero es que las viejas estructuras tampoco dan respuesta a las necesidades de los países emergentes. El Banco Mundial, por ejemplo, apenas financia una decena de proyectos de energía hidráulica en todo el mundo, por el rechazo de los grupos de presión a la construcción de presas. La dura condicionalidad que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) imponen en sus créditos frena el desarrollo de muchos proyectos en los países emergentes. No es de extrañar que el Banco de Desarrollo de China realice ya más préstamos que el Banco Mundial. Pekín ha puesto en marcha, además, el banco de desarrollo de los BRICS —acrónimo de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica— y el Fondo de la Ruta de la Seda, respaldado por otro banco de desarrollo.
La necesidad de impulsar las infraestructuras en los países en desarrollo es innegable. Según los antiguos economistas-jefe del Banco Mundial, el premio Nobel Joseph Stiglitz y Nicholas Stern, hará falta invertir unos dos billones de dólares en la próxima década para mantener el ritmo de desarrollo en estos países y reducir los niveles de pobreza. Ahora esa cifra apenas alcanza los 800.000 millones.
Porque no es solo una cuestión de dinero. El Congreso de Estados Unidos ha rechazado el proyecto de reforma del FMI para dar más peso a China y a otros países emergentes en el organismo. Solo el G-20, que en 2016 presidirá Pekín, comienza a dibujar las bases de otro modelo de gobierno global.