Draghi se acerca a su Día D
El BCE activa el jueves las compras masivas de deuda
Adquirirá unos 35.000 millones al mes hasta bien entrado 2016
Claudi Pérez, El País
Un romano sabe perfectamente lo que supone cruzar el Rubicón. Ningún norteamericano ignora la trascendencia del Día D. Un alemán siempre tendrá claro que el peor banquero central de la historia trabajó en Berlín en el primer tercio del olvidado siglo XX, y que los errores que cometió no pueden repetirse. Mario Draghi nació en Roma, se formó en EE UU y trabajó para el mayor banco de inversión norteamericano, y ahora dirige desde Fráncfort los destinos del BCE, heredero del Bundesbank. Con todo ese bagaje a cuestas, Draghi cruzará el jueves —Día D para la política europea— su particular Rubicón: se embarcará en un programa de compra masiva de deuda pública, para disgusto del establishment económico alemán. El objetivo es sacar a Europa de un extraño delirio del que no sabe cómo despertar y que combina riesgos de deflación, una recuperación de cartón piedra, un paro en máximos, un empacho de deuda que la banca no termina de digerir y, en fin, una enfermedad económica que se metamorfosea peligrosamente en crisis política y social.
Llegó la hora del BCE, que lleva años posponiendo esa decisión por una mezcla de presión política, fallos de diseño del euro y timidez o conservadurismo o quién sabe exactamente qué. Se acabó el tabú: Europa comprará bonos a gran escala, como hicieron hace un lustro EE UU y Reino Unido. Es el fin de una era: el BCE se convierte en un banco central normal, menos marcado por los traumas alemanes, y envía una señal fortísima: Draghi no iba de farol cuando pronunció aquel haré todo lo necesario que cambió el curso de la crisis del euro.
La inflación entró en territorio negativo en diciembre y el BCE ha agotado sus armas convencionales. Draghi ha probado un sinfín de medidas extraordinarias sin éxito. Estamos ante un mundo nuevo: nada funciona igual con los tipos de interés al 0%, y no quedan más balas en la recámara que el botón nuclear del quantitative easing (QE), algo que los banqueros centrales comparan con lanzar billetes desde un helicóptero, o darle a la máquina de imprimir papel moneda. En realidad es algo más mundano: se trata de expulsar a los inversores del mercado de bonos para que coloquen su dinero en otros lugares, en un peligroso viaje que persigue que al final los bancos presten, las empresas inviertan, la gente gaste y la máquina de la economía vuelva a engrasarse. Si sale bien, el crecimiento volverá y la inflación regresará a niveles normales; si sale mal, el peligro son las burbujas y la vuelta de la inflación, esa reliquia de los años ochenta.
Los detalles del programa en cuestión se guardan celosamente en Fráncfort. Pero las fuentes consultadas, con las reservas propias de estas ocasiones, tienen claros los aspectos principales. El BCE comprará activos por valor de unos 35.000 millones mensuales durante un plazo de 18 a 24 meses, hasta bien entrado 2016; probablemente el programa estará vinculado a las barras libres de liquidez, que expiran en septiembre de ese año. El tamaño de las compras de deuda sobrepasará el medio billón de euros, y combinadas con las de activos privados el objetivo es elevar el balance del BCE en un billón de euros. El banco central comprará todo tipo de bonos dentro del grado de inversión, salvo en los países rescatados, que deberán garantizar la continuidad de los rescates. Se adquirirá deuda de todos los países en función de su peso en el Eurosistema: España supone el 12%, Italia el 18% y Alemania el 30%. A partir de ahí todo es más difuso: Financial Times y Der Spiegel han publicado que las presiones alemanas obligan a limitar la mutualización de riesgos; según esa versión, Draghi ha aceptado que sean los bancos centrales nacionales quienes compren la deuda de cada país, de manera que cada cual asuma sus pérdidas si las hay. Sin embargo, las fuentes consultadas cuentan otra historia: Draghi se habría decantado por una fórmula híbrida, en la que los bancos centrales nacionales compran la mayoría de los títulos, pero el riesgo se comparte salvo en el caso de quitas de deuda. Y aseguraron que la cifra global, esos 500.000 millones, se deja abierta a posteriores revisiones.
Los expertos consultados tienen opiniones dispares. “El BCE llega tarde y se quedará corto”, vaticina Charles Wyplosz, del Graduate Institute. “El QE es solo condición necesaria para que Europa deje de estrellarse contra las rocas de la crisis: va a ayudar y de hecho ya ha ayudado porque tanto el euro como los tipos de interés ya descuentan sus efectos, pero debería ir acompañado de un estímulo fiscal”, apunta Paul de Grauwe, de la London School. Huw Pill, de Goldman Sachs, añade que “cualquier cifra por debajo del medio billón sería un desastre en los mercados, que esperan con nerviosismo el anuncio”, pero dice que lo más importante “es el ritmo de las compras”. “En Europa es imprescindible una señal inequívoca. Es improbable que, fuera de los mercados, el programa tenga un impacto sustancial. Pero puede suponer mejoras por la vía de la cotización del euro, y sobre todo de la confianza. Necesitamos al mejor Draghi”. Charles Goodhart, una autoridad en materia de banca central, carga contra los escépticos: “El primer QE funcionó en EE UU. Aquí no será tan efectivo porque la eurozona es más bancocéntrica, y en la banca aún hay problemas. Draghi está explorando sus límites pese a las presiones: su labor es excelente”.
“Europa no está en riesgo de deflación: está en deflación”, señala el historiador Barry Eichengreen, que ve en la rueda de prensa del jueves una suerte de examen final: “Draghi debe evitar cualquier mensaje negativo para la integración monetaria; pero el peor mensaje sería no hacer nada y dejar que la deflación corroa la eurozona. Es posible que sea necesaria una segunda ronda de QE”. Francesco Papadia, exejecutivo del BCE, destaca que el Eurobanco “se ha resignado a actuar”, pero confía en que Draghi “sorprenda con un anuncio impactante, a la vista de que la inflación es inconsistente con su mandato”.
La eurozona suele reaccionar a regañadientes, cuando no queda ningún otro remedio, a una escala inadecuada para el tamaño del problema. Y en medio de feroces críticas de Berlín cuando alguien se desvía de la ortodoxia: la cancillería ha expresado su escepticismo, así como el Bundesbank; el QE “reduce la capacidad de los mercados para imponer a los Estados las reformas necesarias”, según Jens Weidmann. Hans-Werner Sinn, el economista más influyente del país, ataca por esa línea: “El Sur hinchó burbujas y perdió competitividad durante años; para darle la vuelta a eso debe haber deflación allí combinada con inflación en el Norte, o salidas del euro y devaluaciones. El QE solo alivia el dolor y pospone el ajuste”. Sinn censura la política del BCE: “Es incompatible con los Tratados”. “Al reducir artificialmente los intereses invita a los países a endeudarse más para no acometer dolorosas reformas sociales. Pero no está claro que Maastricht permita al BCE manipular el tipo de cambio y generar inflación”, dice a este diario en un papirotazo final.
Adquirirá unos 35.000 millones al mes hasta bien entrado 2016
Claudi Pérez, El País
Un romano sabe perfectamente lo que supone cruzar el Rubicón. Ningún norteamericano ignora la trascendencia del Día D. Un alemán siempre tendrá claro que el peor banquero central de la historia trabajó en Berlín en el primer tercio del olvidado siglo XX, y que los errores que cometió no pueden repetirse. Mario Draghi nació en Roma, se formó en EE UU y trabajó para el mayor banco de inversión norteamericano, y ahora dirige desde Fráncfort los destinos del BCE, heredero del Bundesbank. Con todo ese bagaje a cuestas, Draghi cruzará el jueves —Día D para la política europea— su particular Rubicón: se embarcará en un programa de compra masiva de deuda pública, para disgusto del establishment económico alemán. El objetivo es sacar a Europa de un extraño delirio del que no sabe cómo despertar y que combina riesgos de deflación, una recuperación de cartón piedra, un paro en máximos, un empacho de deuda que la banca no termina de digerir y, en fin, una enfermedad económica que se metamorfosea peligrosamente en crisis política y social.
Llegó la hora del BCE, que lleva años posponiendo esa decisión por una mezcla de presión política, fallos de diseño del euro y timidez o conservadurismo o quién sabe exactamente qué. Se acabó el tabú: Europa comprará bonos a gran escala, como hicieron hace un lustro EE UU y Reino Unido. Es el fin de una era: el BCE se convierte en un banco central normal, menos marcado por los traumas alemanes, y envía una señal fortísima: Draghi no iba de farol cuando pronunció aquel haré todo lo necesario que cambió el curso de la crisis del euro.
La inflación entró en territorio negativo en diciembre y el BCE ha agotado sus armas convencionales. Draghi ha probado un sinfín de medidas extraordinarias sin éxito. Estamos ante un mundo nuevo: nada funciona igual con los tipos de interés al 0%, y no quedan más balas en la recámara que el botón nuclear del quantitative easing (QE), algo que los banqueros centrales comparan con lanzar billetes desde un helicóptero, o darle a la máquina de imprimir papel moneda. En realidad es algo más mundano: se trata de expulsar a los inversores del mercado de bonos para que coloquen su dinero en otros lugares, en un peligroso viaje que persigue que al final los bancos presten, las empresas inviertan, la gente gaste y la máquina de la economía vuelva a engrasarse. Si sale bien, el crecimiento volverá y la inflación regresará a niveles normales; si sale mal, el peligro son las burbujas y la vuelta de la inflación, esa reliquia de los años ochenta.
Los detalles del programa en cuestión se guardan celosamente en Fráncfort. Pero las fuentes consultadas, con las reservas propias de estas ocasiones, tienen claros los aspectos principales. El BCE comprará activos por valor de unos 35.000 millones mensuales durante un plazo de 18 a 24 meses, hasta bien entrado 2016; probablemente el programa estará vinculado a las barras libres de liquidez, que expiran en septiembre de ese año. El tamaño de las compras de deuda sobrepasará el medio billón de euros, y combinadas con las de activos privados el objetivo es elevar el balance del BCE en un billón de euros. El banco central comprará todo tipo de bonos dentro del grado de inversión, salvo en los países rescatados, que deberán garantizar la continuidad de los rescates. Se adquirirá deuda de todos los países en función de su peso en el Eurosistema: España supone el 12%, Italia el 18% y Alemania el 30%. A partir de ahí todo es más difuso: Financial Times y Der Spiegel han publicado que las presiones alemanas obligan a limitar la mutualización de riesgos; según esa versión, Draghi ha aceptado que sean los bancos centrales nacionales quienes compren la deuda de cada país, de manera que cada cual asuma sus pérdidas si las hay. Sin embargo, las fuentes consultadas cuentan otra historia: Draghi se habría decantado por una fórmula híbrida, en la que los bancos centrales nacionales compran la mayoría de los títulos, pero el riesgo se comparte salvo en el caso de quitas de deuda. Y aseguraron que la cifra global, esos 500.000 millones, se deja abierta a posteriores revisiones.
Los expertos consultados tienen opiniones dispares. “El BCE llega tarde y se quedará corto”, vaticina Charles Wyplosz, del Graduate Institute. “El QE es solo condición necesaria para que Europa deje de estrellarse contra las rocas de la crisis: va a ayudar y de hecho ya ha ayudado porque tanto el euro como los tipos de interés ya descuentan sus efectos, pero debería ir acompañado de un estímulo fiscal”, apunta Paul de Grauwe, de la London School. Huw Pill, de Goldman Sachs, añade que “cualquier cifra por debajo del medio billón sería un desastre en los mercados, que esperan con nerviosismo el anuncio”, pero dice que lo más importante “es el ritmo de las compras”. “En Europa es imprescindible una señal inequívoca. Es improbable que, fuera de los mercados, el programa tenga un impacto sustancial. Pero puede suponer mejoras por la vía de la cotización del euro, y sobre todo de la confianza. Necesitamos al mejor Draghi”. Charles Goodhart, una autoridad en materia de banca central, carga contra los escépticos: “El primer QE funcionó en EE UU. Aquí no será tan efectivo porque la eurozona es más bancocéntrica, y en la banca aún hay problemas. Draghi está explorando sus límites pese a las presiones: su labor es excelente”.
“Europa no está en riesgo de deflación: está en deflación”, señala el historiador Barry Eichengreen, que ve en la rueda de prensa del jueves una suerte de examen final: “Draghi debe evitar cualquier mensaje negativo para la integración monetaria; pero el peor mensaje sería no hacer nada y dejar que la deflación corroa la eurozona. Es posible que sea necesaria una segunda ronda de QE”. Francesco Papadia, exejecutivo del BCE, destaca que el Eurobanco “se ha resignado a actuar”, pero confía en que Draghi “sorprenda con un anuncio impactante, a la vista de que la inflación es inconsistente con su mandato”.
La eurozona suele reaccionar a regañadientes, cuando no queda ningún otro remedio, a una escala inadecuada para el tamaño del problema. Y en medio de feroces críticas de Berlín cuando alguien se desvía de la ortodoxia: la cancillería ha expresado su escepticismo, así como el Bundesbank; el QE “reduce la capacidad de los mercados para imponer a los Estados las reformas necesarias”, según Jens Weidmann. Hans-Werner Sinn, el economista más influyente del país, ataca por esa línea: “El Sur hinchó burbujas y perdió competitividad durante años; para darle la vuelta a eso debe haber deflación allí combinada con inflación en el Norte, o salidas del euro y devaluaciones. El QE solo alivia el dolor y pospone el ajuste”. Sinn censura la política del BCE: “Es incompatible con los Tratados”. “Al reducir artificialmente los intereses invita a los países a endeudarse más para no acometer dolorosas reformas sociales. Pero no está claro que Maastricht permita al BCE manipular el tipo de cambio y generar inflación”, dice a este diario en un papirotazo final.