Metidos en el jardín de ‘Las flores del mal’

La obra cumbre de Baudelaire se edita en una arriesgada versión
Tres traductores evocan el desafío de penetrar el endiablado mundo poético

Winston Manrique Sabogal
Madrid, El País
“Vengas tu del infierno o del cielo, ¿qué importa,
¡Belleza!, monstruo enorme e ingenuo, mas temido,
si tus ojos, tu risa, tu pie, me abren la puerta
de un infinito que amo y que nunca he conocido?”.

Ese es. Ahí está parte del corazón de Charles Baudelaire en Las flores del mal. Poemas preñados de fervor y furia bajo la luminosa oscuridad del amor y del deseo. Baudelaire (1821-1867) se convierte en un asaltador de la belleza donde los demás no la ven, o la penalizan, o la mezquinan, o la destierran. Un libro con 126 poemas publicado en 1857 y en 1861 que cerró el romanticismo y abrió el modernismo que acaba de ver una nueva y arriesgada traducción bilingüe en la editorial Vaso Roto, a cargo de Manuel J. Santayana. Ha apostado por una traducción que busca no solo el ritmo sino la endiablada métrica original.


Antes que Santayana, lo hicieron a su manera Antonio Martínez Sarrión, Luis Martínez de Merlo, Pedro Provencio y Enrique López Castellón. Ellos saben lo que es, de verdad, entrar en ese jardín literario dionisiaco y apolíneo a la vez, para sacarlo del francés al insuflarle nueva vida en español. Conocen senderos-latidos de Baudelaire como:

“Y tu cuerpo se estira y se ladea
cual frágil navecilla
que hunde sus palos bajo la marea
cuando roza la orilla”.

O

“Tu mano roza en vano mi pecho que se arroba;
lo que ella busca, amiga, es sitio que ha saqueado
la mujer con sus garras y sus dientes de loba.
No hay corazón; las bestias ya lo han devorado”.

Sentidos baudelaireanos que confrontan al ser humano con su naturaleza para descubrirle las cosas que piensa y desea sin saberlo. Aún. O que centellea lo que en cada uno aguarda agazapado y anhelante para hacerse visible.

El último en revivirlo ha sido Manuel J. Santayana. Entró en Las flores del mal allá por 1974, ya en el exilio en Estados Unidos, con su francés precario. Leyó diversas y autorizadas ediciones francesas críticas: “Durante muchos años abandoné el proyecto, pero en el 2012 regresó el impulso, tras una intensa relectura de la obra completa, y me di a la tarea trabajando, como dice un octosílabo de mi venerado Alfonso Reyes, ‘a hurtos de la labor”.

Entrar en ese jardín, recuerda el traductor, es dialogar con un espíritu incomparable: “acceder al horror, a la admiración y a la piedad. Y a un fervor y una fe en la poesía más allá de toda vanidad”. La aportación del maestro francés es su “ejemplo de exactitud formal para desnudar los abismos de la conciencia humana y revelar —poéticamente— la complejidad de la inteligencia, la sensibilidad y la imaginación de un ser humano, sus perplejidades y contradicciones”.

Lo más complicado de trasladar esos bordes del precipicio, reconoce Santayana, son las dificultades del rigor: “sintácticas, silábicas, métricas. Vencerlas depende de las aptitudes que el traductor ponga al servicio de su objetivo”. De elegir un poema, él se queda con Recogimiento, entre los breves:

“Se juiciosa, oh mi pena, y a la calma ya vuelve.
Pedías el Ocaso; ya desciende, aquí llega;
una atmósfera oscura a la ciudad envuelve,
y a unos trae la paz que a los otros les niega”.

Y entre los más largos elige, El viaje, uno de cuyos pasajes aclara:

“Pero viajeros solo son aquellos que parten
por partir; corazones como globos, ligeros,
sin que de un fatal sino ellos jamás se aparten,
y siempre: ¡vamos! A ignotos derroteros”.

El viaje de Enrique López Castellón por el territorio Baudelaire empezó con los años noventa con una traducción literal en bolsillo para Busma. Siguió recorriendo lento sus caminos y su biografía y su época, hasta que empezó a preparar una nueva traducción para la editorial Abada en 2012. “Quería mantener la métrica, pero no el ritmo, porque es imposible. Es un jardín muy complicado porque Baudelaire expresa nuevas sensaciones del hombre moderno en lenguaje popular, corriente o ramplón, y poetiza el lenguaje periodístico que al verterlo resulta difícil. Su estética es revolucionaria”. Ahí está, dice, el arranque de su inolvidable El balcón:

“¡Madre de los recuerdos, la amante más querida,
Tú, mis placeres todos! ¡Tú, todos mis deberes!
Te acordarás de cada caricia compartida,
del hogar, del hechizo de los atardeceres,
¡madre de los recuerdos, la amante más querida!”.

Hace cuarenta años este poeta maldito empezó a llegar con gozosa claridad a España. Y quien decidió darlo a conocer en serio fue Antonio Martínez Sarrión. Lo hizo para desagraviarlo. Un día de 1974 Sarrión entró a una librería, cogió un tomo de Las flores del mal, de editorial Río Nuevo, y quedó consternado “ante esa traducción infame”. Fue a casa, abrió una edición en francés al azar y tradujo tres poemas que en 1975 publicó en la revista La ilustración poética española e iberoamericana, en la que él colaboraba junto a José Esteban y Jesús Munárriz. El poeta Gil de Biedma y el editor Carlos Barral leyeron los poemas y le dijeron que tenía que traducir todas Las flores del mal.

Dos años después, en 1977, La Gaya Ciencia publicó su versión con tal éxito que se agotó y se convirtió en referencia. Después, Javier Pradera, editor de Alianza, le dijo que le gustaría publicar el libro. Sarrión aceptó y eligió hacerlo en formato bolsillo, “porque al ser más barata todos podrían leer a Baudelaire”. Llegó a librerías en 1982. La última apareció en 2012, después de 22 ediciones y más de 60.000 ejemplares vendidos, “revisada y con algunos ajustes”. Lo hizo a petición del editor. Sarrión, con 73 años, pensó que estaría bien hacerlo “antes de desaparecer de este mundo”.

Mientras, Baudelaire le susurra: “Haces bien en ocuparte de mis flores; que te paguen lo que a mí no me pagaron”. De ese jardín prefiere Una que pasaba, en cuya tercera estrofa muchos se ven y se han preguntado sin saberlo:

“Un fulgor… ¡y la noche! Fugitiva beldad,
cuyo mirar me ha hecho nacer una vez más,
¿no te veré ya nunca, sino en la eternidad?”.

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