OPINIÓN / Cambio en Atenas, para que siga igual
Una estrategia política antisistema puede ser popular, pero no sirve para gobernar un país
Ángel Ubide, El País
Tras cinco años de depresión económica y un enorme ajuste fiscal que ha reducido a la mitad el nivel del gasto público desde 2009, el pueblo griego ha hablado, alto y claro: no puede soportar más austeridad y ha votado por el partido que promete una política económica diferente. La victoria de Syriza ha creado un importante dilema para una Europa que claramente necesita una nueva estrategia económica, pero donde los partidos del sistema están demasiado comprometidos con el pasado como para poder, de repente, cambiar de rumbo. Esto facilita la aparición de partidos nuevos, sin un legado que defender, que usan la estrategia antisistema como baza electoral.
A su vez, es posible que Syriza, en su empeño por potenciar sus credenciales antisistema para maximizar su éxito electoral, haya creado un problema de difícil solución. Sus propuestas electorales, centradas en torno al incumplimiento de los compromisos existentes y la exigencia de una restructuración de su deuda con la unión europea, son irreales y contraproducentes. Más allá de las apariencias de chantaje y la preocupación que pueda causar en términos de riesgo moral y de equidad, el alivio de la deuda demandado por Syriza no es posible ni deseable en este momento. La zona euro está empezando a repuntar tras una larga recesión, y la mayoría de sus países se enfrentan todavía a un importante ajuste fiscal a medio plazo. En estas condiciones, ¿tiene sentido que los parlamentos de la zona euro legislen el perdón de la deuda griega, mientras que al mismo tiempo se niegan a aumentar los salarios del sector público o mejorar el poder adquisitivo de sus pensionistas?
El alivio explícito de la deuda griega no es necesario en estos momentos. La ironía de la crisis actual es que, hasta que se hizo evidente que podría haber un gobierno liderado por Syriza, los mercados parecían ignorar el problema de la sostenibilidad de la deuda. Los tipos de interés griegos a 10 años habían caído hasta el 5,5%, y había consenso de que en 2015 Grecia podria mantenerse con tan sólo una línea de crédito precautoria, avalada por el retorno a una senda de crecimiento positivo del PIB y el superávit fiscal primario. En tan solo unos meses, todo ha cambiado: los mercados estiman un 75% de probabilidad de restructuración de la deuda en manos del sector privado durante los próximos cinco años. El mensaje está claro: el pueblo griego quiere cambio, pero los mercados no parecen confiar en aquellos que han sido elegidos para llevar a cabo el cambio.
Es posible que los mercados fueran demasiado complacientes. Pero también es posible que estuvieran valorando la deuda griega de una manera diferente. Del 175% del PIB que representa la deuda griega, unos 100 puntos porcentuales es deuda contraída con los países europeos. Esta deuda tiene un perfil de vencimiento promedio muy largo, de más de 25 años, a un tipo de interés muy bajo, y los reembolsos no comienzan hasta la próxima década. Otros 30 puntos porcentuales son préstamos del FMI y bonos en el balance del BCE. Por tanto, la deuda en manos del sector privado es reducida como porcentaje del PIB y es senior con respecto a la mayor parte de la deuda oficial, ya que es a más corto plazo y su vencimiento es anterior. A la hora de evaluar la capacidad de pago de los bonos griegos en manos privadas, el “verdadero” ratio deuda/PIB a corto plazo es de tan sólo un 50% del PIB, en un país que se había comprometido a un superávit fiscal primario.
Esta evaluación de la deuda griega ha cambiado con las elecciones y el advenimiento de un gobierno liderado por Syriza. La agitación del mercado no se debe a un cambio repentino del panorama económico griego, sino a un cambio repentino de su panorama político. No es la capacidad de pagar la deuda, sino la voluntad de pagar la deuda, lo que se está poniendo en duda. El nuevo gobierno griego podría estar cometiendo un grave error buscando la confrontación con Europa. Las primeras medidas anunciadas, como la restauración del antiguo sistema de negociación salarial y la suspensión de las privatizaciones, van en la dirección equivocada.
La política económica de la zona euro tiene que cambiar y adoptar una combinación equilibrada de estímulo de demanda y reformas que aumenten el crecimiento potencial. Grecia puede ser un problema si sigue por la senda de la confrontación, o puede ser parte de la solución si coopera productivamente con sus socios europeos y contribuye a impulsar una nueva agenda económica. Los plazos y los tipos de interés de la deuda con Europa se pueden revisar de nuevo para hacerla, a efectos prácticos, inexistente durante las próximas décadas. El BCE puede transferir a Grecia los beneficios resultantes de sus compras de deuda griega. Todo esto crearía espacio para reducir el superávit fiscal necesario. El gobierno griego puede canalizar sus energías hacia la liberalización de los oligopolios y la lucha contra la corrupción que todavía atenazan la economía griega. Este paquete de medidas, junto con el programa de expansión cuantitativa del BCE (si Grecia hace lo necesario para poder formar parte del mismo), serviría para estimular el crecimiento. La troika se puede reestructurar para dar una victoria política a Syriza y acabar con un apaño institucional que no satisface a nadie. Grecia necesita crecimiento y, para ello, estabilidad política y confianza en su futuro dentro del euro, no necesita una revolución.
En conferencias y reuniones por todo el mundo la pregunta es que implica la victoria de Syriza para España. Estas semanas deberían servir de ensayo general para los simpatizantes de Podemos. Mi predicción es que Syriza acabará haciendo muy poco de lo que ha prometido en la campaña, seguirá habiendo programa, condicionalidad y troika pero se llamaran de otra manera, el ajuste fiscal seguirá pero más suave, las reformas continuarán —es decir, lo mismo que hubiera sucedido con el gobierno de Samarás, pero con caras distintas en los ministerios y tras varios meses de negativa incertidumbre—. La estrategia antisistema da popularidad, pero no sirve para gobernar. Como Syriza, Podemos está demostrando que es un partido político como cualquier otro, sus líderes buscan conquistar el poder a base de inteligentes estrategias mediáticas, y no dudan en cambiar de rumbo constantemente para consolidar su posición - como muestran los múltiples vaivenes de sus confusas y equivocadas propuestas económicas. Como Syriza, dudo que puedan cumplir casi nada de lo que prometen si llegaran a gobernar. En España se ve como una lógica alternativa al bipartidismo que tanta decepción ha generado. Sin embargo, para la opinión pública extranjera y para los mercados, Podemos es un partido político que quiere reestructurar la deuda española. Si la voluntad de pagar se pone en duda, el coste para todos los españoles será muy alto. Sería un gravísimo error. Con la confianza no se juega.
Ángel Ubide, El País
Tras cinco años de depresión económica y un enorme ajuste fiscal que ha reducido a la mitad el nivel del gasto público desde 2009, el pueblo griego ha hablado, alto y claro: no puede soportar más austeridad y ha votado por el partido que promete una política económica diferente. La victoria de Syriza ha creado un importante dilema para una Europa que claramente necesita una nueva estrategia económica, pero donde los partidos del sistema están demasiado comprometidos con el pasado como para poder, de repente, cambiar de rumbo. Esto facilita la aparición de partidos nuevos, sin un legado que defender, que usan la estrategia antisistema como baza electoral.
A su vez, es posible que Syriza, en su empeño por potenciar sus credenciales antisistema para maximizar su éxito electoral, haya creado un problema de difícil solución. Sus propuestas electorales, centradas en torno al incumplimiento de los compromisos existentes y la exigencia de una restructuración de su deuda con la unión europea, son irreales y contraproducentes. Más allá de las apariencias de chantaje y la preocupación que pueda causar en términos de riesgo moral y de equidad, el alivio de la deuda demandado por Syriza no es posible ni deseable en este momento. La zona euro está empezando a repuntar tras una larga recesión, y la mayoría de sus países se enfrentan todavía a un importante ajuste fiscal a medio plazo. En estas condiciones, ¿tiene sentido que los parlamentos de la zona euro legislen el perdón de la deuda griega, mientras que al mismo tiempo se niegan a aumentar los salarios del sector público o mejorar el poder adquisitivo de sus pensionistas?
El alivio explícito de la deuda griega no es necesario en estos momentos. La ironía de la crisis actual es que, hasta que se hizo evidente que podría haber un gobierno liderado por Syriza, los mercados parecían ignorar el problema de la sostenibilidad de la deuda. Los tipos de interés griegos a 10 años habían caído hasta el 5,5%, y había consenso de que en 2015 Grecia podria mantenerse con tan sólo una línea de crédito precautoria, avalada por el retorno a una senda de crecimiento positivo del PIB y el superávit fiscal primario. En tan solo unos meses, todo ha cambiado: los mercados estiman un 75% de probabilidad de restructuración de la deuda en manos del sector privado durante los próximos cinco años. El mensaje está claro: el pueblo griego quiere cambio, pero los mercados no parecen confiar en aquellos que han sido elegidos para llevar a cabo el cambio.
Es posible que los mercados fueran demasiado complacientes. Pero también es posible que estuvieran valorando la deuda griega de una manera diferente. Del 175% del PIB que representa la deuda griega, unos 100 puntos porcentuales es deuda contraída con los países europeos. Esta deuda tiene un perfil de vencimiento promedio muy largo, de más de 25 años, a un tipo de interés muy bajo, y los reembolsos no comienzan hasta la próxima década. Otros 30 puntos porcentuales son préstamos del FMI y bonos en el balance del BCE. Por tanto, la deuda en manos del sector privado es reducida como porcentaje del PIB y es senior con respecto a la mayor parte de la deuda oficial, ya que es a más corto plazo y su vencimiento es anterior. A la hora de evaluar la capacidad de pago de los bonos griegos en manos privadas, el “verdadero” ratio deuda/PIB a corto plazo es de tan sólo un 50% del PIB, en un país que se había comprometido a un superávit fiscal primario.
Esta evaluación de la deuda griega ha cambiado con las elecciones y el advenimiento de un gobierno liderado por Syriza. La agitación del mercado no se debe a un cambio repentino del panorama económico griego, sino a un cambio repentino de su panorama político. No es la capacidad de pagar la deuda, sino la voluntad de pagar la deuda, lo que se está poniendo en duda. El nuevo gobierno griego podría estar cometiendo un grave error buscando la confrontación con Europa. Las primeras medidas anunciadas, como la restauración del antiguo sistema de negociación salarial y la suspensión de las privatizaciones, van en la dirección equivocada.
La política económica de la zona euro tiene que cambiar y adoptar una combinación equilibrada de estímulo de demanda y reformas que aumenten el crecimiento potencial. Grecia puede ser un problema si sigue por la senda de la confrontación, o puede ser parte de la solución si coopera productivamente con sus socios europeos y contribuye a impulsar una nueva agenda económica. Los plazos y los tipos de interés de la deuda con Europa se pueden revisar de nuevo para hacerla, a efectos prácticos, inexistente durante las próximas décadas. El BCE puede transferir a Grecia los beneficios resultantes de sus compras de deuda griega. Todo esto crearía espacio para reducir el superávit fiscal necesario. El gobierno griego puede canalizar sus energías hacia la liberalización de los oligopolios y la lucha contra la corrupción que todavía atenazan la economía griega. Este paquete de medidas, junto con el programa de expansión cuantitativa del BCE (si Grecia hace lo necesario para poder formar parte del mismo), serviría para estimular el crecimiento. La troika se puede reestructurar para dar una victoria política a Syriza y acabar con un apaño institucional que no satisface a nadie. Grecia necesita crecimiento y, para ello, estabilidad política y confianza en su futuro dentro del euro, no necesita una revolución.
En conferencias y reuniones por todo el mundo la pregunta es que implica la victoria de Syriza para España. Estas semanas deberían servir de ensayo general para los simpatizantes de Podemos. Mi predicción es que Syriza acabará haciendo muy poco de lo que ha prometido en la campaña, seguirá habiendo programa, condicionalidad y troika pero se llamaran de otra manera, el ajuste fiscal seguirá pero más suave, las reformas continuarán —es decir, lo mismo que hubiera sucedido con el gobierno de Samarás, pero con caras distintas en los ministerios y tras varios meses de negativa incertidumbre—. La estrategia antisistema da popularidad, pero no sirve para gobernar. Como Syriza, Podemos está demostrando que es un partido político como cualquier otro, sus líderes buscan conquistar el poder a base de inteligentes estrategias mediáticas, y no dudan en cambiar de rumbo constantemente para consolidar su posición - como muestran los múltiples vaivenes de sus confusas y equivocadas propuestas económicas. Como Syriza, dudo que puedan cumplir casi nada de lo que prometen si llegaran a gobernar. En España se ve como una lógica alternativa al bipartidismo que tanta decepción ha generado. Sin embargo, para la opinión pública extranjera y para los mercados, Podemos es un partido político que quiere reestructurar la deuda española. Si la voluntad de pagar se pone en duda, el coste para todos los españoles será muy alto. Sería un gravísimo error. Con la confianza no se juega.