Los desamparados de Donetsk
Miles de personas dependen de la ayuda humanitaria para sobrevivir en el este de Ucrania tras el impago de pensiones decretado por el Gobierno
Pilar Bonet
Donetsk, El País
La decisión del Gobierno de Ucrania de dejar de pagar las pensiones y prestaciones sociales a los residentes en los territorios controlados por los independentistas prorusos castiga a las personas más pobres y vulnerables en las autodenominadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk (RPD y RPL) que ocupan parte de las provincias del mismo nombre. En Donetsk, esta corresponsal ha seguido el itinerario de una expedición de ayuda humanitaria organizada por la Fundación de Rinat Ajmétov, el oligarca de origen local cuya fortuna era considerada la primera de Ucrania por lo menos hasta la pasada primavera, cuando se inició el conflicto armado en el que los muertos se cuentan por miles y los desplazados por centenares de miles.
En Donetsk los bancos están cerrados y las tarjetas de crédito no funcionan. El mismo Estado que manda a sus soldados a guerrear por el territorio se desentiende del destino de los ancianos, niños, huérfanos, impedidos o enfermos que residen en él. Tal es la brutal realidad.
A partir de este mes, Kiev ha legalizado el impago de las pensiones y prestaciones, que, de hecho, muchos dejaron de recibir hace ya varios meses. Si quieren cobrar, deben arreglárselas por sus propios medios para trasladar su domicilio y empadronarse en el territorio leal a Ucrania.
La magnitud del problema supera la capacidad de reacción de los dirigentes secesionistas, que en un clima de gran confusión reparten sumas nimias a los abandonados por Kiev. En estas condiciones, los paquetes de 13 kilos con distintos comestibles, distribuidos por la fundación de Ajmétov, son una garantía de supervivencia para sus receptores.
En un portal de la calle Kuibicheva (en el radio de la artillería en acción en torno al aeropuerto de Donetsk), un grupo de mujeres de edades comprendidas entre 75 y 82 años abrazan a Alla Danílova, de 78. “Somos tus hijas”, le dicen, apreciando la iniciativa de esta antigua dirigente sindical y comunista en época soviética. A principios de octubre, Danílova confeccionó una lista de 35 nombres, los de sus vecinos más necesitados, y llamó con tesón a la fundación de Ajmétov en Kiev. Menos de una semana después, todos ellos comenzaron a recibir los paquetes de ayuda. Cuando la artillería dispara, las hijas de Danílova reaccionan como saben: una se encierra en el lavabo, otra se pega a la pared maestra del edificio y una tercera se cubre con el edredón. En las últimas tres noches no ha habido tiroteos y han podido dormir.
Gracias a unos amigos empleados de banca, Danílova pudo cobrar en otra provincia la pensión de 1.781 grivnas (menos de 83 euros), que se gasta sobre todo en medicinas En la lista de Danílova está su vecina, Antonina, de 75 años, que, operada de cadera, se mueve a duras penas con un andador. Sus hijos, residentes en Siberia, no pueden viajar a Ucrania por ser ciudadanos rusos en edad de movilización militar. Sus transferencias no llegan y a Antonina se le acabaron los ahorros.
El programa Pomozhem (Ayudamos) del Fondo Rinat Ajmétov atiende a más de 243.000 personas, dice su coordinador local, Andréi Sanin. Son familias con hijos menores de dos años, huérfanos, inválidos, enfermos y jubilados mayores de 65 años, entre otros. “El impago de las pensiones empeora la situación y por eso, a partir del 15 de diciembre, ampliamos nuestro programa a los mayores de 60 años, lo que supone 50.000 personas más”, explica.
En otro tiempo, el grupo empresarial de Ajmétov tenía centenares de miles de asalariados. Ahora, parte de aquella plantilla y también empleados de los clubs deportivos financiados por el oligarca se dedican a la ayuda humanitaria. El convoy de 22 camiones del fondo Ajmétov (16 toneladas de media por vehículo) con el que esta corresponsal viajó de Dniepropetrovsk a Donetsk a través de heterogéneos controles militares dejó su carga en el estadio del club de futbol Shakhtar. Allí las mercancías fueron redistribuidas en paquetes individuales (latas de carne, arroz, aceite, azúcar, harina, cereales, galletas, leche condensada, té, entre otras cosas) que se repartieron en el mismo estadio a madres con niños menores de dos años. Algunas de estas mujeres ya eran pobres antes de la guerra y otras nunca imaginaron verse en este trance, como Valeria, que acaba de dar a luz, y cuyo marido, economista, recién fue contratado como vigilante. En Donetsk, Valeria no puede contar con las 40.000 grivnas (1.860 euros) de ayuda por maternidad que le corresponden según la legislación de Ucrania.
El estadio del Shakhtar, orgullo de Donetsk, fue alcanzado por una carga explosiva y, aunque el daño fue reparado, los futbolistas fueron evacuados y ahora juegan en Lvov, en el oeste de Ucrania. En el estadio de hockey Arena Donbás (en parte destruido por un incendio), se reparte la ayuda a los habitantes de Makéevka, en espera de llegar a un acuerdo con el nuevo alcalde de aquella localidad minera para distribuirla allí, como ya sucede con la ayuda humanitaria rusa.
Yelena Vegera, madre de una niña de 12 años con un problema cerebral, recoge su paquete en Arena Donbás. La mujer no tiene trabajo ni dinero para comprar el fármaco que calma a su hija. “Su abuela y yo le sujetamos las manos para que no se autolesione”, dice mientras se le caen las lágrimas.
De día y en ciertas zonas de la ciudad es posible pensar que la guerra no existe, pero la impresión es engañosa. Hay edificios destruidos en los barrios periféricos y grandes boquetes y cristales rotos en otros próximos al centro. En diferentes puntos urbanos se agolpan quienes esperan recibir las 1.000 grivnas (algo más de 46 euros al cambio local) con las que los representantes de la RPD socorren a los desposeídos de sus prestaciones ucranias. Anteayer a mediodía en uno de estos puntos había una cola de 1.040 personas. “Esto es un genocidio”, exclamaba una mujer añadiendo nuevos números a la lista de espera.
Ni los que aguardan ayuda ni los que la reparten gustan de hablar de política en Donetsk hoy. Los primeros se concentran en sobrevivir; los segundos, en la solidaridad como medio de afrontar el desespero. Galia, una jubilada del barrio de Kiev, lo resume así: “Antes, teníamos muchas ideas distintas. Ahora todos queremos una sola cosa, que acabe esta guerra, que dejen de disparar”.
Pilar Bonet
Donetsk, El País
La decisión del Gobierno de Ucrania de dejar de pagar las pensiones y prestaciones sociales a los residentes en los territorios controlados por los independentistas prorusos castiga a las personas más pobres y vulnerables en las autodenominadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk (RPD y RPL) que ocupan parte de las provincias del mismo nombre. En Donetsk, esta corresponsal ha seguido el itinerario de una expedición de ayuda humanitaria organizada por la Fundación de Rinat Ajmétov, el oligarca de origen local cuya fortuna era considerada la primera de Ucrania por lo menos hasta la pasada primavera, cuando se inició el conflicto armado en el que los muertos se cuentan por miles y los desplazados por centenares de miles.
En Donetsk los bancos están cerrados y las tarjetas de crédito no funcionan. El mismo Estado que manda a sus soldados a guerrear por el territorio se desentiende del destino de los ancianos, niños, huérfanos, impedidos o enfermos que residen en él. Tal es la brutal realidad.
A partir de este mes, Kiev ha legalizado el impago de las pensiones y prestaciones, que, de hecho, muchos dejaron de recibir hace ya varios meses. Si quieren cobrar, deben arreglárselas por sus propios medios para trasladar su domicilio y empadronarse en el territorio leal a Ucrania.
La magnitud del problema supera la capacidad de reacción de los dirigentes secesionistas, que en un clima de gran confusión reparten sumas nimias a los abandonados por Kiev. En estas condiciones, los paquetes de 13 kilos con distintos comestibles, distribuidos por la fundación de Ajmétov, son una garantía de supervivencia para sus receptores.
En un portal de la calle Kuibicheva (en el radio de la artillería en acción en torno al aeropuerto de Donetsk), un grupo de mujeres de edades comprendidas entre 75 y 82 años abrazan a Alla Danílova, de 78. “Somos tus hijas”, le dicen, apreciando la iniciativa de esta antigua dirigente sindical y comunista en época soviética. A principios de octubre, Danílova confeccionó una lista de 35 nombres, los de sus vecinos más necesitados, y llamó con tesón a la fundación de Ajmétov en Kiev. Menos de una semana después, todos ellos comenzaron a recibir los paquetes de ayuda. Cuando la artillería dispara, las hijas de Danílova reaccionan como saben: una se encierra en el lavabo, otra se pega a la pared maestra del edificio y una tercera se cubre con el edredón. En las últimas tres noches no ha habido tiroteos y han podido dormir.
Gracias a unos amigos empleados de banca, Danílova pudo cobrar en otra provincia la pensión de 1.781 grivnas (menos de 83 euros), que se gasta sobre todo en medicinas En la lista de Danílova está su vecina, Antonina, de 75 años, que, operada de cadera, se mueve a duras penas con un andador. Sus hijos, residentes en Siberia, no pueden viajar a Ucrania por ser ciudadanos rusos en edad de movilización militar. Sus transferencias no llegan y a Antonina se le acabaron los ahorros.
El programa Pomozhem (Ayudamos) del Fondo Rinat Ajmétov atiende a más de 243.000 personas, dice su coordinador local, Andréi Sanin. Son familias con hijos menores de dos años, huérfanos, inválidos, enfermos y jubilados mayores de 65 años, entre otros. “El impago de las pensiones empeora la situación y por eso, a partir del 15 de diciembre, ampliamos nuestro programa a los mayores de 60 años, lo que supone 50.000 personas más”, explica.
En otro tiempo, el grupo empresarial de Ajmétov tenía centenares de miles de asalariados. Ahora, parte de aquella plantilla y también empleados de los clubs deportivos financiados por el oligarca se dedican a la ayuda humanitaria. El convoy de 22 camiones del fondo Ajmétov (16 toneladas de media por vehículo) con el que esta corresponsal viajó de Dniepropetrovsk a Donetsk a través de heterogéneos controles militares dejó su carga en el estadio del club de futbol Shakhtar. Allí las mercancías fueron redistribuidas en paquetes individuales (latas de carne, arroz, aceite, azúcar, harina, cereales, galletas, leche condensada, té, entre otras cosas) que se repartieron en el mismo estadio a madres con niños menores de dos años. Algunas de estas mujeres ya eran pobres antes de la guerra y otras nunca imaginaron verse en este trance, como Valeria, que acaba de dar a luz, y cuyo marido, economista, recién fue contratado como vigilante. En Donetsk, Valeria no puede contar con las 40.000 grivnas (1.860 euros) de ayuda por maternidad que le corresponden según la legislación de Ucrania.
El estadio del Shakhtar, orgullo de Donetsk, fue alcanzado por una carga explosiva y, aunque el daño fue reparado, los futbolistas fueron evacuados y ahora juegan en Lvov, en el oeste de Ucrania. En el estadio de hockey Arena Donbás (en parte destruido por un incendio), se reparte la ayuda a los habitantes de Makéevka, en espera de llegar a un acuerdo con el nuevo alcalde de aquella localidad minera para distribuirla allí, como ya sucede con la ayuda humanitaria rusa.
Yelena Vegera, madre de una niña de 12 años con un problema cerebral, recoge su paquete en Arena Donbás. La mujer no tiene trabajo ni dinero para comprar el fármaco que calma a su hija. “Su abuela y yo le sujetamos las manos para que no se autolesione”, dice mientras se le caen las lágrimas.
De día y en ciertas zonas de la ciudad es posible pensar que la guerra no existe, pero la impresión es engañosa. Hay edificios destruidos en los barrios periféricos y grandes boquetes y cristales rotos en otros próximos al centro. En diferentes puntos urbanos se agolpan quienes esperan recibir las 1.000 grivnas (algo más de 46 euros al cambio local) con las que los representantes de la RPD socorren a los desposeídos de sus prestaciones ucranias. Anteayer a mediodía en uno de estos puntos había una cola de 1.040 personas. “Esto es un genocidio”, exclamaba una mujer añadiendo nuevos números a la lista de espera.
Ni los que aguardan ayuda ni los que la reparten gustan de hablar de política en Donetsk hoy. Los primeros se concentran en sobrevivir; los segundos, en la solidaridad como medio de afrontar el desespero. Galia, una jubilada del barrio de Kiev, lo resume así: “Antes, teníamos muchas ideas distintas. Ahora todos queremos una sola cosa, que acabe esta guerra, que dejen de disparar”.