McCartney está muerto (pero Elvis sigue vivo)

Un libro recopila las grandes leyendas urbanas del pop

Miqui Otero
Barcelona, El País
Elvis está vivo (se le ha visto contando calderilla en una gasolinera de Montana y también como extra barbudo de la película Solo en casa), pero Paul McCartney lleva muerto casi medio siglo (¿acaso no va descalzo en esa procesión funeraria de la portada del disco Abbey Road?). Ozzy Osbourne pensaba que las cabezas de murciélago eran un exquisito canapé y Led Zeppelin usaban crías de tiburón como consolador de urgencia para sus groupies. Además, David Bowie es un extraterrestre (solo es preciso aguantarle la mirada bicolor para saberlo) y Gene Simmons se implantó una lengua de vaca. Y todo el mundo sabe que Charles Manson tenía tan mala baba porque no pudo entrar como guitarrista en el grupo de pop prefabricado The Monkees. Es más, un fantasma recorre Europa (o al menos el aeropuerto de Heathrow, en Londres): las cenizas de Sid Vicious, que se le cayeron a la mamá del bajista de los Sex Pistols.


“Todo lo que lea en las páginas de este libro es mentira”, avisa la introducción de Paul está muerto y otras leyendas urbanas del rock, escrito por Héctor Sánchez, ilustrado por David Sánchez y editado por Errata Naturae. Pero como le dicen a Jon Stewart en el western El hombre que mató a Liberty Valance:entre la realidad y la leyenda, siempre es mejor imprimir la leyenda.

Una leyenda es un relato folclórico con cierta base histórica. El libro de Sánchez es algo así como un Grandes Éxitos de estas tracas de rumores sobre ese nuevo folclore (la cultura pop) que se consolidó tras las Segunda Guerra Mundial. Así, si a los niños se les suele contar que hay droga en las calcomanías que se regalan a las puertas de un colegio, también se dice que bajo la bandana de Jimi Hendrix había dosis de LSD que entraban en su organismo mediante el sudor. O aquella autoestopista fantasma podría ser la mismísima Janis Joplin, cuyo espectro dicen que vaga por el hotel Highland Gardens.

Al bajista de The Beatles seguramente le gustaría pasar a la historia por sus canciones o por su activismo vegetariano, pero cuando uno teclea su nombre en Google la primera opción para completar la búsqueda es “Paul McCartney Muerto”. La suya, además de titular el libro, es una de las leyendas urbanas del rock más célebres y existe una extensa comunidad internacional que defiende las siglas de PID (Paul Is Dead). Hastiado de discutir con el resto de la banda, se largó a dar un paseo en su Aston Martin una lluviosa noche de noviembre de 1966. Recogió en autoestop a una muchacha (¿la chica de la curva?), que al darse cuenta de quién era el conductor se puso histérica. El músico perdió el control y empotró contra un muro el coche, que acabó devorado por las llamas.

Brian Epstein convocó un concurso de imitadores y ganó un tal William Campbell, policía de Ontario. Las portadas de sus discos se analizan desde entonces con un rigor propio del estudio la Piedra de Rosetta. También las canciones: Lennon parece cantar en Strawberry Fields Forever “I buried Paul” (“Enterré a Paul”) aunque en realidad dice: "Cranberry sauce" (“Salsa de arándanos”). El propio beatle lanzó en 1993 el disco Paul is Live.

Poco importa si Mick Jagger devoraba barritas de Mars que sobresalían de la vagina de Marianne Faithfull. Tampoco si Michael Jackson dormía en una cámara hiperbárica (el oxígeno puro le proporcionaría 150 años de vida), si muchos grupos de rock encriptan versos satánicos en sus canciones, si Ozzy Osbourne esnifaba filas de hormigas o si Keith Richards hizo eso mismo con las cenizas de su padre. Como dice el guitarrista de los Stones: “Lo curioso de estas leyendas urbanas es que a la gente no se le olvidan, tal vez porque la idea es tan descabellada que parece inconcebible que sea una invención”.

Realidad o ficción

David Bowie es un extraterrestre.

Charles Manson tenía mala baba porque no pudo entrar como guitarrista en The Monkees.

Ozzy Osbourne esnifaba filas de hormigas.

Led Zeppelin usaba crías de tiburón como consolador de urgencia para sus groupies.

En la bandana de Jimi Hendrix había dosis de LSD.

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