Europa y Grecia sellan un pacto a la alemana
El Eurogrupo prorroga cuatro meses el rescate
Tsipras obtiene algo de margen presupuestario a cambio de especificar una lista de reformas inmediatas el lunes
Claudi Pérez
Bruselas, El País
La Europa alemana se impone de nuevo. Tras un interminable tira y afloja, Grecia y los socios del euro anunciaron anoche un acuerdo de compromiso que acaba con casi un mes de negociaciones, desencuentros y mucho, mucho teatro. El presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, anunció al filo de las nueve un durísimo pacto que obliga a Grecia a retirar prácticamente todas sus líneas rojas: acepta una prórroga de cuatro meses del rescate, le conmina a “concluir con éxito” el programa actual y, finalmente, le exige presentar el próximo lunes un listado de las reformas más inmediatas. El acuerdo final permite ampliar el rescate (según la nomenclatura europea) o la ayuda para Atenas, según el eufemismo que prefiere el Gobierno de Alexis Tsipras, para ganar unos meses de tranquilidad. Supone el final —provisional— de la saga hasta la siguiente negociación, la del tercer rescate. Está directamente inspirado en las ideas alemanas al respecto. Y, eso sí, da cierto margen presupuestario a Atenas para acometer los gastos sociales más acuciantes y permite un cierto alivio de la deuda a cambio de severas condiciones: Europa desconfía de Grecia y quiere dejar las reformas y la revisión del rescate bien atadas.
El pacto final hace oídos sordos a buena parte de las demandas griegas: Europa no le da al Ejecutivo de Tsipras prácticamente nada de lo que pedía, e incluso repatría un fondo de casi 11.000 millones para recapitalizar los bancos, que sigue disponible pero vuelve a las arcas europeas. Todo lo que quería Berlín está en el comunicado final, según subrayó el ministro de Finanzas germano, Wolfgang Schäuble. Tsipras puede tener serios problemas para vender el acuerdo en casa.
Varoufakis ya presentó el jueves una propuesta al Eurogrupo con grandes concesiones. Pero Grecia ha dejado de ser un asunto económico: a pesar de las renuncias de Atenas —con el agua al cuello por sus problemas económicos, financieros y fiscales—, esa petición se topó con el rechazo político de Berlín y provocó una vuelta de tuerca adicional por obra y gracia de Alemania, que se cobra así viejas afrentas y da un nuevo un golpe de autoridad en el tablero europeo. Un nutrido grupo de países, con España a la cabeza, pedía también más madera y ha obligado a Grecia a firmar una especie de capitulación, tras una negociación en la que el Gobierno no ha acertado en la búsqueda de aliados con una estrategia que combinaba un puñado de buenas ideas y un buen número de desplantes.
El acuerdo es claro. Grecia acepta el rescate actual, que hasta ahora daba por muerto. Se compromete a “la finalización con éxito de la revisión en base a las condiciones del actual programa” y a cambio obtiene poca cosa: lo que los socios europeos estaban dispuestos a dar desde el principio. Atenas, eso sí, se garantiza financiación para cuatro meses más: Grecia y Europa salvan la pelota de partido y Atenas podrá usar una partida de 1.900 millones procedente de los beneficios de las operaciones de los bancos centrales con la deuda griega, y, finalmente, el último tramo del rescate, que asciende a 1.800 millones. Esos fondos solo llegarán si Grecia “completa con éxito las revisiones”, que realizarán la Comisión, el FMI y el BCE, el trío anteriormente conocido como troika. Atenas rechazaba hasta ayer ese último tramo del rescate porque su Gobierno quería dar carpetazo al actual programa y conseguir un acuerdo puente. Pero el Ejecutivo de Tsipras se ve obligado a acceder a las exigencias del Eurogrupo —incluida la supervisión de la troika, que cambiará de nombre para dar al menos una victoria política a Tsipras— y se compromete a no tomar ni una sola “acción unilateral” que pueda hacer descarrilar la posición fiscal y la estabilidad financiera.
Las contrapartidas obtenidas llevaron anoche a Varoufakis a mostrarse “satisfecho” con el pacto, “que permite al Gobierno ponerse a trabajar en las reformas que están llamadas a acabar con la enfermedad que ha aquejado a la economía griega durante décadas”. Varoufakis destacó que no habrá subidas del IVA ni recortes de las pensiones. Y que su Gobierno obtiene algo de “flexibilidad”, que los socios del euro no concretaron pero llegará por tres vías. Una: la posibilidad de alcanzar un superávit primario (antes del pago de intereses) menos ambicioso del previsto “por las circunstancias económicas” de Grecia; eso permitirá ampliar el gasto social. Dos: una mejora de las condiciones de devolución de la deuda. Y tres: Atenas podrá dejar caer alguna reforma del programa actual, pero deberá trabajar a contrarreloj durante el fin de semana para presentar una lista ambiciosa.
Europa no ha sido todo lo benevolente que se esperaba, pero aun así la solución da aire a un país que ha sido rescatado dos veces en cinco años y sigue al borde del desastre. Grecia ha recibido 240.000 millones de ayuda. Se ha visto sometida a un severo ajuste que se ha llevado el 25% del PIB y ha elevado el paro al 25%. Y ha conseguido reducir el déficit a base de hachazos en forma de recortes, pero no ha conseguido estabilizar la deuda. Los griegos pedían más árnica. Su incipiente recuperación se ha detenido, los bancos están temblando por la huida de capitales —que ahora se detendrá, según Varoufakis— e incluso el superávit se ha esfumado por el parón electoral. No ha habido más porque nadie se fiaba de Atenas: “La confianza se pierde rápidamente; hoy damos el primer paso para recuperarla”, dijo Dijsselbloem. Europa, abundó Schäuble, tenía un problema de confianza con Grecia; ese problema de confianza, ahora, puede ser para Tsipras y su opinión pública.
Berlín y los socios han mostrado su cara más implacable por varias razones: Syriza y su desafiante retórica cuestionaban la política económica dictada por Alemania, y varios países temían un contagio político si Tsipras se salía con la suya. El debate sobre Grecia va más allá de Grecia: Ken Rogoff, de Harvard, explicó a este diario que “los griegos y los Krugmans de este mundo se equivocan culpando a Alemania de las políticas de austeridad. Esa polémica no tiene sentido. Grecia tenía un déficit estratosférico que nadie quería financiar, y estaba forzada a hacer un ajuste duro porque el dinero se va de allí, no porque tenga por delante un calendario de pagos asfixiante. Dicho esto, era irracional pedir más superávits fiscales a un país con esas tasas de paro. Más que temer un contagio, el Norte de Europa haría bien en extender algún alivio de la deuda a toda la periferia”. “Europa ha hecho lo posible por humillar a los griegos. Esperemos que en los próximos cuatro meses vuelva el sentido común”, cerró el economista Paul De Grauwe.
Tsipras obtiene algo de margen presupuestario a cambio de especificar una lista de reformas inmediatas el lunes
Claudi Pérez
Bruselas, El País
La Europa alemana se impone de nuevo. Tras un interminable tira y afloja, Grecia y los socios del euro anunciaron anoche un acuerdo de compromiso que acaba con casi un mes de negociaciones, desencuentros y mucho, mucho teatro. El presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, anunció al filo de las nueve un durísimo pacto que obliga a Grecia a retirar prácticamente todas sus líneas rojas: acepta una prórroga de cuatro meses del rescate, le conmina a “concluir con éxito” el programa actual y, finalmente, le exige presentar el próximo lunes un listado de las reformas más inmediatas. El acuerdo final permite ampliar el rescate (según la nomenclatura europea) o la ayuda para Atenas, según el eufemismo que prefiere el Gobierno de Alexis Tsipras, para ganar unos meses de tranquilidad. Supone el final —provisional— de la saga hasta la siguiente negociación, la del tercer rescate. Está directamente inspirado en las ideas alemanas al respecto. Y, eso sí, da cierto margen presupuestario a Atenas para acometer los gastos sociales más acuciantes y permite un cierto alivio de la deuda a cambio de severas condiciones: Europa desconfía de Grecia y quiere dejar las reformas y la revisión del rescate bien atadas.
El pacto final hace oídos sordos a buena parte de las demandas griegas: Europa no le da al Ejecutivo de Tsipras prácticamente nada de lo que pedía, e incluso repatría un fondo de casi 11.000 millones para recapitalizar los bancos, que sigue disponible pero vuelve a las arcas europeas. Todo lo que quería Berlín está en el comunicado final, según subrayó el ministro de Finanzas germano, Wolfgang Schäuble. Tsipras puede tener serios problemas para vender el acuerdo en casa.
Varoufakis ya presentó el jueves una propuesta al Eurogrupo con grandes concesiones. Pero Grecia ha dejado de ser un asunto económico: a pesar de las renuncias de Atenas —con el agua al cuello por sus problemas económicos, financieros y fiscales—, esa petición se topó con el rechazo político de Berlín y provocó una vuelta de tuerca adicional por obra y gracia de Alemania, que se cobra así viejas afrentas y da un nuevo un golpe de autoridad en el tablero europeo. Un nutrido grupo de países, con España a la cabeza, pedía también más madera y ha obligado a Grecia a firmar una especie de capitulación, tras una negociación en la que el Gobierno no ha acertado en la búsqueda de aliados con una estrategia que combinaba un puñado de buenas ideas y un buen número de desplantes.
El acuerdo es claro. Grecia acepta el rescate actual, que hasta ahora daba por muerto. Se compromete a “la finalización con éxito de la revisión en base a las condiciones del actual programa” y a cambio obtiene poca cosa: lo que los socios europeos estaban dispuestos a dar desde el principio. Atenas, eso sí, se garantiza financiación para cuatro meses más: Grecia y Europa salvan la pelota de partido y Atenas podrá usar una partida de 1.900 millones procedente de los beneficios de las operaciones de los bancos centrales con la deuda griega, y, finalmente, el último tramo del rescate, que asciende a 1.800 millones. Esos fondos solo llegarán si Grecia “completa con éxito las revisiones”, que realizarán la Comisión, el FMI y el BCE, el trío anteriormente conocido como troika. Atenas rechazaba hasta ayer ese último tramo del rescate porque su Gobierno quería dar carpetazo al actual programa y conseguir un acuerdo puente. Pero el Ejecutivo de Tsipras se ve obligado a acceder a las exigencias del Eurogrupo —incluida la supervisión de la troika, que cambiará de nombre para dar al menos una victoria política a Tsipras— y se compromete a no tomar ni una sola “acción unilateral” que pueda hacer descarrilar la posición fiscal y la estabilidad financiera.
Las contrapartidas obtenidas llevaron anoche a Varoufakis a mostrarse “satisfecho” con el pacto, “que permite al Gobierno ponerse a trabajar en las reformas que están llamadas a acabar con la enfermedad que ha aquejado a la economía griega durante décadas”. Varoufakis destacó que no habrá subidas del IVA ni recortes de las pensiones. Y que su Gobierno obtiene algo de “flexibilidad”, que los socios del euro no concretaron pero llegará por tres vías. Una: la posibilidad de alcanzar un superávit primario (antes del pago de intereses) menos ambicioso del previsto “por las circunstancias económicas” de Grecia; eso permitirá ampliar el gasto social. Dos: una mejora de las condiciones de devolución de la deuda. Y tres: Atenas podrá dejar caer alguna reforma del programa actual, pero deberá trabajar a contrarreloj durante el fin de semana para presentar una lista ambiciosa.
Europa no ha sido todo lo benevolente que se esperaba, pero aun así la solución da aire a un país que ha sido rescatado dos veces en cinco años y sigue al borde del desastre. Grecia ha recibido 240.000 millones de ayuda. Se ha visto sometida a un severo ajuste que se ha llevado el 25% del PIB y ha elevado el paro al 25%. Y ha conseguido reducir el déficit a base de hachazos en forma de recortes, pero no ha conseguido estabilizar la deuda. Los griegos pedían más árnica. Su incipiente recuperación se ha detenido, los bancos están temblando por la huida de capitales —que ahora se detendrá, según Varoufakis— e incluso el superávit se ha esfumado por el parón electoral. No ha habido más porque nadie se fiaba de Atenas: “La confianza se pierde rápidamente; hoy damos el primer paso para recuperarla”, dijo Dijsselbloem. Europa, abundó Schäuble, tenía un problema de confianza con Grecia; ese problema de confianza, ahora, puede ser para Tsipras y su opinión pública.
Berlín y los socios han mostrado su cara más implacable por varias razones: Syriza y su desafiante retórica cuestionaban la política económica dictada por Alemania, y varios países temían un contagio político si Tsipras se salía con la suya. El debate sobre Grecia va más allá de Grecia: Ken Rogoff, de Harvard, explicó a este diario que “los griegos y los Krugmans de este mundo se equivocan culpando a Alemania de las políticas de austeridad. Esa polémica no tiene sentido. Grecia tenía un déficit estratosférico que nadie quería financiar, y estaba forzada a hacer un ajuste duro porque el dinero se va de allí, no porque tenga por delante un calendario de pagos asfixiante. Dicho esto, era irracional pedir más superávits fiscales a un país con esas tasas de paro. Más que temer un contagio, el Norte de Europa haría bien en extender algún alivio de la deuda a toda la periferia”. “Europa ha hecho lo posible por humillar a los griegos. Esperemos que en los próximos cuatro meses vuelva el sentido común”, cerró el economista Paul De Grauwe.