Los lores británicos no quieren el champán de los comunes
Un debate sobre intendencia aviva las críticas a la elitista y vetusta Cámara alta en plena política de austeridad
Pablo Guimón
Londres, El País
Nada indicaba que aquella comisión parlamentaria del pasado 2 de diciembre sobre la intendencia doméstica del palacio de Westminster iba a aportar un lapidario fragmento de conversación para la historia. Se había invitado a sir Malcolm Jack, antiguo administrador de la casa de los Comunes, para consultarle por qué no había tenido éxito la propuesta de fusionar los servicios de cátering de las dos cámaras bajo una misma concesión para ahorrar un dinerillo.
—Los lores tuvieron miedo de que la calidad de su champán no fuera lo suficientemente buena si se fusionaba el servicio —respondió, flemático, el exadministrador.
—¿Se lo ha inventado usted? ¿Es esto cierto? —le preguntó, atónito, Jack Straw, presidente de la comisión.
—Sí, es cierto.
—¿Tenían razones los lores para ser tan desdeñosos? —preguntó otro miembro de la comisión.
—No lo creo. Éramos muy cuidadosos con nuestra selección —respondió, acaso dolido, quien fuera responsable de las compras en la Cámara de los Comunes.
Ese día, los británicos descubrieron que la Cámara de los Lores, la vetusta y elitista cámara alta del Parlamento, había gastado 265.770 libras (339.427 euros) en 17.000 botellas de champán; cinco al año por cada uno de sus pares no electos, desde que en 2010 llegó al poder el Gobierno de coalición del primer ministro conservador David Cameron con su agenda de duros recortes. Al día siguiente de esa revelación, el ministro de Economía, George Osborne, anunció un recorte de 60.000 millones de libras (76.600 millones de euros) hasta 2020 que sitúa el gasto público en relación al PIB en los niveles más bajos desde los años treinta del siglo pasado.
Un estudio encargado por el Parlamento revela que medio millón de niños viven en familias que no pueden alimentarlos correctamente. Y hasta 913.000 personas recibieron comida en el último año en Trussell Trust, la organización que gestiona la mitad de los 800 bancos de alimentos de Reino Unido.
Es el reverso de una economía que crece al 3% anual, la mayor tasa de los grandes países desarrollados, y con un desempleo que en octubre alcanzó el 6%, el nivel más bajo en seis años. Sin embargo, una inflación del 30,4% a lo largo del último decenio —la más alta de las economías occidentales avanzadas— ha golpeado a los hogares más pobres de un país con una larga tradición de trabajadores mal pagados. El 20% de los hogares más pobres ingresa de media 6.000 libras al año (7.660 euros). Una pareja con dos hijos necesita 40.000 brutas anuales para llevar una vida digna, según la encuesta de referencia de la fundación Joseph Rowntree.
La baronesa Anne Jenkins, par conservadora de la Cámara de los Comunes, aportó el 8 de diciembre su punto de vista al debate señalando que “se han perdido las habilidades culinarias”. “Los pobres no saben cocinar”, añadió, y puso como ejemplo el tazón de crema de avena que ella se prepara por las mañanas, que solo cuesta cuatro peniques. La legisladora no electa aportó argumentos a aquellos que acusan a la clase política tradicional de estar desconectada de la realidad y huyen a opciones políticas alternativas. Hoy por hoy, ni los laboristas (que han recuperado un leve liderazgo tras el anuncio de más recortes del Gobierno) ni los tories alcanzan, según las encuestas, el 30% de intención de voto de cara a las elecciones de mayo.
Los lores reciben 300 libras cuando asisten a una sesión. La mayoría son designados por el Gobierno, pero varias decenas de escaños aún son hereditarios y otros corresponden a miembros de la Iglesia. Son cargos vitalicios, lo que la convierte en la cámara legislativa más numerosa del mundo (780 miembros) tras la china. Y una de las más ancianas: uno de cada tres pares tiene más de 75 años. Tras sucesivas reformas, la Cámara alta tiene hoy un papel en el proceso legislativo, al someter a escrutinio las leyes aprobadas por los comunes y proponer enmiendas, pero carece de veto. Según sus defensores, es un eficaz contrapunto a una Cámara baja controlada por el Gobierno, ha sido a lo largo de la historia un bastión contra sus excesos, y sus informes sobre las leyes suelen ser de gran solidez intelectual.
Esta legislatura, la decisión de Cameron de abandonar la reforma de la Cámara alta, presionado por la resistencia de un sector de su partido, provocó una de las más graves tensiones entre los conservadores y sus socios de Gobierno, los liberales-demócratas. El actual debate, tras la victoria del no en el referéndum de independencia de Escocia, sobre la organización territorial de Reino Unido ha vuelto a poner sobre la mesa propuestas de convertirla en una especie de Cámara federal.
Los lores podrán seguir pensándoselo con los tres centenares de botellas de champán que tienen en stock. Aunque quizá, como sugirió un tabloide tras las declaraciones de Jenkins, prefieran sustituirlas por copos de avena.
Pablo Guimón
Londres, El País
Nada indicaba que aquella comisión parlamentaria del pasado 2 de diciembre sobre la intendencia doméstica del palacio de Westminster iba a aportar un lapidario fragmento de conversación para la historia. Se había invitado a sir Malcolm Jack, antiguo administrador de la casa de los Comunes, para consultarle por qué no había tenido éxito la propuesta de fusionar los servicios de cátering de las dos cámaras bajo una misma concesión para ahorrar un dinerillo.
—Los lores tuvieron miedo de que la calidad de su champán no fuera lo suficientemente buena si se fusionaba el servicio —respondió, flemático, el exadministrador.
—¿Se lo ha inventado usted? ¿Es esto cierto? —le preguntó, atónito, Jack Straw, presidente de la comisión.
—Sí, es cierto.
—¿Tenían razones los lores para ser tan desdeñosos? —preguntó otro miembro de la comisión.
—No lo creo. Éramos muy cuidadosos con nuestra selección —respondió, acaso dolido, quien fuera responsable de las compras en la Cámara de los Comunes.
Ese día, los británicos descubrieron que la Cámara de los Lores, la vetusta y elitista cámara alta del Parlamento, había gastado 265.770 libras (339.427 euros) en 17.000 botellas de champán; cinco al año por cada uno de sus pares no electos, desde que en 2010 llegó al poder el Gobierno de coalición del primer ministro conservador David Cameron con su agenda de duros recortes. Al día siguiente de esa revelación, el ministro de Economía, George Osborne, anunció un recorte de 60.000 millones de libras (76.600 millones de euros) hasta 2020 que sitúa el gasto público en relación al PIB en los niveles más bajos desde los años treinta del siglo pasado.
Un estudio encargado por el Parlamento revela que medio millón de niños viven en familias que no pueden alimentarlos correctamente. Y hasta 913.000 personas recibieron comida en el último año en Trussell Trust, la organización que gestiona la mitad de los 800 bancos de alimentos de Reino Unido.
Es el reverso de una economía que crece al 3% anual, la mayor tasa de los grandes países desarrollados, y con un desempleo que en octubre alcanzó el 6%, el nivel más bajo en seis años. Sin embargo, una inflación del 30,4% a lo largo del último decenio —la más alta de las economías occidentales avanzadas— ha golpeado a los hogares más pobres de un país con una larga tradición de trabajadores mal pagados. El 20% de los hogares más pobres ingresa de media 6.000 libras al año (7.660 euros). Una pareja con dos hijos necesita 40.000 brutas anuales para llevar una vida digna, según la encuesta de referencia de la fundación Joseph Rowntree.
La baronesa Anne Jenkins, par conservadora de la Cámara de los Comunes, aportó el 8 de diciembre su punto de vista al debate señalando que “se han perdido las habilidades culinarias”. “Los pobres no saben cocinar”, añadió, y puso como ejemplo el tazón de crema de avena que ella se prepara por las mañanas, que solo cuesta cuatro peniques. La legisladora no electa aportó argumentos a aquellos que acusan a la clase política tradicional de estar desconectada de la realidad y huyen a opciones políticas alternativas. Hoy por hoy, ni los laboristas (que han recuperado un leve liderazgo tras el anuncio de más recortes del Gobierno) ni los tories alcanzan, según las encuestas, el 30% de intención de voto de cara a las elecciones de mayo.
Los lores reciben 300 libras cuando asisten a una sesión. La mayoría son designados por el Gobierno, pero varias decenas de escaños aún son hereditarios y otros corresponden a miembros de la Iglesia. Son cargos vitalicios, lo que la convierte en la cámara legislativa más numerosa del mundo (780 miembros) tras la china. Y una de las más ancianas: uno de cada tres pares tiene más de 75 años. Tras sucesivas reformas, la Cámara alta tiene hoy un papel en el proceso legislativo, al someter a escrutinio las leyes aprobadas por los comunes y proponer enmiendas, pero carece de veto. Según sus defensores, es un eficaz contrapunto a una Cámara baja controlada por el Gobierno, ha sido a lo largo de la historia un bastión contra sus excesos, y sus informes sobre las leyes suelen ser de gran solidez intelectual.
Esta legislatura, la decisión de Cameron de abandonar la reforma de la Cámara alta, presionado por la resistencia de un sector de su partido, provocó una de las más graves tensiones entre los conservadores y sus socios de Gobierno, los liberales-demócratas. El actual debate, tras la victoria del no en el referéndum de independencia de Escocia, sobre la organización territorial de Reino Unido ha vuelto a poner sobre la mesa propuestas de convertirla en una especie de Cámara federal.
Los lores podrán seguir pensándoselo con los tres centenares de botellas de champán que tienen en stock. Aunque quizá, como sugirió un tabloide tras las declaraciones de Jenkins, prefieran sustituirlas por copos de avena.