La asfixia de Donetsk
El impago de las pensiones, las restricciones a la libertad de circulación y los daños causados por el conflicto golpean a los civiles de la capital separatista
Pilar Bonet
Donetsk, El País
Concentradas en la búsqueda de aliados en Occidente, las autoridades centrales de Ucrania parecen ignorar a sus propios ciudadanos en el Este, los civiles residentes en las zonas controladas por los insurgentes prorrusos. Esta semana, en Kiev altas fuentes del Estado pedían a EE UU y la UE “más sanciones, armas y dinero” para oponerse al presidente ruso, Vladímir Putin, sin cuyo apoyo, afirmaban, las denominadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk (RPD y RPL) no resistirían.
“El dinero es lo más importante de todo” para hacer frente a la acción desestabilizadora de Rusia, consistente en apoyo militar a los insurgentes del Este y respaldo a “grupos terroristas” en lugares como Odessa y Járkov, argumentaban las fuentes. “El éxito de Ucrania es lo peor que puede ocurrirle a Rusia”, señalaban.
El afán persuasivo de Kiev ante Occidente contrasta con su negligencia y desamor hacia quienes no han querido o no han podido abandonar el territorio oriental de Ucrania, donde hasta hace poco vivían cerca de seis millones de personas. A quienes no cobran sus pensiones desde otoño de 2014 se les unieron en enero los ciudadanos que ven restringida su libertad de movimiento en virtud de los pases especiales obligatorios introducidos por el Gobierno central para los desplazamientos desde la zona tomada por los insurgentes al territorio controlado por Ucrania y viceversa.
En la localidad de Novasiólovka (controlada por Kiev, a unos 100 kilómetros al norte de la ciudad de Donetsk), decenas de personas esperaban el martes a la intemperie a que los funcionarios ucranios les dieran los pases. Iban a dar las seis de la tarde y el Ayuntamiento, que recogía los documentos, estaba a punto de cerrar. Los solicitantes tendrían que volver al día siguiente. “Pedí el pase hace 15 días”, decía la jubilada Olga, que quería regresar a Donetsk, de donde huyó cuando arreciaba la artillería. “No sé dónde dormir esta noche”, exclamaba la anciana. Su caso no era el peor. “Cada día nos llegan centenares de solicitudes. Tenemos varios miles acumuladas”, afirmaba una funcionaria. “Nosotros no hemos inventado esta norma”, añadió encogiéndose de hombros. En Kiev, funcionarios de alto nivel explican con gusto sus planes para digitalizar el trato entre el ciudadano y la administración con el fin de evitar corruptelas. En el perímetro de la RPD y la RPL el papeleo para recibir los pases tienta al soborno, justo eso que Kiev dice querer impedir.
En Donetsk, Daria, profesora de matemáticas, afirma que estas dificultades para obtener los pases impiden reincorporarse a la universidad (tras las vacaciones de Año Nuevo) a los estudiantes de localidades próximas controladas por el Gobierno ucranio.
Ante la administración de la ciudad, este miércoles por la mañana, entre los que esperaban ser recibidos por los responsables sociales de la RPD estaba Natalia, de 54 años, que trabajó 15 en una “actividad nociva” y no recibe su pensión desde julio. Junto a ella, Yelena, de 76 años, sin paga desde agosto, y Tatiana, de 63, sin pensión desde septiembre. Para pagarles lo que les debe, el Estado ucranio les exige que se empadronen fuera de la RPD, pero no les da facilidades para instalarse en otra parte. “Nos quieren exterminar”, dice Tatiana, “30 años currando en la metalurgia y ahora no somos nada”. En diciembre, las tres mujeres recibieron 1.000 grivnas (menos de 40 euros) como ayuda de la RPD.
Ucrania dejó de pagar las prestaciones alegando que éstas eran robadas por los separatistas. No buscaron la forma —tal vez digital— de que las pensiones llegaran a las cuentas de los jubilados. En Donetsk los bancos están cerrados y quienes tenían ahorros deben ir a la zona controlada por Kiev para disponer de su dinero. En Kramatorsk hay quien pasa semanas acudiendo al cajero automático, porque éste sólo da 500 grivnas al día (15 euros al cambio actual), según una fuente local.
Las autoridades de la RPD aseguran haber empezado a retirar su armamento pesado, en cumplimiento de las medidas pactadas en Minsk el 12 de febrero. “La retirada se realiza con dificultad, porque los tiroteos continúan, aunque han disminuido”, dice el viceministro de Exteriores de la RPD, Mijaíl Mnujin. El viceministro de Defensa Eduard Basurin ha pedido a la OSCE que esté presente durante el proceso.
A tres kilómetros del aeropuerto de Donetsk, un puesto de control advierte a los civiles que continuar el trayecto no es seguro. Los ucranios “aún disparan”, dicen. “Dispararon al amanecer”, confirman dos mujeres en el distrito de Kuibichev. “Nacimos aquí, vivíamos en Ucrania y ahora después de 40 años de trabajo no somos nadie”, comenta Svetlana, de 73 años. “Nuestra familia ha sido desmembrada”, dice Vera. “A mi hija, que huyó a Rostov (Rusia) le ofrecieron irse a Siberia y está en Perm, y mi nieta, que huyó a Crimea, vive en un pueblo de Tatarstán” en el Volga.
Las autoridades de RPD están “limpiando” la zona de Debáltsevo de minas y sacando las municiones dejadas por los ucranios en su huida. “Poroshenko miente cuando dice que la salida estaba planificada”, afirma Evgueni, miembro de una unidad militar. “En Debáltsevo los ucranios dejaron un mínimo de 80 carros blindados y 100 tanques, además de 600 toneladas de municiones”, añade. Evgueni no cree en la duración del alto el fuego y pronostica nuevos combates “en cuanto verdeen los árboles y se derrita la nieve”. Es decir, en la primavera, cuando se puedan camuflar y ver dónde están las minas.
Donetsk, El País
Concentradas en la búsqueda de aliados en Occidente, las autoridades centrales de Ucrania parecen ignorar a sus propios ciudadanos en el Este, los civiles residentes en las zonas controladas por los insurgentes prorrusos. Esta semana, en Kiev altas fuentes del Estado pedían a EE UU y la UE “más sanciones, armas y dinero” para oponerse al presidente ruso, Vladímir Putin, sin cuyo apoyo, afirmaban, las denominadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk (RPD y RPL) no resistirían.
“El dinero es lo más importante de todo” para hacer frente a la acción desestabilizadora de Rusia, consistente en apoyo militar a los insurgentes del Este y respaldo a “grupos terroristas” en lugares como Odessa y Járkov, argumentaban las fuentes. “El éxito de Ucrania es lo peor que puede ocurrirle a Rusia”, señalaban.
El afán persuasivo de Kiev ante Occidente contrasta con su negligencia y desamor hacia quienes no han querido o no han podido abandonar el territorio oriental de Ucrania, donde hasta hace poco vivían cerca de seis millones de personas. A quienes no cobran sus pensiones desde otoño de 2014 se les unieron en enero los ciudadanos que ven restringida su libertad de movimiento en virtud de los pases especiales obligatorios introducidos por el Gobierno central para los desplazamientos desde la zona tomada por los insurgentes al territorio controlado por Ucrania y viceversa.
En la localidad de Novasiólovka (controlada por Kiev, a unos 100 kilómetros al norte de la ciudad de Donetsk), decenas de personas esperaban el martes a la intemperie a que los funcionarios ucranios les dieran los pases. Iban a dar las seis de la tarde y el Ayuntamiento, que recogía los documentos, estaba a punto de cerrar. Los solicitantes tendrían que volver al día siguiente. “Pedí el pase hace 15 días”, decía la jubilada Olga, que quería regresar a Donetsk, de donde huyó cuando arreciaba la artillería. “No sé dónde dormir esta noche”, exclamaba la anciana. Su caso no era el peor. “Cada día nos llegan centenares de solicitudes. Tenemos varios miles acumuladas”, afirmaba una funcionaria. “Nosotros no hemos inventado esta norma”, añadió encogiéndose de hombros. En Kiev, funcionarios de alto nivel explican con gusto sus planes para digitalizar el trato entre el ciudadano y la administración con el fin de evitar corruptelas. En el perímetro de la RPD y la RPL el papeleo para recibir los pases tienta al soborno, justo eso que Kiev dice querer impedir.
En Donetsk, Daria, profesora de matemáticas, afirma que estas dificultades para obtener los pases impiden reincorporarse a la universidad (tras las vacaciones de Año Nuevo) a los estudiantes de localidades próximas controladas por el Gobierno ucranio.
Ante la administración de la ciudad, este miércoles por la mañana, entre los que esperaban ser recibidos por los responsables sociales de la RPD estaba Natalia, de 54 años, que trabajó 15 en una “actividad nociva” y no recibe su pensión desde julio. Junto a ella, Yelena, de 76 años, sin paga desde agosto, y Tatiana, de 63, sin pensión desde septiembre. Para pagarles lo que les debe, el Estado ucranio les exige que se empadronen fuera de la RPD, pero no les da facilidades para instalarse en otra parte. “Nos quieren exterminar”, dice Tatiana, “30 años currando en la metalurgia y ahora no somos nada”. En diciembre, las tres mujeres recibieron 1.000 grivnas (menos de 40 euros) como ayuda de la RPD.
Ucrania dejó de pagar las prestaciones alegando que éstas eran robadas por los separatistas. No buscaron la forma —tal vez digital— de que las pensiones llegaran a las cuentas de los jubilados. En Donetsk los bancos están cerrados y quienes tenían ahorros deben ir a la zona controlada por Kiev para disponer de su dinero. En Kramatorsk hay quien pasa semanas acudiendo al cajero automático, porque éste sólo da 500 grivnas al día (15 euros al cambio actual), según una fuente local.
Las autoridades de la RPD aseguran haber empezado a retirar su armamento pesado, en cumplimiento de las medidas pactadas en Minsk el 12 de febrero. “La retirada se realiza con dificultad, porque los tiroteos continúan, aunque han disminuido”, dice el viceministro de Exteriores de la RPD, Mijaíl Mnujin. El viceministro de Defensa Eduard Basurin ha pedido a la OSCE que esté presente durante el proceso.
A tres kilómetros del aeropuerto de Donetsk, un puesto de control advierte a los civiles que continuar el trayecto no es seguro. Los ucranios “aún disparan”, dicen. “Dispararon al amanecer”, confirman dos mujeres en el distrito de Kuibichev. “Nacimos aquí, vivíamos en Ucrania y ahora después de 40 años de trabajo no somos nadie”, comenta Svetlana, de 73 años. “Nuestra familia ha sido desmembrada”, dice Vera. “A mi hija, que huyó a Rostov (Rusia) le ofrecieron irse a Siberia y está en Perm, y mi nieta, que huyó a Crimea, vive en un pueblo de Tatarstán” en el Volga.
Las autoridades de RPD están “limpiando” la zona de Debáltsevo de minas y sacando las municiones dejadas por los ucranios en su huida. “Poroshenko miente cuando dice que la salida estaba planificada”, afirma Evgueni, miembro de una unidad militar. “En Debáltsevo los ucranios dejaron un mínimo de 80 carros blindados y 100 tanques, además de 600 toneladas de municiones”, añade. Evgueni no cree en la duración del alto el fuego y pronostica nuevos combates “en cuanto verdeen los árboles y se derrita la nieve”. Es decir, en la primavera, cuando se puedan camuflar y ver dónde están las minas.